jueves, 15 de diciembre de 2022

Pequeñas Semillitas 5186

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 5186 ~ Jueves 15 de Diciembre de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
¡Alabado sea Jesucristo!
En estos últimos días del Adviento, recordemos que Juan Bautista anunciaba la inminente llegada del Enviado de Dios, y exhortaba a sus paisanos a prepararle el camino mediante una sincera conversión, que debía concretarse en obras de bien y justicia, de solidaridad y de paz. Y Navidad celebra y hace presente la permanente llegada del Señor a nosotros, como leemos en el Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo, si me abren, entraré y cenaremos juntos”.
Preparar caminos, abrir la puerta. ¡Convertirse!, pero con el entusiasmo y la alegría de quien espera ansioso al poderoso Salvador, que viene a cambiar para bien los callejones torcidos por donde andamos, los criterios y actitudes de egoísmo y violencia, las peleas y rencores que no solucionan nada.
Nochebuena y Navidad son momentos especiales en los que nos abrazamos y nos deseamos todo lo bueno y mejor. De nosotros depende que esos momentos sean fecundos en la reconciliación, la gratuidad, y el amor sincero.
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Is 54,1-10
 
Salmo: Sal 29
 
Santo Evangelio: Lc 7,24-30
Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él».
Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos.
 
Comentario:
Hoy, por tres veces, Jesucristo nos pregunta: «¿Qué salisteis a ver en el desierto?»; «¿Qué salisteis a ver, si no?»; «Entonces, ¿qué salisteis a ver?» (Lc 7,24.25.26).
Hoy parece como si Jesús quisiera deshacer de nosotros el afán por la curiosidad estéril, la suficiencia de los fariseos y maestros de la Ley que menospreciaban el plan de Dios sobre ellos, rechazando la llamada de Juan (cf. Lc 7,30). “Saber de Dios” solamente no salva; hay que conocerlo, amarlo y seguirlo; es necesaria una respuesta desde dentro, sincera, humilde, agradecida.
«Reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan» (Lc 7,29): viene ahora la salvación. Como predicaba san Juan Crisóstomo, ahora viene no el tiempo de ser examinados, sino el tiempo del perdón. Hoy y ahora es el momento, Dios está cerca, cada vez más cerca de nosotros, porque es bueno, porque es justo y nos conoce a fondo, y por eso lleno de amor que perdona; porque espera cada tarde nuestro retorno de hijos hacia el hogar, para abrazarnos.
Y nos regala su perdón y su presencia; rompe toda distancia con nosotros; llama a nuestra puerta. Humilde, paciente, ahora llama a tu corazón: en tu desierto, en tu soledad, en tu fracaso, en tu incapacidad, quiere que veas su amor.
Hemos de salir de nuestras comodidades y lujos para enfrentarnos con la realidad tal como es: distraídos por el consumo y el egoísmo, hemos olvidado qué espera Dios de nosotros. Desea nuestro amor, nos quiere para Él. Nos quiere verdaderamente pobres y sencillos, para podernos dar noticia de lo que, a pesar de todo, todavía esperamos: —Estoy contigo, no tengas miedo, confía en mí.
Entrando en nuestro interior, digamos ahora con voz reposada: —Señor, tú que conoces cómo soy y me aceptas, ábreme el corazón en tu presencia; quiero aceptar tu amor, quiero acogerte ahora que vienes, en el silencio y en la paz.
* Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
 
