jueves, 13 de octubre de 2022

Pequeñas Semillitas 5123

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 5123 ~ Jueves 13 de Octubre de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
¡Alabado sea Jesucristo!
Hoy podemos proponernos meditar sobre la utilización que hacemos de nuestro tiempo. Hay que tratar de realizar una distribución razonable del tiempo entre el trabajo, la familia, la casa, los amigos, el ocio, etc. Este reparto del tiempo lo hacemos con mayor o menor acierto. Sin embargo, hay un aspecto fundamental: es necesario que no perdamos el tiempo inútilmente en nuestras vidas. Dios mismo nos pedirá cuenta de cómo hemos empleado el tiempo de nuestra vida. Por eso hoy debemos preguntarnos si hay veces que perdemos inútilmente el tiempo y reflexiona para ver cómo podemos evitarlo.
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Ef 1,1-10
 
Salmo: Sal 97, 1.2-3ab.3cd-4.5-6
 
Santo Evangelio: Lc 11,47-54
En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán’, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido».
Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.
 
Comentario:
Hoy, se nos plantea el sentido, aceptación y trato dado a los profetas: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49). Son personas de cualquier condición social o religiosa, que han recibido el mensaje divino y se han impregnado de él; impulsados por el Espíritu, lo expresan con signos o palabras comprensibles para su tiempo. Es un mensaje transmitido mediante discursos, nunca halagadores, o acciones, casi siempre difíciles de aceptar. Una característica de la profecía es su incomodidad. El don resulta molesto para quien lo recibe, pues le escuece internamente, y es incómodo para su entorno, que hoy, gracias a Internet o los satélites, puede extenderse a todo el mundo.
Los contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo calumnian, lo desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de erigirle el sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta. No faltan actualmente profetas que gozan de fama universal. La Madre Teresa, Juan XXIII, Monseñor Romero... ¿Nos acordamos de lo que reclamaban y nos exigían?, ¿ponemos en práctica lo que nos hicieron ver? A nuestra generación se le pedirá cuentas de la capa de ozono que ha destruido, de la desertización que nuestro despilfarro de agua ha causado, pero también del ostracismo al que hemos reducido a nuestros profetas.
Todavía hay personas que se reservan para ellas el “derecho de saber en exclusiva”, que lo comparten —en el mejor de los casos— con los suyos, con aquellos que les permiten continuar aupados en sus éxitos y su fama. Personas que cierran el paso a los que intentan entrar en los ámbitos del conocimiento, no sea que tal vez sepan tanto como ellos y los adelanten: «¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido» (Lc 11,52).
Ahora, como en tiempos de Jesús, muchos analizan frases y estudian textos para desacreditar a los que incomodan con sus palabras: ¿es éste nuestro proceder? «No hay cosa más peligrosa que juzgar las cosas de Dios con los discursos humanos» (San Juan Crisóstomo).
* Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)
 
Santoral Católico:
San Eduardo
Rey
Eduardo era hijo de Eteredo y de la normanda Ema. Durante la época de la supremacía danesa, fue enviado a Normandía cuando tenía 10 años y regresó a su patria en 1042 cuando fue elegido rey. A la edad de 42 años contrajo matrimonio con Edith, la hija del Conde Godwino, la mayor amenaza para su reino. La tradición sostiene que San Eduardo y su esposa guardaron perpetua continencia por amor a Dios y como un medio para alcanzar la perfección.
La administración justa y equitativa de San Eduardo le hizo muy popular entre sus súbitos. Uno de los actos más populares del reinado de San Eduardo fue la supresión del impuesto para el ejército; los impuestos recaudados de casa en casa en la época del santo fueron repartidos entre los pobres.
Falleció en 1065. La canonización de San Eduardo tuvo lugar en 1161, y dos años después de que su cuerpo se mantenía incorrupto, fue trasladado por Santo Tomás Becket a una capilla del coro de la abadía de Westminster, de la cual San Eduardo fue su promotor, el 13 de octubre, fecha en que se celebra actualmente su fiesta.
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© ACI Prensa
 
Pensamiento del día 
“No dejes apagar el entusiasmo,
virtud tan valiosa como necesaria;
trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura”
(Rubén Darío)
 
Tema del día:
A 60 años del Concilio Vaticano II
El 11 de octubre de 1962, el papa san Juan XXIII cambió la historia de la Iglesia católica. El Concilio Vaticano II abrió sus puertas a una nueva era.
 
Al papa Juan XXIII corresponde el mérito de haber convocado el Concilio Ecuménico Vaticano II, aunque su realización y feliz término le tocó al papa Pablo VI. Del papa Juan se dice que abrió las ventanas de la Iglesia para respirar aire fresco, pero que lo que entró fue un ventarrón. Lo cierto es que sopló el aire nuevo impetuoso del Espíritu y que, después de más de medio siglo, sigue vitalizando a la Iglesia y haciéndola florecer.
 
– Un Concilio Ecuménico no es cualquier cosa, y menos en medio de la «Guerra Fría»; de la década de la revolución sexual, los hippies, los anticonceptivos…
 
En efecto, la realización de un Concilio Ecuménico es cosa seria. Es lo menos que se puede decir. Del Concilio de Trento (1563) al Vaticano I (1870) transcurrieron más de 300 años, y éste tuvo que suspenderse por la ocupación de Roma por las fuerzas del reino de Italia. Lo declaró clausurado el papa Juan XXIII en 1959. Quedó así despejado el campo para un nuevo Concilio, pero convocar a más de dos mil obispos dispersos por el mundo en tiempos de la «Guerra Fría», era cosa de pensar.
 
