PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
17 - Número 5149 ~ Martes 8 de Noviembre de 2022Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) ¡Alabado sea Jesucristo!
Suele suceder que la soberbia se esconde bajo las galas de la bondad. Así,
para muchos, cuantas más cosas buenas hacen, más engreídos están y más juzgan a
los demás porque les consideran peores que ellos. Es una falta grave de
humildad y, sin humildad, no hay santidad. De hecho, hay personas que parecen
buenas y que incluso hacen muchas cosas buenas, a pesar de lo cual no son
santas, porque están llenas de vanidad y de soberbia. En el fondo, se
consideran a sí mismas superiores a los otros y cuando algo les perjudica o cuando
creen que no se les ha hecho el caso debido, enseguida se enfadan y hasta se
alejan de Dios.
Que nuestro propósito hoy sea hacer un buen examen de conciencia,
confesarnos y pedir perdón a Dios. Darle gracias al Señor por hacer algo bien y
no juzgar a los que no lo hacen.
La Palabra de Dios Lecturas del día ♡ Primera Lectura: Tit 2,1-8.11-14
♡ Salmo: Sal 36,3-4.18.23.27.29
♡ Santo Evangelio: Lc 17,7-10
En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando
o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a
la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para
servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’.
¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De
igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid:
‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».
♡ Comentario:
Hoy, la atención del Evangelio no se dirige a la actitud del amo, sino a
la de los siervos. Jesús invita a sus apóstoles, mediante el ejemplo de una
parábola a considerar la actitud de servicio: el siervo tiene que cumplir su
deber sin esperar recompensa: «¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo
lo que le fue mandado?» (Lc 17,9). No obstante, ésta no es la última lección
del Maestro acerca del servicio. Jesús dirá más adelante a sus discípulos: «En
adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su
señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he
oído a mi Padre» (Jn 15,15). Los amigos no pasan cuentas. Si los siervos tienen
que cumplir con su deber, mucho más los apóstoles de Jesús, sus amigos, debemos
cumplir la misión encomendada por Dios, sabiendo que nuestro trabajo no merece
recompensa alguna, porque lo hacemos gozosamente y porque todo cuanto tenemos y
somos es un don de Dios.
Para el creyente todo es signo, para el que ama todo es don. Trabajar para
el Reino de Dios es ya nuestra recompensa; por eso, no debemos decir con
tristeza ni desgana: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer» (Lc 17,10), sino con la alegría de aquel que ha sido llamado a
transmitir el Evangelio.
En estos días tenemos presente también la fiesta de un gran santo, de un
gran amigo de Jesús, muy popular en Cataluña, san Martín de Tours, que dedicó
su vida al servicio del Evangelio de Cristo. De él escribió Sulpicio Severo:
«Hombre extraordinario, que no fue doblegado por el trabajo ni vencido por la
misma muerte, no tuvo preferencia por ninguna de las dos partes, ¡no temió a la
muerte, no rechazó la vida! Levantados sus ojos y sus manos hacia el cielo, su
espíritu invicto no dejaba de orar». En la oración, en el diálogo con el Amigo,
hallamos, efectivamente, el secreto y la fuerza de nuestro servicio.
* Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta (Badalona, Barcelona, España)
Santoral Católico: San Godofredo de AmiensObispo Nació cerca de Soissons (Francia) hacia 1065 y se crio en el monasterio de
St. Quintin-le-Perone. Ordenado de sacerdote, se le encomendó la restauración
de la disciplina monástica en un monasterio, lo que hizo con notable éxito. El
año 1104 fue elegido obispo de Amiens. Fue un buen pastor y un celoso
reformador: combatió la simonía y el concubinato del clero, moralizó las
costumbres del pueblo, recompuso la paz entre los señores y los ciudadanos. Las
contrariedades que esto le acarreó le llevaron a retirarse algún tiempo a la Gran
Cartuja. Volvió a su diócesis y, en el curso de un viaje, murió en el
monasterio de San Crispín de Soissons el año 1115.
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© Directorio Franciscano – Catholic.net
Santoral Católico: Virgen de los Treinta y tresPatrona de Uruguay “Nuestra Señora de los Treinta y Tres”. La imagen de la Virgen de los
Treinta y Tres está inspirada en la Inmaculada Concepción. Fue tallada en madera de cedro, mide 36 cm.
de alto, está pintada de azul, blanco y oro y porta una corona de oro con
piedras preciosas, la cual fue un regalo del segundo jefe de los 33, quien
llegó a ser Presidente de la República. Nuestra Señora de los Treinta y Tres
fue proclamada “Patrona del Uruguay” en 1961 por el Papa San Juan XXIII.
