PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año
14 - Número 3978 ~ Viernes 19 de Abril de 2019
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Viernes
Santo (19 de abril)
Hoy
muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado
golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, desesperado, no supo
volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a
Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó
que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con
el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús
recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre.
Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le
crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y
entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una
lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el
Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el
sepulcro.
¡Dame,
Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con
frecuencia.
¡Buenos días!
Viernes Santo
“Para un hombre no hay momento más dramático que el
de su muerte. El paso de esta vida a la eternidad produce un desgarrón
profundo. Nuestro ser se deshace al separarse el alma del cuerpo. Quienes
fuimos testigos de la muerte de alguien muy querido, lo sabemos. Y ahora
delante nuestro está Jesús sufriendo, está muriendo. Su muerte, siendo
tremenda, es distinta, porque entrega su vida por ti, por mí y por todos. Nadie
se la quita. El libremente la ofrece para que tengamos vida”.
«Desde el mediodía hubo
oscuridad sobre la tierra hasta las tres de la tarde. Y alrededor de esta hora
clamó Jesús con fuerte voz: «Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?» es decir, «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», Pero Jesús dando de nuevo un fuerte
grito, exhaló el Espíritu», (Mateo 27, 45-46.50).
“La misión salvadora de Jesús no termina con su
muerte, continúa en su resurrección y alcanzará su plenitud cuando él se haga
presente al fin de los tiempos para juzgar a vivos y muertos. A nosotros nos
queda convertirnos a Cristo que sigue viviendo resucitado. ¿Aceptamos nuestra
.condición humana con sus limitaciones e impotencias? Jesús la aceptó en todo
menos en el pecado. El no tuvo ningún pecado, pero nosotros que somos pecadores,
¿estamos dispuestos a convertirnos?” (P. Carlos Heredia). Acompaña hoy a Jesús
en el viacrucis.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios
Lecturas del día
♥ Primera Lectura: Is 52, 13—53, 12
♥ Salmo: Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
♥ Segunda Lectura: Heb 4, 14-16; 5, 7-9
♥ SANTO EVANGELIO: Jn 18,1—19,42
En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al
otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y
sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio,
porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas,
pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos
sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo
lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le
contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le
entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y
cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron:
«A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si
me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho:
«De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que
llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la
oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la
espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los
judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues
era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que
aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del
Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro
se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el
conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La
muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese
hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas
encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos
calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su
doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he
enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los
judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los
que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas
dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús,
diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he
hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me
pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí
Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus
discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo
Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice:
«¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó
un gallo.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era
de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así
comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué
acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera
un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros
y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar
muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué
muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús
y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por
tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que
yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has
hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de
este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos:
pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?».
Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto
he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto,
volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en
Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la
Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos
volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un
salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los
soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le
vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de
los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os
lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió
entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.
Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes
y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato:
«Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los
judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir,
porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se
atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde
eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas?
¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió
Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba;
por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato
trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo
del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas
palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado
Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia
la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos
gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy
a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el
César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz,
salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí
le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato
redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús
el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos,
porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y
estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos
dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho:
Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he
escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos,
con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La
túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se
dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para
que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a
suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de
Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una
vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en
vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo
está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para
que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy
solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.
Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro
crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con
una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su
testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros
creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le
quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que
traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo
de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización
para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y
retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a
verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el
cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la
costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un
huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido
depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el
sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
♥ Comentario:
Hoy es el día de la Cruz victoriosa, desde donde
Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de
sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.
Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos
transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la
Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada
pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la
Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don
que celebramos.
Ante este gran misterio, somos llamados —primero de
todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano
y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre
como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de
nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz.
Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte
que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los
hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.
Ante esto, nos sentimos agradecidos y admirados.
Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por
sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes
de nada— admirar agradecidos.
Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar,
es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman
hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.
Esto contrasta con la atmósfera indiferente de
nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que
nunca, ya que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha
hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la
muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».
Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell, Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Expedito
Mártir
Santo de la Causas Justas y Urgentes. Es
contemporáneo de Santa Filomena, y su martirio ocurrió el 19 de Abril del año
303.
Vivió a principios del siglo IV bajo el imperio de
Diocleciano, emperador que años más tarde lo mandaría a matar. Era el
comandante de una legión de soldados romanos. Por orden del emperador
Diocleciano, fue sacrificado en Melitene, sede de una de las Provincias Romanas
en Armenia. Junto con él murieron sus compañeros de armas: Caio, Gálatas,
Hermógenes, Aristónico y Rufo.
