jueves, 20 de noviembre de 2014

Pequeñas Semillitas 2520

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 9 - Número 2520 ~ Jueves 20 de Noviembre de 2014
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
¿Qué edad tienes?....No importa en absoluto. A cualquier edad estás a tiempo para comenzar, porque cada día es un don de Dios, completamente nuevo, eternamente tuyo, para vivirlo como deseas.
Hoy comienza el resto de tu vida... ¡Recuérdalo! Lo pasado ya no está.... Hoy puedes iniciar lo que tanto has soñado.
Hoy puedes tomar decisiones pensando en tu presente y tu futuro.
Hoy puedes abrir un nuevo capítulo en tu vida que quizás tenga un final muy feliz... pero tienes que intentarlo… tienes que recordar que cada día es una oportunidad que tienes para ser mejor y que sólo hay un día para empezar... y ese día es hoy.

¡Buenos días!

La urraca y la cotorra
El abuso verbal, aunque invisible, ataca la mente y el espíritu de los que lo sufren. Las palabras que se dicen con rabia o resentimiento lastiman con efectos prolongados. En verdad las palabras pueden doler como los golpes físicos. Especialmente los padres deben saber que la crítica, el desprecio y los insultos pueden dañar la autoestima de sus hijos.

Estaba de visita la urraca en lo de la cotorra, y como, desde el día anterior no se habían visto, tenían muchas cosas que contar. Ambas hablaban a la vez y se apuraban tanto en chacharear que casi no se entendían. Pero lo principal era mover el pico sin descanso. Y cuando en lo mejor estaban de una historia que contaba la urraca sobre la hija del vecino, llegó la sirvienta de la cotorra y le dijo, alarmada: —Señora, ¡está llorando la chica! —¡Oh!, exclamó la cotorra, ¡qué fastidio! Bueno, ya voy, ya voy. Y quedóse escuchando hasta el fin el interesante cuento de la urraca sobre la hija del vecino (Daireaux).

Santa Faustina escribió en su “Diario”: «Cuando recibo a Jesús en la Santa Comunión, le ruego con fervor que se digne sanar mi lengua para que no ofenda con ella ni a Dios ni al prójimo. Grandes culpas se cometen con la lengua. Un alma no llegará a la santidad si no tiene cuidado con su lengua». El Señor, pues, sane nuestras lenguas.
Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita». (Lc 19,41-44)

Comentario
Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.
Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).
Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.
De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.
Rev. D. Blas RUIZ i López (Ascó, Tarragona, España)

Santoral Católico:
San Edmundo
Mártir 
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

Palabras del Papa Francisco

“Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir”
~Papa Francisco~

Tema del día:
Cargar con nuestra cruz
Entre las muchas enseñanzas de Jesús, encontramos esta invitación que nos parece más bien dura: El que quiera ser discípulo mío debe negarse a sí mismo, cargar con su cruz diariamente y seguirme. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi causa la encontrará.

Sospecho que es un poco visceralmente como todos nosotros entendemos esto y lo que nos costará; pero sospecho también que muchos de nosotros entendemos mal lo que Jesús pide aquí, y luchamos de mala manera con esta invitación. ¿Qué quiere decir Jesús, en concreto, con esto?

Para responder a esto, me gustaría apoyarme en algunas observaciones  ofrecidas por James Martin en su libro “Jesús, una peregrinación”. El autor sugiere que cargar con nuestra cruz diariamente y entregar la vida con el fin de encontrar una vida más profunda significa seis cosas bien compenetradas.

Primera, significa aceptar que el sufrimiento es una parte de nuestras vidas. Aceptar nuestra cruz y entregar nuestras vidas significa que, en cierto modo, tenemos que hacer la paz con el inalterable hecho de que la frustración, el desánimo, el dolor, la desgracia, la enfermedad, la deslealtad, la tristeza y la muerte son parte de nuestras vidas y deben ser aceptadas, al fin y al cabo, sin amargura. En tanto en cuanto alimentemos la idea de que el dolor que hay en nuestras vidas es algo que necesitamos rechazar, nos encontraremos habitualmente amargados, amargados por no haber aceptado la cruz.

Segunda, cargar con nuestra cruz y entregar nuestras vidas significa que, en nuestro sufrimiento, podemos dejar de contagiar nuestra amargura a aquellos que están alrededor de nosotros. Tenemos fuerte inclinación, al menos como parte de nuestros naturales instintos, a hacer sufrir a otros cuando nosotros estamos sufriendo: ¡Si estoy amargado, me aseguraré de que otros que están alrededor de mí no estén amargados también! Esto no significa, como señala Martin, que no podamos compartir nuestra pena con otros. Pero hay una manera saludable de hacer esto, donde nuestro compartir deja a otros libres, como opuestos a un insano modo de compartir, que trata sutilmente de hacer a otros desgraciados porque nosotros somos desgraciados. Hay diferencia entre el sano gemido bajo el peso de nuestro dolor y el insano lamento en auto-compasión y amargura bajo ese peso. La cruz nos da permiso para hacer aquello, pero no esto. Jesús gimió bajo el peso de su cruz, pero ninguna auto-compasión, lamento o amargura brotó de sus labios o de su maltratado cuerpo.

