PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
17 - Número 5009 ~ Jueves 2 de Junio de 2022Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) ¡Alabado sea Jesucristo!
El mandamiento de Jesús consiste en amar. El amor no es una cuestión de
obediencia o de deber. Como lo puede explicar perfectamente una madre, un
padre, y/o una persona enamorada. El amor es la respuesta agradecida y gozosa
al amor incondicional de Dios, no una ley.
El amor de Dios es un amor encarnado. Está en el ser humano. Al decirnos:
“que os améis”, Jesús nos indica la dirección. Jesús no dice que le amemos,
sino que nos amemos. No sólo que le correspondamos, sino que prolonguemos su
amor hacia los demás. Pasando por la vida sembrando amor y bondad. Como Él.
La Palabra de Dios Lecturas del día ♡ Primera Lectura: Hch 22,30;23,6-11
♡ Salmo: Sal 15
♡ Santo Evangelio: Jn 17,20-26
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no
ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra,
creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como
nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y
el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has
amado a mí.
»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también
conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado
antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero
yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a
conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú
me has amado esté en ellos y yo en ellos».
♡ Comentario:
Hoy, encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza:
«Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...)
creerán en mí» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los
suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus
corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y
gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús
que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán
después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas
las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les
acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar
testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.
La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos,
tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino
también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los
siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el
corazón de todos y cada uno de los creyentes.
En el recuerdo de la última visita de San Juan Pablo II a España,
encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los
suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el
Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará
oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la
esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una
exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún
enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no
le ayude la oración de Cristo. Ya que, si ésta fue de provecho para los que se
ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?» (San
León Magno).
* P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. (Barcelona, España)
Santoral Católico: Santos Marcelino y PedroMártires Marcelino era sacerdote y Pedro exorcista, y ambos
fueron mártires. El papa san Dámaso es quien nos ha dejado las noticias de su
muerte que oyó de boca del mismo verdugo. Fueron condenados a muerte en Roma
durante la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, seguramente el
año 304. Para su ejecución los llevaron a un bosque fuera de la ciudad, a fin
de que se desconociera el lugar de su sepultura. Allí los obligaron a cavar con
sus manos su propia fosa, en la que los enteraron después de haberlos
decapitado. Pero una piadosa matrona romana, llamada Lucila, consiguió
localizar los restos de los mártires, los recogió y los sepultó en el
cementerio llamado Ad duas lauros, en la Vía Labicana de Roma donde,
después de la paz de Constantino, su madre, santa Elena, hizo construir una
basílica. Las personas oraban: "Marcelino y Pedro poderosos protectores,
escuchad nuestros clamores".
Oración: Señor, tú has
hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra
protección y defensa; concédenos la gracia de seguir sus ejemplos y de vernos
continuamente sostenidos por su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Para más información hacer clic acá.
© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net
Pensamiento del día “Las personas que tienen poco que hacerson, por lo común, habladoras:cuanto más se piensa y obra, menos se habla”(Montesquieu) Historias:Eligiendo cruces
Fray Mamerto Menapace (autor del cuento)
Esto es del tiempo viejo, cuando Dios se
revelaba en sueños. O al menos la gente todavía acostumbraba a soñar con Dios.
Y era con Dios que nuestro caminante había estado dialogando toda aquella
tarde. Tal vez sería mucho hablar de diálogo, ya que no tenía muchas ganas de
escuchar sino de hablar y desahogarse.
El hombre cargaba una buena cantidad de años,
sin haber llegado a viejo. Sentía en sus piernas el cansancio de los caminos,
luego de haber andado toda la tarde bajo la fría llovizna, con el mono al
hombro y bordeando las vías del ferrocarril hacía tiempo que se había largado a
linyerear, abandonando, vaya a saber por qué, su familia, su pago y sus amigos.
Un poco de amargura guardaba por dentro, y la había venido rumiando despacio
como para acompañar la soledad.
Finalmente llegó mojado y aterido hasta la
estación del ferrocarril, solitaria a la costa de aquello que hubiera querido
ser un pueblito, pero que de hecho nunca pasó de ser un conjunto de casas que
actualmente se estaban despoblando. No le costó conseguir permiso para pasar la
noche al reparo de uno de los grandes galpones de cinc. Allí hizo un fueguito,
y en un tarro que oficiaba de ollita recalentó el estofado que le habían dado
al mediodía en la estancia donde pasara la mañana. Reconfortado por dentro, preparó
su cama: un trozo de plástico negro como colchón que evitaba la humedad. Encima
dos o tres bolsas que llevaba, más un par de otras que encontró allí. Para
taparse tenía una cobija vieja, escasa de lana y abundante en vida menuda. Como
quien se espanta un peligro de enfrente, se santiguó y rezó el Bendito que le
enseñara su madre.
Tal vez fuera la oración familiar la que lo hizo
pensar en Dios. Y como no tenía otro a quien quejarse, se las agarró con el
Todopoderosos reprochándole su mala suerte. A él tenían que tocarle todas.
Pareciera que el mismo Tata Dios se las había agarrado con él, cargándole todas
las cruces del mundo. Todos los demás eran felices, a pesar de no ser tan
buenos y decentes como él. Tenían sus camas, su familia, su casa, sus amigos.
