PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2338 ~ Lunes 5
de Mayo de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Repasando un poco el hermoso Evangelio de ayer (el
encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús), y siguiendo a José
E. Galarreta, podemos repasar que los discípulos re-conocieron a Jesús. Jesús
era para ellos un gran desconocido. Creían que le conocían bien. Pero no le
conocían. Le habían echado encima todos los mantos, prejuicios y mitos del
Mesías Davídico, y, debajo de tanto ropaje, Jesús queda irreconocible.
Jesús desaparecía bajo el fardo de innumerables interpretaciones de sabios
Escribas, que no hacían más que proyectar sobre la Escritura sus propios
prejuicios.
Ahora, de pronto, le conocen, le re-conocen, le vuelven a
conocer. Ahora, Jesús mismo les enseña a leer bien. ¡Qué importante!
Aprendieron a leer las Escrituras desde Jesús, no al
revés. Antes leían lo antiguo y vestían con ello a Jesús. Y quedaba fatal, el
vino nuevo enterrado en los pozos de los odres viejos. Ahora interpretan las Escrituras a la luz de Jesús.
Y se iluminan, se entienden, se ve qué viejo es lo viejo, cuántos añadidos
meramente humanos contiene.
Se ponen a la mesa, Jesús parte el pan, y se les abren
los ojos: ¡las inolvidables comidas de Jesús, abiertas a todos, incluso a
ellos, que ya se marchaban, desilusionados! Reconocieron a Jesús en su
situación más personal: La cena con los amigos, y en el signo más
representativo: el pan.
¡Buenos días!
Nuestra necesidad
básica
“Tú ves, oh Jesús, nuestra necesidad. Necesitamos de ti,
y de nadie más. Sólo tú puedes advertir cuán grande es la necesidad que tenemos
de ti en esta hora del mundo. El hambriento se imagina que busca pan, y en
realidad tiene hambre de ti. El sediento cree desear tan sólo tomar agua y en
realidad tiene necesidad y sed de ti. El enfermo se ilusiona con el ansia de la
salud y su mal está en la ausencia de ti”.
Si nuestra más
grande necesidad hubiera sido de dinero, Dios hubiera mandado a un economista.
Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de conocimiento, Dios hubiera
mandado a un educador. Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de
diversión o entretenimiento, Dios hubiera mandado a un animador o a un artista.
Pero como nuestra mayor necesidad es de
amor y salvación, Dios mandó a su Hijo, que es amor y Salvador. Dios, como un
padre bondadoso, siempre nos da más de lo que necesitamos. Él nos da
bendiciones pero depende de nosotros la manera en que veamos nuestra vida y el
mundo.
“Pan de vida”, “luz del mundo”, “la puerta de las
ovejas”, “el buen pastor”, “la resurrección y la vida”, “la vid verdadera”,
“rey”, “camino, verdad y vida”, son algunos rasgos del perfil de Jesús que nos
descubren su rica personalidad y su misión en la tierra. La lectura meditada
del Evangelio te haga crecer en el conocimiento de las insondables riquezas del
Señor.
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus
discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se
había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y
que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los
discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca
del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba
allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en
busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí,
¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido
de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino
por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del
hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».
Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús
les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado». (Jn 6,22-29)
Comentario
Hoy, después de la multiplicación de los panes, la
multitud se pone en busca de Jesús, y en su búsqueda llegan hasta Cafarnaúm.
Ayer como hoy, los seres humanos han buscado lo divino. ¿No es una
manifestación de esta sed de lo divino la multiplicación de las sectas
religiosas, el esoterismo?
Pero algunas personas quisieran someter lo divino a sus
propias necesidades humanas. De hecho, la historia nos revela que algunas veces
se ha intentado usar lo divino para fines políticos u otros. Hoy, en el
Evangelio proclamado, la multitud se ha desplazado hacia Jesús. ¿Por qué? Es la
pregunta que hace Jesús afirmando: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto
señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26).
Jesús no se engaña. Sabe que no han sido capaces de leer las señales del pan
multiplicado. Les anuncia que lo que sacia al hombre es un alimento espiritual
que nos permite vivir eternamente (cf. Jn 6,27). Dios es el que da ese
alimento, lo da a través de su Hijo. Todo lo que hace crecer la fe en Él es un
alimento al que tenemos que dedicar todas nuestras energías.
Entonces comprendemos por qué el Papa nos anima a
esforzarnos para re-evangelizar nuestro mundo que frecuentemente no acude a
Dios por los buenos motivos. En la constitución "Gaudium et Spes"
("La Iglesia en el mundo actual") los Padres del Concilio Vaticano II
nos recuerdan: «Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde
a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia
plenamente con solo los alimentos terrenos». Y nosotros, ¿por qué continuamos
siguiendo a Jesús? ¿Qué es lo que nos proporciona la Iglesia? ¡Recordemos lo
que dice el Concilio Vaticano II! ¿Estamos convencidos del bienestar que
proporciona este alimento que podemos dar al mundo?
