viernes, 7 de septiembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1810


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1810 ~ Viernes 7 de Setiembre de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Mes de la Biblia
   

Alabado sea Jesucristo…
Si alguna vez siento que las preocupaciones están a punto de abrumarme, sé que existe un lugar donde puedo hallar serenidad y fe renovada. Allí donde yo esté morarán la paz y la seguridad. Aspiro profundamente unas cuantas veces y me concentro en la presencia de Dios, que me llena, me eleva y me cura. Soy bendecido por una conciencia más amplia de una presencia amorosa y protectora, que aguarda ser reconocida por mí.
Para entrar abro la puerta del lugar donde mora la paz, guía la sabiduría y provee el amor. Unido con Dios, cada día, cada momento se resuelve por sí solo.  Mi espíritu, mente y cuerpo se aposentan en un todo armonioso. Mi realidad es la unidad con el Creador. Voy donde moran la paz, la sabiduría y el Amor de Dios.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».
Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’».
(Lc 5,33-39)

Comentario
Hoy, en nuestra reflexión sobre el Evangelio, vemos la trampa que hacen los fariseos y los maestros de la Ley, cuando tergiversan una cuestión importante: sencillamente, ellos contraponen el ayunar y rezar de los discípulos de Juan y de los fariseos al comer y beber de los discípulos de Jesús.
Jesucristo nos dice que en la vida hay un tiempo para ayunar y rezar, y que hay un tiempo de comer y beber. Eso es: la misma persona que reza y ayuna es la que come y bebe. Lo vemos en la vida cotidiana: contemplamos la alegría sencilla de una familia, quizá de nuestra propia familia. Y vemos que, en otro momento, la tribulación visita aquella familia. Los sujetos son los mismos, pero cada cosa a su tiempo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán...» (Lc 5,34).
Todo tiene su momento; bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa: «Un tiempo de rasgar y un tiempo de coser» (Qo 3,7). Estas palabras dichas por un sabio del Antiguo Testamento, no precisamente de los más optimistas, casi coinciden con la sencilla parábola del vestido remendado. Y seguramente coinciden de alguna manera con nuestra propia experiencia. La equivocación es que en el tiempo de coser, rasguemos; y que durante el tiempo de rasgar, cosamos. Es entonces cuando nada sale bien.
Nosotros sabemos que como Jesucristo, por la pasión y muerte, llegaremos a la gloria de la Resurrección, y todo otro camino no es el camino de Dios. Precisamente, Simón Pedro es amonestado cuando quiere alejar al Señor del único camino: «¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23). Si podemos gozar de unos momentos de paz y de alegría, aprovechémoslos. Seguramente ya nos vendrán momentos de duro ayuno. La única diferencia es que, afortunadamente, siempre tendremos al novio con nosotros. Y es esto lo que no sabían los fariseos y, quizá por eso, en el Evangelio casi siempre se nos presentan como personas malhumoradas. Admirando la suave ironía del Señor que se trasluce en el Evangelio de hoy, sobre todo, procuremos no ser personas malhumoradas.
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)


Santoral Católico:
Santa Regina
Virgen y Mártir


Hija de un ciudadano pagano de Alise, en Borgoña, la santa -cuya madre falleció al dar la luz- fue entregada a una nodriza que era cristiana y que la educó en la fe. Su belleza atrajo las miradas del prefecto Olybrius, quien, al saber que era de noble linaje, quiso casarse con ella, pero ella se negó a aceptarlo y no quiso atender los discursos de su padre, quien trataba de convencerla para que se casara con un hombre tan rico.

Ante su obstinación, su padre decidió encerrarla en un calabozo y, como pasaba el tiempo sin que Regina cediese, Olybrius desahogó su cólera haciendo azotar a la joven y sometiéndola a otros tormentos.

Una de aquellas noches, recibió en su calabozo el consuelo de una visión de la cruz al tiempo que una voz le decía que su liberación estaba próxima. En el momento de la ejecución (decapitación), apareció una paloma blanquísima que causó la conversión de muchos de los presentes.

