lunes, 24 de febrero de 2014

Pequeñas Semillitas 2288

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 9 - Número 2288 ~ Lunes 24 de Febrero de 2014
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
"El que las hace, las paga". ¿Hemos escuchado alguna vez esta expresión? ¿Es lo que sentimos cuando alguno nos ofende, nos perjudica?
Esta manera de pensar y de vivir nos envenena por dentro, destruye nuestra paz y la de quienes nos rodean. El resentimiento, el rencor y el odio, al que más perjudica es a quien lo siente, mientras el otro sigue en "la suya".
Jesús quiere salvarnos de esta destrucción que nos fabricamos. Nos invita a liberarnos por medio del perdón y de la misericordia hacia aquellos que nos han defraudado, ofendido o perjudicado. En la lógica de Jesús, el mal se vence con el bien. "Devolver mal por mal, sólo consigue multiplicar el mal" (Gandhi).
Los seguidores de Cristo debemos aspirar a ser perfectos como perfecto es el Padre que está en el Cielo. Dios conoce nuestra poca fuerza. Por eso, su gracia, la fuerza del Espíritu Santo, sostiene nuestra fragilidad para que alcancemos la paz. ("El Domingo")

¡Buenos días!

Rompe el círculo del odio

La ira es fuente de males casi siempre más graves que aquellos que la causan. En los momentos críticos aprende a conservar la calma, de modo que tus decisiones sean justas y sabias. En lugar de exasperarte y dejarte dominar por la ira, cállate, porque el silencio aquieta. Respira profundamente y repite pensamientos positivos.      

Un destacado señor se enfadó y gritó al director de la empresa. Cuando éste llegó a su casa, gritó a su esposa, retándola porque el almuerzo era muy abundante. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. Ésta dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que le cerraba el paso. Ésta fue al hospital para ponerse la vacuna. Allí gritó al joven médico, porque le dolió la incisión que le hizo. El médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su gusto. Su madre, tolerante, acarició con dulzura sus cabellos, diciéndole: "Hijo querido, mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas un buen sueño. Voy a ponerte unas sábanas limpias y perfumadas. Mañana te sentirás mejor". En ese momento, se rompió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor.

Es imposible que en el curso de todo un día no nos sobrevenga algún que otro contratiempo: pequeños accidentes o dificultades que nos apenan y mortifican. ¿No es esto un obstáculo permanente para la felicidad? No, si aprendes a conservar la paz y la  alegría cuando sobrevienen estas contrariedades. Aquí entra en juego la virtud de la paciencia.
Padre Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido».
Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».
Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración». (Mc 9,14-29)

Comentario
Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.
Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).
¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!
«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).
La oración es el diálogo “intimista” con Dios. Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.
Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Modesto de Tréveris
Obispo
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Fuente: Catholic.net    

La frase de hoy

"Desde que me dediqué a pensar y meditar
en la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo,
ya los dolores y sufrimientos
no me desaniman sino que me consuelan"
Santa Clara de Asís

Tema del día:
La fe en la Iglesia
1) Para saber

Si nos preguntáramos cómo hemos adquirido la fe, tendríamos que remontarnos a nuestros orígenes. Muchas veces primero escuchamos a nuestra madre o nuestro padre, o a un miembro de la Iglesia, y le creímos. Dios se valió de un miembro de la Iglesia para hacernos llegar la fe. Por eso el Papa Francisco señala en su encíclica un aspecto esencial de la fe: “La fe tiene una configuración necesariamente eclesial” (Luz de la fe, n. 22). Se cree a la Iglesia, en la Iglesia y dentro de la Iglesia.

El fiel escucha la fe en la Iglesia y da su respuesta. Todos en la Iglesia Católica, en cuanto católicos, creemos lo mismo. Un momento en donde se confiesa esa fe es en la Santa Misa. Y más en concreto, durante el rezo del “Credo”, cuando todos juntos manifestamos aquello en que creemos. La fe no es algo privado, subjetivo, ni tampoco cada quien cree lo que le parece. No. Creemos lo que nos ha sido transmitido y, esencialmente, el mensaje de Jesucristo.

