miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2226

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2226 ~ Miércoles 18 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
La belleza tiene una amplitud mayor que el arte. Hay belleza donde hay armonía, expresividad, plasmación de un mundo que se hace patente de forma luminosa. Un experto en arte pronunciaba una conferencia en el monasterio:
El arte -decía- se encuentra en los museos, pero la belleza se halla por doquier: en el aire, en la tierra, en todas partes, a disposición de todos y sin nombre de ninguna clase.
Exactamente igual que la espiritualidad -dijo el Maestro al día siguiente, cuando estuvo a solas con sus discípulos-, sus símbolos se encuentran en ese museo que llamamos "templo"; pero su sustancia se halla en todas partes, a disposición de todos, sin que nadie lo reconozca y sin nombre de ninguna clase. Anthony De Mello

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
(Mt 1,18-24)

Comentario
Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a considerar el maravilloso ejemplo de san José. Él fue extraordinariamente sacrificado y delicado con su prometida María.
No hay duda de que ambos eran personas excelentes, enamorados entre ellos como ninguna otra pareja. Pero, a la vez, hay que reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por circunstancias muy exigentes.
Ha escrito el Papa Juan Pablo II que «el cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado la “iniciativa”: para venir a este mundo no ha esperado a que hiciésemos méritos. Con todo, Él propone su iniciativa, no la impone: casi —diríamos— nos pide “permiso”. A Santa María se le propuso —¡no se le impuso!— la vocación de Madre de Dios: «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).
Pero Dios no solamente nos pide permiso, sino también contribución con sus planes, y contribución heroica. Y así fue en el caso de María y José. En concreto, el Niño Jesús necesitó unos padres. Más aún: necesitó el heroísmo de sus padres, que tuvieron que esforzarse mucho para defender la vida del “pequeño Redentor”.
Lo que es muy bonito es que María reveló muy pocos detalles de su alumbramiento: un hecho tan emblemático es relatado con sólo dos versículos (cf. Lc 2,6-7). En cambio, fue más explícita al hablar de la delicadeza que su esposo José tuvo con Ella. El hecho fue que «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,19), y por no correr el riesgo de infamarla, José hubiera preferido desaparecer discretamente y renunciar a su amor (circunstancia que le desfavorecía socialmente). Así, antes de que hubiese sido promulgada la ley de la caridad, san José ya la practicó: María (y el trato justo con ella) fue su ley.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Modesto
Restaurador de Jerusalén
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

El asno con piel de león

Un proverbio dice: “La mentira tiene las patas cortas”, a saber, que no puede llegar muy lejos. Quien dice una mentira para evitar una reprensión, no piensa que tarde o temprano se va encontrar con la dura realidad que pretendió ignorar o esconder. Más vale afrontar con valentía la verdad, aunque se deba aceptar una falta y sufrir la corrección. Una fábula lo ejemplifica.

Un asno, habiéndose puesto una piel de león, vagaba en el bosque y se divertía él mismo asustando a todos los animales ingenuos que él se encontraba en sus vagabundeos. Por fin encontró a una zorra y trató de asustarla también, pero la zorra apenas oyó el sonido de su voz exclamó: -Posiblemente yo podría haber sido asustada también, si no hubiera oído tu rebuzno. Esopo.

Vivir con sinceridad es decidirte a hablar con la verdad en la mano aunque a veces te cueste; a no valerte de una mentira para salir de una dificultad o librarte de una responsabilidad; a no mentir para que los demás piensen algo bueno de ti; a reconocer con honestidad cuando te has equivocado sin tratar de justificarte. He aquí un camino exigente de grandeza moral.
Padre Natalio

Tema del día:
Adviento, tiempo de esperanza
1) Para saber

El Papa Francisco, al empezar el tiempo de Adviento, afirmó que este tiempo nos devuelve el horizonte de la esperanza, fundada en la Palabra de Dios, “una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!”.

La Navidad que esperamos nos hace considerar el amor misericordioso de Dios que nos envía a su Hijo para salvarnos.

2) Para pensar

Cuenta el famoso escritor Víctor Hugo una anécdota que le sucedió a su padre, quien era general del ejército francés. Después de una dura batalla que tuvo Francia contra España, cabalgaba por el campo que estaba cubierto de cadáveres. Iba acompañado de un fiel ayudante. De pronto oyeron un quejido que venía de lejos. Se acercaron y descubrieron que había un soldado enemigo que estaba muy herido. Se detuvieron cerca, y oyeron que el soldado les suplicaba en español: “¡Tengo sed!... ¡Agua!, ¡Agua!”. El general francés le ordenó a su ayudante que le diera unos tragos de una botella de ron que traían. Así lo hizo su ayudante y mientras le daba de beber, de pronto, el herido se incorporó, y con la rapidez de un relámpago sacó una pistola que tenía guardada y disparó contra el general. El proyectil alcanzó el gorro del general, sin tocarle la cabeza. El gorro cayó al suelo y el caballo se encabritó. El ayudante pudo derribar y desarmar al soldado enemigo y sólo esperaba la orden del general para ejecutarlo. Sin embargo, el general, sin perder la calma le ordenó a su oficial: “Sigue dándole de beber”.

