PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 1970 ~ Domingo
3 de Marzo de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo
introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento"
o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel
más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y
decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo
en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras
comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta
con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo
que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos
tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta hora
consolidar en la Iglesia.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, llegaron algunos que contaron a Jesús lo
de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios.
Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos
los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no
os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los
que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables
que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo».
Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una
higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo
entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta
higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él
le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su
alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».
(Lc 13,1-9)
Comentario
Hoy, tercer domingo de Cuaresma, le lectura evangélica
contiene una llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien,
una exigencia de cambiar de vida.
“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio,
mudar de actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras
más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor Jesús,
san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión: «Predicaba un
bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la predicación de Jesús se
resume con estas palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).
Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características
propias, que piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la
primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por Pilato
y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible llamarla de otro
modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas y lloradas— pero
Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no cambiáis de vida, «todos
pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).
Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad
del compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la
posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el otro: la
eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más que figuras de
otra muerte, sin comparación con la primera.
Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le
presenta. Ninguno queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos
consuela. El “viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que
espere un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible,
muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos de vida!
Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio. Los santos —san
Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por gracia de Dios cambian y nos
animan a cambiar.
Cardenal Jorge MEJÍA Archivista y Bibliotecario de la
S.R.I. (Città del Vaticano, Vaticano)
Santoral Católico:
San Anselmo de Nonántola
Abad
Etimológicamente: Anselmo = Aquel que tiene la protección
divina, es de origen germánico.
Cuando el rey Aistulfo gobernaba Italia, su cuñado
Anselmo, duque de Friuli, le acompañó en sus campañas militares. El duque no
sólo era un valiente soldado, sino también un fervoroso cristiano.
Primero fundó un monasterio y un hospital en Fanano, en
la provincia de Módena y más tarde, una gran abadía a unos 30 kilómetros al sur
de Nonántola. Deseoso de consagrarse enteramente a Dios, San Anselmo fue a
Roma, donde tomó el hábito de San Benito y fue nombrado abad de la nueva
comunidad. El Papa Esteban III le dio también permiso de trasladar a Nonántola
el cuerpo del Papa San Silvestre.
El abad Anselmo llegó a gobernar a más de mil monjes.
Igualmente estaba encargado de un gran hospital y de un albergue para los
enfermos y peregrinos que él mismo había construido cerca del monasterio, en
honor de San Ambrosio. Desiderio, el sucesor de Aistulfo, desterró al santo
abad a Monte Casiono, donde pasó siete años; pero Carlomagno le restituyó a
Nonántola, y ahí murió, ya muy anciano, después de haber pasado cincuenta años
en religión.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
La espada de Damocles
No envidies a los
poderosos, o a las estrellas o astros del cine, del deporte, o de la vida
social. La envidia es como un resentimiento irracional causado por desear el
bien ajeno, un disgusto oscuro que provoca la elevada posición de una persona,
o el brillo de sus cualidades. Detrás de la envidia hay una incapacidad de
asumir con serenidad los propios límites.
Damocles, era
un adulador cortesano de Dionisio, tirano de Siracusa (siglo IV a. C.).
Había propagado que Dionisio era un afortunado al disponer de tan gran poder y
riqueza. El tirano para darle un escarmiento, le ofreció intercambiar con él
por un día sus tareas. Así podría disfrutar de absoluto poder. Esa misma tarde
Damocles celebró un opíparo banquete donde fue servido como un rey. Cuando a
mitad de la comida miró hacia arriba y reparó en la afilada espada que colgaba
de un finísimo hilo sobre su cabeza, empalideció de repente y perdió las ganas
de seguir comiendo. Pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no
quería seguir siendo tan dichoso.
El envidioso no
percibe que su infelicidad no proviene de lo que no tiene, sino de la falta de
aprecio por lo que sí posee. Hay además una falta de compromiso y
responsabilidad con la propia vida, porque el celoso, pendiente de la vida de
otros, no conoce sus fortalezas y posibilidades reales. El Señor te libre de la
dañosa envidia.
