PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 10 - Número 2663 ~ Jueves
23 de Abril de 2015
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Cada día Dios, hasta hoy nos ha permitido despertar cada
día, es decir abrimos los ojos, volvemos a la conciencia de estar en este
mundo, al despertar se nos abren nuevamente los sentidos y podemos contemplar
todas las maravillas que Dios nos da para que podamos ser felices.
Despertar cada día es tomar conciencia de ese presente,
de ese instante en que somos amados por Dios, que nos ama con amor eterno, y
descubrimos que todo es don de Dios, que todo es una caricia de su amor.
Despertar cada día es conectar nuestra alma a lo
trascendente, conectarse con Él Absoluto que es Dios, y percibir lo relativo de
la criatura, lo pasajero que es este mundo.
Despertar cada día es saber que estamos en el mundo pero
que nos somos de este mundo, que estamos de viaje, que somos peregrinos, que
somos forasteros en patria extraña.
Despertar cada día es conocer desde la fe mi pequeñez y
la grandeza del amor de Dios.
Al empezar este nuevo día, estrénalo con alegría, porque
realmente es un nuevo día con toda su grandeza con todo su esplendor, y en este
nuevo día también despierta al amor, y descubre en todos los acontecimientos de
las próximas horas la caricia de Dios y el milagro que es estar vivo.
P. Idar Hidalgo
¡Buenos días!
Edad de los sueños
Jesús en cierta
oportunidad dijo que al Cielo entrarán los que son como niños. ¿Cómo son los
niños? Sencillos, sinceros, humildes, confiados, puros, inocentes… Pareciera
que la puerta del Paraíso es tan baja y estrecha que, si no nos empequeñecemos,
no podremos entrar. El famoso escritor y poeta Miguel de Unamuno lo expresó en
un breve poema:
Agranda la puerta, Padre, porque no puedo
pasar.
La hiciste para los niños, yo he crecido a mi
pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame por
piedad.
Vuélveme a la edad aquella en que vivir es
soñar.
Para lograr esta
ansiada metamorfosis, medita con frecuencia en las actitudes del mismo Cristo,
manso, humilde y puro de corazón, de quien escribió G. Papini: “La limpidez de
su mirada era la de quien sólo una vez
ha nacido y ha permanecido niño aún en la madurez. Infancia intacta que nunca
se empañó”. San Pablo nos exhorta, “Revístanse de Cristo”.
Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede
venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el
último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo
el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al
Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en
verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que
baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del
cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a
dar, es mi carne por la vida del mundo». (Jn 6,44-51)
Comentario
Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el
triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy»
que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn
6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo
conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la
enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el
Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven
en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la
fe es comienzo de la vida eterna.
El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en
nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios,
sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es
anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de
inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo»
(San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos
ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a
recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo
Él sacia plenamente nuestro espíritu.
Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá
de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn
6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la
fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada
vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para
nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque
hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual
se benefician hasta los que lo ignoran.
Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Jorge
Mártir
La figura de este mártir nos llega desde la remota
antigüedad cristiana envuelta en leyenda. Nacido en Capadocia y educado en la
fe cristiana por su madre, dejó su cargo en el ejército imperial, cambiándolo
por la profesión de la milicia cristiana; repartió sus bienes entre los pobres,
se enfrentó a los cultos paganos y sufrió cruel martirio durante la persecución
de Diocleciano a comienzos del siglo IV. Ya en ese siglo fue objeto de
veneración en Dióspolis o Lidda (Palestina), donde había una iglesia construida
en su honor, en la que se veneraba su sepulcro. Su culto se difundió
ampliamente desde muy antiguo por Oriente y Occidente. La tradición popular y
el arte lo representan como el caballero que hace frente al dragón, símbolo de
la fe intrépida que triunfa sobre la fuerza del maligno.
Oración: Señor, alabamos tu poder y te rogamos que
san Jorge, fiel imitador de la pasión de tu Hijo, sea para nosotros protector
generoso en nuestra debilidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano
Santoral Católico:
San Adalberto de Praga
Obispo y Mártir
Nació alrededor del año 956 en Libice (Bohemia). Estudió
en Magdeburgo, y muy joven lo nombraron obispo de Praga. Su ministerio pastoral
no resultó fácil, pues mucha gente seguía teniendo mentalidad y costumbres
paganas. Pronto tuvo que abandonar la ciudad, y marchó a Roma, donde se hizo
monje benedictino. Tras varias idas y venidas entre Praga y Roma, el Papa
aceptó su renuncia a la diócesis de Praga y lo envió como misionero para
anunciar a Cristo a pueblos que todavía no lo conocían en Polonia, Baviera,
Hungría, Eslovaquia... Quiso predicar también en la Prusia aún pagana. Atravesó
en barca la laguna del Vístula, pero fue mal recibido y falleció traspasado por
una lanza el día 23 de abril del año 997 en la aldea de Tenkitten, junto al
golfo de Gdansk, cerca de la costa báltica.