Abbé Jacques FORTIN (Alma (Quebec), Canadá)
Santoral Católico:
San Hilario de Arlés
Obispo
En Arlés, en la región de Provenza (Francia), san
Hilarío, obispo, que, después de llevar vida eremítica en Lérins, fue
promovido, muy a su pesar, al episcopado, en donde trabajando con sus propias
manos, vistiendo una sola túnica tanto en verano como en invierno y viajando a
pie, manifestó a todos su amor por la pobreza. Entregado a la oración, los
ayunos y las vigilias, y perseverando en una predicación continua, mostró la
misericordia de Dios a los pecadores, acogió a los huérfanos y no dudó en
destinar para la redención de los cautivos todos los objetos de plata que se
conservaban en la basílica de la ciudad. († 449)
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
La frase de hoy
“Nunca lamentes que te estás haciendo viejo,
porque a muchos les ha sido negado este privilegio”
Tema del día:
Normas para leer la Biblia
Como poseemos en el magisterio infalible de la Iglesia la
próxima y última regla de nuestra fe, la lectura de la Sagrada Escritura no es
requisito indispensable para nosotros. Sin embargo, desde los tiempos de los
apóstoles hasta las más recientes manifestaciones de las autoridades
eclesiásticas, fue inculcado y sigue siendo inculcado el leer y estudiar las
Escrituras a fin de profundizar la fe y ampliar y arraigar los conocimientos
religiosos, y principalmente, para conocer la persona, vida y doctrina de
nuestro Salvador Jesucristo. “Ignora a
Cristo quien ignora las Sagradas Escrituras” (San Jerónimo).
¡Ay de los muchos que hoy en día recorren los caminos de
un mundo tempestuoso sin la luz del Evangelio!
I. Leamos la
Sagrada Escritura con espíritu de fe.
El hombre que vacila en la fe, “es semejante a la ola del
mar alborotada y agitada por el viento, acá y allá” (Santiago 1, 6). El hombre
de ánimo doble, que está dividido entre Dios y el diablo, es inconstante en
todos sus caminos. En vez de enseñarle y consolarle, la palabra de Dios le
sirve para su ruina.
¡Cuántas veces Nuestro Señor no ha insistido en la necesidad
de la fe!: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la
misma hora la hija quedó curada.” (Mat. 15, 28). Negó el médico divino varias
veces su ayuda por faltar la fe, por la incredulidad de los suplicantes.
“Tenéis poca fe... si tuviereis fe, como un granito de mostaza, podréis decir a
este monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará y nada os será
imposible.” (Mat. 17, 19). Jamás olvidemos el lamento del Señor: “¡Oh raza
incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿Hasta cuándo
habré de sufriros?” (Mat. 17, 16).
II. Leamos la
Sagrada Escritura con espíritu de humildad.
Los misterios del reino de Dios no se revelan a la
sabiduría puramente humana, por grande que sea el genio de sus maestros, sino
sólo a los humildes. La humildad, la virtud de los pequeños es indispensable,
para que el lector de la Biblia saque los valores intrínsecos del libro de los
libros. Hay que volver a ser niño; hay que exponerse con espíritu sencillo e
inocente a los rayos de la luz que, por falta de nombre adecuado, definimos con
el nombre de misterios.
De otro modo no podríamos comprender el espíritu del
Evangelio, ni aplicarlo a la vida: “En verdad os digo, que si no os volvéis y
hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat.
18, 3). Y para grabar esta amonestación en los corazones de sus discípulos,
Jesús llamando a un niño y colocándolo en medio de ellos, les dio una lección
más elocuente que todas las palabras.
“Quien se humillase, será ensalzado.” (Mat. 23, 12).
Quien con espíritu de niño se acerca a los tesoros de la Sagrada Escritura, los
conseguirá. A los demás, los orgullosos y presumidos, los presuntuosos y
ambiciosos se les cierra la puerta.
Saca, pues, saca, alma mía. El pozo es profundo; y jamás
se agotará.
III. Leamos la
Sagrada Escritura con el propósito de reformar nuestra vida.
La senda que conduce a la vida eterna, es estrecha,
mientras que el camino que conduce a la perdición, es ancho y espacioso (Mat.
