jueves, 31 de marzo de 2022

Pequeñas Semillitas 4952

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 4952 ~ Jueves 31 de Marzo de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Le preguntaron a Mahatma Gandhi cuáles son los factores que destruyen al ser humano. Él respondió así:
La política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad.
La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido. La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome ante la vida, es la misma que la vida tomará ante mí.
"El que quiera ser amado, que ame".
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Éx 32,7-14
 
Salmo: Sal 105,19-20.21-22.23
 
Santo Evangelio: Jn 5,31-47
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.
»Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.
»Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
 
Comentario:
Hoy, el Evangelio nos enseña cómo Jesús hace frente a la siguiente objeción: según se lee en Dt 19,15, para que un testimonio tenga valor es necesario que proceda de dos o tres testigos. Jesús alega a favor suyo el testimonio de Juan el Bautista, el testimonio del Padre —que se manifiesta en los milagros obrados por Él— y, finalmente, el testimonio de las Escrituras.
Jesucristo echa en cara a los que le escuchan tres impedimentos que tienen para reconocerle como al Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a Dios; la ausencia de rectitud de intención —buscan sólo la gloria humana— y que interpretan las Escrituras interesadamente.
El Santo Padre San Juan Pablo II nos escribía: «A la contemplación del rostro de Cristo tan sólo se llega escuchando en el Espíritu la voz del Padre, ya que nadie conoce al Hijo fuera del Padre (cf. Mt 11,27). Así, pues, se necesita la revelación del Altísimo. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse en actitud de escuchar».
Por esto, hay que tener en cuenta que, para confesar a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios, no es suficiente con las pruebas externas que se nos proponen; es muy importante la rectitud en la voluntad, es decir, las buenas disposiciones.
En este tiempo de Cuaresma, intensificando las obras de penitencia que facilitan la renovación interior, mejoraremos nuestras disposiciones para contemplar el verdadero rostro de Cristo. Por esto, san Josemaría nos dice: «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios...—Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!».
* Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)
 
Santoral Católico:
San Benjamín
Mártir
Fue diácono en la Iglesia de Argol (Persia). Durante el reinado de Vararane V, perseguidor de los cristianos, no cesó de predicar el Evangelio, mostrando un gran celo misionero tanto a la hora de sostener en la fe a los fieles como a la hora de llevarla a los paganos. Arrestado y llevado a juicio, ante su negativa a apostatar del cristianismo y abrazar la religión persa, lo torturaron metiéndole cañas afiladas en las uñas y en los orificios del cuerpo. Por último, lo asesinaron el año 420.
Para más información hacer clic acá.
© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net
 
Pensamiento del día
“Si un día tiene que elegir entre el mundo y el amor... acuérdese: si elige el mundo se quedará sin amor, pero si elige el amor, con él conquistará el mundo.”
(Albert Einstein)
 
Tema del día:
¿Por qué pedir la bendición a un sacerdote?
Conoce el poder de un sacramental que aparece en la Biblia y forma parte de la vida de la Iglesia
 
En el #1667 Catecismo de la Iglesia Católica leemos lo siguiente: “La Santa Madre Iglesia instituyó, además (de los sacramentos), los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia”.
 
Los sacramentales más importantes son, precisamente, las bendiciones.
 
Lo primero que debe saberse es que no son sacramentos, y por ello no tienen sus efectos. No confieren la gracia la llamada gracia santificante, como sí hacen los sacramentos.
 
Entonces, ¿no tienen más utilidad que la simbólica, ser un signo, un recordatorio? Tampoco es así.
 
Ya en punto del Catecismo citado señala que hay efectos. Un poco más explícito es el #1670: “Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella”.
 
Las llamadas Orientaciones Generales del Bendicional el libro litúrgico que recoge las diversas bendiciones, muestran lo que la Iglesia espera con las bendiciones:
 
“Invita a los hombres a alabar a Dios, los anima a pedir su protección, los exhorta a hacerse dignos de su misericordia merced a una vida santa y utiliza ciertas plegarias para impetrar sus beneficios y obtener un feliz resultado en aquello que solicitan”.
 