La anécdota nos muestra la magnanimidad de ese general. No importa el daño que le hubieran querido hacer, él perdonó y siguió ayudando a su enemigo. Algo semejante, aunque de un modo infinito mayor, sucede entre Dios y nosotros. Aunque muchas veces ofendemos a Dios, Él sigue perdonándonos. El hombre pecó, pero Dios nos envía a su Hijo a fin de que seamos perdonados.

3) Para vivir

Este tiempo de preparación nos hemos de llenar de esperanza en un Dios misericordioso. Y, dice el Papa, el modelo de esa actitud es la Virgen María: “¡Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios! En su seno, la esperanza de Dios ha tomado carne, se ha hecho hombre, se ha hecho historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y las mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia”.

Saber que Dios es infinitamente misericordioso nos ha de llevar a nunca desconfiar de Él. Al contrario, habremos de acudir siempre que lo necesitemos, sobre todo al Sacramento del Perdón. Dios está dispuesto a perdonarnos todo e, incluso, está deseoso de hacerlo. Pero habiéndonos hecho libres, no nos obliga a hacerlo. Espera que lo hagamos libre y amorosamente.

Por último, el Santo Padre pidió que nos dejemos guiar por la Virgen, “que es Madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa”.
Pbro. José Martínez Colín

La frase de hoy

"Navidad es el más humano y cordial de todos los tiempos,
impregnado e inspirado por el sentimiento de la fraternidad humana,
espíritu esencial del cristianismo"
George William Crutis


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“Intimidad Divina”

Buscar a Dios en fe

Viniendo al mundo, Jesús se presentó no como un salvador potente y glorioso, sino humilde, pobre y manso. Pero esta su aparición en forma tan modesta, como cualquier otro hombre, fue de escándalo a muchos que, no sabiendo ver más allá del elemento humano, no reconocieron en Cristo al Mesías prometido. Más que a la palabra de Dios revelada a través de los profetas y más que a los milagros realizados por Jesús, prefirieron creer a su corto entendimiento, juzgando cosa absurda que el Salvador del mundo se identificase con un hombre en todo semejante a nosotros. Para acoger a Cristo y creer en él, para buscar y hallar a Dios, es necesaria la fe. La fe es “la convicción de las cosas que no se ven” (Hb 11, 1). No se funda sobre los datos sensibles o de alguna manera controlables por la criatura, sino sobre la palabra de Dios, sobre lo que él en su amor ha revelado de sí y de sus misterios. La fe no da la evidencia de las realidades divinas, pero nos da su certeza fundada en la palabra de Dios-Amor.

La fe nos dice que Jesús de Nazaret, tenido por sus compaisanos por “el hijo de José” (Lc 4, 22), es el Hijo de Dios, el Salvador prometido. Y cuanto más viva es la fe, tanto mayor es el amor con que el hombre recibe a Jesús y tanto más profundamente acoge su persona de Dios-Hombre y su mensaje, cimentando sobre él su propia vida. Jesús dijo “Si alguno me ama… mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23); la fe nos da la certeza de esta sublime verdad, la cual sin embargo escapa al control de los sentidos y de la humana inteligencia. La fe nos dice que el misterio de la inhabitación de la Trinidad en el bautizado es una realidad infinitamente más verdadera que tantas otras verdades caducas controlables por la ciencia humana, y cuando una criatura está plenamente convencida de ella se hace capaz de colocar esta divina realidad por encima de todas las realidades terrenas.

La vida de unión con Dios no debe fundarse en sentimientos, sino sobre el ejercicio intenso de las virtudes teologales. Hay que aprender pues a buscar a Dios prescindiendo de todo gusto, consuelo y satisfacción, aunque sea espiritual; a caminar por el sendero de la “fe desnuda”. La fe, mejor que cualquiera otra experiencia sensible y que cualquier otro conocimiento o raciocinio, pone al alma en contacto directo con Dios… La fe une al alma con Dios, aun cuando ésta no experimente consuelo alguno; más aún, con frecuencia Dios le niega todo gusto, para que se ejercite con mayor pureza en la fe y crezca en ella. En la medida que el hombre vive de fe, se acerca a Dios, se une a él y crece en su amor. “Este es el acto más grande de nuestra fe”, dice Isabel de la Trinidad: creer en el amor de Dios y creer de modo irremovible aun en medio de las pruebas y de la oscuridad. “Un alma así, no se preocupa de gustos ni de sentimientos. Le importa poco sentir o no sentir a Dios; recibir de él gozos o sufrimientos. Ella cree solamente en su amor” (El cielo en la tierra, 6: Obras, pp. 179-180). Pero para llegar a esta fe indestructible hay que ejercitarse en ella y hay que pedirla. Señor… “acrecienta nuestra fe” (Lc 17, 6).

Cuando un alma llega a creer en el “gran amor con que Dios la ama”, se puede afirmar de ella lo que se dijo de Moisés: “Lo invisible lo mantuvo firme como si lo viera”. Un alma así no se preocupa de gustos ni de sentimientos; le importa poco sentir o no sentir a Dios, recibir de él gozos o sufrimientos. Ella cree solamente en su amor. Cuanto más sufre, mayor es su fe porque supera, por decirlo así, todos los obstáculos para ir a descansar en el seno del amor infinito que sólo puede realizar obras de amor. A esta alma, vigilante en su fe, tú puedes decirle, ¡oh divino Maestro!, aquellas palabras que dirigiste un día a María Magdalena: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”. (Isabel de la Trinidad, El cielo en la tierra, Obras)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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