PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
13 - Número 3572 ~ Miércoles 24 de Enero de 2018
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Iniciamos
esta edición con una breve reflexión de Mery Bracho:
Este
buen día es para los que no se rinden, para los valientes y esforzados, para
los que aman y se dejan amar, para los que construyen un país, una familia,
para los que edifican en su propia vida
valores que no se deshacen con el tiempo
ni con las circunstancias.
Pon
tu mejor esfuerzo en ser valiente y no
temerle a los desafíos que la vida te pueda traer, todo es para tu bien,
mejorarás y Dios te bendecirá si actúas con valor.
Feliz
día... Bendiciones.
¡Buenos días!
San Francisco de Sales
San
Francisco de Sales fue el santo de la bondad y la mansedumbre. En la base de
estas dos virtudes hay siempre una inquebrantable paciencia, que preserva la
serenidad y paz del corazón. Hoy te ofrezco una sabia reflexión de este santo
que fue también un apreciado director espiritual. Es un fragmento de una carta
a una persona acompañada por él.
Sé paciente con todos, pero sobre todo contigo mismo.
Quiero decir que no te desalientes con tus imperfecciones, sino levántate
siempre con nuevo valor. Me alegro de que siempre comiences de nuevo cada día,
no hay mejor medio de alcanzar la vida espiritual que el comenzar
constantemente y no pensar nunca que ya se hizo bastante. ¿Cómo seremos
pacientes con las faltas del prójimo, si somos impacientes con las nuestras?
Toda corrección fructífera procede de una mente serena y tranquila.
Dile,
pues, hoy al Señor: “Ayúdame a luchar con paz y gozo, caminando firme, sereno
sin prisas. Quiero trabajar bajo tu luz, sabiendo que comprendes mis errores y
que siempre puedo empezar de nuevo. Porque tú tienes confianza en mí, me
esperas, y deseas que viva sanamente”. Que siempre estés dispuesto a comenzar
de nuevo.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En
aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió
tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó;
toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas
por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió
un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo
del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno
pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura
de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó.
Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio
fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose,
dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía:
«Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando
quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las
parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del
Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas,
para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea
que se conviertan y se les perdone».
Y
les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas
las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del
camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene
Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados
en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con
alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en
cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra,
sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que
han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las
riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin
fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la
acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento». (Mc 4,1-20)
Comentario:
Hoy
escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es
totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es
una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus
ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha
otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús.
Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas”
cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos
envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se
ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.
El
mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos
medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer.
Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar.
También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!—
recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas
que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.
En
todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo
nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar,
es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene
en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de
Satanás.
Segundo,
la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y
amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San
Josemaría).
Finalmente,
el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el
camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del
Vallès, Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Francisco de Sales
Obispo y Doctor de la Iglesia
Hijo
del marqués de Sales, nació en el castillo de Thorens (Saboya, Francia) el año
1566. Recibió una educación esmerada y se doctoró "in utroque iure" en Padua. Ordenado de sacerdote,
trabajó intensamente por la renovación de la fe católica en su patria. Nombrado
obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con el clero y los
fieles, tratando a todos con su proverbial dulzura, instruyéndolos en la fe con
su palabra y sus escritos. Recondujo a la comunión católica a muchos,
calvinistas y otros, que se habían separado de ella. En sus obras
ascético-místicas propone una santidad fundada por entero en el amor de Dios, y
accesible a todas las condiciones sociales. Fundó con santa Juana de Chantal la
Orden de la Visitación. Murió en Lyón el 28 de diciembre de 1622, y el 24 de
enero siguiente fue definitivamente sepultado en Annecy (Saboya).
Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que el
santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la
salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de
tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
© Directorio Franciscano - Aciprensa
Pensamientos de
San Francisco de Sales
“Se aprende a hablar, hablando. A estudiar,
estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando.”
