PEQUEÑAS
SEMILLITAS Año
20 - Número 5953 ~ Domingo 13 de Abril de 2025Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) ¡Alabado sea Jesucristo!
Estamos en el pórtico de la Semana Santa: el Domingo de Ramos, el
domingo de la entrada de Jesús en Jerusalén. El pueblo aclama al Señor como el Mesías
esperado, como el Salvador: «Bendito el que viene en nombre del Señor», es la
expresión que sale de sus bocas. Sin embargo este mismo pueblo va a pedir su
muerte a los pocos días de estos acontecimientos. Es la paradoja de Jesús, es
la paradoja de toda su vida y de todo su existir.
En la semana que comenzamos los acontecimientos de la vida de Jesús se van
a precipitar sin remedio. Su manera de hablar, su manera de tratar a los
pecadores, su manera de relacionarse con Dios, el hacerse notar como el Mesías
esperado, y sobre todo por atreverse a llamarse Hijo de Dios, todas estas cosas
juntas era demasiado, molestaba mucho, y por lo tanto había que hacer algo.
Jesús va a morir en cruz por la vida que llevó y por la misión que cumplió. Si
desde un punto de vista teológico Jesús murió por nuestros pecados y por la
salvación de todos, desde un punto de vista histórico Jesús murió por la vida
que llevó, no fue causalidad que la vida de Jesús fuera como fue, ni tampoco
fue causalidad que esa vida le llevara a la muerte que tuvo. La muerte de Jesús
no fue una confusión de los que querían matarlo, fue más bien una consecuencia
lógica de todo su hacer y obrar. No hay que separar el por qué muere Jesús, del
por qué le matan. Jesús muere efectivamente para salvarnos, y para alcanzarnos
el perdón delante del Padre, pero a Jesús lo matan como consecuencia de sus
dichos y de sus hechos, como hemos tenido ocasión de comprobar en las lecturas
de los domingos de Cuaresma y las cuales hemos meditado convenientemente.
La Palabra de Dios Lecturas del día(Domingo de Ramos, ciclo C) ♡ Primera Lectura: Isaías 50, 4-7
♡ Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
♡ Segunda Lectura: Filipenses 2, 6-11
♡ Santo Evangelio: Lc 22,14-23,56
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He
deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer,
porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de
Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre
vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta
que venga el Reino de Dios».
Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de
cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza
sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que
me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo
establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».
Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que
iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos
debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles
los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores.
Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el
menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está
en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy
en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis
perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo
transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os
sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».
Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros
como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando
te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy
dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo,
Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado
conocerme».
Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os
faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa
que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto
y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está
escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su
fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».
Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los
discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación».
Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado,
oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga
mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba.
En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a
goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue
hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué
dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».
Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado
Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas,
¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con
él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de
ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús
intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús
dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que
habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un
bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano.
Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».
Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo
sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del
patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada
sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba
con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio
otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo
soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba
con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y
estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó
una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había
dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo
afuera, lloró amargamente.
Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y,
tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y
proferían contra Él otros muchos insultos.
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos
sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:
«Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a
creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre
estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces,
¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy».
Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo
hemos oído de su boca».
El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y
llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a
que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato
preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo
dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna
culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al
pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo,
preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes
se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo
que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro.
Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole
una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron
amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,
les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y
resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en
este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque
nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que
le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno.
Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste
lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un
homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a
Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo
por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él ningún
delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».
Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al
que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a
Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué
volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo
seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban
lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que
llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han
dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los
montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si
así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y
cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí,
a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas,
echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas
diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de
Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre
y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima
un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los
judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni
siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo,
porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en
nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le
respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región,
hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó
por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
«Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a
este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de
pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que
lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no
había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de
Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo
de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro
excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la
Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde
Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la
vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al
mandamiento.
♡ Comentario:
Hoy leemos el relato de la
pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en
Jerusalén y el relato de la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso
suene a triunfo y el segundo a humillación.
Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud
de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es
el trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando.
En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor
de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.
Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús,
pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz.
¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos
hoy de los labios de Jesús!:
—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen» (Lc 23,34).