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
"...Durante la Sede vacante, y sobre todo mientras
se desarrolla la elección del Sucesor de Pedro, la Iglesia está unida de modo
particular con los Pastores y especialmente con los Cardenales electores del
Sumo Pontífice y pide a Dios un nuevo Papa como don de su Bondad y Providencia.
Por tanto, en todas las ciudades y en otras poblaciones, al menos las más
importantes, conocida la noticia de la vacante de la Sede Apostólica, se eleven
humildes e insistentes oraciones al Señor, para que ilumine a los electores y
los haga tan concordes en su cometido que se alcance una pronta, unánime y
fructuosa elección, como requiere la salvación de las almas y el bien de todo
el Pueblo de Dios"
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Llamado a la conversión
En este tiempo de Cuaresma, en que vamos caminando hacia
la Pascua, la Iglesia nos propone varios textos en que se nos habla de
conversión. Hoy nos dice Jesús que, al ver acontecimientos trágicos y que, en
cierto modo, son misteriosos, debemos sacar provecho para nuestra conversión.
Es el cambiar de mentalidad, es el acudir a Dios, que es nuestro Padre, y que
es compasivo y misericordioso, como nos dice el salmo responsorial, y que por
lo tanto está deseoso de darnos el abrazo de paz y de perdón.
Algunos le recordaron a Jesús cómo Pilatos había hecho
matar a unos galileos en el momento de ofrecer sacrificios a Dios. No sabemos
cuándo fue ni porqué motivo. Seguramente eran una especie de guerrilleros o
terroristas, a los cuales se les seguía por algún levantamiento y Pilatos
aprovechó el momento. Los que se lo recordaban a Jesús, querían saber su
opinión. Para responderles Jesús lo amplió con otro hecho, que fue una
catástrofe natural, quizá un pequeño terremoto, pero que aún estaba en la mente
de la gente. Lo primero que les dice Jesús a la gente, y nos lo dice a
nosotros, es que sea que una catástrofe venga por motivos naturales o por
alguna voluntad humana, no es un castigo de Dios contra aquellos que hayan
hecho una maldad.
La razón es que por el tiempo de Jesús, aunque algo queda
todavía entre nuestra gente, había una convicción de que los males materiales
eran siempre consecuencia de una mala conducta. Lo peor es que algunos
concluían de modo que, si a una persona no le pasaba nada muy malo, era señal
de que esa persona tenía una buena conducta. Y eso no es así. Y Jesús lo quiso
decir muy claro. En otra ocasión se lo diría también a los apóstoles, cuando
éstos al ver a un ciego de nacimiento, le preguntaron a Jesús que quién había
pecado, para que éste naciera ciego, él o sus padres.
Hoy nos dice Jesús que aquellos muertos no eran peores
que otros que quedaron vivos. En verdad que el sufrimiento y la muerte son un
misterio. Muchos se siguen preguntando porqué tantos inocentes son víctimas de
guerras, de injusticias y prepotencias de otros. Sabemos que las catástrofes
naturales suelen golpear más a los pobres porque están menos protegidos. Hay
personas que, ante su dolor personal se vuelven a Dios para preguntar: ¿Qué he
hecho yo para que Dios me castigue de esta manera? Dios no nos ha descubierto
todo este misterio; pero ha venido para sufrir con nosotros y nos ha salvado
por medio del sufrimiento. A la luz de Jesús en la cruz se ilumina nuestro
sufrimiento, que nos ayuda a volvernos con mayor entrega a Dios y a hacer de
nuestro sufrimiento un acto redentor para nosotros y para los demás.
Hoy la enseñanza principal de Jesús es que debemos sacar
provecho de todos estos acontecimientos, que nos parecen catastróficos, para
nuestra conversión. Jesús nos dice que Dios no castiga a nadie aquí, que no
podemos ver los males como castigos, pues ciertamente nos equivocaremos la
mayor parte de las veces. Pero a continuación nos dice que, si no cambiamos y
seguimos con la mala conducta, entonces sí que nos vendrán males, que serán
eternos.