La oración de la Iglesia está en una bendición. La clave para entender esto es “intercesión de la Iglesia” u “oración de la Iglesia”.
 
Siempre hemos rezado unos por otros, confiando en el poder de la oración para que el prójimo se convierta u obtenga ayuda divina, la que necesite.
 
Cuando se piden favores espirituales para otros, no es que esa oración confiera la gracia como un sacramento. Pero sirve, entre otras cosas, para ayudar a acercarse a los sacramentos; por ejemplo, a arrepentirse y decidirse a acudir al sacramento de la Penitencia.
 
Pues bien, en el caso de las bendiciones quien reza es la Iglesia como tal. De ahí que tengan una importancia considerable.
 
A esto conviene añadir que hay muchos pasajes bíblicos que muestran la importancia de las bendiciones, sobre todo las que realiza Dios mismo, como las recibidas por los patriarcas, especialmente Abraham.
 
Todavía no había sacramentos entonces, pero era patente la ayuda divina que llevaban consigo estas bendiciones.
 
La Iglesia continúa con esta tradición, que se remonta tan atrás, e implora por sus fieles a través de las bendiciones.
(Fuente: Aleteia)
 
Biblioteca de archivos
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Cuarenta días para acercarnos a Jesús
La Santa Misa y la entrega personal
I. La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20) ¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la actitud interior. Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.
 
II. La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación sacramental, no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la transustanciación del pan y el vino. Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.
 
III. El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros. También es la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio. La Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo. Acudamos a nuestro Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.
(Francisco Fernández Carvajal)
 
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Con el Santo Evangelio y la vida que vivimos, ya tenemos una gran riqueza para llegar a ser sabios, porque en el Evangelio hay respuestas para todo, ya que es Palabra de Dios, inspirada por Dios, para todos los tiempos, razas y lenguas.
Quien desprecia el Evangelio, desprecia a Dios mismo. Por eso en nuestra formación católica debemos poner en primer lugar el Evangelio, porque a través de Él, el Verbo de Dios nos habla, nos habla Dios mismo. Y cada vez que lo leamos encontraremos nuevas aplicaciones a nuestra vida y a las circunstancias que nos toquen vivir a nosotros y a nuestros seres queridos, como también a los acontecimientos que vive el mundo.
Dios es simple y por eso ha querido darnos como guía el Evangelio que es simple y a la vez de una riqueza infinita, que sólo siendo Dios podremos comprender completamente. Pero en la medida en que dejemos al Espíritu Santo que nos lo explique, y recibamos dócilmente las enseñanzas que nos transmite la Iglesia católica para su interpretación sana, entonces iremos creciendo en sabiduría y tendremos respuestas para todo, y nuestros enemigos no tendrán forma de rebatirnos, porque Satanás odia la Palabra de Dios, y con Ella podemos enfrentar cualquier enemigo, visible o invisible.
Tengamos amor por el Santo Evangelio y leámoslo de corrido, cada día al menos un capítulo o más, y veremos muy pronto los admirables frutos de esta práctica, porque en cada hecho de nuestra vida encontraremos la enseñanza justa para nosotros y para los demás.
 
Un minuto para volar
Marzo 31
El genio Albert Einstein sacaba malas notas en lengua y en ciencias sociales, pero tenía una capacidad impresionante en física. Mozart era un músico inigualable y un buen matemático, pero era pésimo para la economía. Menos mal que los dos se dedicaron con toda su alma a lo que sabían hacer bien. Entonces, no pretendas que te elogien en todo lo que haces. Tampoco esperes que todo lo que digas o hagas sea correcto o admirable. Dedícate a lo que sabes hacer bien, pequeño o grande, eso es lo que el Señor espera que le dejes al mundo. Lo que no sea para ti, deja que lo hagan otros.  
(Mons. Víctor M. Fernández)
FELIPE

-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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