2) Para pensar

Durante la persecución contra los cristianos en tiempos del emperador Galerio, un hombre llamado Romano fue martirizado con crueles tormentos, pero no dejó de profesar su fe en Cristo. Al fin, dirigiéndose al juez lo retó: “Mira, si no quieres creerme a mí, escucha a este niño que no sabe ni mentir ni sabe hablar”.

En efecto, estaba allí una cristiana que tenía su hijo pequeño en brazos. Y el niño, ante el asombro de todos los presentes, no esperó a que lo interrogaran, y dijo en voz alta: “¡Jesucristo es el Dios verdadero!”

Todos los presentes enmudecieron. Y el juez, lleno de ira, le preguntó al niño: “A ti, ¿quién te lo ha dicho?”

El niño respondió: “A mí me lo ha dicho mi madre, y a mi madre se lo ha dicho Dios”.

Fue una respuesta excelente para quien nos interroga sobre nuestra fe: creo cuanto cree la Iglesia, mi Madre, a quien Dios le ha entregado la Revelación.

3) Para vivir

San Pablo señala que todos formamos un solo cuerpo en Cristo, por ello todos estamos unidos en Cristo. A la Iglesia suele denominarse el Cuerpo místico de Cristo. Pero el que seamos cuerpo no significa que cada uno se reduzca a ser un simple parte del todo, sino que se subraya más bien la unión vital que tiene Cristo con cada uno de los creyentes y de todos los creyentes entre sí.

La fe a veces se nos pone a prueba, y es el momento de conservarla y defenderla. Había una mujer de Estados Unidos, llamada Onalee, que tras muchas peripecias decidió incorporarse a la Iglesia Católica. Pero sucedió que cuando acudió a un sacerdote para que la instruyera, resultó que aquel hombre ya había pedido un permiso para abandonar el sacerdocio. Y de igual manera sucedió en otra ocasión.

Entonces, desconcertada, habló con una amiga católica y le transmitió su temor ante la Iglesia que se estaba hundiendo. Su amiga le contestó que la barca de Pedro no se estaba hundiendo, sino que estaba sufriendo. Y añadió unas palabras que nunca se le borraron a Onalee: “Tu sitio está al pie de la Cruz, con la Virgen, nuestra Señora, y con San Juan”.

Onalee escribiría luego su reacción: “Yo solo la miré y le dije tienes razón”.

Nuestra fe no depende del comportamiento de los demás, sino es nuestra respuesta a Dios que nos habla al corazón.
Pbro. José Martínez Colín

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por Miguel G., de Pergamino, Buenos Aires, Argentina, que ha sufrido un accidente cerebro vascular y además le han colocado un marcapasos, por lo que rogamos a la Virgen de Luján (patrona de Argentina) que interceda por él ante Jesús por su salud física y espiritual.

Seguimos rezando por el niño cubano Eric Daniel, que se está recuperando de la grave situación médica que atravesó, pero todavía no termina de alcanzar su plena salud. Que el Señor Jesús lo sigua protegiendo y lo lleve de la mano hasta su total curación.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Un estímulo todos los días
Febrero 24
Dios nos ha dado muchas capacidades. Todos podemos hacer algo por este mundo y por los demás. Todos tenemos algún don para dejar esta tierra mejor que como la hemos recibido.
El trabajo es sumamente importante. En todo empleo o tarea estamos llamados a desarrollar las capacidades y la creatividad que hemos recibido de Dios. Pero a veces sufrimos en nuestro trabajo por distintas razones: porque el lugar donde trabajamos es muy agresivo, porque hay competencias, o porque los demás no saben reconocer y agradecer lo que hacemos. Por eso nuestro trabajo puede quitarnos la paz.
Para alcanzar la paz en medio de nuestras tareas, es bueno ofrecerle a Dios con amor nuestros esfuerzos, dificultades y cansancios, para que no nos perturben tanto las incomodidades.
Pero también es importante que no trabajemos para obtener premios o elogios, y que tratemos de hacerlo con otras intenciones: para buscar la felicidad de los demás o para mejorar el lugar donde vivimos, por ejemplo. O simplemente para la gloria de Dios, para regalárselo al Señor con gratitud y cariño. Entonces, trataremos de hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible, sólo porque queremos depositarlo en el corazón del Señor, como una ofrenda de nuestro corazón.
Así podremos trabajar en paz, sin estar tan preocupados por la opinión de los demás y por nuestra imagen ante la sociedad.
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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