—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo
perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega,
cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el
perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos
la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no
nos costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y
absuelve sin mezquindad.
San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh
Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».
* Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España) © Textos de
Evangeli.net
Palabras de San Juan Pablo II «EI Domingo de Ramos abre la Semana Santa de la Pasión del Señor, de la
que ya lleva en sí la dimensión más profunda. Por este motivo leemos hoy toda
la Pasión del Señor. Jesús es el único que ha entendido en profundidad a los
profetas: su entrada en Jerusalén tiene claramente un significado mesiánico. Ya
en este cortejo triunfal Él camina obediente a la muerte y muerte de cruz. Que
esta semana santa nos enamore de la redención, hemos sido redimidos por
Jesucristo, dentro de estos acontecimientos está aconteciendo el plan de Dios
para rescatarnos»
Predicación del Evangelio: A la cruz por amor Durante la Cuaresma hemos podido ver como Jesús despreciaba la tentación
del bienestar y del éxito, y se adentraba libremente por el camino luminoso de
la propia entrega a una causa noble, que redundaba en gloria de Dios, plenitud
personal y beneficio imponderable para sus semejantes. Su vida y su palabra
son, por sí mismas, una invitación constante a cambiar la trayectoria de
nuestra vida, con frecuencia apática y centrada en nosotros mismos, en otra
que, por su generosidad y altruismo, se asemeje a la suya. Para facilitarnos el
cambio a una vida más positiva, generosa y compartida y, en definitiva más
feliz, Jesús nos muestra a su Padre y nuestro Padre, lleno de misericordia y
amor, dispuesto siempre a alentar nuestro esfuerzo de generosidad y entrega hacia
los demás.
La fiesta de hoy nos adentra en la etapa final de la vida de Jesús, en
que su entrega personal alcanza una radicalidad inaudita e irrevocable. En el
relato de la pasión hemos contemplado aturdidos, por parte de Jesús, un vaciado
de todo deseo de conservar nada para sí. Durante la cena, deja clara su
voluntad de servir al Padre y a los hombres y ordena a los apóstoles y
seguidores que hagan lo mismo. La pauta de comportamiento, para quienes quieran
seguirle, será la de amarse y servirse mutuamente los unos a los otros, tal
como él mismo lo ha hecho. Amor y servicio que será, en adelante, la única
señal para conocer quiénes son de veras sus discípulos.
En la cruz lleva su amor hasta el extremo de pedir al Padre perdón para
sus verdugos, porque no saben lo que hacen. Buscar disculpas para sus enemigos
significa
renunciar al derecho de sentirse ofendido y asumir la voluntad de confiar
al Padre, sin condición alguna, el juicio de su vida y la de los demás.
Miremos también a Jesús y escuchemos sus palabras, cuando se ocupa del
malhechor crucificado a su vera. Palabras que manifiestan la preocupación
personal de Jesús por aquel desdichado, su ternura, y el encendido deseo de
salvarle. Palabras que son el anuncio y la plasmación de la obra redentora de
Jesús, el anuncio de su Pascua gloriosa. Es decir: De la muerte de Jesús en la
cruz brotará vida infinita, siendo primer beneficiario un delincuente común. Y,
después, como colofón y razón última de todo lo que Jesús hace y dice, viene el
desahogo de confianza infinita en el Padre: Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu.
Al objeto de vivir mejor el mensaje de salvación que celebraremos estos
días, preparémonos a aceptar la reconciliación que Dios nos ofrece en el
sacramento del perdón. Desde luego, sabemos que somos perdonados siempre que,
arrepentidos de corazón, amamos a Dios sobre todas las cosas; pero recordemos
también que Jesús dejó a la Iglesia el sacramento de la reconciliación, para
que el perdón recibido sea visible y compartido por los demás hermanos en la
comunidad. Así vista, la confesión es como el acta pública del perdón alcanzado
y la ocasión de saborear la alegría de sabernos perdonados y salvados, como
miembros del pueblo de Dios.
