martes, 20 de diciembre de 2022

Pequeñas Semillitas 5191

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 5191 ~ Martes 20 de Diciembre de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
¡Alabado sea Jesucristo!
“¡Salgan al encuentro del Señor que viene!” El Adviento es un tiempo de despertar si nos habíamos dormido, de avivar la fe. Es muy importante sin embargo recordar que éste no es un tiempo de amenazas. Decimos: “¡Viene el Señor!” Y algunos parece que lo dicen con espanto, como si viniera el desastre, como si hubiera que esconderse. Es al revés. ¡Viene el Señor, qué alegría! Dios está con nosotros, Dios es el Libertador.
¿Has tenido alguna vez la experiencia de ver amanecer? Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya cierto resplandor más claro... Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien, nos sentimos llenos de esperanza. Éste es el mensaje de Adviento: “Alégrate, porque llega tu Luz”.
(José Enrique  Ruiz de Galarreta)
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Is 7,10-14
 
Salmo: Sal 23,1-2.3-4ab.5-6
 
Santo Evangelio: Lc 1,26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.
 
Comentario:
Hoy contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación. Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María que es la escogida para traer al Salvador al mundo. Tal como el Señor suele actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros— pasa de la manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin espectáculo.
El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde, sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida.
De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide —escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes».
Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: —¿Qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!
* Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
 
Santoral Católico:
Santo Domingo de Silos
Nació en el pueblo de Cañas (La Rioja, España) hacia el año 1000. En su juventud fue pastor y empezó a sentir gusto por la soledad y el silencio, llevando vida de ermitaño. Decidió abrazar la vida religiosa e ingresó en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Sus cualidades y su observancia de la Regla hicieron que pronto lo nombraran prior del monasterio. Como tal tuvo un conflicto con el rey García III de Navarra a causa de las posesiones del monasterio y del pago de tributos. El rey lo desterró, y lo acogió en seguida Fernando I, rey de Castilla, quien le ofreció el monasterio de Silos (Burgos), entonces en decadencia material y espiritual. Elegido abad del mismo, restauró el edificio, restableció la disciplina monástica y la práctica de la alabanza continua a Dios. El monasterio se convirtió en uno de los más prósperos de España. También se ocupó en rescatar a cristianos cautivos de los musulmanes. Murió el 20 de diciembre de 1073.-
Oración: Oh Dios, que adornaste a tu Iglesia con los méritos de la preclara vida de santo Domingo de Silos, tu confesor, y la alegraste con los gloriosos milagros en la liberación de los cautivos; concede a tus siervos ser instruidos con sus ejemplos y, por su patrocinio, ser liberados de toda esclavitud de los vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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© Directorio Franciscano – ACI Prensa – Catholic.net
 
Pensamiento del día
“El amor a Dios es también viaje misterioso, es decir, uno no lo emprende si Dios no toma la iniciativa primero. Esto quiere decir, amar a Dios no poco sino muchísimo; no detenerse en el punto a que se ha llegado sino, con su ayuda, avanzar en el amor.”
(San Juan Pablo I)
 
Tema del día:
“Doctor de la Iglesia” es un título otorgado por el Papa o un concilio Ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.
 
Los doctores de la Iglesia han ejercido una influencia especial sobre el desarrollo del cristianismo, sentando las bases de la doctrina sucesiva, o interpretando de forma esclarecedora y perdurable vastos campos de la Revelación.
 
Entre los Padres, algunos adquieren un destacado relieve por haber iluminado ampliamente todo el campo de la revelación y abierto nuevos caminos a la teología de los siglos posteriores; el ejemplo más eminente es San Agustín, cuya autoridad excepcional fue reconocida inmediatamente después de su muerte por el papa Celestino I. La Iglesia reconoce en ellos los intérpretes autorizados de su doctrina.
 