“Antes de juzgar al prójimo, pongámosle a él en
nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y a buen seguro que será entonces nuestro
juicio recto y caritativo”
“No mantengas amistad alguna más que con aquellos que
puedan compartir contigo cosas virtuosas; cuanto más excelsas sean las virtudes
que cultivéis más perfecta será vuestra amistad”
“Esta vida es
breve, la recompensa por lo que aquí hagamos será eterna. Practiquemos el bien,
unámonos a la voluntad de Dios. Que sea ella la estrella que guíe nuestros ojos
en esta travesía. Es la manera cierta de que lleguemos con bien”
“Estamos en el buen camino. No miréis ni a derecha ni
a izquierda, porque éste es el mejor para nosotros. No nos distraigamos en
considerar la hermosura de otras vías, saludemos simplemente a quienes
transitan por ellas y digámosles con sencillez: que Dios nos guíe hasta
encontrarnos en su morada”
Tema del día:
¿Vivo quejándome?
1) Para saber
Seguramente
nos habremos encontrado con alguien que suele ser muy negativo. O incluso
nosotros mismos a veces también tenemos una actitud quejumbrosa. Lo peor es que
además de perder la alegría, también se la podemos quitar a los demás. La causa
puede ser que guardamos algunos rencores. El Papa Francisco recientemente dio
unos consejos para remediar esa actitud de ser “maestros de lo negativo”.
En
primer lugar, recordó el Papa, no hay que olvidar que Dios promete su consuelo.
El problema viene cuando no queremos ser consolados: “Tantas veces el consuelo
del Señor nos parece una maravilla. Pero no es fácil dejarse consolar; es más
fácil consolar a los otros que dejarse consolar. Porque, muchas veces, nosotros
estamos pegados a lo negativo, apegados a la herida del pecado dentro de
nosotros, y, muchas veces tenemos la preferencia de permanecer ahí, solos. Pero
Jesús nos dice lo que ordenó al paralitico que estaba en su camilla sin poderse
levantar: ‘¡Levántate!’, es la palabra de Jesús. Siempre: ‘¡Levántate!’”.
El
Papa recordó que Santa Teresa de Jesús temía de quienes se quejan por todo y
decía: “Ay de la hermana que dice: ‘me han hecho una injusticia’; ‘me han hecho
algo que no es razonable’ ”. También mencionó al profeta Jonás como “premio
Nobel del quejarse”.
2) Para pensar
El
Papa contó que conoció a una persona que se quejaba por todo, “tenía el don de
encontrar la mosca en la leche”. Y aunque era una buena persona, e incluso daba
muy buenos consejos, se lamentaba siempre. Sus conocidos se imaginaban cómo
sería cuando se muriera y llegara al Cielo. Decían: “Lo primero que hará en el
Cielo, en vez de gozarse de estar ahí y de saludar a san Pedro, le preguntará:
‘¿Y dónde está el infierno?’, pues siempre busca lo negativo. Y cuando San
Pedro le haga ver el infierno, seguramente tampoco estaría de acuerdo con los
castigos que ahí habrá. Una vez visto volvería a preguntar: ‘¿Y cuántos
condenados hay en él?’. Le respondería san Pedro: ‘Solo uno’. Y volvería a
verlo mal: ‘Ah, que desastre de redención’, diría él.
No
podemos ser así. Por ello, ante la amargura, el rencor y los lamentos, la
palabra de la Iglesia de hoy es: “¡Ánimo!, ¡ánimo!, recuerda que Dios viene a
salvarte, déjate consolar por el Señor. Y no es fácil porque para dejarse
consolar por el Señor uno necesita desnudarse de sus propios egoísmos, de esas
cosas que son nuestro tesoro: la amargura, el lamentarse, u otras muchas
cosas”, aseguró el Papa.
3) Para vivir
Así,
es necesario dejarse ayudar y cortar la “raíz amarga” que lleva a quejarse y a
preferir el rencor. En el lamentarse hay algo de contradictorio, pues
quejándose de algún mal, lejos de remediarlo, se aumenta con la queja.
