domingo, 9 de septiembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1812


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1812 ~ Domingo 9 de Setiembre de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Mes de la Biblia
   

Alabado sea Jesucristo…
El relato de la curación del sordomudo es una llamada a la apertura y la comunicación. Aquel hombre sordo y mudo, encerrado en sí mismo, incapaz de salir de su aislamiento, ha de dejar que Jesús trabaje sus oídos y su lengua. Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, Jesús suspira y grita al enfermo una sola palabra: "Effetá", es decir, "Ábrete". Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino a su corazón.
La palabra de Jesús resuena también hoy como un imperativo para cada uno de nosotros. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus Palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tanta gente que sufre sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
(Mc 7,31-37)

Comentario
Hoy, la liturgia nos lleva a la contemplación de la curación de un hombre «sordo que, además, hablaba con dificultad» (Mc 7,32). Como en muchas otras ocasiones (el ciego de Betsaida, el ciego de Jerusalén, etc.), el Señor acompaña el milagro con una serie de gestos externos. Los Padres de la Iglesia ven resaltada en este hecho la participación mediadora de la Humanidad de Cristo en sus milagros. Una mediación que se realiza en una doble dirección: por un lado, el “abajamiento” y la cercanía del Verbo encarnado hacia nosotros (el toque de sus dedos, la profundidad de su mirada, su voz dulce y próxima); por otro lado, el intento de despertar en el hombre la confianza, la fe y la conversión del corazón.
En efecto, las curaciones de los enfermos que Jesús realiza van más mucho allá que el mero paliar el dolor o devolver la salud. Se dirigen a conseguir en los que Él ama la ruptura con la ceguera, la sordera o la inmovilidad anquilosada del espíritu. Y, en último término, una verdadera comunión de fe y de amor.
Al mismo tiempo vemos cómo la reacción agradecida de los receptores del don divino es la de proclamar la misericordia de Dios: «Cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban» (Mc 7,36). Dan testimonio del don divino, experimentan con hondura su misericordia y se llenan de una profunda y genuina gratitud.
También para todos nosotros es de una importancia decisiva el sabernos y sentirnos amados por Dios, la certeza de ser objeto de su misericordia infinita. Éste es el gran motor de la generosidad y el amor que Él nos pide. Muchos son los caminos por los que este descubrimiento ha de realizarse en nosotros. A veces será la experiencia intensa y repentina del milagro y, más frecuentemente, el paulatino descubrimiento de que toda nuestra vida es un milagro de amor. En todo caso, es preciso que se den las condiciones de la conciencia de nuestra indigencia, una verdadera humildad y la capacidad de escuchar reflexivamente la voz de Dios.
Rev. D. Óscar MAIXÉ i Altés (Roma, Italia)


Santoral Católico:
San Pedro Claver
Presbítero Jesuita


Nació en Verdú, España, el 26 de Junio de 1580. Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia.

Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodríguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América.

Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610. Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616.

Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos. Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción.

Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias. Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano.

Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: "Ego Petrus Claver, etiopum semper servus" (yo Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre". Así fue. San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia. En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros. Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, él supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.

A pesar de su timidez la cual tuvo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que él era su defensor y padre.

Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas.

Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que apenas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros.

Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver. Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios.

Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a más de 300.000 negros.

En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo.

Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX. Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodríguez.

El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros.

El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz… El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia. Los hijos son fruto precioso del matrimonio”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Sordos y mudos espirituales


Jesús estaba fuera de los límites de Israel. Estaba en el extranjero, viniendo de Tiro y Sidón. Esto lo hacía alguna vez cuando necesitaba estar más a solas con los apóstoles. Sin embargo allí también es conocido y le llevan a un sordomudo para que le cure. En realidad la gran enfermedad era la sordera. Si no oía, tampoco podía hablar. Para los israelitas religiosos era una desgracia muy grande, porque al no oír, no podía tener conocimiento de la ley, y no podía cumplirla ni alabar a Dios.

