lunes, 28 de octubre de 2013

Pequeñas Semillitas 2176

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2176 ~ Martes 29 de Octubre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Podría definirse la oración como el esfuerzo del hombre por alcanzar a Dios y comunicarse con este ser invisible, creador de todas las cosas, suprema sabiduría, verdad, belleza y fortaleza, padre y redentor de cada ser. Cuando en ferviente oración nos dirigimos a Dios, tanto el alma como el cuerpo experimentan una sensible mejoría. Uno puede orar en las calles, los teatros, las oficinas, las escuelas, como así también en el recogimiento de la propia habitación o en medio de multitudes. No hay prescripciones respecto a posturas, tiempo o lugar. Sin embargo para poder moldear la personalidad, es necesario que la oración se convierta en un hábito. De poco sirve orar por la mañana, si se vive el resto del día como un ateo. La verdadera oración moldea la vida y una vida auténtica exige la oración. La oración es, ciertamente, el medio más importante para reconstruir y rehabilitar a un hombre.
Alexis Carrel

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».
(Lc 13,18-21)

Comentario
Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).
El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.
Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.
Rev. D. Lucas Francisco MATEO Seco (Pamplona, Navarra, España)

Santoral Católico:
San Narciso de Jerusalén
Obispo
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Cercanía de Dios

La lectura meditada de la Biblia te llevará a la vivencia de que Dios está contigo. Te parecerá escucharlo y decirte con dulce voz: “Yo estoy contigo. Aquí a tu lado me tienes. Ni por un momento te desamparo. Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor”. Hoy la Reina de la Paz te invita a crecer en la firme convicción de que Dios está contigo y te ama.

“¡Queridos hijos! También hoy los invito a tener más confianza en mí y en mi Hijo. Él ha vencido con su muerte y resurrección y los llama, para que a través de mí, sean parte de su alegría. Hijitos, ustedes no ven a Dios pero, si oran, sentirán su cercanía. Yo estoy con ustedes e intercedo ante Dios por cada uno de ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

La clave está en la oración que alcanza poco a poco la meta señalada por san Pablo: “Vivan dando gracias a Dios”; también: “En cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica”: y además, “Perseveren en la oración, velando siempre en ella con acción de gracias”. Santa Teresa hablando de la oración dice, “Se trata de amar mucho”.
Padre Natalio

Tema del día:
¿Hay pecados imperdonables?
1) Para saber

¿Hay algún pecado que Dios no perdone? Sabemos que Dios es infinitamente misericordioso, pero hay un texto en el Evangelio que nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado (cfr. Mt 12, 32; Mc 3, 29). ¿A qué se refiere este pecado?

El Magisterio de la Iglesia, a través del “Catecismo de la Iglesia Católica”, nos da la explicación: “No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna” (n. 1864).

Al habernos creado libres, Dios respeta esa libertad y si alguno no quiere arrepentirse y no pide perdón, queda sin el perdón divino.

2) Para pensar

El Papa Francisco recordó que hay dos grandes obstáculos para la reconciliación de los hombres o de los grupos o naciones:

En primer lugar, la soberbia del que no reconoce la propia culpa y se niega por tanto a pedir perdón a quienes ha podido ofender con sus actos. No recibe el perdón, quien no muestra arrepentimiento.

En segundo lugar, la soberbia de quien se considera ofendido y espera que los "ofensores" se disculpen y le pidan el perdón de sus ofensas.

En las dos partes hay obstáculos para la reconciliación porque la soberbia ofusca: agranda las ofensas cometidas por los demás y esconde nuestras culpas.

El Papa Francisco, en un discurso vibrante y encendido, se refirió al “síndrome de Jonás” como aquella enfermedad que pueden sufrir las personas de bien y que consiste en encerrarse en su propia torre de marfil. En la historia de Jonás, el Señor le pide que vaya a Nínive para advertirles de su pecado, pero Jonás huyó a otro lugar. El Papa lo explica: “Jonás tenía las cosas claras: "la doctrina es ésta y se debe hacer esto" y que los pecadores "se las arreglen ellos solos, yo me voy".

A aquellos que viven según este “síndrome de Jonás", añadió el Pontífice, Jesús "llama hipócritas, porque no quieren la salvación de la gente pobre, de los ignorantes y de los pecadores… se busca una santidad -me permito la palabra- una santidad de lavandería, toda bonita, impecable, pero sin ese celo de ir a predicar el Señor". Síndrome que consiste en no tener celo por la conversión de la gente.

Podemos pensar si no habremos contraído dicho síndrome al ocuparnos nada más de hacer bien nuestras cosas, sin atender a los necesitados.

3) Para vivir

En el momento en que uno se siente "bueno", su propia bondad se convierte en el principal obstáculo de la reconciliación. En el mismo momento en que se enroca en su castillo, se separa de los pecadores. La soberbia no sólo exalta al pecador, también lo lleva a despreciar a los demás.

