PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
17 - Número 5165 ~ Jueves 24 de Noviembre de 2022Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) ¡Alabado sea Jesucristo!
Todos en la vida cometemos errores, a partir de nuestra naturaleza humana
que es falible.
Ahora bien, es increíble cuánto podemos aprender de nuestros errores y
equivocaciones. La actitud que tenemos que tomar no es de pena ni enojo al
advertir los errores...
Si aprendemos a mirar positivamente, un error cometido es una lección, un
aprendizaje y una experiencia. Ese error nos está indicando que algo nos falta
por aprender y mejorar.
Miremos y analicemos todo positivamente; en muchas ocasiones se aprende
más y mejor de los propios errores.
La Palabra de Dios Lecturas del día ♡ Primera Lectura: Ap 18,1-2.21-23; 19,1-3.9a
♡ Salmo: Sal 99,2.3.4.5
♡ Santo Evangelio: Lc 21,20-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén
cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces,
los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la
ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella;
porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.
»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en
efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y
caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y
Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los
gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la
tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las
olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán
sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán
venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a
suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra
liberación».
♡ Comentario:
Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento
presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra,
angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,
muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el
mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del
Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este
Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.
Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio?
Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas,
cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc
21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el
miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza
completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que
participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los
acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo
simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor,
como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su
pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no
quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que
acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.
La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a
suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del
hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados
ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas
palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos
atemorizados ante el retorno del Señor, pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener
miedo de su Esposo».
* Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria
de Poblet, Tarragona, España)
Santoral Católico: San Andrés Dung-Lac y compañeros Son los 117 mártires de
Vietnam canonizados por Juan Pablo II el 19 de junio de 1988. En el siglo XVII
comenzaron las persecuciones contra los católicos, que habían ido creciendo en
Vietnam desde el siglo anterior. Los cristianos martirizados en distintas
fechas y regiones fueron cerca de 130.000, de los que se ha introducido la
causa de beatificación de casi 1500. Entre los 117 canonizados hay 8 obispos,
muchísimos sacerdotes seculares y religiosos, y un gran número de laicos de
ambos sexos y de toda edad y condición. 96 son vietnamitas, 11 españoles y 10
franceses. San Andrés, hijo de padres paganos muy pobres, llegó a sacerdote con
la ayuda de un catequista, ejerció el ministerio en diferentes localidades y
murió decapitado en Hanoi el 21 de diciembre de 1839. Los once españoles, todos
ellos dominicos, son los siguientes: Mateo Alonso de Leciniana, de Nava del Rey
(Valladolid), decapitado el 22 de enero de 1745. Francisco Gil Federich, de
Tortosa (Tarragona), decapitado el 22 de enero de 1745. Jacinto Castañeda, de
Játiva (Valencia), degollado el 7 de noviembre de 1773. Ignacio Clemente
Delgado, de Villafeliche (Zaragoza), obispo, falleció a causa de los malos
tratos el 21 de julio de 1838. Domingo Henares, de Baena (Córdoba), obispo, decapitado
el 25 de junio de 1838. José Fernández, de Ventosa de la Cuesta (Valladolid),
decapitado el 24 de julio de 1838. Jerónimo Hermosilla, de Santo Domingo de la
Calzada (La Rioja), obispo, degollado el 1 de noviembre de 1861. José María
Díaz Sanjurjo, de Santa Eulalia de Suegos (Lugo), obispo, decapitado el 20 de
julio de 1857. Melchor García Sampedro, de Cortes, parroquia de Cienfuegos
(Oviedo), obispo, descuartizado el 28 de julio de 1858. Valentín de Berrio
Ochoa, de Elorrio (Vizcaya), obispo, decapitado el 1 de noviembre de 1861.
Pedro Almato, de San Feliu Saserra (Barcelona), martirizado el 1 de noviembre
de 1861.
Oración: Oh Dios,
fuente y origen de toda paternidad, tú hiciste que los santos mártires Andrés y
sus compañeros fueran fieles a la cruz de Cristo, con una fidelidad que llegó
hasta el derramamiento de su sangre; concédenos, por su intercesión, que
difundamos tu amor entre nuestros hermanos y que nos llamemos y seamos de
verdad hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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© Directorio Franciscano – ACI Prensa – Catholic.net
Pensamiento del día “Si te lastiman, Dios te restaura.Si te desprecian, Dios te valora.Si te traicionan, Dios te es fiel.Si te maldicen, Dios te bendice.Si te ofenden, Dios pelea por ti.Si te hieren, Dios te sana.Si te dejan, Dios está contigo” Tema del día:Tormentas y
tempestades Mientras andamos por
esta vida navegando por aguas tranquilas, sin mayor problema, nos sentimos
bien. Sin embargo, cuando la navegación se hace difícil por los problemas
propios de la vida de cada uno, sentimos que estamos en medio de tempestades y
tormentas. Entonces sí nos preocupamos y hasta nos asustamos.
