domingo, 15 de septiembre de 2019

Pequeñas Semillitas 4112

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 14 - Número 4112 ~ Domingo 15 de Setiembre de 2019
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina) 
Alabado sea Jesucristo…
Hoy el Evangelio nos refresca las parábolas que hablan de la misericordia de Dios. La más célebre de las parábolas de la misericordia, la del Padre misericordioso (o del hijo pródigo), ya ha sido leída y comentada en la Cuaresma; queda por explicar las dos primeras: la oveja perdida y la moneda (dracma) extraviada.
Estas parábolas tienen dos grandes enseñanzas para nosotros. En primer lugar, vemos que muchas veces somos como la oveja perdida o el hijo pródigo que buscamos la felicidad por caminos diversos de los que nos señala Dios, caminos equivocados que nos perjudican en vez de ayudarnos. En ese caso debemos acordarnos que Dios es nuestro Padre y nos acoge. Aprovechemos el tiempo que tenemos de vida para corresponder a la bondad de Dios y llegar a sus brazos de padre.
Otra gran enseñanza es el deber de parecernos lo más posible a Jesús para tener amor y misericordia con los que nos han podido ofender. Y en el campo del apostolado de la Iglesia, no contentarnos con conservar lo que tenemos, sino salir a buscar la oveja perdida o la moneda extraviada. Esto es difícil porque nos resulta incómodo.
Cuando nació el precursor -Juan Bautista- el ángel dijo que una de sus tareas sería la de «hacer volver los corazones de los padres a los hijos y los corazones de los hijos hacia los padres» [Cf. Lc 1,17], una misión más actual que nunca.

¡Buenos días!
¿Fracaso?
Triunfar es aprender a fracasar. El éxito en la vida viene de saber afrontar las inevitables faltas de éxito del vivir de cada día. Cada frustración, cada descalabro, cada contrariedad, cada desilusión, lleva consigo el germen de una infinidad de capacidades humanas desconocidas, sobre las que los espíritus pacientes y decididos han sabido ir edificando lo mejor de sus vidas.

Fracaso... no significa que somos unos fracasados. Significa que todavía no hemos tenido éxito. Fracaso… no significa que no hemos logrado nada. Significa que hemos aprendido algo. Fracaso… no significa falta de capacidad. Significa que debemos hacer las cosas de distinta manera. Fracaso… no significa que somos inferiores. Significa que no somos perfectos. Fracaso... no significa que debemos echarnos para atrás. Significa que tenemos que luchar con mayor tenacidad. Fracaso... no significa que Dios nos ha abandonado. ¡Significa que Dios tiene un plan mejor!

Las dificultades de la vida juegan, en cierta manera, a nuestro favor. El fracaso hace lucir ante uno mismo la propia limitación pero, al mismo tiempo, nos brinda la oportunidad de dar lo mejor de nosotros mismos. Es así como, en medio de un entorno en el que no todo nos viene dado, te vas forjando el carácter y  vas adquiriendo fuerza y autenticidad. Se trata de persistir.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Éx 32, 7-11. 13-14

Salmo: Sal 50, 3-4. 12-13. 17. 19

Segunda Lectura: 1 Tim 1, 12-17

Santo Evangelio: Lc 15,1-32
En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.
»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’. Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

Comentario:
Hoy consideramos una de las parábolas más conocidas del Evangelio: la del hijo pródigo, que, advirtiendo la gravedad de la ofensa hecha a su padre, regresa a él y es acogido con enorme alegría.
Podemos remontarnos hasta el comienzo del pasaje, para encontrar la ocasión que permite a Jesucristo exponer esta parábola. Sucedía, según nos dice la Escritura, que «todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle» (Lc 15,1), y esto sorprendía a fariseos y escribas, que murmuraban: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,2). Les parece que el Señor no debería compartir su tiempo y su amistad con personas de vida poco recta. Se cierran ante quien, lejos de Dios, necesita conversión.
Pero, si la parábola enseña que nadie está perdido para Dios, y anima a todo pecador llenándole de confianza y haciéndole conocer su bondad, encierra también una importante enseñanza para quien, aparentemente, no necesita convertirse: no juzgue que alguien es “malo” ni excluya a nadie, procure actuar en todo momento con la generosidad del padre que acepta a su hijo. El recelo del mayor de los hijos, relatado al final de la parábola, coincide con el escándalo inicial de los fariseos.
En esta parábola no solamente es invitado a la conversión quien patentemente la necesita, sino también quien no cree necesitarla. Sus destinatarios no son solamente los publicanos y pecadores, sino igualmente los fariseos y escribas; no son solamente los que viven de espaldas a Dios, sino quizá nosotros, que hemos recibido tanto de Él y que, sin embargo, nos conformamos con lo que le damos a cambio y no somos generosos en el trato con los otros. Introducidos en el misterio del amor de Dios —nos dice el Concilio Vaticano II— hemos recibido una llamada a entablar una relación personal con Él mismo, a emprender un camino espiritual para pasar del hombre viejo al nuevo hombre perfecto según Cristo.
La conversión que necesitamos podría ser menos llamativa, pero quizá ha de ser más radical y profunda, y más constante y mantenida: Dios nos pide que nos convirtamos al amor.
Rev. D. Alfonso RIOBÓ Serván (Madrid, España)

