viernes, 14 de septiembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1817


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1817 ~ Viernes 14 de Setiembre de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Mes de la Biblia
   

Alabado sea Jesucristo…
Hoy mantengo en mi corazón una oración que afirma la esperanza, la paz y la prosperidad del mundo entero. Mis deseos para los demás y para mí también incluyen protección, guía, salud y paz. En momentos de reto, la fe es como una semilla que tiene el potencial de dar fruto.
Centro mi confianza en el poder y la presencia de Dios en cada persona. Veo el potencial para el bien en cada situación. Mi oración y esperanza para los líderes mundiales es que estén conscientes de fomentar el bien para todas las personas. Oro para que las personas influyentes y afluentes aviven su generosidad. Para quienes pasan por alguna necesidad, oro para que tengan fe en su divinidad interna y sientan gozo, paz y satisfacción.
Señor, gracias en este día, porque sé que tanto el justo como el sabio y sus obras están en tus manos. Nada de lo que pueda suceder y elevar mi orgullo, podrá tocarme si mantengo la perspectiva, de que todo está en tus manos. No es lo que yo hago, eres tú quien realmente manifiestas tu poder.
Señor, perdóname las veces que he permitido que la vanagloria inunde todo mi corazón y las veces que me he olvidado de que todo lo que sucede viene de tu mano.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».
(Jn 3,13-17)

Comentario
Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Santoral Católico:
Exaltación de la Santa Cruz


Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fue llevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque Él quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“¡Ave, Cruz de Cristo! En cualquier lugar donde se encuentre tu signo, Cristo da testimonio de su Pascua: del paso de la muerte a la vida. Y da testimonio del amor que es la potencia de la vida, del amor que vence a la muerte. En la Cruz reconocemos el signo simple y sagrado del amor de Dios a la humanidad”

Beato Juan Pablo II


Temas Médicos:
¿La gran mentira del colesterol?


El doctor Dwight Lundell, cirujano cardíaco de renombre mundial, explica  lo que realmente causa la enfermedad del corazón. Según sus investigaciones, la acumulación de colesterol que tapa las arterias se debe a causas que poco o nada tienen que ver con las grasas saturadas en su libro "La gran mentira sobre el colesterol".

El asunto es muy polémico, porque el doctor Dwight Lundell también denuncia un gran negocio de los laboratorios para la venta de estatinas (droga que baja los niveles de colesterol).

"Asediados por la literatura científica -escribe-, los creadores de opinión han insistido en que las enfermedades coronarias son el resultado del simple hecho de tener unos niveles de colesterol muy elevados en sangre. La única terapia aceptada ha sido la de prescribir medicamentos para bajar el colesterol y una dieta muy restringida en grasas. Un menor consumo de grasas traería consigo una disminución en la cantidad de colesterol y se reducirían las enfermedades coronarias. Cualquier desviación de estas recomendaciones se consideraba una herejía y daba lugar a la realización de malas prácticas médicas. ¡Pero no está funcionado! Estas recomendaciones no son ni científicamente ni moralmente defendibles. El descubrimiento, hace unos años, de que es la inflamación en la pared arterial la causa real de la enfermedad cardíaca, es lo que poco a poco está dando lugar a un cambio de paradigma en la forma en que son tratadas las enfermedades cardíacas y otras dolencias crónicas. Las recomendaciones dietéticas establecidas desde hace mucho tiempo han provocado epidemias de obesidad y de diabetes, consecuencias que empequeñecen cualquier otra plaga histórica en términos de mortalidad, sufrimiento humano y de graves consecuencias económicas."

Dicho muy simplificadamente, Lundell atribuye la obstrucción arterial al consumo de productos altamente procesados, como el azúcar, que producen una fuerte inflamación en las arterias e impiden la libre circulación del colesterol, que se acumula, así, en las paredes arteriales, que deviene, luego, en una mala circulación de la sangre.

