martes, 29 de marzo de 2022

Pequeñas Semillitas 4950

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 4950 ~ Martes 29 de Marzo de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
No busques amigos sin defectos, pues te quedarás para toda la vida sin amigos; pero no busques los defectos en tus amigos, pues poco a poco te irán dejando y quedarás solo.
No ames a tus amigos porque no tienen defectos; ámalos aún a pesar de sus defectos; y, si quieres; ámalos precisamente por sus defectos, por cuanto el hecho de que tengan defectos, quiere decir que son más humanos.
No pretendas cambiar a tus amigos; déjalos que sean como Dios los ha hecho; pero no te preocupes sino eres como ellos; también tú tienes derecho a ser como Dios te hizo; eso si tanto ellos como tú habéis de ser “como Dios los hizo” y no como los deshizo el pecado. No conviene deshacer las obras de Dios.
“El amigo fiel es seguro refugio; el que le encuentra ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio; no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida. Los que temen al Señor lo encontrarán”. (Ecli. 6, 14-16)
(Padre Alfonso Milagro)
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Ez 47,1-9.12
 
Salmo: Sal 45,2-3.5-6.8-9
 
Santo Evangelio: Jn 5,1-3.5-16
Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». Él le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’». Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
 
Comentario:
Hoy, san Juan nos habla de la escena de la piscina de Betsaida. Parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3). Jesús se dejó caer por allí.
¡Es curioso!: Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a la gente, allí está Él. Los fariseos, en cambio, sólo pensaban en si era sábado. Su mala fe mataba el espíritu. La mala baba del pecado goteaba de sus ojos. No hay peor sordo que el que no quiere entender.
El protagonista del milagro llevaba treinta y ocho años de invalidez. «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6), le dice Jesús. Hacía tiempo que luchaba en el vacío porque no había encontrado a Jesús. Por fin, había encontrado al Hombre. Los cinco pórticos de la piscina de Betsaida retumbaron cuando se oyó la voz del Maestro: «Levántate, toma tu camilla y anda» (Jn 5,8). Fue cuestión de un instante.
La voz de Cristo es la voz de Dios. Todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo. En el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.
El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.
* Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
 
Santoral Católico:
Santos Jonás y Baraquicio
Mártires
Sapor, rey de Persia, emprendió una recia persecución contra los cristianos. Jonás y Baraquicio, dos monjes de Beth-Iasa, sabiendo que varios cristianos estaban sentenciados a muerte fueron a alentarlos y servirlos. Después de la ejecución, los dos santos fueron aprehendidos por haber exhortado los mártires a perseverar hasta morir. El rey empezó instando a los dos hermanos y urgiéndoles a que obedecieran al monarca persa y que adoraran al sol. Ellos se mantuvieron fieles en su fe a Cristo, por lo que Baraquicio fue arrojado a un estrecho calabozo, mientras que Jonás se le ordenó a adorar a los dioses, pero ante su negativa fue azotado y arrojado a un estanque de agua helada. Posteriormente, Jonás fue atormentado con muchas torturas, para después ser prensado en un molino de madera hasta provocarle la muerte. Los jueces le aconsejaron a Baraquicio que salvara su propio cuerpo, pero el santo jamás renegó su fe; fue entonces sujeto de nuevo a tormentos y finalmente se le dio muerte, vertiéndoles pez y azufre ardientes en la boca.
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© Aciprensa
 
Pensamiento del día 
“Los lugares más oscuros del infierno
están reservados para aquellos
que se mantienen neutrales en tiempos de crisis moral”
(Dante Alighieri)
 
Historias:
El herrero
Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida. Muy por el contrario: sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.
 
Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó:
 
- Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.
 
El herrero no respondió enseguida: él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida. Sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:
 
- "En este taller, yo recibo el acero aún sin trabajar y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú como se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone roja. Enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría y el taller entero se llena con el ruido del vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente".
 
El herrero hizo una larga pausa, encendió un cigarrillo y siguió:
 
- "A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería".
 
Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:
 
- "Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas".
 
Tu verdad mídela en tu capacidad de dar amor incondicional a pesar de tu soledad y del vacío del mundo. Que Dios te acompañe en tu búsqueda.
 
Cuarenta días para acercarnos a Jesús
Lucha paciente contra los defectos
I. No podemos nunca “conformarnos” con deficiencias y flaquezas que nos separan de Dios y de los demás, excusándonos en que forman parte de nuestra manera de ser, en que ya hemos intentado combatirlos otras veces sin resultados positivos. La Cuaresma nos mueve precisamente a mejorar en nuestras disposiciones interiores mediante la conversión del corazón a Dios y las obras de penitencia que preparan nuestra alma para recibir las gracias que el Señor quiere darnos. El Señor siempre está dispuesto a ayudarnos, sólo nos pide nuestra perseverancia para luchar y recomenzar cuantas veces sea necesario, sabiendo que en la lucha está el amor. Nuestro amor a Cristo se manifestará en el esfuerzo por arrancar el defecto dominante o alcanzar aquella virtud que se presenta difícil adquirir, y en la paciencia que hemos de tener en la lucha interior.
 
II. Es necesario saber esperar y luchar con paciente perseverancia, convencidos de que con nuestro interés agradamos a Dios. La adquisición de una virtud no se logra con esfuerzos esporádicos, sino con la continuidad en la lucha, la constancia de intentarlo cada día, cada semana, ayudados por la gracia. El alma de la constancia es el amor; sólo por amor se puede ser paciente (Santo Tomás, ‘Suma Teológica’) y luchar, sin aceptar los defectos y los fallos como algo inevitable. En nuestro caminar hacia el Señor sufriremos derrotas; muchas de ellas no tendrán importancia; otras sí, pero el desagravio y la contrición nos acercarán todavía más a Dios. Este dolor es el pesar de no estar devolviendo tanto amor como el Señor se merece, el dolor de estar devolviendo mal por bien a quien tanto nos quiere.
 
III. Además de ser pacientes con nosotros mismos hemos de serlo con quienes tratamos con más frecuencia, sobre todo si tenemos obligación de ayudarles en su formación, o una enfermedad. Hemos de contar con los defectos de quienes nos rodean. La comprensión y fortaleza nos ayudarán a tener calma, sin dejar de corregir cuando sea oportuno y en el momento indicado. La impaciencia hace difícil la convivencia, y también vuelve ineficaz la posible ayuda y la corrección. Debemos ser especialmente constantes y pacientes en el apostolado. Las personas necesitan tiempo y Dios tiene paciencia: en todo momento da su gracia, perdona y anima a seguir adelante. Con nosotros ha tenido esta paciencia sin límites. Pidamos a Nuestra Madre paciencia para nosotros mismos y para los que nos rodean.
(Francisco Fernández Carvajal)
 
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Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
La Santa Madre Teresa de Calcuta decía muchas veces: «En lo que atañe a los bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios. Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres… En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana encargada de la comida y me dijo: “Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta gente”. Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestra gente se quedase sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de buena calidad hasta saciarse por completo.»
 
Un minuto para volar
Marzo 29
No es posible lograr cambios sólidos y fundamentales si no nos impulsa y nos libera el propio Dios con su gracia. No hablamos de un cambio de ropa, de trabajo o de casa, sino de un cambio de corazón, de una transformación interior. Pasar del aislamiento a la fraternidad, del egoísmo a la generosidad constante, o del rencor al perdón, eso no se logra con las solas fuerzas. Sin la gracia divina no puedes pasar de la vanidad a la humildad, o de la tristeza interior a la verdadera alegría. Allí es donde la oración se vuelve indispensable.
(Mons. Víctor M. Fernández)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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