PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1772 ~ Martes
31 de Julio de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Hoy es un día especial para los que sentimos muy cercano
todo lo que sea jesuítico. Hoy el santoral de la Iglesia conmemora a San Ignacio de Loyola, fundador de la
Compañía de Jesús. Los primeros versos del Himno a San Ignacio dicen: “Fundador sois Ignacio, y general, de la
compañía real, que Jesús con su nombre distinguió; la legión del Loyola con
fiel corazón, sin temor enarbola la cruz por pendón…”
Los fines de la Compañía de Jesús son un servicio
permanente por el sostenimiento y difusión de la fe cristiana, la alabanza y
consecución de una vida espiritual en armonía con la vida cotidiana,
reconociendo al Creador en todo los creado, sometidos a la voluntad de la
Iglesia y de su máximo exponente: el Papa, para lo cual se preparan
intelectualmente a través de estudios teológicos, de idiomas y humanísticos en
general, con prácticas en distintos ámbitos comunitarios, y utilizando la
educación como un medio evangelizador, para lo cual fundaron establecimientos
educativos en todos los niveles.
“A mayor gloria de
Dios” es el lema de esta compañía (AMDG) siglas correspondientes a su
versión en latín “Ad maiorem Dei gloriam”, y el emblema de la orden fueron las
iniciales de “Jesús salvador de los hombres”, en latín: IHS (Iesus, Hominum
Salvator), que Ignacio de Loyola plasmó en su sello.
El autor de esta página, viejo alumno jesuítico en sus
años de la niñez, saluda con respeto y afecto este día tan especial para la
Compañía de Jesús.
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a
casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la
cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo
del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la
cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la
siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se
la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a
sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores
de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de
su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
(Mt 13,36-43)
Comentario
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la
Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El
bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los
otros, el que vemos que hay en el mundo.
«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus
discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de
nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. —Señor, le podemos
decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior.
Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a
través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un
apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle “explicaciones” a Dios. ¿Cómo
es mi oración? ¿Es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?
Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo,
nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y
casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no lo sabemos—
deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar
las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos
habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día,
sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo
que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir
pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!:
paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se
esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de
Toledo).
Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por
dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos
presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan
en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos
hacen más cristianos, más santos, más humanos.
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Rubí, Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Ignacio de Loyola
Fundador de la Compañía de
Jesús
Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola,
presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de
su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente,
se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus
primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de
Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias
obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556).
San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su
entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.
Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo
de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó
huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron
en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.
Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una
batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a
Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor.
Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo
para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de
caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros
que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés,
comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin
parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al
servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro
que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.
Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho:
la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación.
Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo
dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del
mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo
de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a
Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir
peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en
España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una
confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los
alrededores, orando.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus
primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro
sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual
y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico. Logró llegar a
Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio
cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.
Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces
por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la
prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y
santificarse.
A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió
estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para
poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus
compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En
esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por
lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida
apostólica, en una sencilla ceremonia.
San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de
conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de
vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y
regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se
encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al
Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban
decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo.
Paulo II convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le
pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás
compañeros trabajaban con ellos.
Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros,
resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en
1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el
que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría
sujeto al Papa.
La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en
contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante
Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para
la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la
congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando
colegios y universidades de muy alta calidad académica.
Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar
por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la
Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de
los jesuitas.
Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando
en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556.
Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por
Gregorio XV.
Fuente: Catholic.net
La frase de hoy
“Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo diste, a
Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme
vuestro amor y gracia que ésta me basta”
San Ignacio de Loyola
Palabras del Beato Juan Pablo
II
"Ignacio supo obedecer cuando, en pleno
restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en su
corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo..."
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
La Compañía de Jesús
La Compañía de Jesús (Societas Jesu o Societas Iesu, S.J.
o S.I.), comúnmente conocidos como Jesuitas, es una orden religiosa de la
Iglesia católica fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, junto con San
Francisco de Javier, el Beato Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón,
Nicolás de Bobadilla, Simón Rodrigues, Juan Coduri, Pascasio Broët y Claudio
Jayo, en la ciudad de Roma, siendo aprobada por el Papa Pablo III. Con cerca de
19.000 miembros, sacerdotes, estudiantes y hermanos, es la mayor orden
religiosa masculina católica hoy en día. Su actividad se extiende a los campos
educativo, social, intelectual, misionero y de medios de comunicación
católicos.
En septiembre de 1529, Ignacio de Loyola, un vasco que
combatió en las guerras contra el rey de la Navarra transpirenaica, defendiendo
la causa de Carlos I, había optado por dedicarse a «servir a las almas».