A pesar de ser un soldado romano, encargado de
defender el Imperio de Roma, cierto día, la gracia de Dios tocó su corazón y se
convirtió al Cristianismo. Según dicen en el momento de la conversión un cuervo
trató de persuadirlo que lo dejase para MAÑANA.
Como buen soldado, san Expedito reaccionó
enérgicamente aplastando al cuervo diciendo repetidas veces HOY. No dejaré nada
para MAÑANA, a partir de HOY seré cristiano.
San Expedito es reconocido por el Don para resolver
necesidades urgentes pero también es Patrono de los Jóvenes, Socorro de los
Estudiantes, Mediador en los Procesos y Juicios, Salud de los Enfermos,
Protector en los Problemas de Familia, Laborales y Negocios, pudiendo ser
invocado en otros casos.
Para más información hacer clic acá.
© Aciprensa – Catholic.net
Pensamiento del día
«Jesús sabe que no termina todo
con la muerte o con la angustia, y la última palabra de la Cruz: ‘¡Padre, en
Tus manos me encomiendo!’, y muere así. Encomendarse a Dios, que camina
conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia: y esto es un acto
de fe. Yo me encomiendo. No sé: no sé por qué sucede esto, pero yo me
encomiendo. Tú sabrás porqué».
Tema del día:
Significado del Viernes
Santo
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso
de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en
pie como signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan
contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado,
de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a
contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es
digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La
densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa
Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono
desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil
que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva,
Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del
testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e
inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo
atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de
repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber
seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está
allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo
de contradicción como Él, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa
como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos
dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón,
que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta
los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los
hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la
redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una
Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el
recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva.
Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque
María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la
parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un
último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua.
La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel
amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu,
la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre
nosotros.
Vía Crucis
Hoy viernes santo, invito a los lectores a rezar el
Vía Crucis.
El Vía Crucis es la meditación de los momentos y
sufrimientos vividos por Jesús desde que fue hecho prisionero hasta su muerte
en la cruz y posterior resurrección. Literalmente, “vía crucis” significa
"camino de la cruz". Al rezarlo, recordamos con amor y agradecimiento
lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado durante su pasión y muerte.
Dicho camino se representa mediante 15 imágenes de la Pasión que se llaman
"estaciones". Te animarás a cargar con las cruces de cada día, si
recuerdas con frecuencia las estaciones o pasos de Jesús hasta el Calvario.
Puedes conocer más detalles y rezarlo haciendo clicacá.
Un minuto con María
De la Anunciación a la Eucaristía resuena el mismo
"amén" de la fe. La Madre de Jesús, María, es el primer tabernáculo
de la historia. Cristo se manifestó a través de la mirada y la voz de María
cuando María visitó a Isabel.
Desde las bodas de Caná donde, a petición de su
madre, Jesús convierte el agua en vino, hasta el momento de la Eucaristía,
cuando Jesús se ofrece a sí mismo bajo las especies de pan y vino, se nos pide
la misma fe y la misma confianza de su Madre.
Juan Pablo II colocó la institución de la Eucaristía
entre los misterios luminosos del Rosario. María es, por su actitud interior,
la “mujer eucarística”.
La Eucaristía tiene una dimensión sacrificial, es
memorial de la muerte y resurrección de Jesús. Vivamos la Eucaristía con la
actitud de María al pie de la cruz. En el memorial del Calvario, Jesús también
dijo a todos: “¡He ahí a tu madre!”. La Eucaristía es un acto de alabanza,
¡vivámosla con el Magníficat de María!
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el
Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes,
diáconos, seminaristas, monjas, religiosas, novicias, catequistas y todos los
que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para
que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto
con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de
Jesús y del Inmaculado Corazón de María;
por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los cristianos perseguidos y
martirizados en Medio Oriente, África, y en otros lugares; por nuestros
hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el
abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por
los pacientes internados en la Casa de la Bondad en Córdoba (Argentina); por los niños con cáncer
y otras enfermedades graves; por el drama de los refugiados del Mediterráneo; por
los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por las
víctimas de catástrofes naturales; por la unión de las familias, la fidelidad
de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento;
por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Cinco minutos con Jesús
Abril 19
Nos ha dicho Jesús que él es el Pan de la vida que ha
bajado del cielo para atraer la vida al mundo; sin ese Pan eucarístico el mundo
se moriría de hambre: hambre de verdad, hambre de bondad, hambre de santidad
que solamente pueden satisfacerse con ese Pan celestial, que es Jesús
Eucaristía.
Jesús ha venido al mundo para traerle la vida divina.
Tu vida eucarística has de vivirla con proyección a todas tus obras del día,
que de una u otra forma han de acusar la influencia que en ellas se recibe de
tu comunión.
(Padre Alfonso Milagro)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito
de todos)
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