domingo, 13 de marzo de 2022

Pequeñas Semillitas 4934

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 4934 ~ Domingo 13 de Marzo de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
En la escena del Evangelio de este día el Padre celestial les dice a los apóstoles, refiriéndose a Jesús: “ESCUCHADLE”.
Escuchar a Jesús es también escuchar a la Iglesia. No todo es bueno dentro de la Iglesia; pero hay mucha transfiguración: Hay experiencia de Dios, presencia de Cristo, dinamismo del Espíritu. Hay muchos cuya vida se transfigura, dejando su vida anterior, siendo testigos de Cristo. Y hay también muchos miembros dolientes de la humanidad que esperan que nosotros estemos transfigurados para que les podamos ayudar.
Dice san Pablo que Jesús “transformará nuestro humilde cuerpo en cuerpo de gloria” (Fil 3,21). Hoy se nos invita a la esperanza: Porque hemos sido pecadores tendremos que hacer penitencia; pero esperamos un día vivir gloriosos con Cristo resucitado.
(P. Silverio Velasco)
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Gén 15,5-12.17-18
 
Salmo: Sal 26,1.7-8a.8b-9abc.13-14
 
Segunda Lectura: Flp 3,17—4,1
 
Santo Evangelio: Lc 9,28-36
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
 
Comentario:
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la palabra nos trae invariablemente el episodio evangélico de la Transfiguración del Señor. Este año con los matices propios de san Lucas.
El tercer evangelista es quien subraya más intensamente a Jesús orante, el Hijo que está permanentemente unido al Padre a través de la oración personal, a veces íntima, escondida, a veces en presencia de sus discípulos, llena de la alegría del Espíritu Santo.
Fijémonos, pues, que Lucas es el único de los sinópticos que comienza la narración de este relato así: «Jesús (...) subió al monte a orar» (Lc 9,28), y, por tanto, también es el que especifica que la transfiguración del Maestro se produjo «mientras oraba» (Lc 9,29). No es éste un hecho secundario.
La oración es presentada como el contexto idóneo, natural, para la visión de la gloria de Cristo: cuando Pedro, Juan y Santiago se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32). Pero no solamente la de Él, sino también la gloria que ya Dios manifestó en la Ley y los Profetas; éstos —dice el evangelista— «aparecían en gloria» (Lc 9,31). Efectivamente, también ellos encuentran el propio esplendor cuando el Hijo habla al Padre en el amor del Espíritu. Así, en el corazón de la Trinidad, la Pascua de Jesús, «su partida, que iba a cumplir en Jerusalén» (Lc 9,31) es el signo que manifiesta el designio de Dios desde siempre, llevado a término en el seno de la historia de Israel, hasta el cumplimiento definitivo, en la plenitud de los tiempos, en la muerte y la resurrección de Jesús, el Hijo encarnado.
Nos viene bien recordar, en esta Cuaresma y siempre, que solamente si dejamos aflorar el Espíritu de piedad en nuestra vida, estableciendo con el Señor una relación familiar, inseparable, podremos gozar de la contemplación de su gloria. Es urgente dejarnos impresionar por la visión del rostro del Transfigurado. A nuestra vivencia cristiana quizá le sobran palabras y le falta estupor, aquel que hizo de Pedro y de sus compañeros testigos auténticos de Cristo viviente.
* Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
 
Palabras de San Juan Pablo II
“La Cuaresma es tiempo en el que el Señor Jesucristo nos hace un especial llamado a la conversión. En actitud orante y comprometida, hemos de escuchar atentamente aquellas palabras: ‘Mira que estoy a la puerta y llamo’ (Ap 3,20). Sí, es el mismo Señor quien llama dulcemente al corazón de cada uno, sin forzarnos, esperando pacientemente que le abramos la puerta para entrar y sentarse a la mesa con nosotros”
 
Predicación del Evangelio:
“Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle"
Lucas es el único evangelista que nos dice que Jesús se fue a la montaña a orar. Durante su oración, se transfiguró. Poco antes les había dicho a sus apóstoles que iba a Jerusalén para ser rechazado por las autoridades civiles y religiosas, ser condenado a muerte.
 
Hoy, mientras está en oración con su Padre, este camino de sufrimientos y tinieblas se ilumina y toma todo su sentido. El amor será más fuerte que la muerte. Será su éxodo, su camino de liberación que le llevará a la resurrección. Como consecuencia de la transfiguración, Jesús tendrá el valor de bajar a la llanura, ir a Jerusalén y hacer frente a sus adversarios.
 
Lo más importante en el texto de este domingo no es el milagro del cambio exterior de Jesús sino la revelación de Dios Padre: «Este es mi Hijo, el predilecto, escuchadle.»
 