Decidido a estudiar para cumplir mejor su propósito, se incorpora al Colegio de
Santa Bárbara —dependiente de la Universidad de París— y comparte cuarto con el
saboyano Pedro Fabro y el navarro Francisco de Javier. Los tres se convirtieron
en amigos. Ignacio realizó entre sus condiscípulos una discreta actividad
espiritual, sobre todo dando Ejercicios espirituales, un método ascético
desarrollado por él mismo.
En 1533 llegaron a París Diego Laínez, Alfonso Salmerón,
Nicolás de Bobadilla y Simão Rodrigues, que se unieron al grupo de Ignacio. El
15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción de la Virgen, los siete se
dirigieron a la capilla de los Mártires, en la colina de Montmartre, donde
pronunciaron tres votos: pobreza, castidad y peregrinar a Jerusalén. Después de
los votos de Montmartre se incorporaron al núcleo inicial tres jóvenes
franceses, «reclutados» por Fabro: Claudio Jayo, Juan Coduri y Pascasio Broët.
Los diez se encontraron en Venecia y misionaron el norte de Italia a la espera
de embarcarse hacia Jerusalén. Al no poder viajar a Palestina debido a la
guerra entre Venecia y el Imperio Otomano, el grupo se dirigió a Roma. Allí,
tras una larga deliberación espiritual, decidieron fundar la Compañía de Jesús,
siendo ésta aprobada el 27 de septiembre de 1540, por el Papa Pablo III, quien
les reconoció como una nueva orden religiosa y firmó la bula de confirmación,
Regimini militantis ecclesiae.
A partir de la aprobación papal comenzó un proceso de
expansión numérica, de organización interna y de responder a las misiones
encomendadas: fundación de Colegios a petición de ciudades interesadas, reforma
de monasterios, participación en el Concilio de Trento, diálogo con los
protestantes, misiones diplomáticas, etc. Los primeros compañeros se
dispersaron: Rodríguez fue a Portugal, Javier a Oriente, Fabro recorrió Europa
predicando y dando los Ejercicios Espirituales... Entre 1540 y 1550 se unieron
a la Orden notables personajes para su posterior desarrollo: Jerónimo Nadal,
Francisco de Borja (Duque de Gandía y Virrey de Cataluña), Pedro Canisio,
notable teólogo (Doctor de la Iglesia), y Juan de Polanco, secretario de
Ignacio.
En 1556, cuando murió el fundador, eran 1.000 compañeros.
El segundo General fue Diego Laínez
Una de las ideas claves para explicar el ideario
ignaciano es su espiritualidad, entendida como una forma concreta de plasmar su
seguimiento de Cristo y que fue desarrollada por San Ignacio en el libro de los
Ejercicios espirituales y se plasma también a lo largo de las Constituciones de
la Compañía, de las cartas del Fundador y otros documentos de los primeros
jesuitas (Jerónimo Nadal, Luis González de Cámara, Pedro Fabro, Francisco
Xavier...). Se caracteriza, por el deseo expresado por San Ignacio de «buscar y
encontrar a Dios en todas las cosas». Esto significa que es una espiritualidad
vinculada a la vida, que invita a los que la siguen a levantar la mirada hacia
la globalidad, pero aterrizando en lo concreto y lo cercano.
Implica un gran dinamismo, ya que obliga a estar siempre
atentos a los nuevos retos y tratar de responder a ellos. Esto ha conducido a
los jesuitas a realizar su trabajo, en muchas ocasiones, en las llamadas
«fronteras», sean geográficas o culturales. Esta espiritualidad ha impregnado
no sólo el estilo de los jesuitas, si no también de otras Congregaciones
Religiosas y numerosos grupos de laicos.
El fomento y difusión de esta espiritualidad tiene su eje
central en lo que llamamos los Ejercicios Espirituales, que son un proceso de
experiencia de Dios para buscar, descubrir y seguir su voluntad.
Algunos conceptos centrales de su espiritualidad son:
• La Encarnación: Dios no es un ser lejano o pasivo, sino
que está actuando en el corazón de la realidad, en el mundo, aquí y ahora; eso
es lo que representa la Encarnación de Dios en un ser humano, Jesús de Nazaret.
La espiritualidad de Ignacio es activa; es un discernimiento continuo, un
conocimiento del Espíritu de Dios actuando en el mundo, en forma de amor y de
servicio.
• El «tanto cuanto»: El hombre puede utilizar todas las
cosas que hay en el mundo tanto cuanto le ayuden para su fin, y de la misma
manera apartarse de ellas en cuanto se lo impidan.