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© Aciprensa
Pensamiento del día “Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido: yo
porque tú eras lo que yo más amaba y tú porque yo era el que te amaba más. Pero
de nosotros dos tú pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como te
amaba a ti, pero a ti no te amarán como te amaba yo”
(Ernesto Cardenal)
Historias: El racimo de uvas Un día llamaron a la puerta de un convento, y
abrió el hermano portero llamado Pedro. Este vio con asombro que un hortelano
de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que
le causó admiración, diciéndole:
- Hermano: te regalo este racimo de uvas en
agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al
convento.
Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio
las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar
cuenta de él.
Apenas salió el hortelano del convento, Pedro
lavó el racimo y lo dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared,
mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba.
En el convento, había un hermano enfermo que no
gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Pedro pensó que sería una buena
obra alegrarle el día a este enfermo y de paso llenarle el estómago, tan
necesitado de alimento. Sin pensarlo mucho, descolgó el racimo de uvas y se fue
a la enfermería a regalárselo. El enfermo, al ver el racimo abrió los ojos,
sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le dijo:
- Hermano Matías, me han regalado este racimo,
pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás
estas uvas te abran el apetito.
El hermano Matías le agradeció de corazón que se
hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando
estuviera en el Cielo con Nuestro Señor.
Pedro le buscó una fuente donde le colocó el
racimo para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo, se fue para la
portería pensando en la obra que había hecho por su hermano Matías. El enfermo
cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo
dejaba haría un buen sacrificio para remisión de sus pecados y bien de su alma
y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero, que le atendía con tanta
caridad y se desvivía por él por las noches.
Llamó al hermano enfermero y este pensó que le
sucedía algo, por la insistencia en que le llamaba.
- Hermano Esteban, me ha traído el hermano Pedro
este racimo para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero pensé que, ya
que no me entra nada en el estómago y pudiera que me hiciera daño; he pensado
que te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo.
El Hermano Esteban insistía en que intentara
comérselo pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo.
Este decidió comérselo en su celda dándole las gracias por tan precioso regalo.
Y mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo
daría al hermano cocinero que bien se esmeraba para que todos los frailes
comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de donativos.
Bajó a la cocina y encontrándose con
Buenaventura el hermano cocinero y topándose de bruces con él y el racimo le
dijo:
- Mira, lo que me han regalado, pero te lo
regalo a ti para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso es tu
corazón.
El hermano Buenaventura, quitándole importancia
a lo que decía, le insistió que se lo diera mejor al prior ya que era tan
responsable con la comunidad.
Y así fue pasando el racimo de hermano en
hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería donde el
hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso decidió que no diera más
vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto que
le pareció las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.
Moraleja: Cuando miras por el bien de los demás
y dejas lo tuyo para ayudar otros, el Señor te lo devuelve colmado y no el
veinte ni el treinta, sino el ciento por uno.
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modo ayudan a sembrar en el mundo la alegría del Evangelio.
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas” El dolor y el sufrimiento son parte de la vida, pero en ocasiones,
sufrimos innecesariamente. Generalmente utilizamos dolor y sufrimiento como sinónimos.
Sin embargo, para poder manejarlos adecuadamente, es importante entender la
diferencia.
El dolor emocional, es el sentimiento negativo que surge ante determinadas
situaciones o problemas, generalmente relacionadas con una pérdida o con un
problema que nos afecta de manera importante. Surge en el instante en que somos
heridos física o emocionalmente. Es una sola emoción, su duración es
relativamente corta y es proporcional al evento que la produjo. Puede ser
cualquier emoción que nos afecte: tristeza por una pérdida, estrés ante la
necesidad de enfrentar un problema, enojo, frustración, etc.
El sufrimiento va un paso más allá. El sufrimiento es la respuesta
cognitivo-emocional, que tenemos ante un dolor físico o ante una situación
dolorosa. Es un conjunto de emociones y pensamientos que se entrelazan,
adquiriendo mucho más intensidad y duración que el dolor emocional. De hecho,
el sufrimiento puede durar indefinidamente, aunque la situación que lo provocó
ya se haya solucionado.
El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.
Un minuto para volar Noviembre 8
Un creyente, lleno de fe, no debería ser un bicho
raro, una criatura extraña. Es uno más de la sociedad, un amigo de todos,
alguien comprometido con su trabajo y preocupado por el bien común. Pero vive
todo eso impulsado e iluminado por la fe que sostiene su vida. Un creyente no
es una persona aislada del mundo o indiferente ante las cosas que pasan. Al
contrario, la fe te llama a entrar en el corazón de la sociedad, como lo hizo
Jesús. Entonces no escapes al mundo, si no quieres que tu fe se enferme.
(Mons. Víctor
M. Fernández)
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