viernes, 2 de noviembre de 2018

Pequeñas Semillitas 3810

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 13 - Número 3810 ~ Viernes 2 de Noviembre de 2018
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina) 
Alabado sea Jesucristo…
Esta conmemoración de los Fieles Difuntos responde a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma. La Iglesia llama "Purgatorio" a esa purificación; y para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: "La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego". (1Cor. 3, 14).
La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º de los Macabeos en el Antiguo Testamento dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, la Iglesia desde los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos. Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso". Estos actos de piedad son constantemente alentados por la Iglesia.

¡Buenos días!

Paz, esperanza y gozo
“Nosotros los creyentes, cuando rezamos por nuestros muertos, nos reencontramos con ellos en una misteriosa comunión de fe, esperanza y amor. Ellos han transpuesto ya  la frontera del tiempo y entrado en el ámbito de la eternidad, propio de Dios. Pero aunque hayan dejado de existir para nuestro mundo físico, siguen viviendo, con todo, en el mismo mundo espiritual en que vivimos nosotros.

Siempre que hacemos oración por ellos, los encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman. He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido, los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor. Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.

Paz, esperanza y gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos, viven. No podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como sabemos que un día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para compartir en plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven” (H. Valla). Que Cristo, “resurrección y vida”, aliente tu esperanza.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios
Lecturas de hoy 
Primera Lectura: Apoc 21, 1-5a. 6b-7

Salmo: Sal 26, 1. 4. 7. 8b-9a. 13-14

SANTO EVANGELIO: Lc 23,33.39-43
Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Comentario:
Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.
Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.
Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».
Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)

Santoral Católico:
Conmemoración de los Fieles Difuntos
 
La Iglesia, después de celebrar ayer la fiesta de todos sus hijos bienaventurados ya en el cielo, se interesa hoy ante el Señor en favor de las almas de todos cuantos nos precedieron en el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, para que, purificados de toda mancha de pecado, puedan gozar de la felicidad eterna. Celebramos, pues, la victoria de Cristo, y de nosotros con Él, sobre la muerte. Y hacemos memoria de cuantos, habiendo compartido ya la muerte de Jesucristo, están llamados a compartir también con Él la gloria de la resurrección. El primer prefacio de difuntos nos enseña que «en Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad; porque la vida de los que creemos en el Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo». Mientras nosotros pedimos por los difuntos, ellos interceden por nosotros.
Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Para más información hacer clic acá.
© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net

Pensamiento del día

"Una flor sobre su tumba se marchita.
Una lágrima sobre su recuerdo se evapora.
Una oración por su alma, la recibe Dios".
(San Agustín)

Tema del día:
Sobre la muerte 
Imagínate ahora como si estuvieses en el lecho, a punto de morir y de dejar todas las cosas de este mundo...

Oh Dios mío, dadme una buena y santa muerte, y después la gloria eterna del Cielo...

1.- Soy joven, tengo salud y fuerzas; y casi parece que me he hecho la ilusión de que yo no he de morir. Y sin embargo mi vida pasa. ¡Cuántas veces he visto las aguas de un río, cómo van bajando, bajando hacia el mar! Así mi vida va caminando, caminando hacia el sepulcro. Cada día que pasa estoy un día más cerca de la muerte. Al viajar en ferrocarril, ¿no he visto cómo unos bajan en una estación, otros en otra, hasta que no queda nadie en el tren? Así en esta vida, unos acaban su viaje en la infancia, cuando son aún pequeñitos; otros, en plena juventud. ¿No he visto morir a algunos jóvenes, que quizá eran amigos o conocidos míos? ¿Llegará un día para mí la muerte? Ciertamente que sí. ¿Cuándo será? No lo sé. ¿En dónde moriré? No lo sé. ¿Cómo moriré? No lo sé, no lo sé. Piénsalo unos momentos.

2 ¿Qué es morir? Es separarse el alma del cuerpo. Han vivido siempre juntos, y es necesario separarse. El cuerpo, cada día lo vemos, es llevado al cementerio, en donde se deshace y se pudre. Pero el alma, ¿a dónde va? Este alma que tengo, que me hace conocer, recordar, querer, ¿dónde va? Ella no va al cementerio, sino que en el mismo instante en que se separa del cuerpo, se presenta ante el tribunal de Dios, el cual le pide cuenta de todo lo que ha pensado, dicho y hecho en toda su vida. Si ahora mismo tuvieras que presentarte delante de Dios, ¿estaría tranquila tu conciencia? Piénsalo bien.