• La «indiferencia»: La necesidad de ser indiferentes a
las cosas del mundo, en el sentido de no condicionar a circunstancias
materiales la misión que el hombre tiene en su vida. Es una manera de enfocar
los esfuerzos en aquello que es considerado importante y trascendental,
distinguiéndolo de aquello que no lo es.
• El «magis»: Solamente desear y elegir lo que más nos
conduce al fin para el que hemos sido creados. Este 'más' (magis en latín) se
trata de realizar la misión de la mejor manera posible, exigiendo siempre más,
de manera apasionada.
La Compañía de Jesús está regida por el Padre General,
que goza de grandes atribuciones de acuerdo a su Instituto (él nombra a los
Provinciales y a los Superiores de algunas casas y obras muy importantes); su
cargo es vitalicio. Sin embargo, puede renunciar a su cargo, si una causa grave
lo inhabilita definitivamente para sus tareas de gobierno. En otros casos, como
enfermedad o edad avanzada, el General puede nombrar un Vicario Coadjutor.
Pero, por encima de él, la Congregación General, es el órgano supremo de
gobierno de la Compañía.
Al Prepósito General lo ayudan directamente en su tarea,
cuatro asistentes Generales (Asistentes ad Providentiam, elegidos por la CG),
que tienen por objetivo: atender a la salud y gobierno del General y vigilar su
capacidad de gobierno. Además, en la estructura de gobierno de la Compañía,
existen los Asistentes regionales, los Provinciales, los Superiores de Regiones
y los Superiores locales. Existen órganos de gobierno que se reúnen
periódicamente, como las Congregaciones Provinciales y la Congregación de
Procuradores.
El Padre General de la Compañía de Jesús es, desde el año
2008, el español Adolfo Nicolás, que sucedió al P. Peter-Hans Kolvenbach
(holandés) que estuvo 24 años al frente de la Compañía y que a su vez había
sucedido al legendario P. Pedro Arrupe.
Al superior de los Jesuitas es conocido como el 'Papa
negro', debido al gran poder que esta orden ha tenido siempre en la Iglesia
católica y a su hábito de color negro.
El conjunto de las normas y principios que guían la vida
de los jesuitas está recogido en las Constituciones, redactadas por Ignacio de
Loyola. Para facilitar el gobierno, la Orden está dividida en sectores
geográficos o lingüísticos llamados asistencias (actualmente son nueve) y,
dentro de cada una de ellas, en Provincias que suman un total de 64.
Santos de la Compañía de Jesús clic acá
Beatos de la Compañía de Jesús clic acá
Nuevo video
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Para verlo tienes que ir al final de la página.
Pensamientos sanadores
Pide al Señor, de todo corazón, anhelar la santidad
A lo largo de los siglos, han sido miles los hombres y
las mujeres que, como San Ignacio de Loyola, se decidieron a seguir las
inspiraciones de Dios y a cumplir su voluntad con amor y alegría.
Dios aceptó el deseo que seguramente su mismo Espíritu
había sembrado en ellos, y no dejó de ayudarlos para que esos deseos de
santidad se fuesen concretando.
Y tú, ¿tienes deseos de ser santo o santa?
La santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias,
sino en hacer las actividades cotidianas que el Señor te pide, poniendo en ello
los ingredientes de fe, esperanza, amor, perdón y buen humor.
Si tienes grandes deseos de santidad, no importa que
nunca te canonicen, lo importante es que le permitas a Jesús realizar en ti la
obra de la transformación, la cual no sólo será de bendición para ti, sino
también para toda la Iglesia y para el mundo entero.
(…) lo sirvamos en
santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. Lucas 1, 75.
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa
Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el
cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno,
así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu
Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las
familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones
sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración para que Dios bendiga a Evelyn (Paraná,
Argentina) que este jueves cumple 8 años, y junto a ella también rogamos al
Señor la bendición para toda su familia.
Pedimos oración por Melisa Beatriz, una bebe de 46 días
de vida, de Bahía Blanca, Argentina, que nació con el sindrome de Down y
necesita urgentemente aumentar de peso, para que puedan hacer una cirugía que
necesita su corazoncito por una cardiopatía congénita. La ponemos en manos de
la Virgen María para que ella maternalmente la proteja e interceda ante Jesús
para que Él permita que tenga una buena evolución.
Pedimos oración por Emigdio, que vive en Paraguay y que
ha intentado quitarse la vida. Que Dios Misericordioso fortalezca su corazón y
lo ilumine para que pueda encontrar en la vida la luz de Cristo y el camino
verdadero que lo saque de la situación difícil en que se encuentra.
