PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año
14 - Número 4158 ~ Sábado 2 de Noviembre de 2019
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Padre
mío, dueño de la vida y de la muerte. Dame la gracia de aceptar con paz el
misterio doloroso de la vida, las enfermedades, la decadencia y la muerte;
aceptarlas sin lamentos, sin lágrimas, en silencio y paz. Me acuerdo de que tu
Hijo transformó lo más negativo e inútil del mundo, como es el dolor y la
muerte, en fuente de redención y vida eterna. Yo también quiero que desde hoy
mi dolor y mi muerte sean fuente fecunda de redención. A partir de este momento
quiero sufrir con Jesús y como Jesús. En tus manos, Padre mío, me abandono con
mi vida y mi muerte, mi salud y mi enfermedad. Amén.
¡Buenos días!
Paz, esperanza y gozo
Nosotros
los creyentes, cuando rezamos por nuestros muertos, nos reencontramos con ellos
en una misteriosa comunión de fe, esperanza y amor. Ellos han transpuesto
ya la frontera del tiempo y entrado en
el ámbito de la eternidad, propio de Dios. Pero aunque hayan dejado de existir
para nuestro mundo físico, siguen viviendo, con todo, en el mismo mundo
espiritual en que vivimos nosotros.
Siempre que hacemos oración por ellos, los
encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman.
He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido
cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la
desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido,
los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor.
Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede
haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace
vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.
Paz,
esperanza y gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos,
viven. No podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como
sabemos que un día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para
compartir en plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven”. (H.
Valla). Que Cristo, “resurrección y vida”, aliente tu esperanza.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios
Lecturas del día
♥ Primera Lectura: Apoc 21, 1-5a. 6b-7
♥ Salmo: Sal 26, 1. 4. 7. 8b-9a. 13-14
♥ Segunda Lectura: 1Cor 15, 20-23
♥ Santo Evangelio: Lc 23,33.39-43
Cuando los soldados llegaron al lugar llamado
Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y
otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú
el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió
diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros
con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste
nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu
Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
♥ Comentario:
Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del
cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria
del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por
los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se
encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en
un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre
el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección.
Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos
ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.
Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que
los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es
de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos
produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así,
los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto,
es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida.
Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el
tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente,
gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos
permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la
otra vida.
Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a
los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la
intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos
solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como
miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el
cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y
nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas,
mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».
Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)
Santoral Católico:
Conmemoración de los
Fieles Difuntos
La Iglesia, después de celebrar ayer la fiesta de
todos sus hijos bienaventurados ya en el cielo, se interesa hoy ante el Señor
en favor de las almas de todos cuantos nos precedieron en el signo de la fe y
duermen en la esperanza de la resurrección, para que, purificados de toda
mancha de pecado, puedan gozar de la felicidad eterna. Celebramos, pues, la
victoria de Cristo, y de nosotros con Él, sobre la muerte. Y hacemos memoria de
cuantos, habiendo compartido ya la muerte de Jesucristo, están llamados a compartir
también con Él la gloria de la resurrección. El primer prefacio de difuntos nos
enseña que «en Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así,
aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura
inmortalidad; porque la vida de los que creemos en el Señor, no termina, se
transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión
eterna en el cielo». Mientras nosotros pedimos por los difuntos, ellos
interceden por nosotros.
Oración: Oh Dios, que resucitaste a tu Hijo
para que, venciendo la muerte, entrara en tu reino, concede a tus siervos
difuntos que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para siempre
como su Creador y Salvador. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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© Directorio Franciscano – Aciprensa –
Catholic.net
Pensamiento del día
“¡Seremos finalmente
revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en modo completo, sin
más ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello pensar esto!
Pensar en el cielo…Es bello. ¡Da fuerza al alma!” (Papa Francisco)
Tema del día:
La muerte es otro
amanecer
Al enfrentar la pérdida de alguien a quien amamos,
nuestro corazón llora en medio de su soledad, y no se consuela con simples
palabras. Nuestro corazón nos dice que hemos sido creados para vivir, no para
morir. Hemos sido creados para expresar vida, cada vez más. Cuando alguien
falla en esto, nos preguntamos: ¿Por qué?
Para entender el significado de la muerte, debemos
comprender primero el significado de la vida. Al contemplar la vida, vemos que
todas las cosas cambian, pero aunque cambian, ninguna perece.