Escuchar a Jesús para transfigurarnos nosotros también. Este es el fin de la Cuaresma: ser transfigurados y renovados gracias al contacto que tengamos con el Señor.
 
La transfiguración se produce decenas de veces en el evangelio… Cristo transfigura a los heridos de la vida, a los marginados de la sociedad, a los pecadores y transgresores. En contacto con el Señor, esta gente toma gusto por la vida, llegan a ser alguien. Es la historia del leproso expulsado fuera de la ciudad, de la Samaritana que vive con el sexto marido, de Zaqueo el publicano, de la pecadora María Magdalena, del ladrón en la cruz, de la prostituta en la casa de Simón el fariseo, Pedro el renegado y de la mujer adúltera condenada a ser lapidada, etc.
 
A través de los siglos, millares de miles de personas, en contacto con Cristo aprendieron y aprenden a dar un sentido nuevo a su existencia. Es un verdadero renacimiento.
 
Podemos vivir una transfiguración, una transformación, un cambio que nos ayudará a tomarle gusto a la vida, a llevar mejor nuestra peregrinación por esta tierra, a pesar de nuestras enfermedades, debilidades, fracasos y derrotas.
 
La transfiguración es una incitación a ir hacia adelante. Nos impide instalarnos en la comodidad y rutina. Pedro quería quedarse en la montaña, pero Cristo le invita a que baje a la llanura.
 
Como a Abrahán, Dios nos incita a dejar nuestra rutina cómoda y a ponernos en marcha: «Soy el Señor que te ha hecho salir de Ur en Caldea».
 
La fe nos impide replegarnos en nuestro pasado o instalarnos demasiado bien en el presente. La fe es un elemento que combate el inmovilismo, el estancamiento. Es un itinerario de libertad, que nos empuja adelante.
 
El discípulo es la persona que escucha. Se toma en serio el mensaje del Señor y se deja cuestionar por él. Escuchar a Jesús significa encontrar una dirección, una explicación, una perspectiva, dar sentido a nuestra vida. «Soy el camino, la verdad y la vida, dice Cristo. Tu palabra, Señor, es una lámpara para mis pasos.
 
La vida cristiana consiste en escuchar la Palabra de Dios y dejar que resuene en nuestro corazón para transformarlo y conducirlo.
(Padre Felipe Santos S.D.B.)
 
Poesía
La Transfiguración
 
Sube la tríada humana hasta la cumbre.
Jesús se transfigura en su presencia.
Surgen Moisés y Elías, evidencia
de leyes y profetas, dogma y lumbre.
 
Resplandece el Mesías. Certidumbre
de su divinidad y omnipotencia.
Es su rostro esplendente transparencia
del Hijo en holocausto y mansedumbre.
 
Los apóstoles ven, anonadados,
los signos de la transfiguración
y sienten en su espíritu la paz.
 
Luz y blancura, símbolos sagrados
de eternidad y trascendencia, son
anuncio de armonía en la Unidad.
(Emma-Margarita R. A.-Valdés)
 
Cuarenta días para acercarnos a Jesús
Del Tabor al Calvario
I. Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su glorificación. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente (Lucas 9, 29). Y le ven conversar con Elías y Moisés, que aparecían gloriosos. Pedro exclama: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... El Evangelista, refiriéndose a este suceso, comenta “no sabía lo que decía”: porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allá, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circunstancias en las que nos encontramos. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices en cualquier lugar o situación en que nos encontremos.
 
II. La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (2 Corintios 5, 2). Caminar en ocasiones es áspero y dificultoso, porque con frecuencias hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo.
 
III. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor sin especiales manifestaciones gloriosas, lo excepcional fue verlo transfigurado. A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando nos perdona en la Confesión, y sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario. Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día, ahora mismo. Esta Cuaresma será distinta si nos esforzamos en actualizar esa presencia divina en lo habitual de cada día.
(Francisco Fernández Carvajal)
 
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"Juan Pablo II inolvidable"
Tema: La Transfiguración.
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Agradecimientos
Imaginemos que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.
 
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Un minuto para volar
Marzo 13
Arroja fuera los recuerdos que te hacen sufrir, míralos como pensamientos que se lleva el viento, como tontas producciones de tu mente inquieta, porque son sólo eso. Lo que sí existe es este momento, son tus capacidades, y tus buenos deseos, y tus preciosos proyectos, y las fuerzas y las ganas que tienes de hacer cosas positivas. Eso sí es real, eso es tu presente, tan real como tus huesos y como el techo de tu casa.
(Mons. Víctor M. Fernández)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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