PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2176 ~ Martes
29 de Octubre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Podría definirse la oración como el esfuerzo del hombre
por alcanzar a Dios y comunicarse con este ser invisible, creador de todas las
cosas, suprema sabiduría, verdad, belleza y fortaleza, padre y redentor de cada
ser. Cuando en ferviente oración nos dirigimos a Dios, tanto el alma como el
cuerpo experimentan una sensible mejoría. Uno puede orar en las calles, los
teatros, las oficinas, las escuelas, como así también en el recogimiento de la
propia habitación o en medio de multitudes. No hay prescripciones respecto a
posturas, tiempo o lugar. Sin embargo para poder moldear la personalidad, es
necesario que la oración se convierta en un hábito. De poco sirve orar por la
mañana, si se vive el resto del día como un ateo. La verdadera oración moldea
la vida y una vida auténtica exige la oración. La oración es, ciertamente, el
medio más importante para reconstruir y rehabilitar a un hombre.
Alexis Carrel
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el
Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que
tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves
del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de
Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas
de harina, hasta que fermentó todo».
(Lc 13,18-21)
Comentario
Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas,
ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios:
es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a
hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo
manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta
parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la
esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a
la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla
sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo,
ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta
convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad
—fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la
Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la
comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo
[que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).
El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a
la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que
fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la
levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel”
de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y
fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el
fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal
capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf.
Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su
labor.
Parábolas que animan a la paciencia y la segura
esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se
aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.
Rev. D. Lucas Francisco MATEO Seco (Pamplona, Navarra,
España)
Santoral Católico:
San Narciso de Jerusalén
Obispo
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Cercanía de Dios
La lectura
meditada de la Biblia te llevará a la vivencia de que Dios está contigo. Te
parecerá escucharlo y decirte con dulce voz: “Yo estoy contigo. Aquí a tu lado me
tienes. Ni por un momento te desamparo. Déjame el cuidado de todas tus cosas y
todo te irá mejor”. Hoy la Reina de la Paz te invita a crecer en la firme
convicción de que Dios está contigo y te ama.
“¡Queridos hijos! También hoy los invito a
tener más confianza en mí y en mi Hijo. Él ha vencido con su muerte y
resurrección y los llama, para que a través de mí, sean parte de su alegría.
Hijitos, ustedes no ven a Dios pero, si oran, sentirán su cercanía. Yo estoy
con ustedes e intercedo ante Dios por cada uno de ustedes. ¡Gracias por haber respondido
a mi llamado!”
La clave está en
la oración que alcanza poco a poco la meta señalada por san Pablo: “Vivan dando
gracias a Dios”; también: “En cualquier circunstancia recurran a la oración y a
la súplica”: y además, “Perseveren en la oración, velando siempre en ella con
acción de gracias”. Santa Teresa hablando de la oración dice, “Se trata de amar
mucho”.
Padre Natalio
Tema del día:
¿Hay pecados imperdonables?
1) Para saber
¿Hay algún pecado que Dios no perdone? Sabemos que Dios
es infinitamente misericordioso, pero hay un texto en el Evangelio que nos dice
que el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado (cfr. Mt 12, 32; Mc 3,
29). ¿A qué se refiere este pecado?
El Magisterio de la Iglesia, a través del “Catecismo de
la Iglesia Católica”, nos da la explicación: “No hay límites a la misericordia
de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios
mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación
ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la
condenación final y a la perdición eterna” (n. 1864).
Al habernos creado libres, Dios respeta esa libertad y si
alguno no quiere arrepentirse y no pide perdón, queda sin el perdón divino.
2) Para pensar
El Papa Francisco recordó que hay dos grandes obstáculos
para la reconciliación de los hombres o de los grupos o naciones:
En primer lugar, la soberbia del que no reconoce la
propia culpa y se niega por tanto a pedir perdón a quienes ha podido ofender
con sus actos. No recibe el perdón, quien no muestra arrepentimiento.
En segundo lugar, la soberbia de quien se considera
ofendido y espera que los "ofensores" se disculpen y le pidan el
perdón de sus ofensas.
En las dos partes hay obstáculos para la reconciliación
porque la soberbia ofusca: agranda las ofensas cometidas por los demás y
esconde nuestras culpas.
El Papa Francisco, en un discurso vibrante y encendido,
se refirió al “síndrome de Jonás” como aquella enfermedad que pueden sufrir las
personas de bien y que consiste en encerrarse en su propia torre de marfil. En
la historia de Jonás, el Señor le pide que vaya a Nínive para advertirles de su
pecado, pero Jonás huyó a otro lugar. El Papa lo explica: “Jonás tenía las
cosas claras: "la doctrina es ésta y se debe hacer esto" y que los
pecadores "se las arreglen ellos solos, yo me voy".
A aquellos que viven según este “síndrome de Jonás",
añadió el Pontífice, Jesús "llama hipócritas, porque no quieren la
salvación de la gente pobre, de los ignorantes y de los pecadores… se busca una
santidad -me permito la palabra- una santidad de lavandería, toda bonita,
impecable, pero sin ese celo de ir a predicar el Señor". Síndrome que
consiste en no tener celo por la conversión de la gente.
Podemos pensar si no habremos contraído dicho síndrome al
ocuparnos nada más de hacer bien nuestras cosas, sin atender a los necesitados.
3) Para vivir
En el momento en que uno se siente "bueno", su
propia bondad se convierte en el principal obstáculo de la reconciliación. En
el mismo momento en que se enroca en su castillo, se separa de los pecadores.
