PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1717 ~ Domingo
27 de Mayo de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Poco a poco, vamos aprendiendo a vivir sin interioridad.
Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros.
Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma. Nos
alimentamos sólo de pan. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven Espíritu Santo y libéranos de nuestro
vacío interior.
Ya sabemos vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con
dejarnos programar desde afuera. Nos movemos y nos agitamos sin cesar, pero no
sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados,
pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven
Espíritu Santo y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la
existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos
hemos hecho más escépticos pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser
inteligentes y lúcidos. ¿Por qué no encontramos sosiego y paz? ¿Por qué nos
visita tanto la tristeza? Ven Espíritu
Santo y libéranos de la oscuridad interior.
Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero…
¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero… ¿sentir qué?
Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos
contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos apetece. Apenas hay
prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven Espíritu Santo y enséñanos a vivir.
Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos
cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño
mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear
contactos vivos y amistosos. Al sexo le llamamos "amor" y al placer
"felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven Espíritu Santo y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia
ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por
dentro, ya no podemos escuchar Su Voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no
acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con Él. Hemos
aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven
Espíritu Santo y enséñanos a creer.
Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos
creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida. En la fiesta
cristiana del Espíritu Santo a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus
discípulos exhalando sobre ellos su aliento: "Reciban el Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene
nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros por
caminos que solo Él conoce.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana,
estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La
paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
(Jn 20,19-23)
Comentario
Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento
de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de
Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La
venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese
don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio
pascual.
El Espíritu que Jesús comunica crea en el discípulo una
nueva condición humana y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva
a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y
no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del
Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas
procedencias y lenguas.
El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al
discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el
dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad
nuevas.
El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los
Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El
recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se
repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a
predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados
en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el
martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima
Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi
santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez
en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente,
más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro
interior de par en par.
Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de
Terrassa (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Agustín de Canterbury
Obispo
La Gran Bretaña, evangelizada desde los tiempos
apostólicos (según la leyenda, el primer misionero que desembarcó en la isla
fue José de Arimatea), había recaído en la idolatría después de la invasión de
los sajones en el quinto y sexto siglo. Cuando el rey del Kent, Etelberto, se
casó con la princesa cristiana Berta, hija del rey de París, éste le pidió que
fuera erigida una iglesia y que algunos sacerdotes cristianos celebraran allí
los ritos sagrados. Cuando el Papa san Gregorio Magno supo la noticia, juzgó
que los tiempos estaban maduros para la evangelización de la isla. Le encomendó
la misión al prior del monasterio benedictino de San Andrés, cuya principal
cualidad no era la valentía, sino la humildad y la docilidad. Ese monje era
Agustín.
En el año 597 salió de Roma encabezando un grupo de
cuarenta monjes. Se detuvo en la isla de Lérins. Aquí le hablaron del
temperamento belicoso de los sajones, y esto lo aterró hasta el punto de
hacerlo regresar a Roma a pedirle al Papa que le cambiara de programa. Para
animarlo, Gregorio lo nombró abad y poco después, casi para hacerle dar el paso
definitivo, tan pronto llegó a Galia, lo hizo consagrar obispo. Continuó su
viaje con breves etapas. Finalmente llegó a la isla británica de Thenet, a
donde el rey fue personalmente a darle la bienvenida, por invitación de su
piadosa esposa.
Los misioneros avanzaron hacia el cortejo real en
procesión y cantando las letanías, según el rito recientemente introducido en
Roma. Para todos fue una feliz sorpresa. El rey acompañó a los monjes hasta la
residencia que le habían preparado en Canterbury, a mitad de camino entre
Londres y el mar, en donde se levantó la célebre abadía que después llevará el
nombre de Agustín, corazón y sagrario del cristianismo inglés. La obra de los
monjes misioneros tuvo un éxito inesperado, pues el mismo rey pidió el
bautismo, llevando con su ejemplo a miles de súbditos a abrazar la religión
cristiana.
El Papa se alegró con la noticia que llegó a Roma, y
expresó su satisfacción en las cartas escritas a Agustín y a la reina. El santo
pontífice envió con un grupo de nuevos colaboradores el palio y el nombramiento
a Agustín como arzobispo primado de Inglaterra, y al mismo tiempo lo amonestaba
paternalmente para que no se enorgulleciera por los éxitos alcanzados y por el
honor del alto cargo que se le confería. Siguiendo las indicaciones del Papa
para la repartición en territorios eclesiásticos, Agustín erigió otras sedes
episcopales, la de Londres y la Rochester, consagrando obispos a Melito y a
Justo.
El santo misionero murió el 26 de mayo del 604 y fue
enterrado en Canterbury en la iglesia que lleva su nombre.
Fuente: Catholic.net
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“El día de Pentecostés en Jerusalén los Apóstoles, y con
ellos la primera comunidad de los discípulos de Cristo, reunidos en el Cenáculo
en compañía de María, Madre del Señor, reciben el Espíritu Santo. Se cumple así
por ellos la promesa que Cristo les confió al partir de este mundo para volver
al Padre. Ese día se revela al mundo la Iglesia, que había brotado de la muerte
del Redentor”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Pentecostés, nacimiento de la
Iglesia
Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días.
Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de
la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba
ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia
celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la
entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese
motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.
Ese es el día en que los apóstoles reciben de una manera
grandiosa al Espíritu Santo. Según lo narra san Lucas, autor de los “Hechos de
los Apóstoles”, Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular y bulliciosa para
ese acontecimiento. Algunos datos podemos decir que son simbólicos, expresión
de lo que sucedía en el alma o el corazón de los que recibían el Espíritu
Santo. Los principales signos fueron el viento impetuoso y el fuego, que da luz
y calor: Luz que les ilumina la mente para comprender mejor los mensajes de
Jesús y fuego para darles energías para seguir sin miedo la misión de Jesús de
predicar el Evangelio por todo el mundo. El viento precisamente significa el
Espíritu y es expresión de una nueva creación, recordando el soplo creador.
En realidad ya habían recibido el Espíritu Santo el día
de la Resurrección. Jesús, al presentarse resucitado, les da el mayor don que
puede darles, que es el Espíritu Santo. Ya les había prometido que les enviaría
“otro Consolador, otro Abogado”. San Juan nos cuenta en el evangelio de hoy que
Jesús se presenta gozoso y les da la paz y alegría, y les da el perdón y el
poder de perdonar. Pero todo eso no sería efectivo y duradero, si no les
ayudase una fuerza especial, que es la presencia del Espíritu Santo, como ya se
lo había prometido. Lo hace también con un gesto de viento: “Sopló y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo”. ¿Cuándo recibieron de verdad el Espíritu Santo? Las
dos veces y otras muchas más. Porque el Espíritu viene a nosotros según la
preparación que tengamos: Viene en el bautismo, viene especialmente en la
confirmación y viene en otras ocasiones. Él es infinito. Lo que hace falta es
que nos preparemos a recibirle. El día de Pentecostés vino de una manera muy
especial sobre los apóstoles, no sólo porque así lo quiso Dios de forma
gratuita, sino porque ellos estaban mejor preparados pues habían estado aquellos
días en oración con la Santísima Virgen María.
Un aspecto importante en esta fiesta es el comunitario:
Los apóstoles reciben el Espíritu Santo viviendo en comunidad. Y son enviados
para formar la comunidad de la Iglesia universal. Por eso se nombran allí todos
los principales pueblos o naciones entonces conocidas. Y aparece una
contraposición con lo que significó la “Torre de Babel”, que era dispersión o
confusión de lenguas. En Pentecostés se realiza la unidad: todos comprenden lo
mismo. Sería la unidad que quiere Jesús por medio del AMOR.
Pentecostés continúa en la Iglesia. Cada vez que
asistimos a misa se nos recuerda la intervención del Espíritu Santo en la
transformación del pan y del vino y en la unidad de la Iglesia. Para que
influya en nuestro ser hace falta que nos preparemos, que nos comuniquemos más
con Dios en la oración y que dejemos muchas ataduras materiales de modo que
nuestra vida tenga un sentido pleno y sea vivificante, de modo que se note que
el Espíritu Santo habita en nuestro ser.
En el Credo decimos: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor
y Dador de vida”. Él quiere enseñarnos a orar, a tener a Jesús por Señor, a
penetrar en los misterios de Dios, a gozar de la gracia, que es amor, paz,
fidelidad, fuerza para predicar y a testimoniar el Evangelio con nuestra vida.
Por eso hoy pidamos, como se dice en la Misa, que lave lo que está manchado,
riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio,
enderece lo torcido. En una palabra: que seamos dóciles a sus inspiraciones y
que encienda los corazones de sus fieles. Con la ayuda del Espíritu y nuestra
cooperación, en la Iglesia siempre será una realidad Pentecostés.
P. Silverio Velasco (España)
Nuevo video y artículo
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"Juan Pablo II inolvidable"
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Pensamientos sanadores
Pide al Señor su mirada para ver la vida como él la ve
Para conservar y acrecentar en nuestras vidas y en
nuestras familias una paz profunda y duradera, es fundamental aprender a mirar
todo lo que nos rodea con la mirada sencilla, pura y profunda de Jesús, nuestro
Maestro.
Vemos en los Evangelios que él miraba el corazón de la
gente y la esencia de las situaciones temporales que él y sus discípulos tenían
que atravesar.
De este modo evitaban los escollos de las apariencias,
que llevan a una evaluación errada de lo cotidiano.
También hoy, él nos acompaña con su presencia y sabiduría
en nuestro peregrinar terreno, y quiere enseñarnos a mirar más allá de las
apariencias del momento, para no quedarnos fijados en ciertas situaciones de la
vida, que si bien son dolorosas, son pasajeras y transitorias.
