PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
17 - Número 4882 ~ Jueves 20 de Enero de 2022Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) Alabado sea Jesucristo…
Uno puede ofrecer sus
ideas a otros como balas o como semillas. Puede dispararlas o sembrarlas;
pegarle en la cabeza a la gente con ellas, o plantarlas pacientemente en sus
corazones.
Las ideas usadas como
balas matarán la inspiración y neutralizarán la motivación.
En cambio, usadas como
semillas, echarán raíces, crecerán y se volverán realidad en las vidas en las
que fueron plantadas.
El único riesgo en
usarlas como semillas es que una vez que crece y se convierte en parte de
aquellos en quienes fueron plantadas, es probable que nunca te reconozcan el
mérito de haberlas ideado.
Pero si uno está
dispuesto a prescindir del crédito egoísta... recogerá una abundante cosecha.
La Palabra de Dios Lecturas del día ♥ Primera Lectura: 1 Samuel 18,6-9;19,1-7
♥ Salmo: Sal 55,2-3.9-10.11-12.13
♥ Santo Evangelio: Mc 3,7-12
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le
siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de
Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran
muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la
multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que
no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias
se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se
arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba
enérgicamente que no le descubrieran.
♥ Comentario:
Hoy, todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán,
deberíamos recordar el talante de conversión de nuestro propio bautismo. Todos
fuimos bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo Espíritu para
formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad: formar un solo
cuerpo, ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.
En el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de Galilea» y
también otra mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8) se acercan
al Señor. Y Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción. Esto lo hemos
de tener muy presente durante el octavario de oración para la unidad de los
cristianos.
Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos hemos
dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un largo etcétera de
confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de las notas esenciales de
la Iglesia: la unidad.
Pero aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La de nuestro
obispado, la de nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano. ¿Somos
realmente una sola cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo de
conversión para los alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el
mundo crea» (Jn 17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos
vean cómo se relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu
Santo en la Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch
4,32-34).
Recordemos que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que la unión de cada
uno con Jesús— se ha de manifestar la unidad de la Asamblea, ya que nos
alimentamos del mismo Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que los
sacramentos significan, y la gracia que contienen, exigen de nosotros gestos de
comunión hacia los otros. Nuestra conversión es a la unidad trinitaria (lo cual
es un don que viene de lo alto) y nuestra tarea santificadora no puede obviar
los gestos de comunión, de comprensión, de acogida y de perdón hacia los demás.
* Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)
Santoral Católico: San SebastiánMártir Oriundo de Narbona, hijo de familia cristiana, creció y fue educado en
Milán. De joven siguió a su padre en la carrera militar. Marchó a Roma, donde
recrudecía la persecución por causa de la fe, para confortar a los cristianos.
Durante algún tiempo gozó de la amistad de los emperadores Diocleciano y
Maximiano, que le confiaron cargos de responsabilidad; pero, a principios del
siglo IV, descubrieron su condición de cristiano, a la que no quiso renunciar,
por lo que Maximiano lo condenó a morir asaetado en el campo, atado a un árbol.
Lo dieron por muerto, pero no lo estaba, y una matrona romana lo recogió y
curó. Volvió Sebastián a proclamar en público su fe en Cristo y a rechazar el
paganismo, por lo que Diocleciano lo condenó, hacia el año 304, a ser azotado
hasta la muerte. Su sepulcro, muy honrado desde antiguo, se encuentra en las
catacumbas de la vía Apia que llevan su nombre.
Oración: Te rogamos, Señor,
nos concedas el espíritu de fortaleza para que, alentados por el ejemplo
glorioso de tu mártir san Sebastián, aprendamos a someternos a ti antes que a
los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Para más información hacer clic acá.
© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net
Pensamiento del día"Encuentro la televisión muy educativa:cada vez que alguien la enciende,me retiro a otra habitación y leo un libro".(Groucho Marx) Temas Médicos:Carta a mi médico Querido doctor Biot:
Cuando era niño, me gustaba, como a todos los niños, estar enfermo. Fue
entonces cuando, por primera vez, oí pronunciar aquella palabra que tantas veces
encontraría en mi vida como signo de gran dignidad: la palabra «doctor».
Tanto para mí como para los otros niños, el doctor era el ser mágico por
excelencia: el ser que adivina, alivia y conforta; y, para uno de mi edad,
aquel que se hallaba cerca del abuelo o de la abuela en el momento del último
respiro.
En aquel tiempo pensaba que el doctor, estando presente tanto en el inicio
como en el final de la vida, era el hombre que conocía todos los secretos de la
vida y de la muerte. Y a la edad de diez años, ya ambicioso, mi sueño era el de
convertirme un día en médico yo también.
¡Cómo me falta, querido doctor! Durante tres años –hasta su muerte–, usted me ha cuidado y sanado. Y desde entonces no
he podido encontrar un médico semejante a usted.
Lo que me acercó a usted –al punto de haberse convertido en mi amigo– es el hecho de que, además de médico, era usted un
verdadero filósofo. Abrigaba la idea contraria a la del famoso Doctor Knock, de
Jules Romains, a quien había ido a aplaudir al teatro, según la cual todo
hombre sano es un enfermo que no sabe que lo es.
Usted me ha enseñado, por el contrario, que todo hombre que se lamenta de
sus sufrimientos es un hombre sano que ignora serlo. Esta era, por otra parte,
la teoría de Hipócrates y la de los grandes médicos chinos. Por lo tanto, su
convicción era la de que el médico es aquel que impide que uno se enferme y al
que ya no es necesario consultar –ni pagar– cuando se ha caído en cama. El médico debe
enseñarnos la higiene, es decir, el arte de no enfermarse. Querido doctor Biot,
usted enseña la sabiduría de la que es necesario dar prueba para no estar nunca
enfermo. Esta era su medicina y ésta, también, su filosofía.