Si esto es cierto en el mundo de las cosas... ¡Cuánto
más cierto será en el mundo de la mente! El alma está hecha de una sustancia
que le es propia, no menos permanente por ser inmaterial, ni menos real por ser
invisible. No podemos medirla con un calibrador o pesarla en una balanza ni
tocarla con los dedos o verla con los ojos. Pero está ahí, sustancial, real.
Cambia, pero no perece.
La eternidad no es una alternación de vida y muerte.
Sólo hay vida. La verdad es que no podemos morir. La vida es energía. La vida
es expresión. No puede cesar porque es eterna. Podemos cambiar de forma y
desaparecer de vista, pero no podemos dejar de ser. Nunca podemos dejar de ser,
ni siquiera por un momento. No podemos estar separados de la vida ni ser menos
que ella.
Hay una unidad más allá de las unidades de tiempo y
lugar y aun de pensamiento; una unidad que nos une como un solo ente, del mismo
modo en que todas las olas son un solo mar y todas las islas una tierra. ¿No
nos une el amor a nuestros amigos aunque ellos estén en el otro extremo de la
tierra? Del mismo modo, aquellos que amamos pueden pasar más allá del alcance
de nuestras manos, pero no del alcance de nuestros corazones.
Lo que hay exactamente al otro lado de la muerte, no
lo sabemos. Pero podemos estar seguros de que es vida. La vida está del otro
lado de la muerte como lo está de este lado.
La muerte es una puerta a través de la cual pasamos
de una habitación a otra. Es la pausa entre dos notas en una sinfonía inconclusa.
Es una página que pasamos, para entrar en un nuevo capítulo del libro de la
vida.
James Dillet Freeman
Poesía
No me digas adiós
No me digas adiós, sino hasta luego.
Dios determinó que en el cielo estoy mejor.
No me digas adiós, sino hasta luego.
Tuve que partir a un lugar donde no voy a sufrir.
No me digas adiós, sino hasta luego.
No te preocupes más por mí
porque donde estoy espero por ti.
No me digas adiós sino hasta luego.
No tengas miedo de morir.
No tengas miedo.
Y aunque tenga que alejarme,
será por solo un momento
porque yo estaré esperándote en el cielo.
(Samuel Hernández)
Meditaciones de
“Pequeñas Semillitas”
La muerte no es nada, sólo ha pasado a la habitación
de al lado. Yo soy yo, ustedes son ustedes. Lo que somos unos para los otros
seguimos siéndolo. Denme el nombre que siempre me han dado. Hablen de mí como
siempre lo han hecho. No usen un tono diferente. No tomen un aire solemne y
triste. Sigan riendo de lo que nos hacía reír juntos. Recen, sonrían, piensen
en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de
ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo
no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de su mente? ¿Simplemente porque
estoy fuera de su vista? Los espero. No estoy lejos, sólo al otro lado del
camino. ¿Ven? Todo está bien. No lloren si me aman. ¡Si conocieran el don de
Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudieran oír el cántico de los Ángeles y verme
en medio de ellos! ¡Si pudieran ver con sus ojos los horizontes, los campos eternos
y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudieran contemplar
como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen! Créanme: Cuando
la muerte venga a romper sus ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban
y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, su alma venga a este Cielo en el
que los ha precedido la mía, ese día volverán a ver a aquel que los amaba y que
siempre los ama, y encontrarán su corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverán a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino
avanzando con ustedes por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo
con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
(San Agustín de Hipona)
Cinco minutos con Jesús
Noviembre 2
Santo es el que en todo ve la mano del Señor, que por
ser la suya, es santa y santificadora.
Santa es la madre, que más que a sus hijos ve en
ellos a los hijos de Dios, pues de esta forma cobra conciencia de que esos
pequeños, antes que suyos son de Dios; que Dios se los puso bajo su
responsabilidad para que los formara.
Santos son los esposos que nunca recurren a las
palabras duras e hirientes, pues saben que siempre las palabras pasan por el
Corazón de Dios y que ellos no pueden depositar en el corazón divino ninguna
expresión menos amable.
Santos son los esposos que están resueltos a
santificarse con el mismo método del Maestro: la cruz, el sufrimiento, pero
aceptado por amor al Padre.
Santos son los esposos que sobre el cansancio y el
aburrimiento de una noche en vela, o de una serie de días de trastorno, saben
ver la mano suavizadora del Señor que espera el momento de hacerles gustar la
seda de su presencia.
Santos son los esposos que hacen de su vida conyugal
y de hogar una vida de oración, de continua presencia del Señor.
(Padre Alfonso Milagro)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
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