Santoral Católico:
Santa María de la Rosa
Nació en Brescia (Lombardía, Italia) el año 1813 en el seno de una familia aristocrática. Huérfana de madre a los once años, se educó en el colegio de la Visitación. Su padre quería casarla, pero ella decidió permanecer fiel al voto de castidad que había hecho. El padre la envió a Acquafredda para que se hiciera cargo de su fábrica de hilados de seda. Ella organizó ayudas para los necesitados y se dedicó a la educación cristiana femenina, tarea en la que la ayudaron algunas jóvenes. Juntas, como enfermeras voluntarias, se entregaron a ayudar a las víctimas del cólera de 1836. Luego se dedicaron a la atención de enfermos y huérfanos. En 1840 eran ya un grupo de más de treinta muchachas, sin reconocimientos legales pero reconocidas por el pueblo por su entrega, por ejemplo, a la atención de las víctimas del levantamiento de la ciudad contra los austríacos en 1849. Por fin el Instituto de las Esclavas de la Caridad fue aprobado por la Santa Sede en 1851. Murió en Brescia el año 1855.
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© Directorio Franciscano – ACI Prensa – Catholic.net
 
Palabras del Papa Francisco
 
“En este tiempo de Adviento
estamos llamados a alargar
el horizonte de nuestro corazón,
a dejarnos sorprender por la vida
que se presenta cada día con sus novedades”
 
Tema del día:
Carta desde un geriátrico
Muy apreciado amigo:
 
Principio las líneas de esta carta para agradecerle su visita. ¡Recibimos tan pocas…! Pero, en fin, no debo quejarme. Antes bien, agradezco a Dios por tantos y tantos años de vida que me ha otorgado.
 
Cumplí ya seis años en este asilo donde por mi propia voluntad me he confinado. He conocido en esta larga estancia a muchos viejos y a muchas ancianitas, y aunque sabemos que nuestra estancia en este mundo es ya corta, eso no ha impedido que hayamos llegado a estimarnos y extrañar a los que se van yendo; el día que hay una defunción se respira aquí un silencio impresionante.
 
Mi estancia en el mundo exterior era ya insostenible: creo que fue un error el haber invitado a mi hijo y su familia a vivir en mi casa cuando enviudé… Pero me apenaba que él, a pesar de frisar ya en los cuarenta, no tenía un ingreso fijo y mis nietos corrían el mismo peligro que él, de quedarse sin estudiar… Por otra parte, mi nuera se había comportado con respeto hacia mí, por lo que decidí ayudarlos. Me decía: “Tal vez sea lo último que haga en esta vida”.
 
Cuando ellos hubieron tomado posesión de la casa, poco a poco fui perdiendo terreno. Les molestaba que yo oyera mis canciones antiguas, e iban hacia mi equipo de música y sin ninguna explicación las cambiaban por canciones modernas que sencillamente no aguanto, pero que ellos preferían…
 
Poco a poco fueron desapareciendo los retratos de mis padres, de mi esposa, de los niños de mis hijos, e incluso los míos. Les molestaba mi incipiente sordera lo cual no me impedía oírlos cuchichear que yo era un viejo desaseado y latoso y se lamentaban que no me muriera pronto.
 
Me parecieron injustificados los calificativos sobre mi persona, ya que si algo bueno tengo es ser pulcro y tratar de no molestar a nadie. Mi pensión y el modesto capital que logré acumular me permitían antes de que ellos llegaran, tener la alacena y el refrigerador bien surtidos, pero ya instalados ellos en la casa, apenas me dejaban algo para comer y eso con malas caras cuando yo consumía lo que había adquirido con mi dinero.
 
Varios años pasé y aunque a veces estaba a punto de estallar los disculpaba argumentando que eran parte de mi propia sangre… No obstante mi sufrimiento, logré que mis nietos obtuvieran un título, pero no logré que fueran, si no agradecidos, siquiera respetuosos conmigo. En los últimos tiempos habitaba yo en el cuarto de servicio, fuera de la casa, lugar que me había destinado mi nuera.
 
En virtud que difícilmente podía caminar hasta el banco para cobrar mi pensión o los retiros de dinero que yo necesitaba, les pedía a ellos ya fuera que me acompañaran o les pedía que me cambiaran algún cheque: para que me acompañaran tenía que pagarles, y de los cheques me entregaban siempre cantidades menores a las retiradas.
 
