jueves, 19 de marzo de 2015

Pequeñas Semillitas 2634

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 10 - Número 2634 ~ Jueves 19 de Marzo de 2015
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de San José, su Patrono Universal.
Se trata de un verdadero modelo de padre ejemplar, de esposo solícito, de trabajador esmerado. Ejemplo de prudencia, de obediencia heroica, de disponibilidad pronta, de justicia, desprendimiento y pureza, de amor y respeto por Dios y por los hombres. Elegido por el Padre del cielo para la inmensa responsabilidad de ser guardián, proveedor y protector de su Hijo y esposo virginal de su Madre Santísima, y por lo tanto, custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen María. Nuestro Señor fue llamado "hijo de José"
Quienes leen “Pequeñas Semillitas” desde hace tiempo, saben que San José es patrono de esta página, igual que la Santísima Virgen de Lourdes. Y ambos, junto a Jesús y a San Juan Pablo II, son mis cuatro “consejeros de redacción”, inspiradores permanentes, y ayuda en todos los momentos de mi vida.
Que San José nos cuide, como cuidó siempre a Jesús, y nos llene de bendiciones a todos… 

¡Buenos días!

Vivir el amor cristiano
Una vez el escritor y conferencista Leo Buscaglia fue invitado a ser juez de un certamen. Se trataba de descubrir y premiar al niño más amoroso. El ganador fue un niño de 4 años. Al lado de su casa un anciano había perdido a su esposa. El niño que había visto al anciano llorar en el patio, se le acercó y se sentó junto a él. Cuando su mamá le preguntó qué le había dicho él al anciano vecino, el niño respondió: “Nada, sólo lo ayudé a llorar”. La Reina de la Paz hoy nos dice:

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a todos a vivir en sus vidas el amor a Dios y al prójimo. Sin amor, queridos hijos, ustedes no pueden hacer nada. Es por eso que yo los invito, queridos hijos, a vivir el amor mutuo. Sólo así podrán ustedes amarme y aceptarme a mí y a todos aquellos que vienen a su parroquia: todos sentirán mi amor a través de ustedes. Por tanto, les ruego, queridos hijos, que comiencen desde hoy a amar con un amor ardiente, con el amor con el que yo los amo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”

El famoso pastor Martin Luther King dijo una vez: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos”. El amor a Dios y el amor al prójimo son como las dos hojas de una misma puerta: sólo pueden abrirse y cerrarse juntas.
Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado. (Mt 1,16.18-21.24a)

Comentario
Hoy, celebra la Iglesia la solemnidad de San José, el esposo de María. Es como un paréntesis alegre dentro de la austeridad de la Cuaresma. Pero la alegría de esta fiesta no es un obstáculo para continuar avanzando en el camino de conversión, propio del tiempo cuaresmal.
Bueno es aquel que, elevando su mirada, hace esfuerzos para que la propia vida se acomode al plan de Dios. Y es bueno aquel que, mirando a los otros, procura interpretar siempre en buen sentido todas las acciones que realizan y salvar la buena fama. En los dos aspectos de bondad, se nos presenta a San José en el Evangelio de hoy.
Dios tiene sobre cada uno de nosotros un plan de amor, ya que «Dios es amor» (1Jn 4,8). Pero la dureza de la vida hace que algunas veces no lo sepamos descubrir. Lógicamente, nos quejamos y nos resistimos a aceptar las cruces.
No le debió ser fácil a San José ver que María «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Se había propuesto deshacer el acuerdo matrimonial, pero «en secreto» (Mt 1,19). Y a la vez, «cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños» (Mt 1,20), revelándole que él tenía que ser el padre legal del Niño, lo aceptó inmediatamente «y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24).
La Cuaresma es una buena ocasión para descubrir qué espera Dios de nosotros, y reforzar nuestro deseo de llevarlo a la práctica. Pidamos al buen Dios «por intercesión del Esposo de María», como diremos en la colecta de la misa, que avancemos en nuestro camino de conversión imitando a San José en la aceptación de la voluntad de Dios y en el ejercicio de la caridad con el prójimo. A la vez, tengamos presente que «toda la Iglesia santa está endeudada con la Virgen Madre, ya que por Ella recibió a Cristo, así también, después de Ella, San José es el más digno de nuestro agradecimiento y reverencia» (San Bernardino de Siena).
+ Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)

Cada día de Cuaresma
Día 30: La Santa Misa
La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20) ¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la actitud interior. Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.

