PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
18 - Número 5271 ~ Domingo 2 de Abril de 2023Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) ¡Alabado sea Jesucristo!
La celebración del Domingo de Ramos es el comienzo de la Semana Santa. La
expresión “Semana Santa”, que antes tenía un significado religioso muy preciso,
en el contexto cultural actual significa muchas cosas. Basta revisar los
diarios y revistas para informarse de las múltiples ofertas para estos días:
cruceros, paquetes turísticos con todo incluido, festivales culturales, etc. En
una sociedad pluralista, la connotación religiosa de la Semana Santa se ha
desdibujado y ofrece todo tipo de
oportunidades lúdicas.
Para los católicos, estos días son una conmemoración de los misterios de
la redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor. En consecuencia, son
días de recogimiento y oración. Y la
solemne apertura de estas celebraciones litúrgicas es el Domingo de Ramos,
cuando Jesús entra a la ciudad santa de Jerusalén, en su calidad de Mesías y es
aclamado por el pueblo. Dentro de unos días la multitud pedirá su muerte…
La Palabra de Dios Lecturas del día ♡ Primera Lectura: Is 50,4-7
♡ Salmo: Sal 21
♡ Segunda Lectura: Flp 2,6-11
♡ Santo Evangelio: Mt 26,14—27,66
En aquel tiempo uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos
sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando
ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él
contestó: «Id a casa de Fulano y decidle: ‘El Maestro dice: mi momento está
cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’». Los discípulos
cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo: «Os
aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, consternados, se pusieron
a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha
mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se
va como está escrito de Él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del
Hombre!, más le valdría no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo
iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Así es».
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo
dio a los discípulos diciendo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo». Y cogiendo un
cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: «Bebed todos;
porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el
perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el
día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».
Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús
les dijo: «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito:
‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Pero cuando
resucite, iré antes que vosotros a Galilea». Pedro replicó: «Aunque todos
caigan por tu causa, yo jamás caeré». Jesús le dijo: «Te aseguro que esta
noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás». Pedro le replicó:
«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y lo mismo decían los demás
discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: «Me
muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó
rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible que pase y se
aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú
quieres». Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la
tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». De nuevo se
apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede
pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». Y viniendo otra vez, los
encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por
tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus
discípulos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora
y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega».
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce,
acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos
sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña: «Al que yo bese, ése es: detenedlo». Después se acercó a Jesús y le
dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué
vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno
de los que estaban con Él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó
la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Envaina la espada: quien
usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me
mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se
cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar». Entonces dijo Jesús
a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido?
A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis».
Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En
aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo
seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se
sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el
consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a
muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que
comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: «Éste ha dicho:
‘Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días’».
El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes nada que
responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?». Pero Jesús callaba.
Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más
aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la
derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo». Entonces el
sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?». Y ellos
contestaron: «Es reo de muerte». Entonces le escupieron a la cara y lo
abofetearon; otros; lo golpearon diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién
te ha pegado».
Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le
dijo: «También tú andabas con Jesús el Galileo». Él lo negó delante de todos
diciendo: «No sé qué quieres decir». Y al salir al portal lo vio otra y dijo a
los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno». Otra vez negó él con
juramento: «No conozco a ese hombre». Poco después se acercaron los que estaban
allí y dijeron: «Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento».
Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: «No conozco a ese
hombre». Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de
Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera,
lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo
se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron
y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de
plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo: «He pecado, he entregado a
la muerte a un inocente». Pero ellos dijeron: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!». Él,
arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los
sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron: «No es lícito echarlas en el arca
de las ofrendas porque son precio de sangre». Y, después de discutirlo,
compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por
eso aquel campo se llama todavía "Campo de Sangre". Así se cumplió lo
escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el
precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron
con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: «¿Eres
tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Y mientras lo
acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces
Pilato le preguntó: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?». Como no
contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.
Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente
quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente
acudió, dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a
quien llaman el Mesías?» pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y
mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: «No te metas
con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con Él».
Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que
pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?». Ellos dijeron: «A Barrabás».
Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron
todos: «Que lo crucifiquen». Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Pero
ellos gritaban más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». Al ver Pilato que todo era
inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó
las manos en presencia del pueblo, diciendo: «Soy inocente de esta sangre.
¡Allá vosotros!». Y el pueblo entero contestó: «¡Su sangre caiga sobre nosotros
y sobre nuestros hijos!». Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de Él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de
color púrpura y, trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le
pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la rodilla, se
burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Luego lo escupían, le
quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le
quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron
a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere
decir "La Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo
probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa
echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza
colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos».
Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los
que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que, destruías el
templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de
Dios, baja de la cruz». «Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores
se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y Él no se puede salvar. ¿No
es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado
en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios?». Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda
aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní». Es
decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al oírlo algunos de
los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue
corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en
una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a
salvarlo». Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra
tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos
que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas,
entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus
hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron
aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que
miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para
atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y
la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era
también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.
Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había
excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del
sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo
los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: «Señor, nos hemos
acordado que aquel impostor estando en vida anunció: ‘A los tres días
resucitaré’. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día,
no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: ‘Ha
resucitado de entre los muertos’. La última impostura sería peor que la
primera». Pilato contestó: «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la
vigilancia como sabéis». Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia
aseguraron la vigilancia del sepulcro.
♡ Comentario:
Hoy se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de Cristo salvador.
Jesús es Rey, y —precisamente— en el último domingo del año litúrgico
celebraremos a Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Sí, Él es Rey, pero
su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la
gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad
de Cristo Rey). ¡Realeza sorprendente! Los hombres, con nuestra mentalidad
mundana, no estamos acostumbrados a eso.
Un Rey bueno, manso, que mira al bien de las almas: «Mi Reino no es de
este mundo» (Jn 18,36). Él deja hacer. Con tono despectivo y de burla, «‘¿Eres
tú el rey de los judíos?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» (Mt 27,11). Más
burla todavía: Jesús es parangonado con Barrabás, y la ciudadanía ha de escoger
la liberación de uno de los dos: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o
a Jesús, a quien llaman el Mesías?» (Mt 27,17). Y… ¡prefieren a Barrabás! (cf.
Mt 27,21). Y… Jesús calla y se ofrece en holocausto por nosotros, ¡que le
juzgamos!
Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con entusiasmo y sencillez,
«la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban
ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y
detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt 21,8-9). Pero, ahora, esos
mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’.
Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A
vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más
rey que el César’» (Jn 19,15).
Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está impregnada de espíritu
de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa y fastuosidad: no
discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles, sino que es manso y
humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos;
derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés de Creta, obispo).
* Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona,
España)
Cuaresma
día a día Día 40º. Domingo 2 de abril de 2023
Es necesario dar Gloria a Dios. Los discípulos
"trajeron la borrica y el pollino, y pusieron sobre ellos los mantos, y
encima de ellos montó Jesús. La mayor parte de la gente desplegaban sus mantos
por el camino, mientras que otros, cortando ramas de árboles, los extendían por
la calzada. La multitud que le precedía y la que le seguía gritaba, diciendo:
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del señor! ¡Hosanna
en las alturas!" (Mt 21, 7,9).
¡Cómo alaban a Dios! Alabar a una persona es
decirle, ¡qué bien has hecho esto!; o qué buen amigo eres; o alguna otra
afirmación por el estilo.
Alabar significa que se reconoce algo bueno como
bueno; que se valora, y que se dice a quien lo ha hecho o a quien pertenece.
Esto es un gozo para quien lo escucha y para quien lo dice (si lo dice
sinceramente, y no para sacar algún beneficio).