Jesús siempre está abierto para el consuelo y dar remedio a las miserias humanas, a las que se inclina con su inmensa misericordia. Le dicen que le imponga las manos. Seguramente era el signo más frecuente de Jesús con los enfermos. Pero aquí usa unos signos más visibles. Dicen que los mudos son algo desconfiados con lo que vayan a hacerles y Jesús emplea signos que el mudo pueda ver, de modo que pueda entender la ayuda que Jesús quiere darle. Mete los dedos en sus oídos, toca la lengua con un poco de saliva, mira al cielo y suspira. Lo de la saliva era seguir una creencia popular de que tiene una virtud o fuerza especial. Mira al cielo dando a entender que se encomienda a su Padre Dios y suspira, como un acto de profunda emoción y cariño. Pronuncia entonces una palabra, que el evangelista conserva en su idioma original: “Effetá”, que lo traduce: “Abrete”. Es como si fuese un sacramento. En la Iglesia tenemos esos signos sensibles que nos dan la gracia o nos ayudan a acrecentarla. Los sacramentos tienen una materia, que puede ser agua, aceite, pan o vino; y luego unas palabras que indican lo que se realiza. Por ese signo sencillo Dios nos da su gracia o viene Jesús en persona a estar con nosotros. Maravillas del amor de Dios.

Este milagro del sordomudo tiene una repercusión muy grande entre nosotros. Porque hay muchas personas que son sordos y mudos espirituales. Dios nos habla de muchas maneras: por la Biblia, por la Iglesia, por los acontecimientos. Constantemente nos manda sus mensajes; pero muchas veces estamos sordos a su voz. Queremos sólo atender a lo que nos va bien; pero nos cerramos cuando nos toca algo contra nuestro egoísmo o el poder o el dinero y las comodidades. Ya dice el refrán que “no hay mayor sordo que el que no quiere oír”. Jesús curaba enfermedades corporales, aunque su deseo mayor era curar enfermedades espirituales. Pero para esto no basta con la voluntad de Dios, ya que respeta nuestra libertad. Por eso no pudo quitar la ceguera espiritual de tantos fariseos que estaban ciegos por sus intereses egoístas y sus ambiciones. Esto nos debe hacer hoy meditar en nuestra vida.

Nuestra vocación de cristianos es estar abiertos a la palabra de Dios y confesarla. Para proclamar las maravillas de Dios primero debemos abrir los oídos del cuerpo y del corazón para escuchar los mensajes de Jesús y meterlos en el alma. Después podremos explicarlo a otras personas, que no se han enterado de la Buena Nueva del amor de Dios. Lo normal es que quien deja que la palabra de Dios penetre dentro, que ha comprendido el sentido de las bienaventuranzas, de lo que es la verdad, la justicia, la paz y el amor, comience a explicarlo de alguna manera a otros; porque, como dijo Jesús: “de la abundancia del corazón habla la boca”.

También debemos tener abierto los oídos para escucharnos unos a otros. Muchas disensiones y hasta guerras se producen porque no hay diálogo. Cada uno habla según su egoísmo y, cuando el otro habla no se suele escuchar, sino más bien se piensa en lo que se va a decir para ir en contra. El amor es el que nos abrirá los oídos y el corazón para saber escuchar cuando hay que escuchar, callar cuando hay que callar y hablar cuando hay que hablar y de la manera en que sea oportuno hablar. Para ello debemos quitar los tapones que podemos tener en estos oídos espirituales, como son la soberbia, la vanidad, el egoísmo, la violencia, la avaricia, etc. Con la gracia de Dios podremos hacerlo. Pidámoselo con mucha fe al Señor.

P. Silverio Velasco (España)


Poesía

¡Danos oídos atentos y lenguas desatadas!
Que nadie deje de oír el clamor de los acallados,
ni se quede sin palabras ante tantos enmudecidos.

Tímpanos que se conmuevan para los que no oyen.
Palabras vivas para los que no hablan.
Micrófonos y altavoces sin trabas ni filtros
para pronunciar la vida, 
para escuchar la vida y acogerla.

¡Que los sordos oigan y los mudos hablen!

Para el grito y la plegaria,

para el canto y la alabanza.
para la música y el silencio,
para la brisa y el viento,
para escuchar y pronunciar tus palabras aquí y ahora.

Tú que haces oír a sordos y hablar a mudos...
¡Danos oídos atentos y lenguas desatadas!

Ulibarri Fl.


Nuevo video

Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.