La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación sacramental, no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la transustanciación del pan y el vino. Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.

El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros. También es la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio. La Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo. Acudamos a nuestro Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.
P. Francisco Fernández Carvajal

Santoral Católico:
San José
Esposo de la Virgen María
La fiesta del Padre nutricio de Jesús se extendió en la Iglesia a partir del siglo XV, cuando fue propagada por san Bernardino de Siena y Juan Gerson. Los evangelios nos lo inscriben enmarcado en la historia de la salvación. José, de oficio carpintero en el pueblecito de Nazaret, se sintió turbado cuando comprobó que María, su esposa, con la que no había cohabitado, estaba encinta. Pero el Señor le hizo comprender que el estado de su mujer era obra del Espíritu, y él la acogió, secundando los planes de Dios. Con María marchó a Belén, donde nació Jesús, y en todo momento José se cuidó del sustento y protección de la Madre y del Hijo. Con ellos estuvo en la adoración de los pastores y de los reyes, en la circuncisión del Niño y en su presentación en el Templo, en la huida a Egipto, estancia allí y regreso a Nazaret, donde Jesús fue creciendo al amparo de sus padres. Por último vivió con María el dolor y el gozo de hallar a Jesús cuando creían haberlo perdido en Jerusalén. Dios confió a José la custodia discreta pero eficaz de María y de Jesús, y, con razón, Pío IX lo declaró en 1870 Patrono de la Iglesia universal.
Oración: Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José, haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano    

Palabras de San Juan Pablo II

"Desde los primeros siglos,
los Padres de la Iglesia,
inspirándose en el Evangelio,
han subrayado que San José,
al igual que cuidó amorosamente a María
y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo,
también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia,
de la que la Virgen Santa es figura y modelo" 

Tema del día:
José, el hombre justo
Celebramos hoy a San José, el hombre que más cerca estuvo de Jesucristo, y de la Virgen María haciendo las veces de padre en la tierra del Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nos habla el evangelio del anuncio que hace Dios a san José para que admita como esposa a María y se haga cargo de su hijo como si fuese hijo propio.

Tuvo que ser tremendo para san José el darse cuenta de que María iba a ser madre. Quizá fuese cuando María volvió de visitar a su prima Isabel. Quizá se enteró por las habladurías de la gente y hasta quizá fue cuando alguien le felicitó por ello. Resulta que entre los judíos existían unas leyes, para nosotros extrañas, leyes casi sólo tenidas por la costumbre, sobre el momento del matrimonio: una cosa era el contrato y otra la cohabitación. Entre estos dos momentos solían pasar unos cuantos meses. Parece ser que José y María habían hecho el contrato. Por eso se dice en la Anunciación que María estaba desposada con José. Pero parece que aún no cohabitaban pues hoy al final del evangelio dice que “José se llevó a María a su casa”. También por ello pudo estar María tres meses con su prima Isabel.

El caso es que durante esos meses se llamaban esposos, pero era mal visto que pudieran ya esperar un hijo, aunque en realidad era aceptado. De tal manera que si alguno tenía una relación carnal con otra persona, se consideraba ya un adulterio. San José sabía que él no había tenido parte en esa paternidad; pero también sabía de la santidad de María. Por eso tuvo que ser grande su angustia. ¿Qué hacer? La podía acusar como adúltera; pero San José era “bueno”, como dice el evangelio. Algunas veces se traduce como “justo”; pero esta palabra puede tener dos sentidos. Si se trata de una justicia, como la señalada por las leyes de los judíos, debía acusarla; pero Jesús nos enseñó otra clase de justicia, que llamamos santidad. Por ella uno debe tender a hacer el bien. Por eso san José pensó sacrificarse él mismo y prefirió dejarla y marcharse lejos, abandonado en las manos de Dios.

