PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 1983 ~ Domingo
24 de Marzo de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
El silencio de Jesús durante sus últimas horas es
sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas
en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les
ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo
crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas
palabras que descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a
sus enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es Él mismo
quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su
angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus
palabras son ahora casi un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu". Nada ni nadie lo ha podido separar del Padre. El Padre ha
estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo
deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta Semana Santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades
cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en
silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que Él mismo
pronunció durante su agonía.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les
dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de
padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el
Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo
entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid
hasta que venga el Reino de Dios».
Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio
diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en
memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa
es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero
mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo
del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».
Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos
podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre
quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de
los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar
bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros
pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es
más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la
mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los
que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como
me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os
sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».
Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado
para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague.
Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor,
contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le
replicó: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces
hayas negado conocerme».
Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni
sandalias, ¿os faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el
que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada
que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en
mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a
mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les
contestó: «Basta».
Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y
lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer
en la tentación». Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y
arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero
que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo
que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba
el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la
oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les
dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».
Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los
guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le
dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los
que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la
espada?». Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la
oreja derecha. Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la
oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo,
y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y
palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no
me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».
Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar
en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron
fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo:
«También éste estaba con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer».
Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro
replicó: «Hombre, no lo soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin
duda, también éste estaba con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre,
no sé de qué hablas». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El
Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra
que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres
veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él
dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién
te ha pegado?». Y proferían contra Él otros muchos insultos.
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o
sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le
dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no
lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo
del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos:
«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo
lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros
mismos lo hemos oído de su boca».
El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados,
se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a
acusarlo diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación,
y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías
rey». Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le
contestó: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No
encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza
diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta
aquí». Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la
jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén
por aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía
bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo
hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le
contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados
acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se
burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel
mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy
mal.
Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las
autoridades y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando
que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros,
y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni
Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se
le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta
tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése!
Suéltanos a Barrabás». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta
acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con
intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No
he encontrado en Él. ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un
escarmiento y lo soltaré». Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo
crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su
petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta
y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de
Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás
de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes
y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque
mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres
que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a
decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas:
‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
Conducían también a otros dos malhechores para
ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La
Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo
estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban
de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey
de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura
griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba
diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el
otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?
Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio,
éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a
tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
Paraíso».
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre
toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del
templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a
tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios
diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose
golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las
mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y
honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que
era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a
pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó
en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era
el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban
su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron
reposo, conforme al mandamiento.
(Lc 22,14—23,56)
Comentario
Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. En
este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de
la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el
segundo a humillación.
Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y
pacífico, en actitud de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de
su poder. La cruz es el trono desde donde reina (no le falta la corona real),
amando y perdonando. En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo
que revela el amor de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.
Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda
la vida de Jesús, pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es
clavado en la cruz. ¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde
la cruz, escuchamos hoy de los labios de Jesús!:
—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el
Reino, también lo perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc
23,43).
—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de
su entrega, cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc
23,46).
Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la
misericordia y el perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto
perdonar! Pero si hacemos la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos
perdona y nos salva, no nos costará tanto mirar a todos con una ternura que
perdona con amor, y absuelve sin mezquindad.
San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas:
«Alabado seas, oh Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
Santoral Católico:
Santa Catalina de Suecia
Virgen
Información más detallada clic acá
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Los dones de Dios
La cuaresma es un
regalo anual de Dios, para que: hagamos un alto en el camino de la vida y
verifiquemos si andamos en la dirección correcta, purifiquemos nuestra
conciencia y renovemos nuestra fidelidad a la alianza bautismal. Así, con la
mirada en el proyecto de felicidad y santidad que el Señor pensó para nosotros,
retornemos a lo más puro de nuestra identidad cristiana: a nuestra condición de
hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.
“¡Queridos hijos! En este tiempo cuaresmal de
gracia, los invito a abrir sus corazones a los dones que Dios desea darles. No
se cierren: con la oración y la renuncia digan sí a Dios y él les dará en
abundancia. Así como en la primavera la tierra se abre a la semilla y da el
ciento por uno, así también el Padre Celestial les dará en abundancia. Hijitos,
yo estoy con ustedes y los amo con amor tierno. ¡Gracias por haber respondido a
mi llamado! ”
¿Cuál es el
camino concreto de Cuaresma? El diálogo personal con Dios mediante la oración,
la lectura y meditación de la Palabra de Dios, el ayuno corporal, el control de
los vicios, frivolidades y gastos superfluos, una mayor generosidad en
compartir lo que tenemos, el visitar a los enfermos y a los que están solos, el
socorrer a los que sufren a nuestro alrededor, etc. Estas semillas de buena
voluntad el Señor te las retribuirá con abundancia.
