domingo, 2 de septiembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1805


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1805 ~ Domingo 2 de Setiembre de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Mes de la Biblia
   

Alabado sea Jesucristo…
Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús no tanto como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con audacia los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
Jesús cita a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: “Dejan en un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”.
Cuando nos aferramos ciegamente a “tradiciones humanas”, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, la Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras “tradiciones humanas”, por muy importantes que nos puedan parecer. No tenemos que olvidar nunca lo esencial.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres».
Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».
(Mc 7,1-8.14-15.21-23)

Comentario
Hoy, la Palabra del Señor nos ayuda a discernir que por encima de las costumbres humanas están los Mandamientos de Dios. De hecho, con el paso del tiempo, es fácil que distorsionemos los consejos evangélicos y, dándonos o no cuenta, substituimos los Mandamientos o bien los ahogamos con una exagerada meticulosidad: «Al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas...» (Mc 7,4). Es por esto que la gente sencilla, con un sentido común popular, no hicieron caso a los doctores de la Ley ni a los fariseos, que sobreponían especulaciones humanas a la Palabra de Dios. Jesús aplica la denuncia profética de Isaías contra los religiosamente hipócritas («Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»: [Mc 7,6].
En estos últimos años, Juan Pablo II, al pedir perdón en nombre de la Iglesia por todas las cosas negativas que sus hijos habían hecho a los largo de la historia, lo ha manifestado en el sentido de que «nos habíamos separado del Evangelio».
«Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre» (Mc 7,15), nos dice Jesús. Sólo lo que sale del corazón del hombre, desde la interioridad consciente de la persona humana, nos puede hacer malos. Esta malicia es la que daña a toda la Humanidad y a uno mismo. La religiosidad no consiste precisamente en lavarse las manos (¡recordemos a Pilatos que entrega a Jesucristo a la muerte!), sino mantener puro el corazón.
Dicho de una manera positiva, es lo que santa Teresa del Niño Jesús nos dice en sus Manuscritos biográficos: «Cuando contemplaba el cuerpo místico de Cristo (...) comprendí que la Iglesia tiene un corazón (...) encendido de amor». De un corazón que ama surgen las obras bien hechas que ayudan en concreto a quien lo necesita («Porque tuve hambre, y me disteis de comer...»: Mt 25,35).
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)


Santoral Católico:
San Antolín de Pamiers
Mártir


De acuerdo con la leyenda oriental, Antonino o Antolín era un tallador de piedra sirio que con un extraordinario desinterés reconvino a los idólatras de su ciudad natal por adorar imágenes de piedra. Después de aquel acto impetuoso, salió apresuradamente de la ciudad y se refugió en la celda de un ermitaño con el que vivió durante dos años.

Entonces decidió regresar a la ciudad y tuvo el desconsuelo de advertir que los habitantes aún rendían culto a los falsos dioses, por lo cual adoptó una actitud más enérgica todavía: entró a los templos y arrojó por tierra a los ídolos. Después, huyó más que de prisa de la ciudad y se refugió en Apamea. Allí, el obispo le dio instrucciones para que construyera una iglesia, a lo que accedió Antolín. Pero, apenas comenzada la obra, los paganos se enfurecieron a tal punto que, tras de organizar un tumulto para acabar con la construcción, asesinaron a Antolín, que ni siquiera trató de defenderse. El santo no tenía más de veinte años de edad.

Una tradición legendaria sobre sus reliquias se conserva en España. La misma narra que el rey don Sancho, hallándose de caza en la espesura de un bosque, en el lugar donde hoy se extiende la ciudad de Palencia, divisó un jabalí, que en su huida fue a refugiarse en una oquedad del terreno (la cripta de San Antolín, aún en pie hoy bajo la catedral gótica de la ciudad). Adentrándose el rey en la misma, se disponía a lanzar una flecha para matar al animal, cuando su brazo quedó paralizado, comprendiendo el rey que estaba en un lugar santo y que había sido castigado por cometer sacrilegio. El monarca hizo entonces un voto por el que si recuperaba de la repentina parálisis levantaría una catedral en el lugar. Al instante quedó curado. Agradecido el rey Sancho por el milagro, y halladas las reliquias del mártir que habían quedado abandonadas durante la invasión musulmana, se erigió el templo en cumplimiento de la promesa. Debido a esto la catedral palentina está dedicada a san Antolín.

