PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
11 - Número 2958 ~ Domingo 20 de Marzo de 2016
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
En
este Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, comenzando a vivir la Semana Santa, y siguiendo
conceptos del jesuita José Enrique Ruiz de Galarreta, podemos decir que Jesús
es consecuente con su misión. Toda su vida ha sido una entrega completa al
reino. Anunciar y hacer presente el reino ha sido el motor de toda su
actividad.
Esa
entrega al reino le lleva a ser rechazado, a ser perseguido, a poner en peligro
su propia vida. Y Jesús no se echa atrás: va hasta el final. Y por eso podemos
creer en él, porque es consecuente hasta dar la vida.
¡Buenos días!
¿Sabemos agradecer?
La
oración de acción de gracias ayuda a vivir la relación con Dios de una forma
concreta, existencial. Es muy indicada para descubrir los dones que Dios te
regala a cada paso. Es una oración sedante: ensancha el corazón y descansa la
mente. Es muy sencilla y accesible a todos.
Hay que saber decir “gracias”. Nuestros días están
colmados de regalos que Dios nos envía. Si supiéramos verlos y llevar la cuenta
de todos, llegaríamos a la noche, deslumbrados y radiantes ante tantos dones
recibidos. Como niños en día de Reyes. Y miraríamos agradecidos a Dios. Y
fiados en que él nos lo da todo, seríamos felices al saber que todos los días
nos dará regalos nuevos y distintos. Todo es don de Dios. Aún las cosas más
pequeñas. Y don suyo es toda esta colección de regalos que es la vida. Vida que
será rosa o sombría, según utilicemos esos dones. (Michel Quoist).
Toda
la Biblia es una invitación a la gratitud, al recordarnos las “grandes cosas”
que el Señor ha hecho por nosotros. Por medio de esta oración descubrimos la
bondad infinita del Padre que piensa en nosotros con admirable delicadeza.
Ayuda a madurar en la fe. San Pablo escribió a los colosenses: “Vivan dando
gracias a Dios”. Trata, pues, de ejercitarte en esto.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Llegada
la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He deseado enormemente
comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya
no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Y tomando una
copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os
digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de
Dios».
Y
tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo
mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi
sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega
está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo
establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».
Ellos
empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a
hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser
tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles los dominan
y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis
así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que
gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el
que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en
mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí:
comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir
a las doce tribus de Israel».
Y
añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como
trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te
recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy
dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo,
Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado
conocerme».
Y
dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó
algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa que la
coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y
compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está
escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su
fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».
Y
salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los
discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación».
Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado,
oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga
mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba.
En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a
goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue
hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué
dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».
Todavía
estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de
los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con él de lo que
iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de ellos hirió al
criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino
diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los
sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían
venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido?
A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es
vuestra hora: la del poder de las tinieblas».
Ellos
lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote.
Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se
sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado
junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba con Él».
Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le
dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo soy».
Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con Él,
porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y estaba
todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una
mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho:
«Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera,
lloró amargamente.
Y
los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y,
tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y
proferían contra Él otros muchos insultos.
Cuando
se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y
letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el
Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os
pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado
a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo
de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su
boca».
El
senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron
a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos
comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se
paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato preguntó
a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo dices».
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en
este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al pueblo
enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo, preguntó
si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo
remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes,
al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería
verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un
interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí
los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su
escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura
blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y
Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato,
convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: «Me
habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo
le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre
ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha
remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un
escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos
vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste lo
habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un
homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a
Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo
por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él. ningún
delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».
Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al
que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a
Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras
lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo,
y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran
gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en
que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes:
‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
Conducían
también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al
lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros
ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si
eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en
escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Uno
de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera
temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque
recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió:
«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Era
ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la
media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio.
Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Y dicho esto, expiró.
El
centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este
hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo,
habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus
conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían
seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Un
hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había
votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de
Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo
de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro
excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la
Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde
Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la
vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al
mandamiento. (Lc
22,14—23,56)
Comentario
Hoy
leemos el relato de la pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos
gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión están en relación
mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación.
Jesús
llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud de
servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es el
trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando. En
efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor de
Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.
Este
perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús, pero de
una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz. ¡Qué
significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos hoy de
los labios de Jesús!:
—Él
ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen» (Lc 23,34).
—Al
ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo perdona y
lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
—Jesús
perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega, cuando exclama:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Ésta
es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el perdón,
frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos la
experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no nos
costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y absuelve
sin mezquindad.
San
Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor».
* Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona,
España)
Palabras de San Juan Pablo II
"Desde
los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio,
han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó
con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su
cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo"
Predicación del Evangelio
“Un Dios crucificado”
Según
el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina
del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres
Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su
respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de
Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las
preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por
los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una
cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda
de Dios?