Otra de sus ideas era que el cansancio no proviene de aquello que se hace.
Lo que se hace, si se realiza a fondo, con pasión y con toda el alma, no cansa
nunca. Lo que cansa es el pensamiento de lo que no se hace.
Es usted, doctor, quien me enseñó que yo estaba hecho para el surmenage.
Era, y lo soy aún, un gran nervioso. No sé hacer nada. «Sobre todo –insistía usted cuando lo llamaba a casa– «no debe fatigarse: se enfermaría». Después daba
usted su consejo médico: «Cuando repose, repose a fondo; cuando se distraiga,
distráigase a fondo, y cuando coma o beba, hágalo a fondo igualmente».
Solía decirme que el gran secreto de la felicidad, el arte supremo de la
vida, era practicar eso que los místicos llaman «abandono». Bergson me dio un
consejo similar cuando me dijo un día: «De ahora en adelante he decidido hacer
sin fatiga lo que en otro tiempo hacía con ella». Era la regla de Santa Teresa
del Niño Jesús y la de todos los grandes místicos. De este modo, para estar
bien, usted prescribía simplemente suprimir la fatiga.
Me citaba a menudo estas palabras de Goethe: «Sufro por lo que no sucederá
y tengo miedo de perder lo que no he perdido».
Usted fue un precursor. Había entendido –medio siglo antes que los demás– que la era en la que entrábamos sería una era en la
que los problemas de salud y de equilibrio entre el alma y el cuerpo serían los
principales problemas. Antes que los otros, intuyó que ninguna acción era buena
si no encarnaba un pensamiento, que todo pensamiento implicaba una ética y que
toda ética implicaba a su vez una filosofía superior o una religión.
Su cualidad principal era la de estar disponible a cualquier hora del día.
Era devoto, gentil, jovial. Ponía en todo, esa mezcla de ironía y amor llamada
humorismo. Contra lo que podría creerse, el humorismo no está muy lejos del
amor: el humorismo es el amor oculto bajo el velo de la ironía.
Al término de su visita, usted escribía sobre un papel finísimo la receta:
«Ninguna cura porque no hay nada que curar». Un día, en la parte inferior de la
hoja, escribió: «Oportuno el uso del bastón». Desde entonces el bastón no me ha
abandonado nunca. Estaba usted en lo cierto: el bastón es como un gentil
compañero, mudo y dulce, que me une al suelo.
Hoy, dado que el número de mis años se acerca al siglo, me pregunto a
veces cuáles son los consejos que me daría para ayudarme a envejecer como se
debe. Entonces vienen a mi mente dos consideraciones suyas: «Envejecer
significa tener todas las edades». Y ésta otra: «Envejecer significa ver a Dios
más de cerca». Doctor, usted tiene razón.
Firmado: Jean Guitton
Jean Marie Pierre Guitton (1901-99) Filósofo francés, nació en Saint
Étienne y murió en París. Estudió en la École Normale Supérieure y fue profesor
en Troyes, Moulins, Lyon y en las universidades de Montpellier, Dijon y París
(1955-68). En 1962 fue el único laico invitado a tomar parte en la segunda
sesión del Concilio Vaticano II. Publicó, entre otras obras, La philosophie de
Newman (1933), Jésus (1957), La vocation de Bergson (1960), Le sens de la durée
(1984), Le Nouveau Testament (1987), Portraits et circonstances (1989) y Chaque
jour que Dieu fait (1996).
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas” Si no rezamos a Dios y a la Virgen con confianza en el corazón, entonces
será bien poco lo que obtendremos, porque Dios concede sus gracias a quienes
confían en Él, y cuanto más confía un alma, tantas más gracias concede Dios.
Por eso debemos prestar atención a cómo hacemos nuestra oración, si ponemos
intenciones llenas de una santa ambición, y si cuando la hacemos estamos
confiando en el Señor, en su bondad infinita, que da mucho, muchísimo, a quien
confía mucho, muchísimo en Él.
Dios no tiene límites porque es infinito, y sus tesoros de gracias y
dones, incluso materiales, son también infinitos. Pero si bien Dios no tiene
límites, nosotros los hombres sí le ponemos límites con nuestras actitudes al
rezar, al pedir esos dones, puesto que con nuestra poca confianza, limitamos y
es como que atamos el poder de Dios, su providencia y generosidad, y así es
como que cerramos la canilla por donde nos viene el agua abundante de las
gracias y favores de todo tipo.
De nosotros depende que Dios nos regale con gracias tan grandes y
escogidas, y en gran cantidad, porque sólo debemos confiar en Él y en su amor
por nosotros. Si hacemos así, entonces caminaremos por esta vida con alegría en
el corazón, porque el Señor no nos negará nada.
Un minuto para volar Enero 20
Aquí está el Señor golpeando a tu puerta, con toda
la fuerza de su amor divino. Si recibes ese amor te sentirás digno, valorado,
reconocido. No te hará falta venderte para que te presten atención. Jesús te
hizo promesas de amor, te ofreció fuerza interior, te aseguró su presencia
constante, abrió sus brazos para regalarte un abrazo infinito, y te presenta su
corazón herido que es fuente de vida divina. Acéptalo, y no le pidas eso a
nadie más.
(Mons. Víctor
M. Fernández)
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