Por eso el Papa nos invita a todos a salir de nosotros mismos y de ir al encuentro de los demás, sin tener en cuenta las culpas de unos y de otros. Más aún, dando el paso de reconocer nuestras culpas y de pedir perdón a quienes hemos ofendido.

Nosotros podemos siempre perdonar, aunque nadie nos haya pedido perdón. Así seguiremos el consejo de Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Mt 6,36).
Pbro. José Martínez Colín

Palabras del Papa Francisco

“La oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad, es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas. Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. ¡Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada!”
Papa Francisco

Oración a San Miguel Arcángel 
San Miguel Arcángel
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo contra la perversidad
y acechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial
arroja en el infierno con tu divino poder
a satanás y demás espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para perdición de las almas.
Amén

La Festividad de San Miguel Arcángel se celebra el 29 de Setiembre.
Pero igualmente es una práctica muy recomendada el rezar esta oración
todos los días a la finalización de la Santa Misa.
Y también en estos tiempos para pedir por el Santo Padre
y por la santidad de todos los sacerdotes del mundo.
En "Pequeñas Semillitas" la publicaremos los días 29 de cada mes.

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

“Intimidad Divina”

Cada día afronto la muerte

Así como Jesús por su Pasión salvó al mundo y entró en su gloria, de semejante manera los apóstoles “mortifican en sí mismos las obras de la carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres, y así, por la santidad de que están enriquecidos en Cristo, pueden avanzar hasta el varón perfecto” (PO 12). Este principio que el Vaticano II propone como base para la santidad sacerdotal, se ha de aplicar a todos los apóstoles, los cuales han de sentirse tanto más obligados a una práctica asidua de la mortificación cuanto más su misión los lleve a representar a Cristo y a obrar “en persona de Cristo”. “De ahí que (a los sacerdotes) se los invite a imitar lo mismo que tratan, en el sentido de que, celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias” (ib. 13). La actividad apostólica vivida con deseo sincero de buscar sólo la gloria de Dios y el bien de los hermanos, ofrece continuas ocasiones para ello: renunciar a puntos de vista personales, adaptarse a la mentalidad de los otros, condescender y mantenerse firme según circunstancias, aceptar críticas o humillaciones y siempre olvidarse de sí para darse a los otros.

Las vibrantes afirmaciones de San Pablo: “estoy crucificado con Cristo” (Gl 2, 20); “llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gl 6, 17); “siempre y doquier llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús” (2 Cr 4, 10), no son sólo palabras o fruto de exaltación religiosa, sino que reflejan la realidad de su aventura apostólica vivida en íntima unión con el misterio de Cristo crucificado. Su fe en el Hijo de Dios que le amó y se entregó por él es tan viva y concreta, que toda renuncia o tribulación inherente a su condición de apóstol la vive con un deseo permanente de asociarse más íntimamente cada vez a la pasión de su Señor. Los sacrificios, los trabajos, las privaciones y las persecuciones encontradas en el apostolado no tienen para Pablo otro objeto que “entregarlo a la muerte”, o sea reproducir en él el talante de un Cristo doliente y aun moribundo, y así ser penetrado por el poder de su vida para comunicar esa vida a muchos.

Lo que es “muerte” para él, será “vida” para los que evangeliza; por eso nunca encuentra excesivo el sacrificarse o padecer, antes afirma con entusiasmo: “la muerte actúa en nosotros, pero en vosotros la vida” (ib 12). Está profundamente persuadido de que cuanto más tenga que sufrir con Cristo, tanto más numerosos serán a los que él dará la vida. Este es el secreto de su invicta fortaleza frente a padecimientos que atenazan su espíritu y su cuerpo, y lo atribulan “en todo: por fuera, luchas; por dentro, temores” (ib 7, 5), hasta hacerle decir que cada día afronta la muerte por el Evangelio. Como Pablo, el apóstol verdadero tiene el coraje de sujetarse cada día a la “muerte” por amor de Cristo y de los hermanos; no a una muerte ideal o hipotética, sino concreta, sufrida momento a momento en los sacrificios reales que impone el apostolado, no esquivándolos, sino abrazándolos de corazón, convencido de que su actividad sólo será fecunda si va marcada con la muerte de Cristo, compartida hasta que se convierta en muerte personal.

Haz, Señor, que te imite en el sacrificio y en el sufrimiento, imitarte en los tres años de laborioso ministerio y consagrarme al trabajo, al celo y a las fatigas apostólicas… sería nada si no te imitase en la pasión. Tú me das a entender que todas las fatigas y todos los trabajos son estériles, si no están avalorados por el espíritu de pasión y sufrimiento como tú, oh Cristo. Haz que me entregue por la redención de los hombres… imitándote a ti que te diste como víctima para la reparación del género humano. Enséñame a negarme todo lo que de cualquier manera puede serme de gozo y consuelo, y a vivir una vida de pasión continua contigo, en ti y por ti, para redención de las almas. (G. Canovai)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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