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“El misterio de la Redención es una incesante realidad
mediante la cual Dios abraza al hombre en Cristo con su eterno amor, y el
hombre reconoce este amor, se deja guiar e impregnar por él, permite ser
interiormente transformado por él y por medio de él se convierte en una
criatura nueva. De este modo el hombre creado de nuevo por el amor que le ha
sido revelado por Cristo, levanta la mirada de su alma hacia Dios y profesa en
el Salmista: en Él hay redención
abundante”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Inicio de la Semana Santa
La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más
importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a
nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es
grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo
hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte
de cruz. Pero san Pablo hoy en la 2ª lectura nos dice que por ese acto de
humillación, Dios lo levantó por encima de todo hasta la resurrección. El dolor
no es el final. Dios quiere para nosotros también un final de gloria y
felicidad. La Pasión conduce a la Resurrección.
La liturgia de este día tiene dos partes bien
diferenciadas, La primera, con la bendición de ramos y procesión, revivimos la
entrada solemne de Jesús en Jerusalén. Luego en la Eucaristía se revive la
Pasión, que se lee en el evangelio. Parece ser que proviene de la antigüedad
cuando este domingo era nombrado en Roma como domingo de pasión, mientras que en
Jerusalén celebraban la entrada con los ramos. Luego para toda la Iglesia se
unieron las dos partes en una misma celebración.
La entrada de Jesús montado sobre un burrito lo suscitó
Él mismo. Es posible que algunos discípulos querrían aprovechar esa entrada,
cercana la Pascua, para exaltar a Jesús como un mesías triunfador para comenzar
un imperio material o una guerra santa contra los romanos. Jesús, porque así lo
quiere, entra como Mesías, pero lleno de mansedumbre, deseando proclamar su
reino de paz y de amor. A los que iban con Jesús se unieron otros salidos de
Jerusalén, pues era costumbre que muchas personas salieran a recibir a grupos
de peregrinos para entrar cantando con ellos. Nosotros en la procesión también
queremos aclamar a nuestro verdadero Rey y Maestro con ramas verdes, que son
signo de paz y de esperanza. No es sólo recuerdo. Es realidad.
En esa entrada de Jesús también se va fraguando la
Pasión, porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos y jefes
religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba tras de
Jesús, y esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no hay amor y
perdón, la venganza y el rencor no tienen freno. También había gente indecisa,
que aquel día gritaban: “Hosanna”, y pocos días después gritarían:
“Crucifícale”. En la Misa recordamos la Pasión con su lectura en el evangelio.
Este año, ciclo C, se lee la Pasión según san Lucas.
Cada evangelista narra la Pasión según el motivo que le
ha inducido a narrar la vida de Jesús. San Lucas es el evangelista de la
misericordia. Es el que más habla del amor infinito de Dios, que se manifiesta
por medio de Jesucristo. Lo vemos por medio de sus parábolas y de la
preocupación que siente Jesús por las personas marginadas, como eran los enfermos,
los pecadores, las viudas y en general las mujeres. Y ese aspecto de la
misericordia aparece en este evangelio de pasión de manera especial.
Con los mismos apóstoles: No dice que les encuentra por
tres veces dormidos, ni que huyeron, ni las palabras fuertes de Pedro antes de
negar, con quien tiene la delicadeza de mirarle con misericordia como signo de
perdón. Cura la oreja a quien ha sido herido en Getsemaní. Consuela a las
mujeres que lloran por El. Perdona a todos los que le están clavando o gritando
en contra. Promete el Paraíso al buen ladrón. Usa de misericordia hasta con los
mismos que causaron su muerte, como Pilato, que aparenta ser inocente. Quizá el
evangelista tenía interés en no culpar a los romanos. Más que culpar a nadie,
el evangelista pretende que nosotros nos sintamos culpables, pero llenos de
esperanza en el perdón rechazando toda violencia. Debemos vivir con esa
confianza en Dios Padre, con la que Jesús, al morir, sin hacer gestos trágicos
ni signos de angustia, entrega su espíritu al Padre de las misericordias.
P. Silverio Velasco (España)
Imagen: santajuanadearco.org
Cuaresma día por día:
Día 40º. Domingo de Ramos
Es necesario dar Gloria a Dios.
Los discípulos "trajeron la borrica y el pollino, y
pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús. La mayor parte
de la gente desplegaban sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando
ramas de árboles, los extendían por la calzada. La multitud que le precedía y
la que le seguía gritaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en nombre del señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21, 7,9).
¡Cómo alaban a Dios! Alabar a una persona es decirle,
¡qué bien has hecho esto!; o qué buen amigo eres; o alguna otra afirmación por
el estilo.
Alabar significa que se reconoce algo bueno como bueno;
que se valora, y que se dice a quien lo ha hecho o a quien pertenece. Esto es
un gozo para quien lo escucha y para quien lo dice (si lo dice sinceramente, y
no para sacar algún beneficio).