La devoción a la santa aumentó a partir del siglo VII.

Fuente: Catholic.net


La frase de hoy

“El amor es para el niño
lo que el sol para las flores.
No le basta pan:
necesita caricias para ser bueno
y para ser fuerte”

Concepción Arenal


Tema del día:
La búsqueda de Dios 


Época trágica la nuestra. Esta generación ha conocido dos horribles guerras mundiales y está a las puertas de un conflicto aún más trágico, un conflicto tan cruel que hasta los más interesados en provocarlo se detienen espantados, ante el pensamiento de las ruinas que acarreará. La literatura que expresa nuestro siglo es una literatura apocalíptica, testimonio de un mundo atormentado hasta la locura.

¡Cuántos, en nuestro siglo, si no locos, se sienten inquietos, desconcertados, tristes, profundamente solos en el vasto mundo superpoblado, pero sin que la naturaleza ni los hombres hablen de nada a su espíritu, ni les den un mensaje de consuelo! ¿Por qué? Porque Dios está ausente de nuestro siglo. Muchas definiciones se pueden dar de nuestra época: edad del maquinismo, del relativismo, del confort. Mejor se diría una sociedad de la que Dios está ausente.

Los grandes ídolos de nuestro tiempo son el dinero, la salud, el placer, la comodidad: lo que sirve al hombre. Y si pensamos en Dios, siempre hacemos de Él un medio al servicio del hombre: le pedimos cuentas, juzgamos sus actos, y nos quejamos cuando no satisface nuestros caprichos. Dios en sí mismo parece no interesarnos. La contemplación está olvidada, la adoración y alabanza es poco comprendida. El criterio de la eficacia, el rendimiento, la utilidad, funda los juicios de valor. No se comprende el acto gratuito, desinteresado, del que nada hay que esperar económicamente.

Hasta los cristianos, a fuerza de respirar esta atmósfera, estamos impregnados de materialismo, de materialismo práctico. Confesamos a Dios con los labios, pero nuestra vida de cada día está lejos de Él. Nos absorben las mil ocupaciones.

Nuestra vida de cada día es pagana. En ella no hay oración, ni estudio del dogma, ni tiempo para practicar la caridad o para defender la justicia. La vida de muchos de nosotros ¿no es, acaso, un absoluto vacío? ¿No leemos los mismos libros, asistimos a los mismos espectáculos, emitimos los mismos juicios sobre la vida y sobre los acontecimientos, sobre el divorcio, limitación de nacimientos, anulación de matrimonios, los mismos juicios que los ateos? Todo lo que es propio del cristiano: conciencia, fe religiosa, espíritu de sacrificio, apostolado, es ignorado y aun denigrado: nos parece superfluo. La mayoría lleva una vida puramente material, de la cual la muerte es el término final. ¡Cuántos bautizados lloran delante de una tumba como los que no tienen esperanza!

La inmensa amargura del alma contemporánea, su pesimismo, su soledad... las neurosis y hasta la locura, tan frecuentes en nuestro siglo, ¿no son el fruto de un mundo que ha perdido a Dios? Ya bien lo decía San Agustín: "Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

