PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2273 ~ Domingo
9 de Febrero de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
En el Evangelio de hoy, con dos sencillas comparaciones,
el Señor Jesús nos habla de una doble responsabilidad en la misión de anunciar
la buena nueva al mundo entero: la primera es la de "no
desvirtuarnos", cuidar de no perder la fuerza y la capacidad de "salar";
la segunda es la de "hacer brillar nuestra luz delante de los
hombres".
Nuestra presencia en medio del mundo -enseña el Señor- ha
de ser como la de una ciudad puesta en lo alto de un monte: no puede ocultarse,
es visible para todos. Esforzándonos por llevar día a día una vida cristiana
coherente y luminosa, estamos llamados a ser un importante punto de referencia
para la vida de muchos que, viendo nuestras buenas obras, darán gloria a
nuestro Padre que está en el cielo.
¿Cómo iluminaremos a los demás si no es con nuestras
buenas obras, es decir, con obras que reflejen lo que somos y anunciamos? ¿De
qué sirve que alguno de nosotros hable con mucha elocuencia si sus palabras no
van precedidas y acompañadas por el "sabor" y fuerza que da a las
palabras el testimonio de una vida cristiana coherente, nutrida de caridad?
No olvidemos que nuestra primera responsabilidad es la de
ser santos desplegando los que somos por Don de Dios, y es que «la santidad es
la verdadera fuerza capaz de transformar el mundo». De este modo, abriéndonos y
cooperando intensamente con el dinamismo transformante de la gracia derramada
continuamente en nuestros corazones, el Señor Jesús nos llama a ser hoy sal y
luz para el mundo entero. (Camino hacia Dios)
¡Buenos días!
Irradiar la propia luz
“Si puedes ser una estrella en el cielo, sé
una estrella en el cielo. Si no puedes ser una estrella en el cielo, sé una
hoguera en la montaña. Si no puedes ser una hoguera en la montaña, sé una
lámpara en tu casa”. El Señor te ha regalado la luz de la fe para iluminar a tu
alrededor, con el ejemplo y con la palabra. La Reina de la Paz te anima a
irradiar tu amor y tu fe con decisión.
“¡Queridos hijos! En sus vidas, todos ustedes
han experimentado momentos de luz y de tinieblas. Dios concede a cada hombre
reconocer el bien y el mal. Yo los invito a llevar la luz a todos los hombres
que viven en tinieblas. Cada día llegan a sus casas personas que están en
tinieblas. Queridos hijos, dénles ustedes la luz. ¡Gracias por haber respondido
a mi llamado!”
Cuando das un
buen ejemplo o dices una buena palabra, algo comienza a pasar. Es como tirar
una piedra en un lago tranquilo. Pequeñas ondas van generando círculos
concéntricos hasta morir en las playas. Conviene que lo pienses para animarte a
irradiar tu propia luz. Tendrás el mérito de haber alentado a otros por el
camino correcto.
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya
no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la
cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del
celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la
casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». (Mt 5,13-16)
Comentario
Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser
testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente,
contradictorias: como la sal y como la luz.
La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear.
Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no
paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la
serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas
radiaciones”.
La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve
de lejos”: Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos
importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están
“encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte»
o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).
Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue
“sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga,
mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos
momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo
la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de
juego.
A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una
manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires
son grandes lumbreras. Y hoy, según qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya
es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque
sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.
Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos
ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro
obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente
glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).
Rev. D. Josep FONT i Gallart (Tremp, Lleida, España)
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“Queridos jóvenes: Así como la sal da sabor a la comida y
la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la
vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también
entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han
hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose
en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Salir a las periferias
Jesús da a conocer con dos imágenes audaces y
sorprendentes lo que piensa y espera de sus seguidores. No han de vivir
pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio o su poder. Aunque son
un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han de ser la “sal” que
necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
“Vosotros sois la sal de la tierra”.
Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de Jesús.
Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y
para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los discípulos
de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la
corrupción.
“Vosotros sois la luz del mundo”.
Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni
disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden
aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último
de la existencia y caminar con esperanza.
Las dos metáforas coinciden en algo muy importante. Si
permanece aislada en un recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando
entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la comida, puede dar
sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada y
oculta, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas
puede iluminar y orientar. Una Iglesia aislada del mundo no puede ser ni sal ni
luz.
El Papa Francisco ha visto que la Iglesia vive hoy
encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado alejada de los
problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle
la luz genuina del Evangelio. Su reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.
El Papa insiste una y otra vez: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las
propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que
termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
La llamada de Francisco está dirigida a todos los
cristianos: “No podemos quedarnos
tranquilos en espera pasiva en nuestros templos. El Evangelios nos invita
siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa
quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad
de curar heridas y dar calor a los corazones”.
José Antonio Pagola
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Un estímulo todos los días
Febrero 9
“Gracias Dios mío, porque me regalas a los hermanos;
gracias porque puedo caminar con ellos. Gracias también por todos los desafíos
del amor fraterno, que me ayudan a crecer y a madurar. Gracias por la preciosa
aventura de la vida compartida. Jesús siempre viviste en comunidad y mandaste a
tus discípulos de dos en dos. Antes de morir le rogaste al Padre que seamos una
sola cosa.
Cada día me llamas a la fraternidad. Tómame con tu
presencia y tu amor para que pueda estrechar lazos de afecto y sembrar unidad a
mi alrededor. No quiero alimentar la división y el rencor con mis
conversaciones y actitudes. Prefiero ser tu instrumento para construir un mundo
de amor, de fraternidad, de servicio y de paz.
Dame los gestos oportunos para ayudar a sanar las heridas
que nos causamos unos a otros. Enséñame a dialogar, a fomentar el encuentro y
los momentos compartidos, porque ése es el camino que me señalaste. Gracias
Jesús, por el camino del amor. Amén”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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