miércoles, 27 de marzo de 2013

Pequeñas Semillitas 1986


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 1986 ~ Miércoles 27 de Marzo de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)



Alabado sea Jesucristo…
Miércoles Santo. Jesús se queda en Betania. Simón, el leproso que había sido curado por Jesús, invita al Señor a comer en su casa, por lo agradecido que le estaba. Mientras están comiendo, entra en la casa una mujer del pueblo llamada María; rompe un frasco de perfume carísimo y lo echa a los pies del Señor. Los besa y los seca con sus cabellos. A Jesús le gustó ese detalle de cariño. Es entonces cuando Judas busca a los jefes del pueblo judío y les dice: "¿Qué me dais si os lo entrego?". Ellos se alegraron y prometieron darle dinero.
¿Eres agradecido como Simón por las veces que a ti también te he curado de tus pecados? Cada vez, después de confesarte, dale gracias por haberte perdonado.
A Jesús le gustará que hoy tengas algún detalle de cariño con Él, como María. Piensa ahora uno concreto y regálaselo ya.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho».
(Mt 26,14-25)

Comentario
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.
La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).
El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)


Santoral Católico:
San Ruperto
Obispo de Salzburgo


Obispo de Salzburgo, la hermosa ciudad austríaca, cuya fama está unida a la de su hijo más ilustre, Wolfgang Amadeus Mozart, se llama así porque cerca se encuentran unas minas de sal. De ahí viene el nombre de Salzburgo, que significa “ciudad de la sal”.

Su primer obispo y patrono principal, san Ruperto, aparece en los cuadros con un salero en la mano (o con un barril, lleno precisamente de sal y no de vino, como creen algunos estudiosos no bien informados). Es el único santo local festejado, no sólo en las regiones de idioma alemán, sino también en Irlanda: en realidad, también él fue un típico representante de los “monjes irlandeses” itinerantes.

San Ruperto descendía de los robertinos o rupertinos, una importante familia que dominaba con el título de conde en la región del medio y alto Rin. De esta familia nació también otro san Ruperto (o Roberto), de Bingen, cuya vida fue escrita por santa Ildegarda. Los robertinos estaban emparentados con los carolingios y tenían su centro de actividades en Worms. Aquí recibió san Ruperto su formación de timbre monástico irlandés. Hacia el 700, como sus maestros, se sintió llevado a la predicación y al testimonio monástico itinerante y por eso viajó a Baviera, obteniendo buenos resultados en Regensburg y en Lorch. Con la ayuda de Teodoro de Baviera fundó, cerca de Salzburgo, en lo que hoy es Seekirchen, una iglesia dedicada a san Pedro. Pero el lugar no parecía apropiado para los proyectos de san Ruperto, y entonces pidió al conde otro territorio, a orillas del río Salzach, cerca de la antigua y decadente ciudad romana de Juvavum.

El monasterio que construyó allí, dedicado también a san Pedro, es el más antiguo de Austria y el núcleo de la nueva Salzburgo. Su desarrollo se debió a la obra de los doce colaboradores que san Ruperto llevó allí de su tierra natal: entre ellos Cunialdo y Gislero, venerados como santos. No lejos del monasterio de san Pedro, surgió también un monasterio femenino, cuya dirección fue confiada a la abadesa Erentrude, sobrina de Ruperto.

Este grupito de valientes fue el que hizo surgir la nueva Salzburgo, que con razón considera a Ruperto como su refundador: “Su figura demuestra cómo una personalidad llena de fuerza y de sensibilidad, ahondando las raíces en las profundidades del espíritu cristiano, puede impedir con inteligencia y sin límites geográficos cualquier decadencia tanto interior como exterior” (J. Henning).

San Ruperto murió el 27 de marzo del 718, día de Pascua. Sus reliquias se conservan en la magnífica catedral de Salzburgo, edificada en el siglo XVII.

Fuente: Catholic.net


¡Buenos días!

La bolsa de papas

Los pensamientos y sentimientos negativos turban el cielo tranquilo del corazón. Entre ellos se destaca por su capacidad destructiva el odio, que se niega a perdonar y olvidar. “Señor, tú que eres puro amor, tú que perdonabas a los que te crucificaban, quita de mi interior todo el veneno de los recuerdos que me llenan de rencor y de tristeza. Derrama en mi interior el deseo de perdonar y la gracia del perdón”.

Una profesora nos hizo llevar una bolsa de plástico y una bolsa de papas. Por cada persona que no perdonábamos, debíamos elegir una papa, escribir en ella el nombre y fecha y ponerla en la bolsa de plástico. Nos dijo que lleváramos con nosotros a todos lados esta bolsa con las papas fechadas durante una semana. Esta molestia nos hizo tomar conciencia del peso espiritual que llevábamos. Naturalmente, las papas se iban pudriendo y olían muy mal. ¡Éste fue el exacto símbolo del precio que pagamos por mantener nuestros rencores y resentimientos! Con frecuencia pensamos que el perdón es un regalo hecho a otra persona y, aunque eso es verdad, también es el mejor obsequio y satisfacción que podemos darnos a nosotros mismos.

Vivir la caridad cristiana no es fácil. En verdad está por encima de nuestra capacidad humana. Por eso es indispensable suplicar con humildad y constancia al Señor el don de la fraternidad para poder elevarnos sobre nuestros egoísmos y susceptibilidades… Pero cuando el amor de Dios nos invade podemos “perdonar, soportar y esperar sin límites”.

