sábado, 24 de febrero de 2018

Pequeñas Semillitas 3603

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 13 - Número 3603 ~ Sábado 24 de Febrero de 2018
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. “Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas".
La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.
Pidámosle a Jesucristo que nos ayude a no fragmentar nuestro corazón, que nos ayude a no calcular nuestra entrega, que nos ayude a no ponernos a nosotros mismos como prioridad fundamental de nuestro don a los demás. Que nuestra única meta sea la de ser perfectos, es decir, la de amar como Cristo nos ama a nosotros.
P. Cipriano Sánchez

¡Buenos días!

Transformado en hormiga
El P. Alfonso Milagro, autor de libros muy vendidos, cuenta esta constatación: Encontré a un hombre de buenas cualidades que casi las maldecía. Le pregunté por qué y me respondió: “Porque hacen sombra, y eso no me lo perdonan”. Eso es la envidia, un sentimiento de aguda incomodidad al ver a otro que tiene lo que deseamos. Lee este curioso mito griego:

Cuenta la mitología griega que la hormiga actual era en otros tiempos un hombre que, consagrado a los trabajos de la agricultura, no se contentaba con el producto de su propio esfuerzo, sino que miraba con envidia el producto ajeno y robaba los frutos a sus vecinos. Indignado Zeus por la avaricia de este hombre, lo transformó en hormiga. Pero aunque cambió de forma, no le cambió el carácter, pues aún hoy día recorre los campos, recoge el trigo y la cebada ajenos y los guarda para su uso.

No te compares nunca con los demás, porque todo humano tiene éxitos y fracasos, días de sol y de nublados,  épocas de penuria y prosperidad. Enumera y goza en cambio tus propios bienes y agradécelos al Señor y él te librará de la envidia. Que esta reflexión te ayude a vivir con sabiduría y en paz tu propia vida, tu concreta realidad.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». (Mt 5,43-48)

Comentario:
Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito San Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».
El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Etelberto de Kent
Laico
Era rey de Kent y, siendo aún pagano, contrajo matrimonio con Berta, princesa franca, de religión católica, que exigió, para casarse, poder practicar su religión y que la acompañara su capellán, el obispo Leitardo, que influiría en la conversión del rey. Etelberto jugó un papel importante en la conversión de los sajones al cristianismo. Acogió y protegió a los misioneros enviados por san Gregorio Magno y encabezados por san Agustín de Canterbury. Él mismo, la vigilia de Pentecostés del año 597, instruido convenientemente, recibió el bautismo de manos de san Agustín, hecho que influyó no poco para que muchos súbditos suyos abrazaran la fe cristiana. También contribuyó en la conversión de Saberto, rey de los sajones orientales, cuya capital era Londres. Cedió su palacio a san Agustín, levantó la catedral de San Andrés en Rochester, apoyó en todo la labor de los misioneros, construyó iglesias y monasterios. Fue un modelo de rey cristiano, que gobernó a su pueblo con prudencia y dio leyes justas inspiradas en el derecho romano y en la doctrina evangélica. Murió en Canterbury el 24 de febrero del año 616.
© Directorio Franciscano - Aciprensa    

Palabras del Santo Padre Pío
 
"La divina Providencia uniendo los gozos a los sufrimientos
y haciéndonos pasar en la vida, a cada uno,
de las alegrías a las lágrimas,
nos conduce a la consecución de nuestro fin último...
La felicidad sólo se encuentra en el cielo"

Grandes Biografías:
El Santo Cura Brochero
José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de marzo de 1840 en Villa de Santa Rosa, en las márgenes del río Primero, al norte de la provincia de Córdoba, Argentina. Sus padres fueron doña Petrona Dávila y don Ignacio Brochero. Fue bautizado al día siguiente en la parroquia de Santa Rosa.

A los 16 años, el 5 de marzo de 1856, el joven Brochero ingresa en el seminario de Loreto en la ciudad de Córdoba. Por aquel tiempo los seminaristas estudiaban en el Seminario latín y otras disciplinas eclesiásticas, pero las demás asignaturas debían cursarlas en las aulas de la Universidad de Trejo y Sanabria. Es en esa alta y prestigiosa casa de estudios donde Brochero tendrá por camaradas y conquistara su indeclinable amistad a personas luego destacadas como el doctor Ramón Cárcano, gobernador de Córdoba y primer biógrafo de Brochero.