(Mons. Enric Prat - Imagen de Audiolibro Fidem Dei)
Agradecimientos Imaginemos que en el cielo hay dos oficinas diferentes para
tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las
gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
💕 Desde Pequeñas Semillitas damos
gracias a Dios por estar regresando hoy a las publicaciones que estuvieron
suspendidas hace 5 días por problemas técnicos, los cuales están parcialmente
solucionados (seguimos con grave dificultad para enviar por email). Pero con
esfuerzo y dedicación estamos felizmente presentes en el inicio de la Semana
Santa y acompañaremos a Jesús durante todos estos días.
Oremos: Bendito seas,
Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e
infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que
se han apartado de ti. Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes
y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
Súmate al canal
de WhatsApp de "Pequeñas
Semillitas"Para sumarse al canal de WhatsApppueden acceder entrando en este link:y una vez allí tocan “ver canal” y a continuación “seguir”.Obviamente todo es gratuito. Meditación del Padre Santiago Martín Empieza la Semana Santa con la lectura íntegra del relato de la Pasión del
Señor según nos la cuenta el evangelista Lucas. Hay mucho que meditar, hay
mucho que aprender, hay un caudal inagotable de espiritualidad en aquellos
breves días en los que se decidió la suerte de la Humanidad, cuando el Redentor
nos ganó la salvación pagando por nosotros en la Cruz. Pero de todas esas
cosas, quizá hay una que siempre nos es cercana: la actitud de Cristo ante el
drama que se la avecinaba. Consciente como era de lo que le esperaba: la
tortura y la muerte, junto con el abandono de sus discípulos y hasta la
“kénosis”, la sensación de alejamiento del propio Dios, el Señor tuvo miedo y
angustia. El sudor de sangre de su frente era una manifestación somática del
terror que atenazaba su espíritu. Y es en ese momento cuando es capaz de
pronunciar la frase de aceptación de la voluntad divina.
El Cristo que huyó cuando querían hacerle rey se dejó coronar de espinas,
el que se escapaba de la multitud que le vitoreaba no dio la espalda cuando le
buscaban para matarle. Ese es el ejemplo que nos ha dejado: aceptar la voluntad
de Dios sea cual sea, tanto en lo bueno como en lo malo, en lo fácil como en lo
difícil. Y, además, lo que es aún más difícil, aceptar que esa voluntad de Dios
es amor para nosotros, aunque no nos lo parezca, aunque no entendamos por qué
ocurren las cosas o por qué no son escuchadas nuestras súplicas para que pase
de nosotros el cáliz que Dios nos está pidiendo que bebamos. Claro que para
hacer eso es imprescindible la fuerza de Dios, sin la cual aceptar la cruz con
alegría es imposible.
Propósito: Decirle sí al Señor en lo que Él nos pida. Acudir a la oración
y a los sacramentos para que nos dé la fuerza que necesitamos para hacer su
voluntad.
Un año con María Abril 13: Relación
La religión es un modo de relación, y no de normas.
Jesús nos amó antes que hiciéramos mérito para que nos amara. Lamentablemente
convertimos la religión en un reduccionismo moral, cuando es mucho más que eso:
es una propuesta de relación con Dios que te liga para siempre con Él.
Dio su vida por nosotros para que tengamos una
relación eterna con Él, incluso nos deja a su madre porque desea mostrarnos que
sí o sí quiere que vayamos al cielo.
Cuando estemos frente a Jesús no será un miedo
aterrador, sino que vendrá para abrazarnos y darnos su amor y felicidad, porque
su alegría por la conversión de un pecadore es inmensa.
(PADRE LUIS ZAZANO)
FELIPE -Jardinero de Dios-(el más pequeñito de todos) PÁGINAS DE FELIPE DE URCA: ”PEQUEÑAS SEMILLITAS”♡”JUAN PABLO II INOLVIDABLE”♡FACEBOOK de “FELIPE DE URCA”♡FACEBOOK de “PEQUEÑAS SEMILLITAS”♡Canal de WHATSAPP de “PEQUEÑAS SEMILLITAS”♡”X” (ex TWITTER) de “PEQUEÑAS SEMILLITAS”♡INSTAGRAM: FELIPE DE URCA
La Palabra de Dios
Palabras de San Juan Pablo II
Predicación del Evangelio:
Agradecimientos
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Un año con María
FELIPE
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