Su lista se constituyó lentamente. Desde el siglo VIII, la Iglesia latina reconoce como tal a San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio, mientras que la Iglesia griega reconocía tres grandes «doctores ecuménicos» en San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo; la tradición latina posterior añadirá a éstos el nombre de San Atanasio, con lo que se tendrán cuatro doctores griegos como se tenían ya cuatro doctores latinos.
 
El título de doctor de la Iglesia recibió de Bonifacio VIII (1298) una primera consagración oficial y litúrgica; al igual que los apóstoles y evangelistas, los cuatro doctores latinos tienen oficio de rito doble con Credo en la misa.
 
Esta lista se ha engrosado considerablemente en los tiempos modernos. En 1567, el dominico San Pío V otorga el título de doctor a Santo Tomás de Aquino, y, en 1588, el franciscano Sixto V hace lo propio con San Buenaventura. En nuestros días han recibido el título y oficio de doctor, entre los Padres de la Iglesia, los siguientes: San Atanasio, San Hilario, San Basilio, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría, San Pedro Crisólogo, San León, San Isidoro de Sevilla, San Juan Damasceno; entre los teólogos de la Edad Media y de los tiempos modernos, después de Santo Tomás y San Buenaventura lo han recibido San Beda (+ 735), San Pedro Damián (1072), San Anselmo (1109), San Bernardo (1153), San Antonio de Padua (1231), San Alberto Magno (1280), San Juan de la Cruz (1591) San Pedro Canisio (1597), San Roberto Belarmino (1621), San Francisco de Sales (1622) y San Alfonso María de Ligorio (1787). Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús y Santa Teresa del Niño Jesús.
 
En la actualidad hay 36 Doctores, entre ellos cuatro mujeres (Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Lisieux y Santa Hildegarda de Bingen).
 
En octubre de 2012, San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen fueron proclamados Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI. Y el Papa Francisco incorporó a San Gregorio de Narek, el 12 de abril de 2015.
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Tomado de Catholic.net
 
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Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
¿Quiénes son los pobres? Son, en primer lugar, aquellos que padecen necesidad física, material; son las muchedumbres de campesinos de Iberoamérica, África o Asia; los habitantes de los barrios periféricos en las grandes ciudades; los emigrantes; los despreciados por causa de su raza, por su religión o por alguna deficiencia que les hace incapaces de competir en una sociedad como la nuestra. Estos son los primeros pobres, y olvidarlo es una ofensa para ellos.
Pero también es un error olvidar que son pobres los que viven solos, los que padecen las consecuencias de una ruptura matrimonial, los que están enfermos y, en definitiva todos aquellos que por un motivo u otro sufren. Unos y otros llevan en su cuerpo o en su espíritu la marca del Crucificado, que en la cruz no sólo padeció por los clavos y las espinas, sino también por el abandono de los amigos.
¿Qué significa, entonces, anunciar la buena noticia a los pobres? Significa ayudarles a solucionar sus problemas, con todas nuestras fuerzas. Pero, a la vez, ofrecerles la experiencia personal del encuentro con Dios, que es quien verdaderamente les puede ayudar y el único que a ellos como todos los demás les va a dar la felicidad.
(P. Santiago Martín)
 
Un minuto para volar
Diciembre 20
Estamos en el tiempo de la espera, cerca de la Navidad. Eso nos recuerda algo que debe ser parte de toda nuestra vida, que es esperar. Cuando uno hace silencio para orar, no puede fabricar nada, no puede apresurar nada, no puede exigirle a Dios que diga algo. Simplemente clama su interior y espera, espera todo lo que haga falta para que Dios haga su obra. En toda la vida hay que hacer lo mismo: esperar. Mientras uno trabaja y se ocupa de sus tareas tiene que esperar serenamente algo que ignora, algo que no puede crear y controlar. Eso tiene que ver con el proyecto del Señor para nuestras vidas, que muchas veces se cumple de manera invisible.
(Mons. Víctor M. Fernández)
 
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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