Nuestra Señora de los Dolores
Por dos veces durante el año, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen que es el de la Semana de la Pasión y también hoy, 15 de setiembre.
La primera de estas conmemoraciones es la más antigua, puesto que se instituyó en Colonia y en otras partes de Europa en el siglo XV y cuando la festividad se extendió por toda la Iglesia, en 1727, con el nombre de los Siete Dolores, se mantuvo la referencia original de la Misa y del oficio de la Crucifixión del Señor.
En la Edad Media había una devoción popular por los cinco gozos de la Virgen Madre, y por la misma época se complementó esa devoción con otra fiesta en honor a sus cinco dolores durante la Pasión. Más adelante, las penas de la Virgen María aumentaron a siete, y no sólo comprendieron su marcha hacia el Calvario, sino su vida entera. A los frailes servitas, que desde su fundación tuvieron particular devoción por los sufrimientos de María, se les autorizó para que celebraran una festividad en memoria de los Siete Dolores, el tercer domingo de setiembre de todos los años.
Los siete dolores de la Santísima Virgen son:
1. La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.
2. La huida a Egipto con Jesús y José.
3. La pérdida de Jesús en el Templo.
4. El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario.
5. La crucifixión y la agonía de Jesús.
6. La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.
7. El entierro de Jesús y la soledad de María.
Información más detallada haciendo clic acá.

Palabras de San Juan Pablo II
"En la Cruz, humanamente hablando, signo de ignominia, Tú, oh Cristo, te has hecho Pastor de nuestras almas y Señor de la historia. ¡Ave Cruz de Cristo!... En la Cruz, Cristo dio su vida por nosotros... En la Cruz se encuentra la gran victoria de Cristo sobre el corazón humano... En la Cruz conocemos el signo simple y sagrado del amor de Dios por la humanidad”

Predicación del Evangelio:
Dios es misericordia
Durante la cuaresma  escuchamos la bella parábola del hijo pródigo. Ahora tratamos las dos parábolas que la preceden. Las historias de la oveja perdida y de la moneda perdida tienen el mismo tema que la del hijo pródigo. Forman un testimonio del amor de Dios para cada uno de nosotros. Retratan a Dios como siempre listo para perdonar nuestros pecados. De hecho lo describen como buscándonos cuando lo fallamos.

Sí, pecamos aunque nos cuesta admitir el hecho a veces. La dificultad puede ser que no vemos a nosotros mismos como entre los pecadores grandes. Pero la verdad es que como jóvenes hacemos varios actos indiscretos. Tal vez decepcionemos a una persona querida. O posiblemente nos aprovechemos de una persona ingenua. Aún como mayores nos encontramos a nosotros mismos blasfemando después de beber mucho. O quizás miremos la pornografía en un momento desesperado. Es posible también que seamos culpables de pecados tan atroces que los hayamos ocultado de nuestra consciencia. Tal vez hayamos cometido el adulterio o aun tenido aborto. De todos modos cada uno de nosotros hemos ofendido a Dios y lastimado a los demás.

Cristo nos ha venido para decirnos: “Está bien”. No tenemos que preocuparnos de estos pecados. Dios los perdona una vez que nos los arrepintamos. Él nos concede un nuevo arranque de la vida de modo que los pecados ya no cuentan contra nosotros. Es como un equipo de fútbol. Su record del año pasado no lo retarda en la nueva temporada. Comienza de nuevo con cero victorias y cero derrotas.