Felizmente, el alma humana no puede vivir sin Dios. Espontáneamente lo busca, aun en manifestaciones objetivamente desviadas. En el hambre y sed de justicia que devora muchos espíritus, en el deseo de grandeza, en el espíritu de fraternidad universal, está latente el deseo de Dios. La Iglesia Católica desde su origen, más aún, desde su precursor, el Pueblo prometido, no es sino la afirmación nítida, resuelta, de su creencia en Dios. Por confesarlo, murieron muchos en el Antiguo Testamento; por ser fiel al mensaje de su Padre, murió Jesús; y después de Él, por confesar un Dios Uno y Trino cuyo Hijo ha habitado entre nosotros, han muerto millones de mártires: desde Esteban y los que como antorchas iluminaban los jardines de Nerón, hasta los que en nuestros días mueren en Rusia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia; ayer en Japón, en España y en Méjico, han dado su sangre por Él. A otros no se les ha pedido este testimonio supremo, pero en su vida de cada día lo afirman valientemente: Religiosos que abandonan el mundo para consagrarse a la oración; religiosas que unen su vida de obreras, en la fábrica, a una profunda vida contemplativa; universitarios animados de un serio espíritu de oración; obreros, como los de la JOC, que son ya más de un millón en el mundo, para los cuales la plegaria parece algo connatural; y junto a ellos, sabios, sabios que se precian de su calidad de cristianos. Hay grupos selectos que buscan a Dios con toda su alma y cuya voluntad es el supremo anhelo de sus vidas.

Y cuando lo han hallado, su vida descansa como en una roca inconmovible; su espíritu reposa en la paternidad divina, como el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 130). Cuando Dios ha sido hallado, el espíritu comprende que lo único grande que existe es Él. Frente a Dios, todo se desvanece: cuanto a Dios no interesa se hace indiferente. Las decisiones realmente importantes y definitivas son las que yacen en Él.

Al que ha encontrado a Dios acontece lo que al que ama por primera vez: corre, vuela, se siente transportado; todas sus dudas están en la superficie, en lo hondo de su ser reina la paz. No le importa ni mucho ni poco cuál sea su situación, ni si escucha o no sus oraciones. Lo único importante es: Dios está presente. Dios es Dios. Ante este hecho, calla su corazón y reposa.

En el alma de este repatriado hay dolor y felicidad al mismo tiempo. Dios es a la vez su paz y su inquietud. En Él descansa, pero no puede permanecer un momento inmóvil. Tiene que descansar andando; tiene que guarecerse en la inquietud. Cada día se alza Dios ante él como un llamado, como un deber, como dicha próxima no alcanzada.

El que halla a Dios se siente buscado por Dios, como perseguido por Él, y en Él descansa, como en un vasto y tibio mar. Esta búsqueda de Dios sólo es posible en esta vida, y esta vida sólo toma sentido por esa misma búsqueda. Dios aparece siempre y en todas partes, y en ningún lado se le halla. Lo oímos en las crujientes olas, y sin embargo calla. En todas partes nos sale al encuentro y nunca podremos captarlo; pero un día cesará la búsqueda y será el definitivo encuentro. Cuando hemos hallado a Dios, todos los bienes de este mundo están hallados y poseídos.

El llamado de Dios, que es el hilo conductor de una existencia sana y santa, no es otra cosa que el canto que desde las colinas eternas desciende dulce y rugiente, melodioso y cortante. Llegará un día en que veremos que Dios fue la canción que meció nuestras vidas. ¡Señor, haznos dignos de escuchar ese llamado y de seguirlo fielmente!

San Alberto Hurtado
Meditación que el P.Hurtado pidió que se publicara después de su muerte.


Pensamientos sanadores


Escalando la santa montaña

Cuando en mi juventud escalaba las montañas, debía hacer un gran esfuerzo para llegar a la cima, pero cuando me detenía a recuperar el aliento, me daba cuenta que cuanto más subía, más vasta era la belleza del paisaje que desde las alturas podía divisar.
Entonces, solía quedarme absorto durante algunos minutos, contemplando los valles, los lagos o los bosques, que parecían recostarse a los pies de la montaña. Sólo después de haber recuperado las fuerzas y el aliento, retomaba el ascenso.
También tú, en este día, estás subiendo una montaña y aunque el paisaje que te rodea no sea tan atractivo, si cierras tus ojos y entras en tu interior, encontrarás una perspectiva maravillosa en la que Dios habita como rey y en la que tú estás a su lado.

Invoco al Señor en alta voz y Él me responde desde su santa montaña. Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo porque el Señor me sostiene. Salmo 3, 5-6.