Tercera, caminar tras las huellas de Jesús mientras él carga con su cruz significa que debemos aceptar algunas otras muertes antes que nuestra muerte física, que nosotros estamos invitados a dejar morir algunas partes de nosotros mismos. Cuando Jesús nos invita a morir con el fin de encontrar la vida, antes de todo, no está hablando de la muerte física. Si vivimos en adultez, veremos que hay miles de otras muertes por las que  debemos pasar antes de que muramos físicamente. La madurez y el discipulado cristiano tratan de nombrar continuamente nuestras muertes, afirmar nuestros nacimientos, llorar nuestras pérdidas de cosas o personas, aceptar lo que ha muerto y recibir el nuevo espíritu para la nueva vida que ahora estamos viviendo. Estas son las etapas del misterio pascual y las etapas del crecimiento. Hay muertes diariamente.

Cuarta, eso significa que debemos esperar la resurrección, que aquí en esta vida todas las sinfonías deben quedar inacabadas. El libro de los Proverbios nos dice que, a veces, en medio del dolor, lo mejor que podemos hacer es poner nuestras bocas en el polvo y esperar. Cualquier auténtica comprensión  de la cruz lo asegura. Y así, mucho de la vida del discipulado es sobre la espera, la espera en frustración, dentro de la injusticia, dentro del dolor, en anhelante y combatiente amargura, mientras esperamos algo o a alguien que venga y cambie nuestra situación. Nosotros gastamos alrededor del 98% de nuestras vidas esperando, de una manera y otra, su cumplimiento. La invitación de Jesús a que lo sigamos implica esperar aceptando vivir por dentro una sinfonía inacabada.

Quinta, cargar con nuestra cruz diariamente significa aceptar que el regalo que Dios nos hace es con frecuencia algo que no esperamos. Dios siempre responde a nuestras oraciones, pero frecuentemente dándonos lo que de verdad necesitamos más que lo que creemos que necesitamos. La Resurrección -dice James Martin- no viene cuando la esperamos y raramente se ajusta a nuestra opinión de cómo una resurrección debería ocurrir. Cargar con la cruz es estar abierto a la sorpresa.

Finalmente, tomar tu cruz y estar queriendo entregar tu vida significa vivir en una fe que cree que nada es imposible para Dios. Como James Martin indica, esto significa aceptar que Dios es más grande que la imaginación humana. En verdad, cuando sucumbimos a la idea de que Dios no puede ofrecernos un camino fuera de nuestro dolor en una especie de novedad, es precisamente porque hemos reducido a Dios al tamaño  de nuestra propia imaginación limitada. Sólo es posible aceptar nuestra cruz, vivir en confianza y no crecer amargados en el dolor si creemos en las posibilidades que existen más allá de lo que podemos imaginar, esto es, si creemos en la Resurrección.

Nosotros podemos cargar con nuestra cruz cuando empezamos a creer en la Resurrección.
Ron Rolheiser

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"Juan Pablo II inolvidable"
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Ofrecimiento para sacerdotes y religiosas

Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente "Pequeñas Semillitas" por e-mail: Si desean recibir el power point y los comentarios del Evangelio del domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos sobre la Palabra de Dios, pueden pedírmelo a feluzul@gmail.com 
Sólo deben indicar claramente su nombre, su correo electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.

Un estímulo todos los días
Noviembre 20
“Señor, tú me ofreces vida y fortaleza. Pero a veces me desgastan mi desconfianza, mi tristeza, mis miedos, y esa sensación de fracaso o de inseguridad. Me cansan las contradicciones que encuentro, mis insatisfacciones, los malos momentos.
Ayúdame a renunciar a todo eso que me perturba, Señor, ayúdame a echarlo fuera, para que despliegues en mi vida toda tu gloria.
Late conmigo, Señor, vive conmigo, respira conmigo, lléname de fervor y de esperanza. Coloca en mi corazón el anhelo de ser fecundo para ti, de ser útil.
Dame el sueño de producir algo bueno para este mundo, el deseo de dejarlo mejor que como lo he encontrado. Sana toda pereza, toda indiferencia, todo desánimo, para que no te ofenda con pecados de omisión. Que pueda levantarme cada mañana con intensos deseos de hacer el bien a los demás.  Ayúdame a descubrir mejor mis talentos, para gastar bien mis energías.
Dios potente y fuerte, que todo lo sostienes, mira mi debilidad y penetra todo mi ser con ese poder que no tiene límites. Amén.”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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