Durante sus años de seminarista en Córdoba, Brochero conoce y concurre a la Casa de Ejercicios que dirigían los jesuitas. Experimenta personalmente la eficacia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y colabora eficazmente con los sacerdotes que los dirigen. Así muy pronto, con la autorización de sus superiores y muy de su agrado fue "doctrinero" y "lector" durante los Ejercicios, es decir, el brazo derecho del sacerdote responsable de los mismos. Al respecto informará luego el padre Bustamante que Brochero como "doctrinero" era habilidoso y "cumplía con los hombres rudos con toda la paciencia y a las mil maravillas".

El 16 de julio de 1862 Monseñor José Vicente Arellano, obispo de Córdoba, le confirió la tonsura y al día siguiente las cuatro órdenes menores. Cuatro años después, el 4 de noviembre de 1866, el mismo prelado le confiere el sacramento del Orden Sagrado. Los tres primeros años de su sacerdocio los transcurre Brochero en la ciudad de Córdoba, desempeñándose como teniente-cura de la iglesia catedral.

A fines de 1867 despuntaba en Córdoba el primer brote del terrible cólera que segó más de 4.000 vidas en poco tiempo. Fueron aquellos, días de terrible aflicción, de pánico y mortandad nunca vistos en la capital y en toda la provincia. Dura ocasión que acicatea y pone a prueba el celo incoercible del joven sacerdote que se prodiga enteramente, jugándose sin miramientos la salud y la vida en favor de sus prójimos.

Un testigo del horrendo flagelo lo constata: "Brochero abandonó el hogar donde apenas había entrado para dedicarse al servicio de la humanidad doliente y en la población y en la campaña se le veía correr de enfermo en enfermo, ofreciendo al moribundo el religioso consuelo, recogiendo su última palabra y cubriendo la miseria de los deudos. Este ha sido uno de los períodos más ejemplares, más peligrosos, más fatigantes y heroicos de su vida".

El 18 de noviembre de 1869 José Gabriel Brochero es designado cura del departamento de San Alberto, al otro lado de las sierras grandes. San Pedro era la cabecera departamental. Allá llega Brochero, después de tres días de viaje en mula a través de las sierras; pero después de un tiempo y por voluntad personal, se radicó definitivamente en la Villa del Tránsito, hoy Villa Cura Brochero. Su curato era inmenso: unas 500 leguas de valles y serranías.

Después de treinta años de párroco en las sierras, el obispo de Córdoba, Fray Reginaldo Toro, nombra a Brochero canónigo de la iglesia catedral para que disfrute de un necesario descanso y reponga su quebrantada salud. El 12 de agosto de 1898 Brochero presta juramento como canónigo. Pero el 1 de septiembre de 1902 se hará nuevamente cargo de su querida parroquia, previa renuncia de la canonjía. (Dicen que al despedirse de sus ilustrísimos colegas, quitose rápido la muceta, como si le molestara y la entregó con gracia, diciendo: "Este apero no es para mi lomo". Y según otro testimonio, habría luego añadido: "Ni esta mula para este corral").

Salvo los tres años en los que se desempeñó como canónigo de la catedral de Córdoba, Brochero vivirá siempre en su curato serrano: ¡Más de cuarenta años predicando el Evangelio con la palabra y el ejemplo y contribuyendo como ningún otro al progreso de aquella zona aislada y preterida! En 1887 terminó e inauguró solemnemente la Casa de Ejercicios en la Villa del Tránsito. El 2 de febrero de 1880 se bendijo el flamante Colegio para niñas que Brochero confió a las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. Estas dos construcciones le reportaron muchas fatigas y molestias. Pero Brochero no era hombre para dejarse vencer por nadie.