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“La santidad es una semejanza particular a Cristo. Es una semejanza mediante el amor. Mediante el amor permanecemos en Cristo, como él mediante el amor permanece en el Padre. La santidad es la semejanza a Cristo que alcanza el misterio de su unión con el Padre en el Espíritu Santo: su unión con el Padre mediante el amor. Los caminos de la santidad son múltiples y se recorren a través de los pequeños acontecimientos concretos de cada día, procurando en cada situación un acto de amor”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
No aferrarse a tradiciones humanas


Encontramos a los fariseos que se quejan ante Jesús por el hecho de que algunos discípulos se ponían a comer sin lavarse las manos. Hoy también muchas madres les dicen a sus hijos pequeños que se laven las manos antes de ponerse a comer. No tiene que ver nada una cosa con la otra. Lo que muchas madres quieren para sus hijos es que tengan aseo e higiene. Pero los fariseos se lavaban las manos antes de comer, no por higiene sino porque creían que algunos alimentos estaban impuros, es decir contaminados, por el hecho de que habían sido vendidos o transportados por gente pecadora o por extranjeros, con quienes no podían tratar en asuntos de comida, ya que ellos, los fariseos, eran los únicos que se creían puros.

Así que para ellos el lavarse las manos indicaba un acto de soberbia y desprecio para muchas personas. Por eso no podía estar Jesús de acuerdo con esa conducta. Además aquellos fariseos pensaban que con limpiar bien los platos y las ollas, y sobre todo las manos, ya eran puros ellos. Jesús tampoco podía estar de acuerdo con esto, ya que para Jesús lo principal en nosotros es el corazón, lo interior de la persona. Los fariseos limpiaban el exterior, pero dejaban la suciedad del corazón. Lo peor es que estaban bien creídos que con cumplir esas leyes externas, que ellos mismos habían ido poniendo con el tiempo, ya estaban muy en paz con Dios. En realidad sólo buscaban el aplauso de la gente y no el aplauso de Dios, que es para quien cumple la justicia, la caridad y la misericordia, para quien pone su corazón en el amor de Dios.

Jesús les recordó lo que ya había dicho el profeta sobre el pueblo de Israel: sólo buscan el culto externo y este culto está vacío. Porque lo que Dios estima es la entrega interior de la persona para cumplir su voluntad. Hoy el salmo responsorial pregunta quién puede entrar en la casa de Dios. Se trata de entrar dignamente en la casa externa, pero sobre todo poder entrar con certeza en la casa definitiva del cielo. Irá respondiendo que es el que procede honradamente y practica la justicia, el que hace el bien constantemente. Todo esto cuesta, porque muchas veces es difícil controlar el corazón, si está dominado por la envidia, el orgullo o la lujuria. Para ello hace falta una continua lucha, realizar muchos actos buenos para que venga la virtud, que es una facilidad de hacer el bien. Ya lo expresaba san Pablo cuando decía: “queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega” (Rom 7,21). Por eso necesitamos la gracia de Dios. El mismo san Pablo decía poco después: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios por Jesucristo...” (Rom 7,24). Con la gracia de Dios, aunque uno esté rodeado de lodo, no se mancha el corazón, si se mantiene unido a Dios. Jesús les dice hoy a los fariseos que las cosas que nos vienen de fuera no manchan necesariamente el corazón. Lo que importa es lo que sale de dentro. Porque de dentro salen el odio y el egoísmo, o sale el amor y la misericordia.

Otra consideración podemos hacer sobre el evangelio de hoy. Los fariseos, por aferrarse a las tradiciones de sus mayores, descuidaban algunos preceptos más importantes de Dios, como era todo lo relativo al amor y la misericordia. Hoy también hay muchas personas que se aferran demasiado a tradiciones humanas. Se oye en alguna ocasión: “Esto hay que hacerlo así, porque siempre se ha hecho de este modo”. Es verdad que hay tradiciones muy buenas y dignas de ser mantenidas, porque nos ayudan a perseverar en la fe. Pero hay que tener en cuenta que por encima de las tradiciones están los mandamientos de Dios y el principal de Jesús, que es el amor. Entonces un cristiano tiene que tener como principal actitud la de cumplir el precepto de Jesús y el de mejorar, tendiendo a cumplir la voluntad de Dios. Por eso hay tradiciones, que han servido para un tiempo, que seguramente habrá que mejorar y cambiar en parte para acomodarse a los tiempos y para que todos podamos mejor cumplir lo principal. Ver cuál es lo mejor para la gloria de Dios, no para la nuestra.