Un
"Dios crucificado" constituye una revolución y un escándalo que nos
obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al
que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos
que las religiones atribuyen al Ser Supremo.
El
"Dios crucificado" no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y
feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado
que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la
Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y
sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de
manera increíble.
Ante
el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien
que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le
salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de
nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de
nuestro mundo.
Este
"Dios crucificado" no permite una fe frívola y egoísta en un Dios
omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos
pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas
víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos
cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.
Los
cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el
"Dios crucificado". Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra
mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante
nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del
Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el
"Dios crucificado" y se abre la puerta a toda clase de
manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia
quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.
* José Antonio Pagola
Cuaresma día a día
Día 40°: Domingo de Ramos
Es necesario dar Gloria a Dios. Los discípulos "trajeron la borrica y el pollino, y
pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús. La mayor parte
de la gente desplegaba sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando
ramas de árboles, los extendían por la calzada. La multitud que le precedía y
la que le seguía gritaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en nombre del señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21, 7,9).
¡Cómo
alaban a Dios! Alabar a una persona es decirle, ¡qué bien has hecho esto!; o
qué buen amigo eres; o alguna otra afirmación por el estilo.
Alabar
significa que se reconoce algo bueno como bueno; que se valora, y que se dice a
quien lo ha hecho o a quien pertenece. Esto es un gozo para quien lo escucha y
para quien lo dice (si lo dice sinceramente, y no para sacar algún beneficio).
Alabar
a Dios es una obligación para toda criatura. Es bueno que alabes muchas veces a
Dios: que le digas lo bueno que es, que agradezcas lo bien que ha hecho esto o
aquello, la belleza del mundo, etc. Y que cuando reces el gloria, lo hagas con
esta intención.
Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo; como era en un principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
© Web Católico de Javier
Nuevo vídeo
Hay
un nuevo vídeo subido al blog
de
"Pequeñas Semillitas" en
internet.
Para
verlo tienes que ir al final de esta página.
Agradecimientos
Dicen
que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las
oraciones de las personas en la tierra:
Una
es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que
atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que
llegan en todo momento.
La
otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y
en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega
ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde
esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por
semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina:
agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros
pedidos de oración.
Desde
Buenos Aires, Argentina, Cecilia Claudia agradece a Dios por el matrimonio
recientemente bendecido de su hija María
Cecilia con Matías. Que el Señor
bendiga esta unión y la haga fructificar en una hermosa familia.
Desde Bogotá, Colombia, agradecen a Dios y a todas las personas que rezaron por Elizabeth S., que ha recibido tratamiento por cáncer de mama y actualmente se encuentra muy bien, agradecida a todos y retornando a su trabajo. Damos gracias a la bondad infinita de Dios.
Desde
San Juan, Argentina, nos llegan excelentes noticias de Baltazar, el niño que nació prematuro en Febrero y por el que
estuvimos rezando. Ahora ha sido dado de alta y está en su hogar junto a su
familia. Todos ellos agradecen a Dios y a las personas que rezaron.
Desde
España, Maria C. I., agradece “al autor de esta página,
Felipe de Urca, por ser siempre el puente que nos acerca a nuestros hermanos en
el mundo, teniendo así la certeza de que sus oraciones, llegan a Dios nuestro Padre. No sólo nos da esta
posibilidad, sino que cuida siempre de aquellos amigos que confiamos en sus
oraciones, y el don de su amistad... siempre está presto para quien lo
necesita. San José, Padre amoroso, cuide siempre de él”.
Los cinco minutos de Dios
Marzo 20
Todo
extremismo es vicioso; ni a la derecha, ni a la izquierda; el equilibrio es más
justo y más sano; la virtud está en el medio.
Puedes
pecar por exceso de optimismo o, por deficiencia, en el pesimismo; pero si no
puedes o no sabes guardar el justo equilibrio de un sano realismo es preferible
que te inclines por el optimismo.
Al
fin, siempre será más agradable presentar la vida "en colores" que en
blanco y negro; siempre es más simpático esparcir sonrisas que presentar
entrecejos; es más atrayente la tarde soleada y serena que la tormenta
asoladora o la noche silbante.
La
prudencia es la virtud que gobierna todas las demás virtudes.
Por la prudencia todas las demás virtudes guardan el
debido equilibrio y por eso siguen siendo virtudes, ya que todo extremo es
vicioso. “Feliz el hombre que ha encontrado la sabiduría y el que alcanza la
prudencia” (Prov 3,13). “La prudencia es la fuente de la vida para el que la
tiene, el castigo de los necios es la necedad”
(Prov 16,22). Con nuestra fe conocemos que Jesús es Dios y Hombre; y
aprendemos a luchar y a trabajar por su Nombre.
* P. Alfonso Milagro
Jardinero de Dios
-el
más pequeñito de todos-
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