Pedidos de oración


Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por Antonio I., que vive en Venezuela y está con cáncer con un mal pronóstico. Para que el Señor lo sostenga y lo reconforte a él y a toda su familia.

Pedimos oración por Ángela R. (44 años) de Lima, Perú; por su deteriorada salud mental y física, por trabajo, luz, paz y logro de metas y todo lo bueno para ella y su hogar. Que Dios la toque y la sane totalmente y les de trabajo a ella y su esposo.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y enviarlos a pequesemillitas@gmail.com y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos. No se reciben pedidos de oración a través de Facebook ni por otro medio que no sea el correo antes señalado.


Ofrecimiento para sacerdotes y religiosas


Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente "Pequeñas Semillitas" por e-mail:  Si desean recibir el power point y los comentarios del Evangelio del domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos sobre la Palabra de Dios, pueden pedírmelo a pequesemillitas@gmail.com 
Solo deben indicar claramente su nombre, su correo electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.


"Intimidad Divina"

Fuertes y magnánimos

San Ignacio de Antioquía, condenado a las fieras, suplicaba que nadie se interpusiese para salvarle la vida: “No me procuréis otra cosa fuera de permitirme inmolar por Dios… Cuando el mundo no vea ya ni mi cuerpo, entonces eré verdadero discípulo de Cristo” (A los Rom. 2, 4). Este gran mártir había tomado en serio las palabras del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 34-35). El deseo del martirio tiene que tener un puesto en el corazón de todo cristiano, no para alienarlo con el pensamiento de un heroísmo que tal vez nunca le será pedido, sino para moverlo a la magnanimidad y a la generosidad en todos los aspectos de su vida. El cristiano que se reserva y procura dar a Dios lo mínimo indispensable para no traicionarlo, que está más atento a evitar la cruz que a llevarla, más a defenderse que a negarse, más a salvar la vida que a entregarla, no es verdadero discípulo de Cristo. Si no le es dado testimoniar su amor y su fe con el martirio cruento, debe testimoniarlos abrazando con corazón generoso todos los deberes que el seguimiento de Cristo le impone, sin retroceder frente al sacrificio.

“Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fl 4, 13). Tal es la actitud de la magnanimidad: no excluir nada de la propia vida, abrazarse a cualquier situación, allanarse a cualquier fatiga, tentarlo todo con la ayuda de Dios contando con su auxilio. La magnanimidad cristiana no se funda en las fuerzas del hombre, sino en la fuerza de Dios; se aviene, pues, muy bien con la humildad y desconfianza de sí, y aun las presupone. Su lema es el del Apóstol: “soy el último de todos” (1 Cr 15, 8), pero “todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

El magnánimo no se deja engañar de esa falsa humildad que, a pretexto de evitar el orgullo, teme empeñarse en acciones generosas o comprometerse en obras arduas y se echa atrás prefiriendo un pasar tranquilo y cómodo. “El amor perfectísimo –enseña Santo Tomás– emprende las cosas más difíciles”. Cuando se hace esto con recta intención, mirando sólo el beneplácito y gloria de Dios y sin apartarse de la línea de la obediencia, el peligro de orgullo no existe; en cambio, puede ser orgullo sutil el no querer exponerse por temor al fracaso. Los cristianos no buscan la grandeza propia, sino la de Dios, y si ven que Dios puede ser exaltado por la humillación de ellos, no la huyen. Con tal que el Señor sea servido, aceptan vivir “en la gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; como tristes, pero siempre alegres… como quienes nada tiene, aunque todo lo poseen” (2 Cr 6, 8-10).

¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama! ¡Oh, dichosa alma que ha llegado a alcanzar esta paz de su Dios, que esté señoreada sobre todos los trabajos y peligros del mundo, que ninguna teme, a cuento de servir a tan buen Esposo y Señor! (Santa Teresa de Jesús, Conceptos de amor de Dios, 3, 4).

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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