Alabar a Dios es una obligación para toda criatura. Es
bueno que alabes muchas veces a Dios: que le digas lo bueno que es, que
agradezcas lo bien que ha hecho esto o aquello, la belleza del mundo, etc. Y
que cuando reces el gloria, lo hagas con esta intención.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo; como era
en un principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Continúa hablándole a Dios con tus palabras
P. José Pedro Manglano Castellary
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Desde Córdoba, Argentina, agradecen las oraciones hechas
en favor de María Eugenia G., que fue operada hace algo más de diez días y cuya
biopsia fue negativa. Damos gracias a Dios.
Desde Altagracia de Orituco Guarico – Venezuela,
agradecen a Dios y a la Santísima Virgen y a las personas que rezaron en favor
de Jesús Gabriel quien ya se encuentra totalmente restablecido de su enfermedad
y de vuelta al trabajo.
Desde Buenos Aires, Argentina, nuestra amiga Liliana Z.
agradece a Dios y a todas las personas que rezaron por ella ante su operación
de cadera realizada el día 18 de este mes y que resultó exitosa.
Desde México agradecen al Señor y a todos los que rezaron
por Adrián S., que ha conseguido el puesto de trabajo al que aspiraba. Damos
gracias a Dios.
Desde Guatemala, agradecen a Dios nuestro Señor y a las
personas que rezaron por los exámenes de Gloria A., los cuales, por gracia de
Dios han salido bien.
“Intimidad Divina”
Domingo de Ramos
de la Pasión del Señor
Se abre la Semana Santa con el recuerdo de la entrada
triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el domingo antes
de la pasión. Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública
y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey, hoy se deja llevar en
triunfo. Sólo ahora, que está para ser llevado a la muerte, acepta su
aclamación pública como Mesías, precisamente porque muriendo en la cruz será,
plenísimamente, el Mesías, el Redentor, el Rey y el Vencedor. La liturgia
invita a fijar la mirada en la gloria de Cristo Rey eterno, para que los fieles
estén preparados para comprender mejor el valor de su humillante pasión, camino
necesario para la exaltación suprema. No se trata pues, de acompañar a Jesús en
el triunfo de una hora, sino de seguirle al Calvario, donde, muriendo en la
cruz, triunfará para siempre del pecado y de la muerte. Estos son los
sentimientos que la Iglesia expresa cuando, al bendecir los ramos, ora para que
el pueblo cristiano complete el rito externo “con devoción profunda, triunfando
del enemigo y honrando de todo corazón la misericordiosa obra de salvación” del
Señor. No hay un modo más bello de honrar la pasión de Cristo que conformándose
a ella para triunfar con Cristo del enemigo, que es el pecado.
La Misa nos introduce plenamente en el tema de la Pasión.
La profecía de Isaías y el Salmo responsorial anticipan con precisión
impresionante algunos de sus detalles… Sólo un amor infinito puede explicar las
desconcertantes humillaciones del Hijo de Dios. “Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 6-7). Cristo lleva
hasta el límite extremo la renuncia a hacer valer los derechos de su divinidad;
no sólo los esconde bajo las apariencias de la naturaleza humana, sino que se
despoja de ellos hasta someterse al suplicio de la cruz, hasta exponerse a los
más amargos insultos.
Al igual que el Evangelista, la Iglesia no vacila en
proponer a la consideración de los fieles la pasión de Cristo en toda su cruda
realidad, para que quede claro que él, siendo verdadero Dios, es también
verdadero hombre, y como tal sufrió; y anonadado en su humanidad atormentada
todo vestigio de su naturaleza divina se hizo hermano de los hombres hasta
compartir con ellos la muerte para hacerles partícipes de su divinidad. “Cristo
por nosotros se sometió incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios
lo levantó sobre todo, y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (MR). Del
máximo anonadamiento, se deriva la máxima exaltación; hasta como hombre. Cristo
es nombrado Señor de todas las criaturas y ejerce su señorío pacificándolas con
Dios, rescatando a los hombres del pecado y comunicándoles su vida divina.
¡Oh Jesús!, présago
de la turba que iba a ir a tu encuentro, montaste en un asnillo y diste ejemplo
de admirable humildad entre los aplausos del pueblo, que acudió a recibirte,
que cortaba ramas de los árboles y alfombraba el camino con sus mantos. Y
mientras las muchedumbres entonaban himnos de alabanza, tú siempre pronto a la
compasión, elevaste el lamento sobre el exterminio de Jerusalén. Levántate
ahora, ¡oh sierva del Salvador!, incorpórate al cortejo de las hijas de Sión y
ve a ver a tu verdadero rey… Acompaña al Señor del cielo y de la tierra que va
sentado sobre las ancas de un potro, síguele siempre con ramos de olivo y de
palma… con obras de piedad y con virtudes victoriosas. (San Buenaventura, El
madero de la vida, 15).
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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