El 2 de febrero de 1908, casi ciego y sordo, achacoso y con el imperdonable mal de Hansen (lepra) a flor de carne, renunció a su parroquia, imposibilitado de atenderla. Con admirable resignación abrazó la pesada cruz con que Dios quiso probar su trabajosa ancianidad. Sus últimos años fueron cátedra elocuente de acrisolada virtud. Entregó piadosamente su alma el 26 de enero de 1914 en su Villa del Tránsito. Sus restos, por deseo suyo, descansan en la capilla de la Casa de Ejercicios. Quiso yacer allí para que los ejercitantes lo pisaran y rogaran por él. En la losa, blanca y simple, que perpetúa su nombre, hay esta breve inscripción, síntesis de su vida y de su obra: Perseverans atque Victor (Perseverante y victorioso) Apóstol de la religión y del trabajo, de la unión y de la paz.

Fue beatificado el 14 de setiembre de 2013 y canonizado el 16 de octubre de 2016, en ambos casos por el papa actual, y su memoria litúrgica se celebra el 16 de marzo.

Cada día de Cuaresma
Llamados a la santidad
I. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48), nos dice el Evangelio de la Misa. El Señor no sólo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieren ser de verdad sus discípulos. Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social. Esta doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, quien ha vuelto a recordar que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad. Más tarde, el Concilio Vaticano II ha ratificado para toda la Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano está llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. Hoy podemos preguntarnos si nos basta solamente con querer ser buenos, sin esforzarnos decididamente en ser santos.

II. La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. “Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas” (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 55) Santificar el trabajo: bien hecho, cumpliendo en forma fidelísima la virtud de la justicia y afán constante por mejorar profesionalmente. Santificarnos en el trabajo: Nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios, ofreciéndolo a Él, y viviendo las virtudes humanas y sobrenaturales. Santificar a los demás con el trabajo: El trabajo puede y debe ser medio para dar a conocer a Cristo a muchas personas si somos ejemplares en la manera cristiana de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.

III. La Iglesia nos recuerda la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para conducir a Dios todas las realidades terrenas. Así lo hicieron los primeros cristianos. Esto sólo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los sacramentos. El Señor pasó su vida en la tierra haciendo el bien (Hechos 10, 38). El cristiano ha de ser “otro Cristo”. Esta es la gran fuerza del testimonio cristiano. Pidamos a Nuestra Madre que nos ayude ser testigos de su Hijo, mientras nos esforzamos en buscar la santidad en nuestras circunstancias personales.
© Francisco Fernández Carvajal

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María;  por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente, África, y en otros lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los niños con cáncer y otras enfermedades graves; por el drama de los refugiados del Mediterráneo; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por las víctimas de catástrofes naturales; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por el niño Martín S., internado en la ciudad de Córdoba, Argentina, en condición grave de salud. Lo encomendamos a la mediación de la Santísima Virgen de Lourdes para que Ella ruegue a Jesús por la gracia de su curación.

Pedimos oración para María del Valle, lectora de la provincia de Santa Fe, Argentina, muy afectada por su artrosis y osteoporosis, que apenas le permite desplazarse. Que el Señor le conceda el alivio necesario para seguir llevando adelante sus labores parroquiales. 

Pedimos oración para Zulema, de la provincia de Santa Fe, Argentina, a quien extirparon tres tumores de ovario (ramificados) y está por comenzar quimioterapia. Le rogamos a Jesús que le conceda la gracia de que los tratamientos resulten efectivos y pueda sanar.

Continuamos unidos en oración por medio del rezo del Santo Rosario poniendo en Manos de Nuestra Madre Bendita todas nuestras preocupaciones, alegrías y necesidades, poniendo al mundo entero en Manos de nuestra Madre y pidiéndole a Ella paz para el mundo. Al rezar por la paz, rezamos por todo, por la paz en el mundo, en los corazones, porque la violencia sea desterrada, por la paz para los niños que están en peligro de ser abortados. Paz para los jóvenes que no encuentran el camino, paz para los deprimidos. Paz para los que no han tenido la dicha de conocer al Amor. En fin rezamos por la paz, y sigamos haciéndolo.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Los cinco minutos del Espíritu Santo
Febrero 24
Podemos decirle al Espíritu Santo, con todo el corazón, estas palabras del Salmo:
"Tú eres mi Señor, mi bien, no hay nada fuera de ti... Tú eres mi herencia, mi copa, un lugar de delicias, una promesa preciosa para mí... Por eso se me alegra el corazón, retozan mis entrañas y hasta mi carne descansa serena... Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de alegría ante ti, lleno de alegría en tu presencia" (Salmo 16,2.5-6.9.11).
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos

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