Pedimos oración por Martín H., que es nieto de una
querida lectora y amiga, para que el Espíritu Santo le conceda sus dones y
pueda acceder a la escuela de medicina Mount Sinai, en USA, tal como es su
vocación y deseo.
Pedimos oración por la salud de Nicolás, de Uruguay, afectado
de un grave problema cerebral.
Pedimos una especial oración por Ivette D., que vive en
El Salvador, y mañana inicia un nuevo trabajo. Al mismo tiempo la familia
expresa su agradecimiento porque hace un tiempo se había pedido en esta página
para que ella consiguiera empleo.
Pedimos oración por León y Genaro, dos niños de Buenos
Aires, Argentina, que nacieron prematuros y se encuentran muy graves, rogando
al Señor que disponga lo que sea mejor para ellos de acuerdo a Su voluntad.
Pedimos oración por Orestes M. a quien hoy le hacen un
cateterismo, para que el resultado sea bueno y que el estudio sea un éxito.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros
hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo
ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible
dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no
publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la
solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y
enviarlos a pequesemillitas@gmail.com
y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan
sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos.
"Intimidad Divina"
El amor del Padre
Dios es amor en su vida íntima y precisamente por eso es
Trinidad: Es Padre que engendra al Hijo dándole toda su naturaleza y vida
divina, es Hijo que se devuelve totalmente al Padre, es Espíritu Santo que
procede del amor y del don recíproco del Padre y del Hijo. Dios es amor también
fuera de sí, en sus obras: es amor en la creación de todos los seres que llama
libremente a la vida y sobre todo en la creación del hombre al que plasma a su
imagen y semejanza. Pero Dios demuestra aún más su amor elevando al hombre del
estado de simple criatura al de hijo suyo: “Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn 3, 1). No se trata
de un apelativo honorífico o simbólico, de un “modo de hablar”, sino de una
realidad sublime, de un nuevo “modo de ser”, por el que el hombre es
profundamente transformado y hecho partícipe de la naturaleza y de la vida de
Dios, es decir, del ser de Dios que es amor. El hombre entra así a formar parte
de la familia de Dios: es amado por Dios su Padre y es capaz de amarlo a su vez
como hijo porque Dios ha infundido en él su amor.
“Dios es amor y quien permanece en amor permanece en Dios
y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Ahora bien, Dios ha derramado largamente su amor en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado; por
consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que
amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Mediante la caridad el
cristiano es llamado a “permanecer en Dios” y a entrar en el círculo del amor
eterno que une entre sí a las tres Personas de la Santísima Trinidad. Mediante
la caridad, el cristiano mora en Dios hasta el punto de quedar asociado al amor
del Padre para con el Hijo y del Hijo para con el Padre, amando al Padre y al
Hijo en el Espíritu Santo.
Y pues el amor divino no se queda cerrado en el seno de
la Trinidad, sino que de la Trinidad se derrama sobre los hombres, la caridad
imprime también al cristiano un impulso semejante, abriendo su corazón al amor
de todos los hermanos. Sólo mediante la caridad que lo hace partícipe del amor
de Dios, el cristiano se hace capaz, se torna capaz de “amar a Dios sobre todas
las cosas, y al prójimo por amor de Dios”. La caridad es completa solamente
cuando sube a Dios abarcando con, por él y en él todas sus criaturas. Uno es el
amor en Dios: en su vida íntima y en sus relaciones con los hombres; una e
indivisible es la caridad en el cristiano en su vuelo hacia Dios y en su
impulso hacia los hermanos. “Hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a
Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 21).
Gracias, gracias a
ti, Padre eterno, que no me has despreciado a mí, que soy tu hechura, ni has
apartado tus ojos de mí, ni menospreciaste mis deseos… Por todos estos y otros
infinitos males y pecados que hay en mí, tu Sabiduría, tu Bondad, tu Clemencia y
tu Bien infinito no me ha despreciado, sino que me ha dado luz en tu luz. En la
Sabiduría he conocido la verdad, en tu Clemencia he encontrado la caridad y
amor del prójimo. ¿Quién te ha obligado a ello? No mis virtudes, sino sólo tu
caridad… Haz que mi memoria sea capaz de retener tus beneficios y arda la
voluntad en el fuego de tu caridad… Confieso y no lo niego que tú amaste antes
que yo fuese y que me amas inefablemente, como loco enamorado de la criatura.
(Santa Catalina de Siena, Diálogo 167)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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