7, 13-14). ¿Quién será nuestro guía en la estrecha senda? Abre el Evangelio,
lee las Escrituras; medita un ratito sobre las enseñanzas que te brinda el
Evangelio en cada página; y encontrarás al guía que te hace falta. La palabra
de Dios es uno de los medios más apropiados para nuestra salvación; sólo que
debemos ponerla en práctica, como dice Santiago: “Recibid con docilidad la
palabra ingerida que puede salvar vuestras almas. Pero habéis de ponerla en
práctica, y no sólo escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta
con oír la palabra, y no la practica, este tal será parecido a un hombre que
contempla al espejo su rostro nativo y que no hace más que mirarse, y se va y
luego se olvida de cómo está.” (Santiago 1, 21-24). El Evangelio es, pues, el
espejo en que hemos de contemplar el semblante de nuestra alma, para ver las
faltas que la manchan. Si no, somos como aquel hombre olvidadizo que se engaña
a sí mismo, no sabiendo cuál es su rostro.
Reformar la vida, conformar la conducta a los preceptos
del Evangelio; he aquí los frutos más provechosos de la lectura del Evangelio.
Leyéndolo, meditándolo dejamos de ser injustos, mentirosos, avaros, orgullosos.
La palabra de Dios penetra en el alma como una espada de dos filos (Hebr. 4,
12), que ha de apartar a los malos de los buenos; que va a despertar a los
ociosos y rechazar a los presuntuosos; que está destinada a humillar a los
doctos vanidosos, pero a satisfacer a quien con razón recta y pura busca a Dios
y la salud eterna.
¡Ojalá busquemos con toda el alma esa fuente de
regeneración moral!
IV. Leamos la
Sagrada Escritura todos los días.
¿Por qué todos los días? ¿No bastaría leer la Biblia una
sola vez, como los otros libros, y después depositarla en la biblioteca? No,
amigo mío. La Sagrada Escritura es un libro de categoría superior, y no como
los demás de tu biblioteca, muchos de los cuales, una vez leídos no valen más
que el polvo que los cubre.
Hallábase en Alejandría, en Egipto, la más rica
biblioteca que se conocía en la antigüedad, una verdadera maravilla de riqueza
literaria. Sin embargo, los musulmanes cuando ocuparon aquella ciudad,
arrojaron al fuego todos los libros de la biblioteca argumentando: o consienten
con el Corán (libro santo de los musulmanes) o no consienten con él. En el
primer caso son superfluos, en el segundo, malos.
Hay en realidad un libro de que se podría afirmar la
preeminencia que los secuaces de Mahoma atribuyen al Corán. Es la Sagrada
Escritura. Por tanto ya León XIII concedió indulgencias a los que leen la
Sagrada Escritura: una indulgencia de 300 días para la lectura de quince
minutos y una indulgencia plenaria a los que durante un mes observen tan
provechosa práctica. Pío X no desea más que la lectura diaria de la palabra de
Dios. Benedicto XV repite la misma intimación en la Encíclica llamada de San
Jerónimo del 15 de Sept. de 1920: “Toda familia debe acostumbrarse a leerlo y
usarlo (el Nuevo Testamento) todos los días.”
V. Leamos la
Sagrada Escritura en la familia.
“Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre,
allí me hallo yo en medio de ellos.” (Mat. 18, 20). Estas palabras del Señor,
además de verificarse constantemente en la comunidad de la Iglesia, siguen
cumpliéndose donde quiera que dos o tres se reúnen en nombre de Jesús para la
lectura común de la Biblia en la familia. ¡Qué aspecto tan hermoso! El padre,
rodeado de sus hijos, leyendo en voz alta el Evangelio, y añadiendo algunas
anotaciones que el sentimiento religioso y la responsabilidad paterna le
dictan!
La familia que diariamente se reúne pura la lectura de la
Biblia, es un pilar del temor de Dios, un fuerte fundamento de la vida
religiosa y un dique contra las ideas perversas. “¡Que no haya ninguna familia
sin el Nuevo Testamento”. Este deseo de Benedicto XV sea para nosotros un
precepto. Tan pronto como las familias se pongan a leer la Biblia, el mundo se
cambiará, porque de la familia inspirada en la doctrina del Evangelio, surge el
renacimiento de la humanidad, así como la regeneración del cuerpo procede de la
célula.
VI. Siete consejos
para los lectores de la Sagrada Escritura.
1° Antes de leer, recoge tus pensamientos. Dios, la
verdad eterna quiere dialogar contigo familiarmente. ¿Hay un honor más alto que
conversar con Dios?
2° Luego pide al Espíritu Santo la gracia de entender su
Palabra. Piensa que el sacerdote antes de leer el Evangelio de la misa, está
obligado a rezar el “Munda”, el “limpia mi corazón y mis labios”.
3° No leas demasiado de una vez. La Sagrada Escritura no
es una novela. Dios no habla por la multitud de palabras sino más bien mediante
la fuerza del espíritu, infusa en las palabras de la Sagrada Escritura.