"El ciclo inflamatorio -escribe- es una forma de proteger al cuerpo ante invasores bacterianos y virales. Sin embargo, si se expone de forma crónica a nuestro organismo a toxinas o alimentos que el cuerpo humano no está preparado para procesar, se produce entonces una inflamación crónica. La inflamación crónica es tan dañina como beneficiosa una inflamación aguda. ¿Qué persona sensata se expondría de forma intencionada en repetidas ocasiones a alimentos u otras sustancias que sabe le causan daño corporal? Bueno, quizás los fumadores, pero al menos se trata de una decisión voluntaria. El resto nos limitamos a seguir la dieta recomendada, baja en grasas y alta en grasas poliinsaturadas y carbohidratos, sin saber que estamos causando repetidas agresiones a nuestros vasos sanguíneos. Esta agresión repetida produce una inflamación crónica que conduce a la enfermedad cardíaca, a los accidentes cerebro vasculares, a la diabetes y la obesidad."

Sin embargo, en una búsqueda de información sobre Lundell, me encuentro con un artículo, escrito por otro médico, Stephen Barrett, titulado "A Skeptical look at Dwight Lundell". Allí, Barrett explica muy pormenorizadamente y con documentación, por qué no le cree a Lundell: "Dwight C. Lundell perdió su licencia médica en 2008 (aunque en ese momento ya estaba retirado). Desde entonces se ha dedicado a la promoción de su libro, cuyo contenido choca con el conocimiento científico acerca de la prevención de la enfermedad cardíaca y su tratamiento. Su libro, The Great Lie colesterol (La gran mentira del colesterol), invita a la gente a 'olvidarse de todo lo que han dicho sobre dietas bajas en grasas, grasas saturadas, colesterol y las causas de las enfermedades del corazón'."

Barrett recorre la carrera de Lundell, tanto en lo académico como en el ejercicio de la profesión médica, y con documentos disponibles en la Web denosta completamente al cirujano. Una seguidilla de traspiés legales, intervenciones quirúrgicas que podrían no haberse efectuado, complicaciones financieras, dan la impresión de que se está más ante un delincuente con bisturí que ante un noble galeno.

Lundell respondió a las acusaciones con una carta abierta en la que deja sentada su visión sobre lo sucedido.

Cuento todo esto porque cada vez más mujeres somos víctimas de enfermedades cardíacas. Y la verdad es que, luego de leer el libro de Lundell, y dado que ser un opositor a los laboratorios es casi como declararse terrorista, prefiero darle el beneficio de la duda. Por lo tanto, recomiendo que lean "La gran mentira sobre el colesterol", y que luego lo charlen con sus médicos.

De todas formas esto no quiere decir que debamos dedicarnos a comer chatarra libremente. Lundell recomienda una dieta naturista, y tener cuidado con los Omega 6 y los alimentos hiperprocesados.

Material de Internet


Pensamientos sanadores


Pídele al Señor que sane tu memoria visual

Tus ojos reciben cada día, millones de imágenes de todo tipo, muchas de las cuales tu cerebro no tiene ni siquiera tiempo de procesarlas. Sólo basta pensar en todo lo que entra por tus ojos delante de la televisión. No es de extrañar entonces, que tus ojos se enfermen al ver tanta violencia y superficialidad.
En ocasiones, la memoria visual ha sido afectada, y escenas o imágenes de la infancia, producen en la vida adulta, fobias y reacciones obsesivo compulsivas. Es por esto que cada día, deberíamos sumergir nuestra mirada en los ojos del Señor, a fin de que su mirada pura y cristalina limpie nuestros ojos y sane la memoria visual de todo aquello que nos ha condicionado de modo negativo, robándonos libertad interior y fortaleza.
Dile con confianza a Jesús: Pongo, Señor, mis ojos en tu mirada y coloca, en mi mente, tus recuerdos y en mi corazón tus santas emociones. Amén.

Abre mis ojos, para que contemple las maravillas de tu ley. Salmo 119, 18.


Ofrecimiento para sacerdotes y religiosas


Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente "Pequeñas Semillitas" por e-mail:  Si desean recibir el power point y los comentarios del Evangelio del domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos sobre la Palabra de Dios, pueden pedírmelo a pequesemillitas@gmail.com 
Solo deben indicar claramente su nombre, su correo electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.