Ante los males terrenos debemos preguntarnos: ¿Qué querrá
decirnos Dios con ello? Dios quiere que nos convirtamos: Es posible que no
seamos grandes pecadores, pero todos necesitamos conversión. Si nos examinamos
bien, veremos que tenemos juicios falsos, orgullos, injusticias. O que falta
más diálogo entre los esposos o entre los padres e hijos, que nos falta más
respeto por los demás o nos metemos demasiado en las cosas de los otros
murmurando, que debemos ser mejores compañeros, rezar más y mejor. Convertirse
es pasar de mirar nuestra vida de modo muy egoísta a ser más serviciales,
imitando la misericordia y la espera de Dios, que Jesús retrata en la parábola
de la higuera. Con ella nos dice que la conversión no consiste sólo en buenos
propósitos de ser mejor, sino que tenemos que dar frutos buenos: de amor, de
justicia y verdad. No por miedo a Dios, sino por responsabilidad propia.
P. Silverio Velasco
Cuaresma día por día:
Día 19º. Domingo tercero
Tres formas de
hacer daño a Dios.
Hay tres formas de hacer sufrir y llorar a una madre.
Además de la más elemental, que sería atacarle a ella directamente: golpeándola
o insultándola, hay otras dos en las que le podemos hacer sufrir igualmente.
Una de ellas es hacer algo malo a mi hermano. Si yo le doy una paliza a un
hermano mío, y mi madre se entera, le dolerá incluso más que si le maltrato a
ella.
Otra forma de hacerle sufrir es hacer algo que sea malo
para mí, algo que me empeore. Como mi madre me quiere eso le dolerá. Imagínate
que ve cómo te cortas un brazo: no lo aguantaría.
Dios te ve siempre -no como un espía sino como alguien
que te quiere mucho- y sufre cada vez que te ve hacer algo que hace daño a otra
persona, porque esa otra persona es hija de Él y cada vez que te ve hacerte
daño a ti mismo, y cada vez que te ve hacer algo que le hace daño a Él. Por eso
es bueno que todas las noches, cuando te acuestes, hagas un repaso del día, un
examen de conciencia, y pidas perdón a Dios por esas cosas que Él ha visto y no
le han gustado.
El examen de conciencia lo puedes hacer así: ¿Cómo me he
portado con Dios? ¿Cómo me he portado con los demás? ¿Cómo me he portado conmigo
mismo? Dios mío, a partir de ahora haré el examen todas las noches. Y te pediré
perdón por el daño que haya hecho cada día de alguna de estas tres formas. Y
también te agradeceré tu compañía. ¡Recuérdamelo!, y gracias.
Coméntale a Dios con tus palabras algo de lo que has
leído. Después termina con una oración final.
P. José Pedro Manglano Castellary
Nuevo video
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Gracias Señor Jesús por el Santo Padre que nos diste
durante estos casi ocho años en la persona de Benedicto XVI. Por sus palabras,
siempre certeras, profundas y realistas. Porque, en su ancianidad, ha sabido
regir durante este tiempo a la nave de la Iglesia en medio de vendavales y
tormentas. Por su percepción de la realidad y por su gran corazón para asumir
dagas injuriosas y envenenadas, de este hipócrita occidente. Por no haberse
doblegado y, desde la sencillez y humildad, haber propuesto con convencimiento
la verdad de Jesucristo y su reinado dentro de nuestra Iglesia. Por su
inteligencia, lúcida, despierta y abierta. Por su cercanía, afabilidad y por su
nobleza. Por haber intentado que, la Iglesia, fuera más santa, transparente,
evangélica y llena de Dios. Por su Magisterio que se ha dado generosamente y
sin rendirse a la evidencia tortuosa y caprichosa de este mundo. Por su gusto y
por su delicadeza en la liturgia, por su entrega y por tantas muestras de que,
el SEÑOR, habita dentro de él. Por su gusto por la música y por el canto
gregoriano. Por su devoción en la Eucaristía. Por querer más unir que romper.
