jueves, 25 de enero de 2024

Pequeñas Semillitas 5531

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 19 - Número 5531 ~ Jueves 25 de Enero de 2024
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
¡Alabado sea Jesucristo!
El día de hoy es un regalo de que Dios nos ha dado, pues desde toda eternidad el Señor lo ha preparado para nosotros.
Tratemos de aprovecharlo para crecer en el amor a Él y a los hermanos, pues en este mundo estamos para conocer y amar a Dios, y amar a los prójimos en Dios.
Si no aprovechamos el tiempo de vida, que tenemos sobre la tierra, para ser más buenos y santos, para amar más y mejor, entonces será verdaderamente tiempo perdido.
¡Cuántos ya están en el otro mundo, sufriendo en el Purgatorio, o padeciendo en el Infierno, por no haber tomado conciencia en vida, de que cada día que pasaba, era una oportunidad para salvarse y ser buenos!
Ya que nosotros todavía estamos en este cuerpo mortal, demos gracias a Dios y tomémonos la vida en serio, viviendo con alegría aún en medio de los sufrimientos, porque estar vivos es ya un motivo para dar gracias a Dios.
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: Hch 22, 3-16  o 9, 1-22
 
Salmo: Sal 116, 1bc. 2
 
Santo Evangelio: Mc 16,15-18
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
 
Comentario:
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 16,17-18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.
La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir.
* Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera (Ripollet, Barcelona, España) © Textos de Evangeli net 

Santoral Católico:
La Conversión de San Pablo
Saulo de Tarso, fariseo fanático, discípulo de Gamaliel, fue desde muy joven perseguidor de la Iglesia naciente. Pero, cuando iba camino de Damasco para traerse presos a Jerusalén a los cristianos, se le apareció Cristo, lo derribó del caballo y le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Saulo acabó respondiendo: «¿Señor, qué quieres que haga?» Entró en Damasco y allí lo bautizó Ananías. Ya convertido, volvió a Jerusalén para conocer a Pedro y luego marchó a Tarso, donde permaneció hasta que Bernabé fue a buscarlo y lo integró en la comunidad de Antioquía. Algún tiempo después comenzó su carrera de Apóstol de las Gentes.
Oración: Señor, Dios nuestro, tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del apóstol san Pablo, concede a cuantos celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Para más información hacer clic acá.
(Directorio Franciscano – ACI Prensa)
 
Pensamiento del día
«Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’. Yo pregunté: ‘¿Quién eres, Señor?’. Me respondió: ‘Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues’. Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: ‘¿Qué debo hacer, Señor?’. El Señor me respondió: ‘Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer’»
(Saulo de Tarso = San Pablo)
 
Tema del día:
El primer pecado
El hombre y la mujer, la mujer y el hombre, pecaron. La Iglesia considera la fe en el pecado original como una verdad esencial, hasta el punto de afirmar que “toda la historia humana está marcada por el pecado original” (Concilio de Trento: DS 1513). Aquel primer pecado, el “pecado original” fue un pecado múltiple. Fue una desobediencia, fue un acto de soberbia, fue una falta de confianza. Aquel pecado rompió la relación de amistad que Adán y Eva habían tenido hasta el momento con Dios, pero no la rompió el Señor sino que la rompieron las criaturas de Dios que más se parecían a Él, haciendo uso de uno de los principales dones que Él les había dado: su libertad.
 
Volvieron contra Dios los dones de Dios, porque querían suplantar a Dios, porque querían ser dioses. Milenios más tarde, en el siglo XX, varios filósofos (Feuerbach, Nietzsche, Marx) van a teorizar sobre esto llegando a pedir al hombre que mate a Dios (dejando de creer en Él) para poder ser él mismo. Nuestra sociedad actual es hija de esos filósofos y por eso son muchos los hombres que ven a Dios como un rival entrometido, como alguien que se interpone en el camino hacia la plenitud humana. Sólo cuando Dios haya muerto (y cuando hayan muerto también los que creen en Él) el hombre será de verdad libre.
 
El pecado original, por lo tanto, sigue cometiéndose. El hombre de hoy, como Adán y Eva, devoran una y otra vez los frutos prohibidos pensando liberarse así de la tutela divina, pensando liberarse de algo que les oprime y que llaman Dios, cuando no es otra cosa que la realidad. La realidad existe. El cuerpo existe. Existe el bien y el mal de forma objetiva y universal. El hombre puede “matar” a Dios dejando de creer en Él, vivir como si Él no existiera, pero no puede acabar con la realidad. Esta termina por imponerse siempre y, cuando lo hace, viene con unas facturas atrasadas que son muy difíciles de pagar.
 
Cometido el primer pecado, cuando el hombre sucumbió a la soberbia y consideró a Dios como alguien del que no podía fiarse porque no creyó que sus normas morales fueran buenas para él, sino caprichosas y destinadas a mantenerle en una permanente minoría de edad, ya no hubo marcha atrás. Ese pecado fue “original”, en el sentido de que alteró negativamente la naturaleza humana –no la destruyó del todo, pero sí la deterioró- y luego se transmitió a la descendencia.
 