Pensamientos sanadores


Entrega a Dios la tensión

En este momento, respira lenta y profundamente tomando conciencia de tu cuerpo y de cada una de sus partes. Siente la tensión que se ha acumulado en tu cuello y en tus hombros e imagina al Señor que se sienta frente a ti.
Él no quiere verte así de tenso, pues conoce tu cuerpo y sabe que tu organismo no fue creado para acumular tanta tensión y ansiedad.
Por eso, vuelve a respirar profundamente y entrégale el motivo de tu preocupación.
Quédate con él todo el tiempo que sea necesario, sintiendo su mirada comprensiva y entregándole toda la tensión y las situaciones que la generan.
Pídele finalmente la gracia de confiar más en él. Pídele que te ayude a entregarle el control, para que sea el Señor de esas personas y situaciones que han venido a tu pensamiento.
Repite a lo largo de la jornada, todas las veces que quieras, esta sencilla oración.

¡Quién me diera alas de paloma para volar y descansar! Salmo 55, 7.


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde Santa Fe, Argentina, se pidió hace unos días por la salud de Tomás Valentín, de 10 meses. Hoy agradecemos a Jesús por la gracia recibida. Ya está sano, en su casa con sus papis. Gracias a todas las personas unidas en oración. Que el Señor de la Vida los bendiga en abundancia.

Desde Chile, escribe Carolina V. para dar gracias a Dios por los 80 años que cumple en este día su mamá. Nos sumamos a la plegaria de acción de gracias.


"Intimidad Divina"

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

La Liturgia de hoy es toda ella un mensaje de esperanza en Dios Salvador. En un momento de desconcierto general por las tribulaciones del destierro, Isaías (primera lectura) exhorta a Israel a buscar sólo en Dios la salvación: “Mirad a vuestro Dios, que os salvará”. Parece como si el profeta viese ya la salvación presente; en realidad no la ve, pero cree y está seguro de que Dios intervendrá en favor de su pueblo. Isaías contempla la otra salvadora bajo dos aspectos: curaciones milagrosas que devolverán al hombre su integridad física… y transformación del desierto que se convertirá en un lugar delicioso abundante en agua. Todo ello simboliza la transformación profunda que operará Cristo en el hombre y en la misma creación, transformación que se completará al final de los tiempos cuando todo sea renovado perfectamente en él.

El Evangelio presenta la actuación de esas promesas mesiánicas. Las curaciones prodigiosas obradas por Jesús arrancan a la multitud este grito: “Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 37). Tales milagros atestiguan que las profecías no fueron palabras hueras, y al mismo tiempo son “signos” de una obra de salvación más profunda, que mira a renovar al hombre en lo más íntimo. Son “signos” del perdón del pecado, de la gracia, de la vida nueva comunicada por Cristo. En particular, la curación del sordomudo narrada por el Evangelio de hoy, ha sido tomada desde los primeros siglos de la Iglesia como símbolo del bautismo, en cuyo rito se repite el gesto de Jesús –el tocar los oídos y la boca–, mientras ora el celebrante: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar la Palabra y proclamar la fe” (Bautismo de los niños).

La segunda lectura (Sant 2, 1-5) se relaciona con las otras por cuanto propone al cristiano una línea de conducta semejante a la de Dios, que en su obra de salvación no hace distinción de personas, y si alguna preferencia tiene es para los humildes, pobres y necesitados. El Señor “hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan…” canta el salmo responsorial (Sl 143), reasumiendo el tema de Isaías y del Evangelio de hoy, e introduciendo el fragmento de Santiago.

Oh Dios, tuyo es el poder, tuyo el perdón, tuya la curación, tuya la liberalidad… Vuélvete a mí, que tiemblo de frío en la prisión sin fondo de mi fosa llena de fango, cargado de las cadenas de mis pecados… Oh Señor, tú que eres siempre bienhechor, luz en las tinieblas, tesoro de bendición, misericordioso, compasivo, amigo de los hombres… tú que haces posible con extrema facilidad lo que es imposible; fuego que devoras las malezas de los pecados, rayo que abrasas y atraviesas el universo en un gran misterio, acuérdate de mí en tu misericordia y no en tu justicia… Líbrame, pecador que soy del viento de mi turbación mortal, para que repose en mí, Señor omnipotente, tu espíritu de paz. (San Gregorio de Narek)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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