PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2174 ~ Domingo
27 de Octubre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
¿Cuál nos retrata mejor: el fariseo que se jacta de ser
bueno para que Dios no tenga dudas de él y le canta como cumple sus
obligaciones religiosas, o el publicano que se humilla ante lo sagrado?
Hay cristianos que se acercan al fariseo: creen que Dios
no premia “lo bueno que son”… Nunca el orgullo, la altanería y el narcisismo (y
mucho menos el desprecio por los demás) nos acercarán a Dios.
El publicano de la parábola ni siquiera se anima a mirar
hacia el cielo, y sólo atina a reconocerse pecador. Y Jesús aclara que éste se
vuelve a su casa perdonado, reconciliado con Dios.
La figura del publicano es algo más que “simpática”… es
irremplazable. Necesitamos imitar al publicano: reconocer que somos pecadores,
pedir humildemente perdón y confiar en el amor de Dios, que nunca rechaza un
corazón contrito y humillado.
“El Domingo”
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, a algunos que se tenían por justos y
despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron
al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
»El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera:
‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces,
injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por
semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’.
»En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se
atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su
casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y
el que se humille, será ensalzado».
(Lc 18,9-14)
Comentario
Hoy leemos con atención y novedad el Evangelio de san
Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida para
desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la
humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!»: Lc 18,13), y en la misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el
que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»: Lc
18,14).
La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una necesidad
para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora de Dios
en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para que la
Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer de
ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el amor
y la sensatez (cf. 2Tim 1,7).
La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla
en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días,
hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el
ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a
extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se
apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad
y fraude».
El amor, para mirar con ojos de ternura —es decir, con la
mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos delante. Juan
Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la comunión», que —entre
otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de
la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en
el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».
Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta Verdad con
el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en nuestra vida:
«Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan
Crisóstomo).
Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del
obispo de Sant Feliu (Sant Feliu de Llobregat, España)
Santoral Católico:
Santos Vicente, Sabina y
Cristeta
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Sabiduría indígena
El filósofo
Platón comparaba nuestra vida con un carruaje tirado por dos corceles: uno
dócil y brioso, otro rebelde y perezoso. Para que el carro avance el conductor
necesita armonizar esas fuerzas contrarias. San Pablo confiesa esa lucha en su
propia vida: la carne que quiere avasallar al espíritu. Un cacique iroqués te
expone su experiencia con una sugestiva parábola.
El viejo cacique de la tribu charlaba junto
al fuego con sus nietos acerca de la vida, y en ese momento les dijo: — ¡Una
gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos! Uno de los
lobos es maldad, cobardía, ira, envidia, rencor, avaricia, falsedad, orgullo,
vagancia. El otro es bondad, valor, paciencia, amistad, perdón, generosidad,
sinceridad, humildad, laboriosidad. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de
cada uno de ustedes y dentro de todos los hombres de la tierra. Los indiecitos
se quedaron pensando por un rato, hasta que uno de los niños le preguntó a su
abuelo: — ¿Y cuál de los lobos crees que ganará? El viejo cacique respondió
simplemente: —El que alimentes más, muchacho.
Excelente
respuesta: ¡no hay que alimentar los vicios! De este modo nuestras malas
inclinaciones no tomarán fuerza en nosotros. Y así será si nunca mentimos,
nunca criticamos, nunca nos quedamos con algo del prójimo, etc., sencillamente
no sabemos hacerlo porque no tenemos el mal hábito de hacerlo; pero, estemos
alerta para no comenzar.
Padre Natalio
Tema del día:
¿Quién soy yo para juzgar?
La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en
no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante
Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el
publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede
despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias, Dios mío, porque no
soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola,
hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores
fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por
justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre
estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.
La oración del fariseo nos revela su actitud interior:
“¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Qué clase de oración
es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la
Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante
Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a
los que no son como él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir:
“¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su
pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios.
No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y
ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que desenmascara
una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de
nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad
moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.
Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas
alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a
esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud
autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos
sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de
ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los
pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa
Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus
palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una
respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la
actitud de quien vive en verdad ante Dios
José Antonio Pagola
Palabras del Beato Juan Pablo
II
"Nosotros los cristianos, en particular, estamos
llamados a ser centinelas de la paz, en los lugares donde vivimos y trabajamos;
es decir, se nos pide que vigilemos para que las conciencias no cedan a la
tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia"
Beato Juan Pablo II
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Nunca olvidemos agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Desde Bogotá, Colombia, John Fredy G. M. agradece a Dios y a todos los que rezaron por su
salud, ya que ha sido operado de un tumor vesical el pasado 8 de octubre de
manera exitosa.