Por pretender que, la Iglesia, sea más consciente y conocedora de Aquel que
predica y lleva en vasija de barro. Por su mano que ha impartido bendiciones a
millares. Por su cayado que nos ha invitado a seguir a Cristo y sin
condiciones. Por su lento caminar, con el cual nos sugería, que la fe se
propone y nunca se impone. Por su mirada risueña y perdida en el horizonte
divino que nos animaba a mirar hacia lo más profundo del mar o a lo más alto
del cielo. Por este gesto que le honra… de decirnos que, sus fuerzas son
menores que la capacidad para llevar el timón de la Barca de Pedro. No lo
deseábamos pero lo comprendemos. Por todo ello ¡Gracias Señor Jesús! Y también…
¡Gracias Benedicto XVI!
“Intimidad Divina”
Domingo 3 de
Cuaresma
La llamada a la conversión constituye el centro de la
Liturgia de este domingo. El encaminamiento viene señalado por el relato del
llamamiento de Moisés para ser guía de su pueblo y organizar su salida de
Egipto. El hecho se realiza a través de una teofanía, es decir una
manifestación de Dios, el cual se hace patente en la zarza que arde, le hace
oír a Moisés su voz, le llama por su nombre: “¡Moisés! ¡Moisés!” (Ex 3, 4), le
revela el plan que ha trazado para la liberación de Israel y le ordena que se
ponga al frente de la empresa… El Éxodo del pueblo elegido es figura del
itinerario de desapego y de conversión que el cristiano está llamado a realizar
de un modo especial durante la Cuaresma. Al mismo tiempo, las vicisitudes de
este pueblo, que pasa cuarenta años en el desierto sin decidirse nunca a una
total fidelidad a aquel Dios que tanto le había favorecido, sirven de
advertencia al nuevo pueblo de Dios. San Pablo, recordando los beneficios
extraordinarios de que gozaron los Hebreos en el desierto, escribe: “todos
comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida
espiritual… pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos
quedaron tendidos en el desierto” (1 Cor 10, 3-5). Tal fue el triste epílogo de
una historia de infidelidades y de prevaricaciones.
Es la misma enseñanza que la comunidad de los fieles
recibe hoy de la boca de Jesús. A quien le refería el hecho de una represión
política que había segado la vida de varias víctimas, el Señor decía: “¿Pensáis
que esos Galileos eran más pecadores que los demás Galileos, porque acabaron
así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo” (Lc 13,
2-3). Palabras severas que dan a comprender que con Dios no se puede jugar...
Jesús [con su misericordia infinita] suplica al Padre que prolongue el tiempo y
espere todavía, hasta que todos se enmienden; como hace el viñador de la
parábola, el cual, frente a la higuera infructuosa, dice al amo: “Señor, déjala
todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto.
Si no, el año que viene la cortarás” (ib. 8-9). Jesús ofrece a todos los
hombres su gracia, les vivifica con los méritos de su Pasión, los nutre con su
Cuerpo y con su Sangre, suplica para ellos la misericordia del Padre; ¿qué más
podría hacer? Le corresponde al hombre no abusar de tantos beneficios, sino
valerse de ellos cada vez mejor para dar frutos de auténtica vida cristiana.
Vuélvete, Señor, y
libra mi alma… hazme volver, porque siento dificultad y trabajo en mi
conversión. Está escrito: en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el
mundo no lo conoció. Luego si estabas en este mundo y el mundo no te conoció,
nuestra inmundicia no tolera tu mirada. Pero cuando nos volvemos a él, es
decir, cuando renovamos nuestro espíritu por el cambio de la ida vieja,
experimentamos lo duro y trabajoso que es, Señor, retroceder de la oscuridad de
los deseos terrenales a la serenidad y sosiego de la luz divina. En tal
embarazo decimos: vuélvete, Señor, para que la vuelta se lleve a cabo en nosotros,
la cual te encuentra preparado y ofreciéndote a ser gozado de tus amadores… Libra mi alma, que está como
adherida a las perplejidades de este siglo y soporta ciertas espinas de los
deseos desgarrantes en la misma conversión… Sáname, en fin, no por mis méritos,
sino por tu misericordia. (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 6, 5)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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