Concluyó
el Santo Padre con una invitación: “Nos hará bien a cada uno de nosotros, hacer
un examen de conciencia: ¿Cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura? ¿Tengo
alguna tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabar a Dios, de belleza o de
lamentarme siempre? Pidamos al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje
viene Él a consolarnos, y pidamos: ‘Señor, ven a consolarnos’”.
© Pbro. José Martínez Colín
Nuevo vídeo
Hay
un nuevo vídeo subido al blog
de
"Pequeñas Semillitas" en
internet
sobre SAN FRANCISCO DE SALES.
sobre SAN FRANCISCO DE SALES.
Para
verlo tienes que ir al final de esta página
Meditaciones
Ser
respetuoso de la diferencia es una de las actitudes fundamentales para tener
unas relaciones interpersonales funcionales y satisfactorias. No somos
idénticos, no tenemos las mismas características físicas ni las mismas
expresiones culturales ni emocionales. Y eso no lo podemos negar ni soslayar.
Respetar la diferencia supone encontrar en el otro todas las riquezas que su
forma diferente de ser y de estar tiene y que nos agrega mucho valor. Respetar
la diferencia supone apertura para descubrir las características nuevas que
tienen los otros y hacerlo sin creer que son un atentado a nuestras propias
maneras. Respetar la diferencia supone expresar con tranquilidad y altura
nuestras posiciones y visiones del mundo como un aporte a la diversidad y a las
otras personas en particular. Respetar la diferencia es renunciar a cualquier
intención de forzar a los otros a ser como nosotros queremos que sean. Respetar
la diferencia es entender que Dios nos ha creado y que amarlo y creer en Él es
relacionarse con los demás sin ningún prejuicio y con tranquilidad, que Dios no
se equivoca. Sé que estamos acostumbrados a creer que todos somos iguales y que
tenemos que sentir y pensar de la misma manera. Pero ser cristiano implica
abrirnos a la singularidad del otro y amar con total tranquilidad. Esfuérzate
en vivir a la manera de Jesús que no tuvo miedo de relacionarse con los
publicanos, leprosos, prostitutas, samaritanos y todos aquellos que en ese
momento eran vistos como “diferentes”.
P. Alberto José Linero
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Enero 24
En
lo más íntimo de nuestro ser, en la raíz de nuestra existencia, sólo el
Espíritu Santo puede hacernos sentir vivos. Sólo él puede hacer que dejemos de
sobrevivir o de soportar la vida, y que realmente vivamos, que experimentemos
en todo nuestro ser los efectos de la gloriosa resurrección de Jesús, algo de
esa deslumbrante intensidad de la vida divina.
La
Palabra de Dios tiene una promesa de vida, no sólo de vida eterna, sino de
vitalidad en esta tierra, de manera que si poco a poco dejamos que el Espíritu
Santo invada nuestro ser, iremos experimentando que cada vez estamos más vivos.
Veamos lo que nos asegura la Palabra de Dios y creamos en estas promesas:
"El
hombre de Dios florece como una palmera, crece como un cedro del Líbano... En
la vejez sigue dando fruto, se mantiene fresco y lleno de vida" (Salmo
92,13.15).
"Bendito
el que confía en el Señor, porque él no defraudará su confianza. Es como un
árbol plantado a las orillas del agua... No temerá cuando llegue el calor, y su
follaje estará frondoso. En año de sequía no se inquieta, y no deja de dar
fruto" (Jeremías 17,7-8).
Notemos
que esta promesa de vida incluye también el gozo de dar frutos, de ser útiles,
de producir algo para el bien de los demás; porque nadie se siente vivo si no
se siente también fecundo: en el servicio, en la paternidad espiritual, en el
arte, en el trabajo, etc.
Pidamos
al Espíritu Santo esa agradable fecundidad.
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el
más pequeñito de todos)
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