3.- ¡Qué terrible ha de ser presentarse delante de Dios en pecado mortal y oír la sentencia de condenación eterna! Ya no se puede volver atrás; el mundo ha pasado para siempre y la sentencia de Dios se cumplirá, sin que valgan súplicas ni excusas de ninguna clase. ¡Qué dulce y delicioso debe ser presentarse el alma en gracia de Dios, es decir, sin pecado mortal alguno! ¡Qué alegría al ver que se le abren las puertas del Cielo, y que allí vivirá eternamente. Piénsalo bien.

4- ¿Qué prefieres? ¿Qué desearías haber hecho en la hora de tu muerte? Hazlo ahora, porque después quizá sería ya tarde. Forma el propósito de portarte bien, de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, de huir del pecado y de frecuentar devotamente los santos Sacramentos. No te dejes engañar de las vanidades del mundo, que a tantos condenan y que pronto han de acabar; trabaja por salvar tu alma, que no morirá nunca. Mira cómo te has portado hasta ahora; y si ves que no vas por el camino del Cielo, procura enmendarte y cambiar de vida. Piénsalo bien.
(P. Luis Rivera)

Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
 
La muerte no es nada, sólo ha pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, ustedes son ustedes. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo. Denme el nombre que siempre me han dado. Hablen de mí como siempre lo han hecho. No usen un tono diferente. No tomen un aire solemne y triste. Sigan riendo de lo que nos hacía reír juntos. Recen, sonrían, piensen en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de su mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de su vista? Los espero. No estoy lejos, sólo al otro lado del camino. ¿Ven? Todo está bien. No lloren si me aman. ¡si conocieran el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudieran oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudieran ver con sus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudieran contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen! Créanme: Cuando la muerte venga a romper sus ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, su alma venga a este Cielo en el que los ha precedido la mía, ese día volverán a ver a aquel que los amaba y que siempre los ama, y encontrarán su corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverán a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con ustedes por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
(San Agustín de Hipona)

Pedidos de oración 
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, monjas, religiosas, novicias, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María;  por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente, África, y en otros lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los pacientes internados en la Casa de la Bondad en  Córdoba (Argentina); por los niños con cáncer y otras enfermedades graves; por el drama de los refugiados del Mediterráneo; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por las víctimas de catástrofes naturales; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Continuamos unidos en oración por medio del rezo del Santo Rosario poniendo en Manos de Nuestra Madre Bendita todas nuestras preocupaciones, alegrías y necesidades, poniendo al mundo entero en Manos de nuestra Madre y pidiéndole a Ella paz para el mundo. Al rezar por la paz, rezamos por todo, por la paz en el mundo, en los corazones, porque la violencia sea desterrada, por la paz para los niños que están en peligro de ser abortados. Paz para los jóvenes que no encuentran el camino, paz para los deprimidos. Paz para los que no han tenido la dicha de conocer al Amor. En fin rezamos por la paz, y sigamos haciéndolo.

Cinco minutos del Espíritu Santo 
Noviembre 2
“Gloria a ti, Espíritu Santo, mi Dios infinito y bello. Señor deslumbrante, vestido de inmensa luz. Esta pequeña criatura quiere adorarte y reconocer tu grandeza.
Me postro ante ti Señor, y te pido que toques mi corazón, que abras mis labios y me regales el don de saber adorarte.
No permitas, Dios mío, que me encierre en mis preocupaciones y penas, no dejes que mi boca se llene sólo de lamentos. Ayúdame a salir de mí mismo para alabarte a ti, que eres digno de toda alabanza, mi Dios y mi Señor amado.
Santo eres, bendito seas, alabado y glorificado seas por tu hermosura, por tu fuerza, por tu bondad, por tu inmensa paz. A ti sea la gloria por siempre.
Señor, quiero entregarme a la vida, porque también hoy estaremos juntos. Estarás conmigo, Espíritu Santo, y con tu amistad yo puedo enfrentar todo lo que suceda. Podré ver en todo lo que me suceda una oportunidad, un sueño, un desafío.
Escucho tu invitación a la vida, y quiero decirte que sí, Espíritu Santo. Aunque he vivido muchos días grises, llenos de fracaso, hoy quiero intentarlo una vez más, para que todo lo que me suceda pueda ser transformado por tu amistad.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)

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