La soberbia no sólo exalta al pecador, también lo lleva a despreciar a los
demás.
Por eso el Papa nos invita a todos a salir de nosotros
mismos y de ir al encuentro de los demás, sin tener en cuenta las culpas de
unos y de otros. Más aún, dando el paso de reconocer nuestras culpas y de pedir
perdón a quienes hemos ofendido.
Nosotros podemos siempre perdonar, aunque nadie nos haya
pedido perdón. Así seguiremos el consejo de Jesús: “Sed misericordiosos, como
vuestro Padre es misericordioso” (Mt 6,36).
Pbro. José Martínez Colín
Palabras del Papa Francisco
“La oración, ante un problema, una situación difícil, a
una calamidad, es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace
las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas. Orar por esto: abrir la
puerta al Señor, para que pueda hacer algo. ¡Pero si cerramos la puerta, el
Señor no puede hacer nada!”
Papa Francisco
Oración a San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángel
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo contra la perversidad
y acechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial
arroja en el infierno con tu divino poder
a satanás y demás espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para perdición de las almas.
Amén
La Festividad de San Miguel Arcángel se celebra el 29
de Setiembre.
Pero igualmente es una práctica muy recomendada el
rezar esta oración
todos los días a la finalización de la Santa Misa.
Y también en estos tiempos para pedir por el Santo
Padre
y por la santidad de todos los sacerdotes del mundo.
En "Pequeñas Semillitas" la publicaremos los
días 29 de cada mes.
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas
y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los
cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo
son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por
nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las
enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de
libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad
de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento;
por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas
Almas del Purgatorio.
“Intimidad Divina”
Cada día afronto
la muerte
Así como Jesús por su Pasión salvó al mundo y entró en su
gloria, de semejante manera los apóstoles “mortifican en sí mismos las obras de
la carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres, y así, por la
santidad de que están enriquecidos en Cristo, pueden avanzar hasta el varón
perfecto” (PO 12). Este principio que el Vaticano II propone como base para la
santidad sacerdotal, se ha de aplicar a todos los apóstoles, los cuales han de
sentirse tanto más obligados a una práctica asidua de la mortificación cuanto
más su misión los lleve a representar a Cristo y a obrar “en persona de
Cristo”. “De ahí que (a los sacerdotes) se los invite a imitar lo mismo que
tratan, en el sentido de que, celebrando el misterio de la muerte del Señor,
procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias” (ib. 13). La
actividad apostólica vivida con deseo sincero de buscar sólo la gloria de Dios
y el bien de los hermanos, ofrece continuas ocasiones para ello: renunciar a
puntos de vista personales, adaptarse a la mentalidad de los otros,
condescender y mantenerse firme según circunstancias, aceptar críticas o
humillaciones y siempre olvidarse de sí para darse a los otros.
Las vibrantes afirmaciones de San Pablo: “estoy
crucificado con Cristo” (Gl 2, 20); “llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”
(Gl 6, 17); “siempre y doquier llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús” (2 Cr
4, 10), no son sólo palabras o fruto de exaltación religiosa, sino que reflejan
la realidad de su aventura apostólica vivida en íntima unión con el misterio de
Cristo crucificado. Su fe en el Hijo de Dios que le amó y se entregó por él es
tan viva y concreta, que toda renuncia o tribulación inherente a su condición
de apóstol la vive con un deseo permanente de asociarse más íntimamente cada
vez a la pasión de su Señor. Los sacrificios, los trabajos, las privaciones y
las persecuciones encontradas en el apostolado no tienen para Pablo otro objeto
que “entregarlo a la muerte”, o sea reproducir en él el talante de un Cristo
doliente y aun moribundo, y así ser penetrado por el poder de su vida para comunicar
esa vida a muchos.
Lo que es “muerte” para él, será “vida” para los que
evangeliza; por eso nunca encuentra excesivo el sacrificarse o padecer, antes
afirma con entusiasmo: “la muerte actúa en nosotros, pero en vosotros la vida”
(ib 12). Está profundamente persuadido de que cuanto más tenga que sufrir con
Cristo, tanto más numerosos serán a los que él dará la vida. Este es el secreto
de su invicta fortaleza frente a padecimientos que atenazan su espíritu y su
cuerpo, y lo atribulan “en todo: por fuera, luchas; por dentro, temores” (ib 7,
5), hasta hacerle decir que cada día afronta la muerte por el Evangelio. Como
Pablo, el apóstol verdadero tiene el coraje de sujetarse cada día a la “muerte”
por amor de Cristo y de los hermanos; no a una muerte ideal o hipotética, sino
concreta, sufrida momento a momento en los sacrificios reales que impone el
apostolado, no esquivándolos, sino abrazándolos de corazón, convencido de que
su actividad sólo será fecunda si va marcada con la muerte de Cristo, compartida
hasta que se convierta en muerte personal.
Haz, Señor, que te
imite en el sacrificio y en el sufrimiento, imitarte en los tres años de
laborioso ministerio y consagrarme al trabajo, al celo y a las fatigas
apostólicas… sería nada si no te imitase en la pasión. Tú me das a entender que
todas las fatigas y todos los trabajos son estériles, si no están avalorados
por el espíritu de pasión y sufrimiento como tú, oh Cristo. Haz que me entregue
por la redención de los hombres… imitándote a ti que te diste como víctima para
la reparación del género humano. Enséñame a negarme todo lo que de cualquier
manera puede serme de gozo y consuelo, y a vivir una vida de pasión continua
contigo, en ti y por ti, para redención de las almas. (G. Canovai)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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