Nuestra amiga Liliana Z., de Banfield, Buenos Aires,
Argentina, expresa su agradecimiento a la Santísima Virgen y a su amado Hijo,
ya que su cuñado Carlos Cayetano ha
regresado a casa luego de haber tenido un infarto. Que el Señor lo siga
cuidando.
“Intimidad Divina”
Domingo 30 del
Tiempo Ordinario
“Los gritos del pobre atraviesan las nubes” (Ecli 35, 17)
y obtienen gracia; he aquí el centro de esta Liturgia dominical. El hombre debe
hacer obras buenas y ofrecer a Dios sacrificios; pero que no piense “comprarse”
a dios con esos medios. Dios no es como los hombres, que se dejan corromper con
dádivas y favores, pues mira únicamente el corazón del que recurre a él. Si
alguna preferencia tiene es siempre para los que la Biblia llama “los pobres de
Yahvé”, que se vuelven a él con ánimo humilde, contrito, confiado y convencidos
de no tener derecho a sus favores. La primera lectura es precisamente un elogio
de la justicia de Dios que no se fija en el rostro de nadie, ni es parcial con
ninguno, sino que escucha la oración del pobre, del indefenso, del huérfano y
de la viuda. Y es un elogio de la oración del humilde, conocedor de su
indigencia y de su necesidad de auxilio y de salvación. Esta es la oración que
“atraviesa las nubes” y obtiene gracia y justicia.
Ese trozo del Antiguo Testamento es una introducción
óptima a la parábola evangélica del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14), en la
que Jesús confronta la oración del soberbio y la del humilde. Un fariseo y un
publicano suben a un templo con idéntica intención: orar, pero su
comportamiento es diametralmente opuesto. Para el primero la oración es un
simple pretexto para jactarse de su justicia a expensas del prójimo… Se siente
digno de la gracia de Dios y la exige como recompensa a sus servicios. A fuer
de fariseo está satisfecho y complacido de una justicia exterior y legal,
mientras su corazón está lleno de soberbia y de desprecio del prójimo. Al contrario,
el publicano se confiesa pecador, y con razón porque su conducta no es conforme
a la ley de Dios. Sin embargo está arrepentido, reconoce su miseria moral y se
da cuenta de que es indigno del divino favor… La conclusión es desconcertante…
Jesús no quiere decir que Dios prefiere la humildad del pecador arrepentido a
la soberbia del justo presuntuoso.
También la segunda lectura (2 Tm 4, 6-8, 16-18) nos
ofrece un pensamiento que ilumina esta enseñanza. Al ocaso de su vida, San
Pablo hace una especie de balance: “He combatido bien mi combate, he corrido
hasta la meta, he mantenido la fe” (ib. 7). Reconoce, pues, el bien realizado,
pero con un espíritu muy diferente del fariseo. En lugar de anteponerse a los
otros, declara que el Señor dará “la corona merecida” no a él sólo, “sino a
todos los que tienen amor a su venida” (ib. 8). En lugar de jactarse del bien
obrado, confiesa que es Dios quien le ha sostenido y dado fuerza; lejos de
contar con sus méritos, confía en Dios para ser salvo y le da por ello gracias.
“El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino
del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén! (ib. 18).
Tú Señor, no te
alejes, estáte cerca. ¿De quién está cerca el Señor? De los que atribularon su
corazón. Está lejos de los soberbios, está cerca de los humildes, mas no
piensen los soberbios que están ocultos, pues desde lejos los conoce. De lejos
conocía al fariseo que se jactaba de sí mismo, y de cerca socorría al publicano
que se arrepentía. Aquel se jactaba de sus obras buenas y ocultaba sus heridas;
éste no se jactaba de sus méritos, sino que mostraba sus heridas. Se acercó al
médico y se reconoció enfermo; sabía que había de sanar; con todo, no se
atrevió a levantar los ojos al cielo, golpeaba su pecho; no se perdonaba a sí
mismo para que Dios le perdonase, se reconocía pecador para que Dios no le
tuviese en cuenta sus yerros, se castigaba para que Dios le librase… Señor, lejos de mí creerme justo… A mí me
toca clamar, gemir, confesar, no exaltarme, no vanagloriarme, no preciarme de
mis méritos, porque si tengo algo de lo que pueda gloriarme, ¿qué es lo que no
he recibido? (San Agustín)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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