P. Silverio Velasco


Nuevo video y artículo

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"Juan Pablo II inolvidable"
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Pensamientos sanadores


Pide el don del discernimiento

Hay situaciones de la vida que están agonizando y ya no vale la pena querer resucitarlas.
Otras, en cambio, merecen que pongamos de nuestra parte, todo el esfuerzo posible para que puedan ser revitalizadas y reciban nueva vida.
Lo fundamental en todo momento, es saber discernir para comprender la diferencia entre las unas y las otras.
De no ser así, estaríamos gastando inútilmente nuestras energías y poniendo nuestra atención y medios en algo que no lo merece, y restándole este caudal de vitalidad a aquello que sí lo necesita.
Pídele a Dios comprender la diferencia, mirar serena y objetivamente cada situación, sopesarla desapasionadamente y elegir de acuerdo con lo que sea la voluntad de Dios. De este modo, también el Señor te ayudará a hacer una correcta administración de tus tiempos y energías.

Examínenlo todo y quédense con lo bueno. 1 Tesalonicenses 5, 21.


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Días atrás habíamos pedido por el embarazo de mellizas de María Florencia, de Puerto Madryn, Argentina. Hoy debemos agradecer encarecidamente a Dios y María que ambas han nacido bien y que tanto su mamá como ellas se encuentran en plena salud, bajo su manto protector, disfrutando de la alegría de toda la familia. Damos gracias a Dios.


"Intimidad Divina"

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

El tema de la ley de Dios está tratado en la Liturgia de este domingo con singular riqueza. La primera lectura (Dt 4, 1-2, 6-8) presenta la fidelidad a la ley como condición esencial para la alianza con Dios y por ende como respuesta a ese su amor por el que se ha acercado tanto a su pueblo, que es accesible a todo el que le busca o invoca (ib 7). La segunda lectura (Sant 1, 17-18, 21b-22, 27) pone el acento en el aspecto interior de la ley, presentándola como “Palabra de la verdad” sembrada en el corazón del hombre para conducirlo a la salvación. La misma palabra divina que ha llamado al hombre a la existencia está impresa en su corazón como norma y guía de su vida. El hombre debe por eso estar interiormente a la escucha para percibirla y llevarla luego fielmente “a la práctica” (ib 22).

El Evangelio (Mc 7, 1-8a, 14-15, 21-23) corrobora y completa los conceptos expresados en las lecturas precedentes. Moisés había dicho: “no añadiréis nada ni quitaréis nada, al guardar los mandamientos del Señor vuestro Dios” (Dt 4, 2). Sin embargo un celo indiscreto había acumulado en torno a la ley muchísimas prescripciones minuciosas que hacían perder de vista los preceptos fundamentales, hasta el punto de que los contemporáneos de Jesús se escandalizaban porque sus discípulos descuidaban ciertos lavados de manos, “vasos, jarras y ollas” (Mc 7, 4). Jesús reacciona con energía frente a esa mentalidad formalista: “hipócritas…, dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (ib 6,8). Condena todo legalismo, pero requiere la observancia sincera de la ley que es una realidad más esencial e interior, porque “nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre” (ib 15). Es hipocresía lavarse escrupulosamente las manos o dar importancia a cualquier otra exterioridad, mientras el corazón está lleno de vicios.

Lo interior del hombre es lo que hay que purificar, porque de ahí “salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad” (ib 21-22). Sin purificación del corazón no hay observancia de la ley de Dios, porque ésta mira precisamente a librar al hombre de las pasiones y del vicio para hacerlo capaz de amar a Dios y al prójimo.

Danos, Señor hambre y sed de la divina Palabra, que ella es vida para las almas, luz para las mentes, soplo vivificador. Tú lo has proclamado: “Las palabras que os digo son espíritu y vida”. ¡Oh Biblia santa, oh libro divino! Se encuentran y se funden en ti sublimidad y santidad. Recorrer tus páginas es como pasar a través de las más bellas y seductoras armonías… Pero el punto central en el que sublimidad y santidad se encuentran y desbordan en su plenitud es el Nuevo Testamento, es tu Evangelio, oh Jesús. La sublimidad del Evangelio no es torrente que pasa e hincha con su voz potente los ecos de las montañas de donde se precipita, sino río tranquilo siempre abundante en sus aguas y siempre maravilloso en su majestad; no es estallido de rayo al que sigue la tormenta, sino el expandirse gradual y plácido de la luz serena, que avanza a su paso, hasta inundar la tierra y los cielos. (Juan XXIII, Breviario)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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