Alguno pensará que por qué no hablaron y por qué María no explicó todo como le había dicho el ángel. Esto es muy difícil explicarlo y mucho más difícil creerlo, si no hay una intervención de Dios. Por eso Dios intervino y le anunció a José todo lo que había sucedido. El evangelio habla de un “sueño”. Es una forma bíblica para expresar que hubo una manifestación extraordinaria de Dios. De alguna manera fue un ángel o mensajero de Dios. No sólo le explica lo que ha sucedido con María, sino que le da a José un encargo muy especial: el poner el nombre al niño. En lenguaje bíblico quería decir que fuese responsable del niño como si fuese su padre. Poner el nombre era aceptar que se responsabilizaba de la educación y crianza de aquel niño. El nombre que debía ponerle era “Jesús”, que significa salvador. Pero no salvador del poder de los enemigos externos, sino salvador de los pecados, para darnos su gracia.

Hoy san José nos da un ejemplo magnífico de entrega en las manos de Dios. Se fía de Dios. Y cuando uno se fía de Dios, pueden venir muchas dificultades, que serán purificadoras; pero al final brilla la luz. No fue todo fácil en la vida de San José para hacer de padre de Jesús: el tener que dejar su tranquilidad de Nazaret para el nacimiento de Jesús, la huida a Egipto, el volver a comenzar el trabajo, la oscuridad de la fe para comprender a Jesús al quedarse en el templo y en la vida ordinaria. Pero san José es el hombre que más cerca ha estado de Jesús y eso le reportaría un sin fin de gracias. Hoy san José sigue estando junto a Jesús en el cielo y, como decía santa Teresa, no puede haber cosa que desee y que le niegue Jesús. Por eso debemos invocarle con mucha fe para nosotros mismos, para la unión en las familias, para el bien de la Iglesia y para que todos podamos tener, como él, una santa muerte en los brazos de Jesús y de María.  Pongamos nuestros trabajos en las manos de Dios, como San José, y un día podremos gozar para siempre de su compañía.
© P. Silverio Velasco

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Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María;  por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente y en otros lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración para María del Carmen N., de Bogotá, Colombia, que ha sido sometida a dos cirugías de colon y está grave, rogando al Señor que le conceda sus gracias según sea Su Voluntad.

Pedimos oración por la salud de Cintia, de Argentina, 33 años, a quien han diagnosticado un tumor en la cabeza. La encomendamos en su día a San José para que interceda ante Jesús por su curación.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Unidos a María
Si al Nombre de Jesús debe doblarse toda rodilla en el Cielo, en la Tierra y en los abismos; ante el Nombre de María exultan de gozo los espíritus bienaventurados, los ángeles, y tiemblan de terror los demonios del Infierno.
Por eso tenemos que nombrar a María cada vez que queremos vernos libres de las tentaciones y de los ataques del Maligno, puesto que llamando a la Virgen, con sólo nombrarla, ya los demonios sueltan la presa.
Y la mejor forma de nombrar a la Virgen es con la salutación angélica, es decir, el Avemaría, que tanto gozo le produjo a la Virgen cuando recibió este saludo de parte de Dios, y por el que sigue concediendo al mundo toda clase de bienes.
Invoquemos a María con el Avemaría. O también digamos la hermosa oración: “Jesús, María os amo, salvad las almas”, por la cual no sólo nombramos a Jesús y a María juntos, con lo poderoso que es esto, sino que hacemos un acto de amor, salvamos almas y nos hacemos mejores, pues hay una promesa de Jesús para quien diga este acto de amor, ya que salvará un alma cada vez, y reparará por mil blasfemias.
Ojalá en el momento de la muerte, en la agonía, repitamos muchas veces el nombre de María, para que Ella venga en nuestro socorro en tan difícil trance, que es cuando los demonios se juegan la última carta, y tratan por todos los medios de arrebatarnos y llevarnos al Infierno. Es en esos momentos cuando más tenemos que invocar a María para que el demonio huya y que expiremos en paz y nos salvemos.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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