– ¿Ya había algunos antecedentes o fue solamente cuestión del papa Juan?
 
Algunos espíritus inquietos ya hablaban de la posibilidad e incluso de la necesidad de una asamblea conciliar, como era el caso del padre jesuita Ricardo Lombardi, gran predicador y amigo personal del papa Pío XII.
 
Al Papa Pacelli le hubiera gustado convocar un Concilio. La Segunda Guerra Mundial y después la «Guerra Fría» no se lo permitieron; pero puso las bases con sus enseñanzas y con las reformas emprendidas: la reforma del Triduo Pascual sobre la Liturgia, su magisterio sobre la Palabra de Dios sobre la Sagrada Escritura, la Mystici Corporis sobre la Iglesia, el diálogo con el mundo y sus mensajes sobre la paz.
 
– Sin embargo, la figura del «papa bueno» se engrandece, ¿no es así?
 
El ambiente era de expectación, pero nadie se atrevía a comprometerse con una empresa tan arriesgada. Se necesitaba la fuerza y el poder del Espíritu que sostiene y guía a la Iglesia. El hombre indicado se llamaba Juan; pero la manera y el lugar donde lo hizo causó desconcierto, si bien encendió la esperanza.
 
En una visita realizada a la Basílica de San Pablo, en Roma, después de una catequesis al pueblo, el papa Juan XXIII se dirigió a los señores cardenales, y les expuso de manera concisa la situación mundial y lo que se esperaba de la Iglesia.
 
Les hizo esta confesión: «En el corazón de este humilde sacerdote, a quien una manifiesta inspiración de la divina providencia condujo, pese a su indignidad, a la altura del Sumo Pontificado, con resolución humilde y decidida tenía que hacerles una propuesta: Un Concilio Ecuménico para la Iglesia universal». Así de claro, así de sencillo y así de comprometido.
 
La muerte intempestiva del papa Juan XXIII conmovió al mundo y deparó, en el designio de la Providencia, al papa Pablo VI la continuación y conclusión feliz de la magna Asamblea Eclesial.
 
– ¿Cómo llegó y qué frutos tuvo el Concilio en nuestro continente?
 
A América Latina el Concilio nos llegó por una providente y genial «adaptación» mediante las Asambleas Eclesiales del Episcopado Latinoamericano –preludios del Sínodo actual– celebradas en Medellín, en Puebla, en Santo Domingo y en Aparecida, cuyo redactor final, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, sería ya elegido papa Francisco, para difundir su riqueza en la Iglesia Universal.
 
– ¿Qué nos queda del Concilio Vaticano II?
 
La enseñanza central del Concilio se concentra en cuatro Constituciones que pueden sintetizarse así: La Iglesia de Cristo (Lumen Gentium), escucha fielmente la Palabra de Dios (Dei Verbum), celebra los misterios de Cristo para la Gloria de Dios (Sacrosanctum Concilium), para la Salvación del Mundo (Gaudium et Spes).
 
Siguieron tres Declaraciones, nueve Decretos; y, posteriormente, según los deseos del mismo Concilio, la reforma del Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica. Toda una riqueza con que el Espíritu Santo ha adornado a la Esposa de Cristo, la santa Iglesia.
(Jaime Septién – Aleteia)
 
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Jacob Y Esaú (Génesis 27, 1-41) representan a los hermanos que creen que las “cosas” valen más que la fraternidad y por eso terminan dividiéndose y como los peores enemigos. Hoy hay muchos hermanos que se matan por plata y por cosas que no valen mucho. Un hermano vale más que todo el dinero del mundo. Y todos tenemos que tratarnos como hermanos. ¿Para qué rezas el Padre Nuestro si vas a tratar al otro como a un enemigo? José y sus hermanos (Génesis 37, 4) representan a todos aquellos que se dejan llevar por la envidia ante los triunfos del otro y creen que la única posibilidad de sentirse bien es ver a los otros perdiendo y sufriendo. Personas que viven para hacer infelices a los que están a su lado ya que abdicaron de la posibilidad de ser felices en su proyecto personal. Lea y Raquel (Génesis 30, 1-24), expresan a los hermanos que pelean por el amor de pareja. Esos que no han entendido que no se puede obligar a nadie para que lo ame a uno. Que si uno no puede entender que alguien no lo ama es porque está enfermo emocionalmente. Sería más fácil si dejáramos ser a cada uno y buscáramos la manera de comprendernos. Jesús nos deja claro que tenemos que vivir como hermanos. Ahora, esta fraternidad está marcada por la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios (Mc 3, 31-35). Eso es ser cristiano. Tenemos que buscar la manera de ayudar a que todos vivan dignamente, tengan espacios para realizarse y vivir en plenitud. El verdadero pecado es dañar al otro.
(P. Alberto José Linero)
 
Un minuto para volar
Octubre 13
Cuando alguien me busca y me necesita, tiene que sentir que sacia su sed: la sed de ser valorado, de ser reconocido en su dignidad, de ser respetado, de ser tenido en cuenta. Hay personas que viven la soledad con un dolor tan profundo e intenso, que es como si les faltara el agua. Otros se sienten ignorados, porque cuando hablan nadie los escucha ni los toma en serio. En cambio, si alguien detiene en ellos su mirada es como si se calmara una sed interior. Por eso “dar de beber” no es solo dar agua. Es “dar alivio” a quien está en una gran angustia, semejante a la angustia que siente el sediento después de un largo camino por el desierto. No olvides nunca que además de tu sed está la sed de tus hermanos.
(Mons. Víctor M. Fernández)

FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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