"Intimidad Divina"

Caminar en la verdad

Dios es verdad y nadie puede gozar de su amistad, si no es veraz en toda su conducta. “Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1, 5-6). Caminar en la luz y practicar la verdad son expresiones equivalentes que significan vivir según la verdad conocida, o sea, según la fe y la ley de Dios, el cual es luz y es verdad. Al contrario, caminar en las tinieblas es desviarse de la verdad, de la ley divina, y, por tanto, vivir en el pecado que es siempre mentira y proviene del demonio, el cual “es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44). Para tener comunión con Dios no basta conocer la verdad, hay que vivirla y ponerla en práctica, en pensamientos, palabras y obras. En cualquier sector de su vida debe el cristiano caminar en la verdad. La lealtad interior es la condición primera para la purificación del corazón y para obtener de Dios el perdón de las culpas. “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32), dice Jesús; libres de las tinieblas del error y de la esclavitud del pecado.

El hombre “está moralmente obligado a manifestar la verdad a los otros, sin lo cual la sociedad humana no podría subsistir” (S. T. 2-2, 114, 2). Pues ¿cómo se podría vivir juntos si no se pudiese contar con la veracidad mutua? El engaño y la mentira lejos de unir dividen y apartan. Para los cristianos llamados por vocación a vivir no sólo en sociedad, sino en unión fraterna basada en la caridad, la sinceridad recíproca es un deber grave de justicia y de caridad y es la base indispensable sobre la que construir la unión. “No os mintáis unos a otros” recomienda San Pablo, y añade el por qué: “Os habéis despojado del hombre viejo con sus obras, y os habéis revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Cl 3, 9-10). Todo lo que es mentira pertenece al hombre viejo sumergido aún en las tinieblas del pecado y esclavo de él; pero el hombre nuevo, regenerado en Cristo, pasa de las tinieblas a la luz, de la mentira a la verdad y debe renovarse continuamente a imagen de Dios, Verdad absoluta.

Para ser sinceros es necesario que las palabras correspondan al pensamiento. Pensar una cosa y afirmar otra con objeto de engañar es contrario directamente a la verdad, por eso es ofensa de Dios, Verdad infinita, y obstáculo a la unión con él. ¿Cómo puede la mentira pretender unirse con la suma Verdad? Y con todo, ciertas faltas de sinceridad no están a veces totalmente ausentes de la conducta de las personas piadosas: pequeños rodeos, expresiones lanzadas a propósito para esquivar un reproche, evitar una humillación, encubrir un error cometido o también para atraerse alguna alabanza o un poco de admiración. Son procedimientos mezquinos, indignos de un cristiano que quiere reflejar en su conducta la verdad de Dios. Cualquier falta de sinceridad, por mínima que sea, desagrada mucho al Señor en una criatura que se ha dado a él, y constituye un impedimento serio al progreso espiritual. Para vivir en comunión con Dios, debe “andar un alma en verdad delante de la misma Verdad” (T. J. V, 40, 3).

Delante de mí está la justicia y la injusticia; poseo una lengua, la muevo como quiero. ¿Por qué la empleo más bien en la injusticia que en la justicia? Líbrame Señor de la lengua engañosa. ¿Qué oficio desempeña la lengua engañosa? El ser de ser esclava de la mentira, produciendo una cosa en el corazón de los que la llevan y otra en la boca de los que la profieren… La raíz está oculta. Pueden verse los frutos, pero no la raíz. Nuestra raíz es la caridad; nuestros frutos, las buenas obras. Haz, Señor, que nuestras obras procedan de la caridad, y entonces mi raíz se hallará afianzada en la tierra de los vivientes. Enséñame a no decir mentira, a no esparcir difamaciones, a no lanzar calumnias, a no proferir falso testimonio… Que mis labios no hablen con engaño. Lo que tengo dentro del corazón es lo que quiero manifestar fuera; no quiero tener una cosa en el corazón y otra en la lengua. Que huya yo del mal, y obre el bien…; haciendo así, podré esperar con tranquilidad vida y días felices. (San Agustín)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por participar comentando! Por favor, no te olvides de incluir tu nombre y ciudad de residencia al finalizar tu comentario dentro del cuadro donde escribes.