En cambio, aquí lo tenía a él, como si fuera un animal, arrinconado en un
galpón, mojado por la lluvia y medio muerto de hambre y de frío. Y con estos
pensamientos se quedó dormido, porque no era hombre de sufrir insomnios por
incomodidades. No tenía preocupaciones que se lo quitaran. En el sueño va y se
le aparece Tata Dios, que le dice:
- Vea, amigo. Yo ya estoy cansado de que los
hombres se me anden quejando siempre. Parece que nadie está conforme con lo que
yo le he destinado. Así que desde ahora le dejo a cada uno que elija la cruz
que tendrá que llevar. Pero que después no me vengan con quejas. La que agarren
tendrán que cargarla para el resto del viaje y sin protestar. Y como usted está
aquí, será el primero a quien le doy la oportunidad de seleccionar la suya,
vea, acabo de recorrer el mundo retirando todas las cruces de los hombres, y
las he traído a este galpón grande. Levántese y elija la que le guste.
Sorprendido el hombre, mira y ve que
efectivamente el galpón estaba que hervía de cruces, de todos los tamaños,
pesos y formas. Era una barbaridad de cruces las que allí había: de fierro, de
madera, de plástico, y de cuanto material uno pudiera imaginarse.
Miró primero para el lado que quedaban las más
chiquitas. Pero le dio vergüenza pedir una tan pequeña. Él era un hombre sano y
fuerte. No era justo siendo el primero quedarse con una tan chica. Buscó
entonces entre las grandes, pero se desanimó enseguida, porque se dio cuenta
que no le daba el hombro para tanto. Fue entonces y se decidió por una de
tamaño medio: ni muy grande, ni tan chica.
Pero resulta que, entre éstas, las había
sumamente pesadas de quebracho, y otras livianitas de cartón como para que
jugaran los niños. Le dio no sé qué elegir una de juguete, y tuvo miedo de
corajear una de las pesadas. Se quedó a mitad de camino, y entre las medianas
de tamaño prefirió una de peso regular.
Faltaba con todo tomar aún otra decisión. Porque
no todas las cruces tenían la misma terminación. Las había lisitas y parejas,
como cepilladas a mano, lustrosas por el uso. Se acomodaban perfectamente al
hombro y de seguro no habrían de sacar ampollas con el roce. En cambio, había
otras, medio brutas, fabricadas a hacha y sin cuidado, llenas de rugosidades y
nudos. Al menor movimiento podrían sacar heridas. Le hubiera gustado quedarse
con la mejor que vio. Pero no le pareció correcto. Él era hombre de campo,
acostumbrado a llevar el mono al hombro durante horas. No era cuestión ahora de
hacerse el delicado. Tata Dios lo estaba mirando, y no quería hacer mala letra
delante suyo. Pero tampoco andaba con ganas de hacer bravatas y llevarse una
que lo lastimara toda la vida.
Se decidió por fin y tomando de las medianas de
tamaño, la que era regular de peso y de terminado, se dirigió a Tata Dios
diciéndole que elegía para su vida aquella cruz.
Tata Dios lo miró a los ojos, y muy en serio le
preguntó si estaba seguro de que se quedaría conforme en el futuro con la
elección que estaba haciendo. Que lo pensara bien, no fuera que más adelante se
arrepintiera y le viniera de nuevo con quejas.
Pero el hombre se afirmó en lo hecho y garantizó
que realmente lo había pensado muy bien, y que con aquella cruz no habría
problemas, que era la justa para él, y que no pensaba retirar su decisión. Tata
Dios casi riéndose le dijo:
- Ven, amigo. Le voy a decir una cosa. Esa cruz
que usted eligió es justamente la que ha venido llevando hasta el presente. Si
se fija bien, tiene sus iniciales y señas. Yo mismo se la he sacado esta noche
y no me costó mucho traerla, porque ya estaba aquí. Así que de ahora en
adelante cargue su cruz y sígame, y déjese de protestas, que yo sé bien lo que
hago y lo que a cada uno le conviene para llegar mejor hasta mi casa.
Y en ese momento el hombre se despertó, todo
adolorido del hombre derecho por haber dormido incómodo sobre el duro piso del
galpón.
A veces se me ocurre pensar que, si Dios nos
mostrara las cruces que llevan los demás, y nos ofreciera cambiar la nuestra,
cualquiera de ellas, muy pocos aceptaríamos la oferta. Nos seguiríamos quejando
lo mismo, pero nos negaríamos a cambiarla. No lo haríamos, ni dormidos.
Mes del Sagrado Corazón de Jesús ¡Oh Sagrado Corazón, Llama ardiente! Meditación: El Corazón de mi Jesús tanto amó, que en llama de fuego se presentó para
purificar, para salvar, para amar… Pero ¡quién lo ha de mirar! Si muchos lo
llegamos hasta a despreciar, a no buscar, a ignorar, pues no queremos que nos
venga a señalar las miserias y tibiezas que nuestro pobre corazón encierra.
Seamos ardientes amantes de Cristo, consumidos por el Fuego de Su Amor, para
poder así limpiar nuestro corazón y llegar a servir a nuestro Dulce Señor.
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz,
enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea
guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan
Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre sí. Amén.
Florecilla: Hagamos una buena confesión, ofreciéndosela al Sagrado Corazón de Jesús.
* Reina del Cielo
Un minuto para volar Junio 2
La verdad no son las bellas palabras que dices, sino
los deseos que consientes en tu interior. Cuando te dominen los deseos más bajos
e indignos, posiblemente sentirás que no eres capaz de arrancarlos de tu ser.
No puedes eliminar de inmediato esos deseos que te degradan. Pero eso no
significa que no puedas hacer nada. Si no los alimentas y si te das cuenta de
que vales más que ellos, entonces se convertirán poco a poco en algo secundario
en tu vida. Estarán allí molestando, pero dejarán de dominarte.
(Mons. Víctor
M. Fernández)
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Un minuto para volar
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