Algunos quieren preguntar: ¿Por qué Dios que es tan misericordioso con nosotros? Las primeras lecturas de la misa hoy nos ofrecen respuestas posibles. En la primera Moisés sugiere que Dios perdona los pecados del pueblo porque tiene que cumplir sus promesas a Abraham. Pero no es cierto que Dios tiene que perdonar desde que los Israelitas han abandonado sus obligaciones de la alianza. En la segunda lectura  Pablo propone otra posibilidad. Sugiere que Dios lo perdona para utilizar a los perdonados como instrumentos en su plan para salvar al mundo. Esto es cierto pero queda la pregunta: ¿Por qué Dios quiere salvar al mundo?

Dios es misericordioso con nosotros porque es tan perfecto que no quiera nada por sí mismo. Sólo quiere compartir su bondad con cada uno de sus creaturas. Es como la persona tan rica que no tiene ningún interés en hacer más plata. Sólo desea usar sus millones por el bien de los demás. Por eso, Dios se alegra con el arrepentimiento de un pecador. Como el pastor que halla su oveja, la mujer que encuentra su moneda, y el padre que tiene a su hijo regresado, Dios quiere compartir su gozo con todo el mundo.

La palabra misericordia proviene de dos palabras latinas: cor, que quiere decir corazón, y miseria. Dios, que superabunda en la misericordia, comparte el corazón miserable del pecador. Por eso, ha enviado a Jesús que nos dice: “Está bien”. Jesús nos corrige de nuestras tendencias pecaminosas.  Sólo tenemos que arrepentirnos de nuestros errores.  Sólo tenemos que arrepentirnos.
Padre Carmelo Mele O. P.

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Ofrecimiento para sacerdotes y religiosas
  
Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente "Pequeñas Semillitas" por e-mail: Si desean recibir los comentarios del Evangelio del domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos pastorales sobre la Palabra de Dios, pueden pedírmelo a info@pequesemillitas.com
Sólo deben indicar claramente su nombre, su correo electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.

Un minuto con María
En 2013, Chantal, una parisina, madre de familia numerosa, fue confrontada a la recomendación del aborto, cuando le dijeron que el bebé que esperaba no llegaría a término. Pero su gran fe y la de su marido; en María, y en la fuerza del Rosario, le permitió llegar hasta el final de su embarazo y dar a luz a una pequeña María, con síndrome de Down... ¿Pero viva! Desde entonces, Chantal se ha involucrado en el apoyo de mujeres embarazadas con problemas. Nos cuenta:
“Un día la responsable de nuestro grupo, María, me llamó para confiarme la guía de una mujer embarazada, Nora, con indicio de trisomía para su bebé, la interrupción del embarazo estaba programada. Nora estaba aterrorizada por el hándicap de este bebé. Al filo de las conversaciones creamos una sólida amistad y complicidad.
Éramos, al mismo tiempo, cercanas y lejanas. Nora era musulmana. Yo no pude más que dar testimonio de los que nosotros vivíamos con María, de lo que mi fe me permitía creer (“lo que ustedes hagan al más pequeño de los míos…” que amando a su bebé, era el amor que entraba en su hogar), ayudarla a entrar en contacto con el Instituto Jérôme Lejeune (Paris, Francia) y con una maternidad donde sería acogida mejor dado el diagnostico de su bebé, la maternidad de Petites sœurs des maternités catholiques.
Su pequeño Rayane, nació prematuramente tras 27 semanas de embarazo. Nunca supe cuando había tomado la decisión de quedarse con el bebé. Lo único que Nora me dijo: “Usted ama tanto a su María, que yo no podía amar menos al mío”.
Rayane vivió solamente un mes, dejando a su mamá desesperada pero habiendo sembrado en toda su familia una inmensa ola de amor. Después de un tiempo de una depresión muy fuerte y el encuentro de un sacerdote, Nora N., entró en el catecumenado seis meses después, escogiendo ‘María’ como nombre de bautismo.

Cinco minutos con Jesús
Setiembre 15
A Cristo debo escucharlo con agrado, voluntariamente y con gusto.
A Cristo se lo escucha en la oración.
A Cristo se lo escucha en las numerosas inspiraciones que su Espíritu deposita en nuestro interior.
A Cristo se lo escucha en la lectura de libros, que tratan de darlo a conocer, de ahondar en su acción redentora y santificadora; peo más que nada en el Evangelio.
A Cristo se lo escucha cuando los hermanos nos hablan de él.
A Cristo se lo escucha de un modo muy particular, cuando por medio de algún sacramento nos unimos a él íntimamente, ya que el sacramento no es sólo signo que simboliza o recuerda: produce la donación de Cristo a mí, a través de su gracia.
(Padre Alfonso Milagro)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)

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