miércoles, 24 de enero de 2018

Pequeñas Semillitas 3572

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 13 - Número 3572 ~ Miércoles 24 de Enero de 2018
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Iniciamos esta edición con una breve reflexión de Mery Bracho:
Este buen día es para los que no se rinden, para los valientes y esforzados, para los que aman y se dejan amar, para los que construyen un país, una familia, para los que edifican  en su propia vida valores que no se deshacen  con el tiempo ni con las circunstancias.
Pon tu mejor esfuerzo en ser valiente  y no temerle a los desafíos que la vida te pueda traer, todo es para tu bien, mejorarás y Dios te bendecirá si actúas con valor.
Feliz día... Bendiciones.

¡Buenos días!

San Francisco de Sales
San Francisco de Sales fue el santo de la bondad y la mansedumbre. En la base de estas dos virtudes hay siempre una inquebrantable paciencia, que preserva la serenidad y paz del corazón. Hoy te ofrezco una sabia reflexión de este santo que fue también un apreciado director espiritual. Es un fragmento de una carta a una persona acompañada por él.

Sé paciente con todos, pero sobre todo contigo mismo. Quiero decir que no te desalientes con tus imperfecciones, sino levántate siempre con nuevo valor. Me alegro de que siempre comiences de nuevo cada día, no hay mejor medio de alcanzar la vida espiritual que el comenzar constantemente y no pensar nunca que ya se hizo bastante. ¿Cómo seremos pacientes con las faltas del prójimo, si somos impacientes con las nuestras? Toda corrección fructífera procede de una mente serena y tranquila.

Dile, pues, hoy al Señor: “Ayúdame a luchar con paz y gozo, caminando firme, sereno sin prisas. Quiero trabajar bajo tu luz, sabiendo que comprendes mis errores y que siempre puedo empezar de nuevo. Porque tú tienes confianza en mí, me esperas, y deseas que viva sanamente”. Que siempre estés dispuesto a comenzar de nuevo.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento». (Mc 4,1-20)

Comentario:
Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.
El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.
En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.
Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).
Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Francisco de Sales
Obispo y Doctor de la Iglesia
Hijo del marqués de Sales, nació en el castillo de Thorens (Saboya, Francia) el año 1566. Recibió una educación esmerada y se doctoró "in utroque iure" en Padua. Ordenado de sacerdote, trabajó intensamente por la renovación de la fe católica en su patria. Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con el clero y los fieles, tratando a todos con su proverbial dulzura, instruyéndolos en la fe con su palabra y sus escritos. Recondujo a la comunión católica a muchos, calvinistas y otros, que se habían separado de ella. En sus obras ascético-místicas propone una santidad fundada por entero en el amor de Dios, y accesible a todas las condiciones sociales. Fundó con santa Juana de Chantal la Orden de la Visitación. Murió en Lyón el 28 de diciembre de 1622, y el 24 de enero siguiente fue definitivamente sepultado en Annecy (Saboya).
Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano - Aciprensa    

Pensamientos de
San Francisco de Sales
“Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando.”

“Antes de juzgar al prójimo, pongámosle a él en nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y a buen seguro que será entonces nuestro juicio recto y caritativo”

“No mantengas amistad alguna más que con aquellos que puedan compartir contigo cosas virtuosas; cuanto más excelsas sean las virtudes que cultivéis más perfecta será vuestra amistad”

 “Esta vida es breve, la recompensa por lo que aquí hagamos será eterna. Practiquemos el bien, unámonos a la voluntad de Dios. Que sea ella la estrella que guíe nuestros ojos en esta travesía. Es la manera cierta de que lleguemos con bien”

“Estamos en el buen camino. No miréis ni a derecha ni a izquierda, porque éste es el mejor para nosotros. No nos distraigamos en considerar la hermosura de otras vías, saludemos simplemente a quienes transitan por ellas y digámosles con sencillez: que Dios nos guíe hasta encontrarnos en su morada”

Tema del día:
¿Vivo quejándome?
1)  Para saber
Seguramente nos habremos encontrado con alguien que suele ser muy negativo. O incluso nosotros mismos a veces también tenemos una actitud quejumbrosa. Lo peor es que además de perder la alegría, también se la podemos quitar a los demás. La causa puede ser que guardamos algunos rencores. El Papa Francisco recientemente dio unos consejos para remediar esa actitud de ser “maestros de lo negativo”.

En primer lugar, recordó el Papa, no hay que olvidar que Dios promete su consuelo. El problema viene cuando no queremos ser consolados: “Tantas veces el consuelo del Señor nos parece una maravilla. Pero no es fácil dejarse consolar; es más fácil consolar a los otros que dejarse consolar. Porque, muchas veces, nosotros estamos pegados a lo negativo, apegados a la herida del pecado dentro de nosotros, y, muchas veces tenemos la preferencia de permanecer ahí, solos. Pero Jesús nos dice lo que ordenó al paralitico que estaba en su camilla sin poderse levantar: ‘¡Levántate!’, es la palabra de Jesús. Siempre: ‘¡Levántate!’”.

El Papa recordó que Santa Teresa de Jesús temía de quienes se quejan por todo y decía: “Ay de la hermana que dice: ‘me han hecho una injusticia’; ‘me han hecho algo que no es razonable’ ”. También mencionó al profeta Jonás como “premio Nobel del quejarse”.