Oración: Oh Dios, que concediste la corona del
martirio a san Adalberto, obispo, encendido en el celo por la salvación de las
almas, concédenos, por su intercesión, que nunca falte a los pastores la
obediencia de su grey ni ésta carezca de la asistencia de los pastores. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano
Palabras del Papa Francisco
“Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su
luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla
con los otros: cuando sabemos reír con quien ríe, y llorar con quien llora;
cuando caminamos junto a quien está triste y está a punto de perder la
esperanza, cuando contamos nuestra experiencia de fe a quien está en la
búsqueda de sentido y de felicidad”.
Tema del día:
Reconocer los errores
En la actualidad hay, por fortuna, una comprensión muy
extendida -aunque aún no en todo el mundo-, de que no es justo aplicar penas
civiles por motivos religiosos, y que la libertad religiosa es un derecho
fundamental, y por tanto todos los hombres deben estar inmunes de coacción en
materia religiosa. Esta es la doctrina del Concilio Vaticano II, y por esa
razón la Iglesia católica ha subrayado recientemente la necesidad de revisar
algunos pasajes de su historia, para reconocer ante el mundo los errores de algunos
de sus miembros a lo largo de los siglos, y pedir disculpas en nombre de la
unión espiritual que nos vincula con los miembros de la Iglesia de todos los
tiempos.
Reconocer los fracasos de ayer es siempre un acto de
lealtad y de valentía, que además refuerza la fe y facilita hacer frente a las
dificultades de hoy. La Iglesia lamenta que sus hijos hayan empleado en
ocasiones métodos de intolerancia e incluso de violencia en servicio de la
verdad, y es ese mismo servicio a la verdad lo que lleva ahora a reconocerlo y
lamentarlo.
-¿Y no es extraño que en esas épocas hubiera tan poca
reacción contra esos errores de los católicos?
Es probable que muchos de ellos estuvieran en su fuero
interno en contra de esa aplicación de la violencia en defensa de la fe. De
hecho, hubo reacción contra esos errores, y si no fue mayor quizá es porque
muchas de esas personas no tenían más opción que el silencio. Y luego, cuando
esos fenómenos desaparecieron, muchos católicos los defendían porque pensaban
que lo contrario era contribuir a difundir leyendas negras de la Iglesia.
Como señaló san Juan Pablo II, fueron muy diversos los
motivos que confluyeron en la creación de actitudes de intolerancia,
alimentando un ambiente pasional del que solo los grandes espíritus verdaderamente
libres y llenos de Dios lograban de algún modo sustraerse. Pero la
consideración de todos esos atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de
lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han
desfigurado con frecuencia su rostro. De estos trazos dolorosos del pasado
emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener
bien en cuenta el principio de oro señalado por el Concilio: "la verdad no
se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra con suavidad y
firmeza en las almas".
La Iglesia no teme reconocer esos errores, porque el amor
a la verdad es fundamental (no hay una verdad buena y otra mala: la que le
conviene y la que puede molestarla), y también porque esas violencias no pueden
atribuirse a la fe católica, sino a la intolerancia religiosa de personas que
no asumieron correctamente esa fe.
© Alfonso Aguiló
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el
Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes,
diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo
místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como
Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por
las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón
de María; por la conversión de todos los
pueblos; por la Paz en el mundo; por los
cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente, África, y en otros
lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta
de trabajo, el hambre y la pobreza; por
el drama de los inmigrantes del Mediterráneo; por los presos políticos y la
falta de libertad en muchos países del mundo; por la unión de las familias, la
fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este
sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por
las Benditas Almas del Purgatorio.
Unidos a María
María está junto
a nosotros mientras peregrinamos por este mundo, no sólo con su alma, sino
también con su cuerpo. Efectivamente la Virgen, desde que fue asunta al Cielo
en cuerpo y alma, ya no está sujeta al espacio y al tiempo, y tiene de Dios la
omnipresencia. Así que cuando estemos tristes o angustiados, reclinemos nuestra
cabeza sobre el pecho de María, y sentiremos latir su Corazón Inmaculado, que
late de amor por nosotros.
No es una ilusión
el pensar que la Virgen está siempre con nosotros. Es una realidad preciosa que
debemos saber aprovechar, porque Ella es la Reina de todo lo creado, y no hay
nada en el Cielo ni en la Tierra ni en los Abismos, que se resista a la dulce
voz de María. Y si Ella está con nosotros, ¿quién podrá algo contra nosotros?
Nuestra confianza
en la Virgen y en su ayuda y asistencia continua, debe ser cada vez mayor,
porque María tanto más actuará en nuestras vidas, según cómo sea nuestra fe y
confianza en Ella. María tiene un cuerpo real, glorioso pero real, verdadero
cuerpo glorificado, y está con nosotros en el camino de la vida. ¡Saltemos de
alegría por esta verdad consoladora!
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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