Padre Natalio


La frase de hoy

“¿Celoso yo?
Solamente a un loco puede ocurrírsele ser Papa
con todos los problemas y líos que hay.
A ninguno de los cardenales se le ocurre ser Papa
con toda la responsabilidad que representa”

Cardenal Leonardo Sandri
Argentino radicado en Roma

Mi respuesta

Como católico, quiero decir que lamento estas declaraciones del Cardenal Leonardo Sandri, uno de los “príncipes de la Iglesia”.
Ya es tiempo que los cristianos abramos los ojos frente a algunos personajes que son los responsables de haber puesto a nuestra Iglesia en la situación en que hoy se encuentra, porque no han escuchado el mandato de Jesús: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
Sería bueno que Sandri recuerde que el color púrpura que visten los cardenales significa que están dispuestos a dejar todo, hasta su sangre, por Cristo y por la Iglesia. Y esa no parece ser la actitud que se desprende de las palabras que ha pronunciado.


Tema del día:
La dulce y confortadora alegría de evangelizar


Discurso del Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ en una Congregación General antes del Cónclave en que resultara elegido Sumo Pontífice de la Iglesia católica.
-Texto entregado por el el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, al Cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, con autorización para difundir su pensamiento sobre la Iglesia. Este texto está publicado en la revista del Arzobispado de La Habana "Palabra Nueva"-

La evangelización es la razón de ser de la Iglesia.  “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI). - Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.

3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia:

- La Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o

- La Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.

4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”.


Meditación breve

¿Cómo podemos ser leales a nuestros compromisos y en especial a Dios y a quienes amamos?
La lealtad es una virtud que “acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros (amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.) de tal modo que refuerza y protege a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan.
Vivir la lealtad significa conservar los vínculos y compromisos que hemos contraído con los demás (Dios, principios, afectos, familiares, amigos y otros). Ser constantes en los afectos, responsables en los lazos y compromisos contraídos. Dar credibilidad a la palabra empeñada.


 Oración por la Patria


Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. 


“Intimidad Divina”

La hora de las tinieblas

“Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar” (Jn 13, 21; Mt 26, 21); las mismas palabras referidas por Juan, las relata Mateo, el cual añade otros detalles. No sólo era Pedro quien deseaba saber quién sería el traidor, sino también los demás estaban ansiosos por saberlo, y “consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: ¿Soy yo acaso, Señor?” (Mt 26, 22). Hasta Judas se atreve a hacer la misma pregunta. Jesús se lo había indicado veladamente a Juan: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado” (Jn 13, 26), y a la pregunta de todos había contestado de un modo indirecto: “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar”” (Mt 26, 23). Pero Judas, que con cínica desenvoltura se sienta a la mesa como amigo mientras trama la traición y acepta sin temblar el revelador trozo de pan untado, no consigue permanecer encubierto; él mismo provoca la denuncia. “¿Soy yo acaso, Maestro?”; y Jesús le responde: “Así es” (ib. 25). El Maestro se ve ahora obligado a decir abiertamente lo que hasta entonces había callado con piadosa delicadeza.

“Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro… La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores y no los encuentro” (Sal 69, 8, 21). En los días consagrados al misterio de la Pasión, las palabras del salmista resuenan como un lamento de Cristo expuesto a la infamia, calumniado y torturado, abandonado por todos, traicionado por los amigos. La hora en la que la traición se hace entrega a los tribunales, condena a muerte, crucifixión. Pero es también la hora fijada por el Padre para la consumación de su sacrificio, y por lo tanto la hora esperada por Cristo con vivo deseo: “Tengo que pasar por un bautismo [el bautismo de sangre de su pasión], ¡y qué angustia hasta que se cumpla!” (Lc 12, 50). Y también: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer” (ib. 22, 15), y se trataba de la Pascua que anticipaba en la Cena eucarística su sacrificio.

El sacrificio de Cristo suponía un traidor. Esto estaba previsto por las Escrituras; éstas, sin embargo, no determinaron la traición, pero la anunciaron precisamente porque había de acaecer. Y aunque todo estaba preordenado por Dios, que tanto ha amado al mundo hasta entregar a su propio Hijo para salvarlo, no por eso está sin culpa el hombre que voluntariamente se hizo traidor. Al poner a Cristo en manos de los judíos, Judas no pensó, ciertamente, en nuestra salvación, por la cual, sin embargo, Cristo se dejó entregar al poder de sus enemigos. Judas pensó en el dinero que ganaría, y halló en él la ruina de su alma. El acto infame sirvió a los planes de Dios para conducir a su pasión. La pasión de Cristo, aun en esta concurrencia de causas divinas y humanas, es un misterio inefable; es preferible contemplarlo en la oración a considerarlo según la lógica humana. Y cada uno queda advertido, pues en todo hombre puede, de alguna manera, esconderse un traidor. Pero el perdón concedido a Pedro y al buen ladrón está ahí, para testimoniar que en el corazón destrozado de Cristo hay un amor infinito, capaz de destruir cualquier pecado confesado y llorado.

Benigno Señor mío, ¿cómo podré darte gracias por soportarme, a mí, que he obrado mil veces peor que Judas? A él le hiciste tu discípulo, y a mí tu esposa e hija… ¡Oh Jesús mío!, yo te he traicionado, no una sola vez como él, sino miles e infinitas veces. ¿Quién te crucificó? Yo. ¿Quién te azotó atado a la columna? Yo. ¿Quién te coronó de espinas? Yo. ¿Quién te dio a beber vinagre y hiel? Yo. Señor mío, ¿sabes por qué te digo todas estas cosas? Porque he comprendido… con tu luz, que mucho más te afligieron y dolieron los pecados mortales que yo he cometido, que lo que te afligieron y dolieron todos aquellos tormentos. (Beata Camila Da Varano, Los dolores mentales de Jesús, 8).

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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