Jesús, fijando en
ellos si mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios,
porque para él todo es posible” Marcos 10, 27
Mayo, mes de María
En cierta ocasión, cuando estaban rezando por un chaval
endemoniado, ocurrió lo siguiente, según cuenta un testigo presencial: que
"el demonio multiplicaba sus gritos con más fuerza y confusión, diciendo:
"¿Por qué he de salir?", entonces, una religiosa allí presente
exclamó con fervor: "¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros! ¡María,
Madre de Jesús, venid en ayuda nuestra!". Al oír estas palabras, el
espíritu infernal redobló sus horribles alaridos: "¡María! ¡María! ¡Para
mí no hay María! No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer. ¡Si hubiese
una María para mí, como la hay para vosotros, yo no sería un demonio! Pero para
mí no hay María." Todos los presentes lloraban. Repitió el demonio:
"¡Si yo tuviese un solo instante de los muchos que vosotros perdéis! ¡Un sólo
instante y una María y yo no sería un demonio!”
¡Qué fuerte! Satanás es un ángel que se separó de Dios; y
dice que si tuviera a María no sería demonio. Esto es, porque no contó con Ella
ha caído tan bajo. Con qué alegría puedo gritar, en momentos de bajón, de dificultad,
de vacas flacas: ¡Tengo a María! Eso es lo importante; lo demás cambia.
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras,
comentándole algo de lo que has leído. Después termina con una oración final.
Texto del P. José Pedro Manglano Castellary
Tomado del Web Católico de Javier
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina:
agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros
pedidos de oración.
Desde Buenos Aires, Argentina, escribe Elsa para hacernos
saber María Luisa, por la que habíamos pedido oraciones tiempo atrás, se ha
recuperado y ya está bien, por lo que damos gracias a Dios.
José de Jesús R., que vive en Passaic, Nueva Yersey, USA, agradece al
Sagrado Corazón de Jesús y al de su Inmaculada Madre por el nuevo trabajo que
comenzará el 4 de Junio próximo y también por la adaptación la nueva casa donde
ahora vive con su esposa. Alabado sea el Señor.
Desde Rosario, Argentina, nuestra lectora Silvia pide que
elevemos una oración a Dios agradeciendo los veinte años que cumplen hoy sus
hijas mellizas Mariana y Mercedes Z. Nos sumamos a la alegría de esta querida
familia y a la oración de acción de Gracias a Dios y a la Santísima Virgen.
"Intimidad Divina"
Pentecostés
“El Espíritu del Señor llena todo el mundo, y él, que
mantiene todo unido, habla con sabiduría” (Misal Romano). Esta realidad
anunciada en el libro de la Sabiduría se cumplió en toda su plenitud el día de
Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos “se llenaron
todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno
en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hc 2, 4). Pentecostés es el
cumplimiento de la promesa de Jesús: “cuando yo me fuere, os lo enviaré” (Jn
16, 7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: “seréis
bautizados en el Espíritu Santo” (Hc 1, 5); como también el cumplimiento de sus
palabras: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, ríos de
agua viva manarán en su seno” (Jn 7, 37-38). El Espíritu Santo es el “don” por
excelencia, infinito como infinito es Dios, aunque quien cree en Cristo ya lo
posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La bajada del
Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completa este don, y se realiza no
de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma
solemne con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don
del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está
destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y
subió a los cielos Cristo.
Cuando los hombres, impulsados por el orgullo y casi
desafiando a Dios, quisieron construir la famosa torre de Babel, no podían
entenderse (Gn 11, 1-9). Con la bajada del Espíritu Santo sucedió lo contrario:
no confusión de lenguas, sino el “don” de lenguas que permitía una inteligencia
recíproca entre los hombre “de cuantas naciones hay bajo el cielo” (Hc 2, 5);
ya no más separación, sino fusión entre gentes de los más diversos pueblos.
Esta es la obra fundamental del Espíritu Santo: realizar la unidad, hacer de
pueblos y hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios fundado en el amor
que el divino Paráclito ha venido a derramar en los corazones. San Pablo
recuerda este pensamiento escribiendo a los Corintios: “Todos nosotros hemos
sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, y todos, ya
judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres,
hemos bebido del mismo Espíritu” (1 Cr 12, 13).
El divino Paráclito, Espíritu de amor, es espíritu y
vínculo de unión entre los creyentes en los cuales constituye un solo cuerpo,
el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra comenzada el día de
Pentecostés, está ordenada a renovar la faz de la tierra, como un día renovó el
corazón de los Apóstoles, rompiendo la mentalidad todavía ligada al judaísmo,
para lanzarlos a la conquista del mundo entero, sin distinción de razas o
religiones. Aunque el Espíritu Santo esté ya presente hay que continuar
pidiendo: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en
ellos la llama de tu amor”. Pentecostés no es un episodio que se cumplió
cincuenta días después de la Pascua y ha quedado ya cerrado y concluido; es una
realidad siempre actual en la Iglesia. El Espíritu Santo, presente ya en los
creyentes por razón de esta presencia suya en la Iglesia, los hace cada vez más
deseosos de recibirlo con mayor plenitud, dilatando él mismo sus corazones para
que sean capaces de recibirlo con efusiones cada vez más copiosas.
Ven Espíritu
divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones
espléndido; luz que penetras las almas, fuentes de mayor consuelo. Ven, dulce
huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío
del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no
envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las
manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al
que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por
tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y
danos tu eterno gozo. Amén. Aleluya. (Leccionario, Secuencia)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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