Alabar a Dios es una obligación para toda
criatura. Es bueno que alabes muchas veces a Dios: que le digas lo bueno que
es, que agradezcas lo bien que ha hecho esto o aquello, la belleza del mundo,
etc. Y que cuando reces el gloria, lo hagas con esta intención.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo;
como era en un principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Web Católico de Javier
Pensamiento del día “La Semana Santa que hoy iniciamos es un momento
para reflexionar, meditar y pensar sobre lo vivido. Analizar lo que hemos
logrado, a quien hemos ayudado, para agradecerle Dios por nosotros y nuestra
familia. Es un momento para plantearnos nuevas metas, nuevos sueños y rezar
para que Él nos de la salud y fuerza para poder lograrlos.”
Predicación del Evangelio: Esta maravillosa narración de la Pasión Los acontecimientos de la Cuaresma y de la Semana Santa lanzan todos la
misma cuestión: “¿Quién eres tú, Jesús de Nazaret? Un profeta de palabras
fascinantes, pero que se queda mudo? ¿Un curandero poderoso reducido a la
inacción? ¿Un amigo intocable? ¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios, el Hijo de
David, el Rey de los Judíos?” La realidad parece desbordar cada una de las
respuestas.
San Mateo ha construido su narración sobre contrastes e indicios. Una
multitud aclama a Jesús, otra lo condena a grandes gritos a que muera en la
cruz. Se libera a un criminal de derecho común llamado Barrabás, el Hijo del
Padre; se manada matar en su lugar al verdadero Hijo del Padre. Un apóstol se
prepara se prepara para entregarlo en secreto, mientras que su mejor amigo, de
lejos el más ardiente, dice con menosprecio a una sirvienta: “Nunca he conocido
a ese hombre.!”
De la boca de Pilatos viene la única tentativa de reconocer al Mesías. Lo
hace con toda ironía en la palabras paganas que antes fueron las de los magos:
el Rey de los Judíos. Los soldados romanos lo visten con un manto real
colocando en su cabeza una diadema resplandeciente de los reyes helénicos
decaídos.
Con risa, se prosternan ante él mientras que la cruz se erige o levanta
como el verdadero argumento de su condenación, redactada por el representante
de la autoridad romana: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos.”
Los soldados que han compartido sus vestidos están felices con su suerte.
Se quedan allí mirándolo mientras que los bandidos crucificados tienen todavía
la energía y la audacia de injuriarlo con los que pasan (27, 36 et 44).
En fin, la misma tierra se rebela contra tal afrenta. En un terremoto, el
velo del templo se desgarra, lo que anuncia el fin del culto de los sumos
sacerdotes, mientras que las tumbas se abren y liberan a santos judíos en signo
de victoria sobre la muerte. Una visión tal obliga al centurión y a sus
guardias a mirar de nuevo al crucificado y a reconocerlo juntos por primera
vez: “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios.”
Por la belleza y elección de sus imágenes, por los contrastes, san Mateo
nos entrega una narración extraordinaria. Sólo nos queda pararnos, cerrar los
ojos, hacer silencio y contemplar la muerte del Hijo de Dios.
(P. Felipe Santos SDB)
Poesía El Rey de la GloriaLluvia de lirios y aromadas rosasembalsaman el rústico camino;pisando ricos mantos, va el pollinodel pueblo entre las voces victoriosas. Delirantes las turbas anhelosasrodean al mansísimo Rabino:¡Hay en torno un ambiente tan divinoque divinas se ven todas las cosas! Alegría respiran las terrazas,alabanzas las calles y las plazasy en Sión hay fiebre de fervor y canto: ¡Que se abran ya las puertas matinales!Resuenen los Salterios y arpas reales,y ¡Paso al Rey triunfal, Mesías Santo!-(Rafael Moreno Guillén) Nuevo vídeo y artículo Hay un nuevo vídeo
subido al blogde "Pequeñas Semillitas" en internetreferido al Evangelio de
este Domingo.Para verlo tienes que ir
al final de esta página: Hay nuevo material
publicado en el blog"Juan Pablo II inolvidable"sobre el tema: Domingo de RamosPuedes acceder en la
dirección: Agradecimientos Imaginemos que en el cielo hay dos oficinas diferentes para
tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las
gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
💕 Desde Pamplona, España, Karinna
R. G. quiere darle gracias a Dios, a la Virgen de Lourdes y al querido
Padre Pío, por su infinita bondad, por su ayuda y misericordia, al tocar el
corazón de su familia para que todo se haya resuelto con paz y unión.