Y en esos momentos de
navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer. Nos pasa lo mismo que
sucedió a los Apóstoles en el conocido pasaje evangélico de la tormenta en
medio de la travesía de una orilla a otra del lago: “se desató un fuerte viento
y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc., 4,
35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca. Pero ¿qué hacía el Señor?
... “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y
tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro: ¿no te importa
que nos hundamos?”.
Nos sucede lo mismo a
nosotros. Cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin
tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios. Pero cuando la travesía se hace
difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no
le importa la situación por la que estamos pasando. Tal vez hasta lo culpemos
de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente. A los Apóstoles
los reprendió por eso. Podría reprendernos también a nosotros.
Vemos cómo Cristo
muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad. Con una simple orden divina,
el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma.
Pero también Jesús les
reclama: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” ¿No podría el Señor
reclamarnos a nosotros también? ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los
peligros, los inconvenientes, las contrariedades, en fin, las tempestades que
se nos presentan en nuestra vida personal, familiar y nacional? ¿Confiamos
realmente en el poder de Dios? ¿Confiamos realmente en lo que Dios tenga
dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad? ¿O creemos que debe
despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como nosotros consideramos
conveniente? ¿No llegamos a creer, inclusive, que no le importa lo que nos
suceda? Pero la pregunta clave es ésta: ¿Realmente duerme el Señor?
¡Qué débil es nuestra
fe! Débil, como la de los Apóstoles en ese momento! Nos olvidamos que Dios está
siempre con nosotros, y –aunque aparentemente dormido- está al mando de la
situación. Él guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, en una
presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro dormido en la barca.
No hace falta que haga
milagros, aunque estemos en medio de una tempestad. ¡No tenemos derecho a
reclamarle milagros! El gran milagro es que Él nos lleva sin ruido, en
silencio, a escondidas, a través de olas borrascosas aunque haya tormentas y
tempestades. Pero tenemos que darnos cuenta que también está presente cuando
todo parece tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues
todo como que anda bien.
Sea en la tormenta, sea
en la calma, Dios está presente. Y El desea que nos demos cuenta de que está
allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos
cuenta de su presencia silenciosa.
En todo momento, sea de
tempestad, sea de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por
esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas” "Yo me digo muchas veces: Es de fe que hay cielo para los buenos e
infierno para los malos; es de fe que las penas del infierno son eternas; es de
fe que basta un solo pecado mortal para hacer condenar a un alma, por razón de
la malicia infinita que tiene el pecado mortal, por haber ofendido a un Dios
infinito. Sentados esos principios certísimos, al ver la facilidad con que se
peca, con la misma con que se bebe un vaso de agua, como por risa o por
diversión; al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal, y que
van así caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo, tengo que
correr y gritar, y me digo: Si yo viera que uno se cae en un pozo, en una
hoguera, seguro que correría y gritaría para avisarle y preservarle de caer;
¿por qué no haré otro tanto para preservar de caer en el pozo y en la hoguera
del infierno?
Ni sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen estas mismas verdades
que yo creo, y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a
las gentes de caer en los infiernos.
Y aun admiro cómo los seglares, hombres y mujeres que tienen fe, no
gritan, y me digo: Si ahora se pegara fuego en una casa y, por ser de noche,
los habitantes de la misma casa y los demás de la población están dormidos y no
ven el peligro, el primero que lo advirtiese, ¿no gritaría, no correría por las
calles gritando: ¡fuego, fuego! en tal casa? Pues ¿por qué no han de gritar
fuego del infierno para despertar a tantos que están aletargados en el sueño
del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en las llamas del
fuego eterno?".
(San Antonio María Claret)
Un minuto para volar Noviembre 24
Ser capaz de morir al propio yo no te hace débil. Al
contrario, te fortalece mucho, te llena de decisión, de fuerza, de iniciativa.
Renunciar al propio yo es un tremendo ahorro de tiempo y de fuerzas que pueden
utilizarse para mejorar el mundo y dar gloria a Dios.
(Mons. Víctor
M. Fernández)
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Un minuto para volar
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