2)  Para pensar
El Papa contó que conoció a una persona que se quejaba por todo, “tenía el don de encontrar la mosca en la leche”. Y aunque era una buena persona, e incluso daba muy buenos consejos, se lamentaba siempre. Sus conocidos se imaginaban cómo sería cuando se muriera y llegara al Cielo. Decían: “Lo primero que hará en el Cielo, en vez de gozarse de estar ahí y de saludar a san Pedro, le preguntará: ‘¿Y dónde está el infierno?’, pues siempre busca lo negativo. Y cuando San Pedro le haga ver el infierno, seguramente tampoco estaría de acuerdo con los castigos que ahí habrá. Una vez visto volvería a preguntar: ‘¿Y cuántos condenados hay en él?’. Le respondería san Pedro: ‘Solo uno’. Y volvería a verlo mal: ‘Ah, que desastre de redención’, diría él.

No podemos ser así. Por ello, ante la amargura, el rencor y los lamentos, la palabra de la Iglesia de hoy es: “¡Ánimo!, ¡ánimo!, recuerda que Dios viene a salvarte, déjate consolar por el Señor. Y no es fácil porque para dejarse consolar por el Señor uno necesita desnudarse de sus propios egoísmos, de esas cosas que son nuestro tesoro: la amargura, el lamentarse, u otras muchas cosas”, aseguró el Papa.

3)  Para vivir
Así, es necesario dejarse ayudar y cortar la “raíz amarga” que lleva a quejarse y a preferir el rencor. En el lamentarse hay algo de contradictorio, pues quejándose de algún mal, lejos de remediarlo, se aumenta con la queja.

Concluyó el Santo Padre con una invitación: “Nos hará bien a cada uno de nosotros, hacer un examen de conciencia: ¿Cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura? ¿Tengo alguna tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabar a Dios, de belleza o de lamentarme siempre? Pidamos al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje viene Él a consolarnos, y pidamos: ‘Señor, ven a consolarnos’”.
© Pbro. José Martínez Colín

Nuevo vídeo

Hay un nuevo vídeo subido al blog
de "Pequeñas Semillitas" en internet
sobre SAN FRANCISCO DE SALES.
Para verlo tienes que ir al final de esta página

Meditaciones
Ser respetuoso de la diferencia es una de las actitudes fundamentales para tener unas relaciones interpersonales funcionales y satisfactorias. No somos idénticos, no tenemos las mismas características físicas ni las mismas expresiones culturales ni emocionales. Y eso no lo podemos negar ni soslayar. Respetar la diferencia supone encontrar en el otro todas las riquezas que su forma diferente de ser y de estar tiene y que nos agrega mucho valor. Respetar la diferencia supone apertura para descubrir las características nuevas que tienen los otros y hacerlo sin creer que son un atentado a nuestras propias maneras. Respetar la diferencia supone expresar con tranquilidad y altura nuestras posiciones y visiones del mundo como un aporte a la diversidad y a las otras personas en particular. Respetar la diferencia es renunciar a cualquier intención de forzar a los otros a ser como nosotros queremos que sean. Respetar la diferencia es entender que Dios nos ha creado y que amarlo y creer en Él es relacionarse con los demás sin ningún prejuicio y con tranquilidad, que Dios no se equivoca. Sé que estamos acostumbrados a creer que todos somos iguales y que tenemos que sentir y pensar de la misma manera. Pero ser cristiano implica abrirnos a la singularidad del otro y amar con total tranquilidad. Esfuérzate en vivir a la manera de Jesús que no tuvo miedo de relacionarse con los publicanos, leprosos, prostitutas, samaritanos y todos aquellos que en ese momento eran vistos como “diferentes”.
P. Alberto José Linero

Los cinco minutos del Espíritu Santo
Enero 24
En lo más íntimo de nuestro ser, en la raíz de nuestra existencia, sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir vivos. Sólo él puede hacer que dejemos de sobrevivir o de soportar la vida, y que realmente vivamos, que experimentemos en todo nuestro ser los efectos de la gloriosa resurrección de Jesús, algo de esa deslumbrante intensidad de la vida divina.
La Palabra de Dios tiene una promesa de vida, no sólo de vida eterna, sino de vitalidad en esta tierra, de manera que si poco a poco dejamos que el Espíritu Santo invada nuestro ser, iremos experimentando que cada vez estamos más vivos. Veamos lo que nos asegura la Palabra de Dios y creamos en estas promesas:
"El hombre de Dios florece como una palmera, crece como un cedro del Líbano... En la vejez sigue dando fruto, se mantiene fresco y lleno de vida" (Salmo 92,13.15).
"Bendito el que confía en el Señor, porque él no defraudará su confianza. Es como un árbol plantado a las orillas del agua... No temerá cuando llegue el calor, y su follaje estará frondoso. En año de sequía no se inquieta, y no deja de dar fruto" (Jeremías 17,7-8).
Notemos que esta promesa de vida incluye también el gozo de dar frutos, de ser útiles, de producir algo para el bien de los demás; porque nadie se siente vivo si no se siente también fecundo: en el servicio, en la paternidad espiritual, en el arte, en el trabajo, etc.
Pidamos al Espíritu Santo esa agradable fecundidad.
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por participar comentando! Por favor, no te olvides de incluir tu nombre y ciudad de residencia al finalizar tu comentario dentro del cuadro donde escribes.