💕 Desde San Salvador, Carmen eleva su acción de gracias al Señor
y a San José por el trabajo obtenido por su hijo Daniel Alejandro
después de tres años de estar sin tener nada de actividad laboral.
💕 Desde Buenos Aires, Argentina, llega un agradecimiento por el éxito de la operación de próstata de Héctor, de 75 años de edad. Demos gracias a Dios.
💕 Desde todas partes del mundo, los católicos agradecemos a Dios por la recuperación de la salud del Papa Francisco.
Bendito seas, Dios mío, porque a
pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca
dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.
Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú
eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas” El Domingo de Ramos abre la puerta a la Semana Santa. Por lo tanto,
deberemos tener presente todos los acontecimientos que se celebran en esos
siete días para fijarnos en lo que nos enseñan y en cómo hemos de comportarnos
a su luz. De hecho, la lectura de la pasión que se hace en este día nos da la
oportunidad de ver de una sola vez el drama íntegro de la Pasión.
La muerte del Señor, especialmente, se convierte en un reclamo para
nuestra atención. Cristo está en la Cruz, muriendo en medio de la tortura,
siendo inocente. Ha aceptado voluntariamente ocupar ese lugar y lo ha hecho no
porque le guste el dolor, sino porque tiene que cumplir una misión y sabe que,
para ello, debe cruzar esa puerta, la puerta del sufrimiento, la puerta de la
cruz. Su misión es la salvación, pero la lleva a cabo no sólo derramando su
sangre redentora para perdonarnos los pecados, sino también haciéndose uno con
nosotros, compartiendo con nosotros nuestra suerte, incluido el sufrimiento
físico, el abandono, la injusticia.
El objetivo de Cristo se logra plenamente cuando nosotros nos sentimos
interpelados por él, por su amor, por su cruz. Si su amor nos conmueve, nos convierte,
entonces su sacrificio ha servido para algo. Si permanecemos impasibles ante
él, le habremos hecho inútil o al menos no plenamente útil. Dejémonos seducir
por Cristo, dejémonos atraer por él, dejémonos salvar. Déjale a Dios que haga
de Dios y que te salve.
Recordando al Padre Natalio Domingo de Ramos
Comenzamos hoy las celebraciones de la gran semana
cristiana. Recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, entre cantos
de júbilo, con palmas y ramos de olivo. Estuvo una multitud presente en la
fiesta y el ruido del Domingo de Ramos, pero ausente en los días de la Pasión y
en gozo de la Resurrección. Que esta historia no se repita contigo.
Jesús, te convoca hoy a la celebración para
ofrecerte su perdón, su misericordia, su amor y su proyecto de vida. Acudes a
la iglesia porque quieres acompañar a Jesús y reproducir sus mismos
sentimientos de amor. Para eso hermano/a, llora tus pecados, los propios y los
de la sociedad; acepta la mirada bondadosa de Jesús, como Pedro, que se
arrepintió y lloró amargamente su falta; sé cireneo de algún “pobre Cristo”, a
quien le cueste llevar su cruz. Que el ramo de olivo que llevas a casa te ayude
a acercarte a la cruz y dejarte abrazar por el amor misericordioso de Jesús, en
especial, en el sacramento de la Reconciliación. (“Aportes”, Ed. San Pablo).
Hoy se lee el relato de la Pasión de Jesús. Es un
drama grandioso y conmovedor. San Mateo nos presenta a Jesús como el Mesías
esperado, el Servidor sufriente, el Justo perseguido, el Hijo de Dios. Dispón
tus oídos, pero sobre todo tu corazón para escuchar con cariño y
agradecimiento, lo que ha padecido Jesús, muerto por cada uno de nosotros.
(P. Natalio)
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