4° Después de leer hay que meditar los versículos leídos.
En otras palabras: no sólo estudiar el contenido sino prestar los oídos a las
inspiraciones de Dios.
5° Cuando no comprendas lo que lees, consulta las notas
añadidas, los comentarios o a un sacerdote. La Iglesia, y no el lector, es
intérprete de la Sagrada Escritura.
6° Acaba la lectura con una oración y acción de gracias
por las ilustraciones que Dios te ha regalado.
7° Escribe en un cuaderno cuanto quieras grabar en la
memoria para leerlo repetidas veces. Así se aumenta la eficacia de la Palabra
de Dios.
VII. Pongamos el
hacha en la raíz.
¿Qué es lo que debemos hacer? preguntaba la gente que
salía a Juan el Bautista (Luc. 3, 10). ¿Qué exige de nosotros la situación
religiosa de nuestro tiempo y país? “La segur”, responde el Bautista, “está ya
puesta en la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no da buen fruto, será
cortado y arrojado al fuego.” (Luc. 3, 9). Hoy también la gente va a buscar “la
salud de Dios.” (Luc. 3, 6). El gran predicador del Jordán necesita sucesores
que sin cesar proclamen lo que “la voz en el desierto” proclamaba: “Preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Luc. 3, 4). Voz en el desierto son
todos aquellos que tratan de difundir la palabra de Dios transmitida en la
Sagrada Escritura.
Dios, quien es el inspirador de toda actividad fecunda,
conduzca nuestros pasos, a fin de que de la lectura cotidiana del Evangelio
nazcan siempre más beneficios para nuestra alma y para la patria; y que así
vaya a cumplirse el dicho del apóstol: Toda escritura inspirada de Dios es
propia para enseñar, para convencer, para corregir, para dirigir en justicia,
para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra
buena. (II. Tim. 3, 16-17).
Mons. Dr. Juan Straubinger.
Profesor de Sagrada Escritura
Pedidos de oración
“Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo
recibiréis”
(Mt 21:22)
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor
Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en
el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente
por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la
falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la
fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este
sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por
las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Gloria
A., de Ciudad de Guatemala, que se quebró un pie en una caída, pero no
puede ser operada de inmediato hasta no compensarse de otras patologías
importantes que la afectan clínicamente. Que el Señor tome el control de esta
situación, la ayude y fortalezca en estos momentos.
Pedimos oración por Pedro, de Córdoba, Argentina, con fiebre alta de varios días de evolución, sumada a otros síntomas que preocupan. Que el Señor lo ayude a superar con bien y que nada importante esté sucediendo en su organismo.
Pedimos oración por Rubén A., 44 años, de México, que ha sufrido un derrame cerebral y está en coma farmacológico, rogando la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe para su recuperación.
Pedimos oración por Pedro, de Córdoba, Argentina, con fiebre alta de varios días de evolución, sumada a otros síntomas que preocupan. Que el Señor lo ayude a superar con bien y que nada importante esté sucediendo en su organismo.
Pedimos oración por Rubén A., 44 años, de México, que ha sufrido un derrame cerebral y está en coma farmacológico, rogando la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe para su recuperación.
Un estímulo todos los días
Mayo 5
En general no estamos habituados a decir “por favor”, o
“gracias”. O lo hacemos demasiado mecánicamente y con escasa simpatía. Creo que
en primer lugar se debe a nuestra ansiedad. Cuando necesitamos algo lo tomamos,
o exigimos que nos lo den inmediatamente. No hay tiempo para la delicadeza de
pedir “por favor”. Y cuando nos dan lo que queremos, huimos rápidamente. No hay
tiempo para agradecer.
Se trata de una falta de atención al otro, como si los
demás no existieran, como si sólo contaran los propios intereses.
Fácilmente una persona antisocial cree que es el centro
del universo y que los demás y toda la realidad están a su servicio. Cree que
los otros siempre están gravemente obligados a darle lo que necesita.
Íntimamente cree –aunque nunca lo diga– que los demás existen para satisfacer
sus necesidades y, cuando lo hacen, sólo cumplen con lo que deben hacer. Por
consiguiente, para ella no tiene sentido pedirles por favor o darles gracias.
Esta fantasía egocéntrica en realidad es una prolongación de una inmadurez
adolescente. Es muy difícil que un adolescente dé gracias si no ha sido bien
educado, porque su narcisismo lo lleva a pensar que él no pidió nacer ni vivir
en sociedad; por lo tanto los demás están obligados a darle todo y él no tiene
por qué ser amable ni agradecido.
¿Queda en tu corazón algo de esta inmadurez desagradable?
Pídele al Señor que te libere y que te regale la madurez de los que aman en
serio, de los corazones amables y agradecidos.
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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