Todos pagamos las consecuencias. Todos nacemos con la “concupiscencia”, como una consecuencia de ese primer pecado: la tendencia al mal, el fuerte influjo en nosotros de la tentación. Todos nacemos con el pecado original y no en estado de gracia, de unión con Dios, que es como Dios había previsto. ¿Es eso injusto? ¿Es injusto heredar una tara genética, proveniente de un padre borracho o drogadicto? En todo caso, no lo es más que heredar unos ojos azules o una hermosa casa. Es herencia. Herencia en el cuerpo y en el alma. Herencia que hemos recibido y que también transmitimos. Ahora bien, esta herencia es sólo un condicionante, no un determinante. Nos condiciona al mal, pero no nos obliga a él; el mal puede ser vencido, con la gracia de Dios y con el esfuerzo humano. Nos costará más vencerle de lo que les costó a los primeros padres, pero es posible resistir a la tentación y no sucumbir a ella.
 
Tenemos que empezar por no ver a Dios como un rival, como un enemigo, como alguien que nos limita nos impide realizarnos. Matar a Dios, en el sentido de dejar de creer en Él, no nos hace más hombres sino lo contrario. La muerte de Dios anunciada por los filósofos del siglo XX no ha traído la divinización del hombre, sino que más bien éste se ha convertido, como dijo otro filósofo (Hobbes) en “un lobo para el hombre”, o, con palabras del pensador comunista francés Sartre, en un “infierno”. “Si Dios no existe, entonces todo está permitido”, hace decir Dostoievski a uno de sus personajes. Si Dios no existe, si el hombre le ha sustituido, la primera víctima de ese hombre deificado va a ser el hombre más débil que se encuentre en su camino, pero al final terminarás por ser él mismo la víctima.
 
Propósito: Fiarme de Dios. Decirle una y otra vez que quiero ser un hombre y no un dios, que no quiero sustituirle, que no le tengo miedo, que acepto lo que me manda a través de las normas morales y también lo que me manda a través de las circunstancias de la vida. A la vez, no tratar a nadie como a Dios, porque sólo Él lo es. No pretender que nadie me dé la plenitud de felicidad que sólo Dios me puede dar.
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(Padre Santiago Martín - Imagen: La Biblia para niños)
 
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
La libertad, como el baño, es algo que debe practicarse todos los días. Nada permanece fijo. El cambio es la ley de la vida.
Quizás algunas veces sintamos que nuestras victorias personales deben ser ganadas una y otra vez. Paro si lo vemos desde otro punto de vista, no es así en absoluto; nuestras sólidas victorias personales son aquellas que nada ni nadie puede arrebatarnos.
Dichas victorias son las herramientas de nuestro crecimiento continuo. Los trabajos, las relaciones y las casas pueden cambiar, pero la serenidad y la libertad de espíritu están entre las cosas que a voluntad podemos lograr, conservar o dejar.
La libertad implica decidir lo que hacemos con nuestro cuerpo, con nuestro dinero y con nuestra vida. Si renunciamos a esta decisión, alguien la tomará por nosotros. Si no usamos o reclamamos nuestra libertad, renunciaremos a ella. Nuestras vidas exigen nuestra participación activa y creativa en cada momento.
(Flo Kennedy)
 
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
25 de enero
En san Pablo estos dos sentimientos procedían de la caridad perfecta. El de ser disuelto para unirse a Jesucristo en perfecta unión en la gloria, que habría sido mejor para él, es decir, que le era más deseable que el continuar viviendo sobre esta tierra; y este deseo era impulsado únicamente por la caridad perfecta que tenía por su Dios. En cambio, el otro sentimiento o deseo le venía también de una caridad perfecta, pero que tenía por objeto inmediato la salvación del prójimo. En otras palabras, este deseo estaba motivado por el objeto principal, Dios, pero se concretaba por reflejo en la salvación de las almas.
El primer deseo, es decir, el de ser disuelto de este cuerpo, él lo ve y lo encuentra más útil para sí, y lo desea con todo el ardor con que un alma justa puede desear unirse a su Dios. En cambio, el segundo deseo, es decir, el de dejar o, mejor dicho, el de seguir viviendo en medio de los trabajos y de las fatigas para procurar la salvación de las almas, él, lleno del espíritu de Jesucristo, lo ve más necesario para los demás o, mejor, al haber tenido la revelación (como parece deducirse de lo que dice inmediatamente después, y el mismo hecho parece que confirma mi interpretación, porque él no fue martirizado por entonces, sino que recuperó la libertad) de que no moriría entonces, se resigna y lo padece por amor de la salvación de las almas, como un hijo que ama tiernamente a su padre se somete, por el afecto que le tiene, a todas las humillaciones y también al cumplimiento exacto de ciertos servicios bajísimos que a su padre le agrade imponerle.
Este tierno hijo lo hace todo, no sólo para no contravenir en nada el deseo de su padre, sino con el fin de complacerle en todo.
(23 de febrero de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 340)
 
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
 
 
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