El fracaso personal y la debilidad de carácter de mi hijo convirtieron a aquella familia en un matriarcado. En una ocasión en que me enfrenté a esa mujer y le reclamé su actitud y su injusticia e incluso la amenacé con lanzarla de la casa en compañía de sus hijos, me respondió que la propietaria de la casa era ella y que el que tenía que largarse era yo… Mi hijo me rogó que no ingresara al asilo y a pesar de que incluso débilmente me defendió ante ella, él estuvo también en peligro de ser lanzado igual que yo de esta morada que yo construí con el trabajo de los mejores años de mi juventud.
 
Estoy tranquilo: acá se me trata bien. Me apena y me inquieta únicamente el que yo no pueda proyectar algo para el mañana porque la organización de la institución está a cargo de las autoridades de la misma… Aquí es uno completamente dependiente y aun cuando la mayoría de los internos somos seniles y nuestro cerebro no tiene ya capacidad de juicio claro, algunos que como yo (perdonando un juicio un tanto presuntuoso) tenemos aún la mente lúcida, sufrimos porque nos tratan a todos igual y no se toman en cuenta algunas opiniones sobre modificaciones y mejoras al sistema, que en ocasiones respetuosamente sugerimos.
 
Ocasionalmente, más por interés que por amor, viene a visitarme mi hijo y siempre lo ayudo. Sin embargo, he hecho las diligencias necesarias para que el día que el Señor me llame, que creo que ya será pronto, mi modesto capital y mi casa pasen a poder del fideicomiso que maneja este asilo, donde yo y muchos como yo hemos venido a vivir en paz, a refugiarnos en los últimos días de la vida.
 
Y a usted, que ha tenido la gentileza de leer esta carta le digo: ¡Ayuden a los viejitos de los asilos! Si los jóvenes nos ponemos a pensar que un día llegaremos al invierno de nuestras vidas y que quizás estemos en una situación parecida a este relato, tal vez esto no pasaría con tanta frecuencia. Debemos respetar a los ancianos, ya que ellos son un manantial de sabiduría y experiencia…
 
¡Gracias y que Dios lo bendiga!
 
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Pasa el tiempo y tu existencia en la tierra se va agotando; tu cuerpo se gasta y tus energías decaen.
La vida terrena es muy breve así vivas cien años.
Señálate un objetivo noble para que mantengas la satisfacción de vivir y la esperanza de ser promotor de una causa excelente.
La vida tiene profundo sentido si te dedicas a ayudar a los necesitados, si amas sin esperar recompensa y si vives por un ideal que no termine con tu muerte.
Si trabajas inspirado por un gran ideal, sentirás la alegría que reanima tu vida.
El ideal más alto y noble es amar a Dios con todo el corazón y manifestar este amor sirviendo al prójimo.
La grandeza de una persona se alimenta con la dedicación al logro de sus altos ideales.
 
Un minuto para volar
Diciembre 15
Todos sabemos que los rencores profundos y las faltas de perdón terminan dañándonos, enfermándonos, quitándonos la alegría. Pero no podemos comprender ni perdonar haciendo fuerza, por obligación o conveniencia. Debe ser un perdón profundo, fruto de haber aprendido a mirar con los ojos de Dios a esa persona que nos desagrada. Por eso, solo un encuentro a fondo con el amor divino logra que demos ese paso liberador y sanador. Entra en la presencia de Dios sin prisa, con toda tu fe, y lleva allí a esa persona que te cuesta perdonar. Dile a Dios que no te irás sin haber recibido la gracia de perdonar y deja que su amor penetre todos tus rencores y malos recuerdos hasta llenarlos de luz.
(Mons. Víctor M. Fernández)
 
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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1 comentario:

  1. Me gustó El Tema del Día, Carta de un Geriátrico, que historia tan triste y muy cierta, en estos tiempos sucede esto, y me conmovió muchísimo, Dios lo proteja y lo bendiga a esta persona,y gracias por compartir este, suceso, siempre ceo pequeñas semillitas, me encantan las reflexiones.
    Aida Martínez Reyna de Chihuahua, México.

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