sábado, 19 de marzo de 2022

Pequeñas Semillitas 4940

PEQUEÑAS SEMILLITAS
 
Año 17 - Número 4940 ~ Sábado 19 de Marzo de 2022
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Con gran alegría celebramos hoy la festividad de San José, patrono de "Pequeñas Semillitas".
En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen.
Sepamos conocerlo en profundidad para reflejarnos en el espejo de virtud de este hombre justo y silencioso, ejemplo de padre, de esposo, de trabajador, modelo de mansedumbre y de humilde sumisión al plan del Creador. Pidamos hoy a San José que nos ayude a parecernos a él...
 
La Palabra de Dios
Lecturas del día
Primera Lectura: 2Sam 7,4-5a.12-14a.16
 
Salmo: Sal 88,2-3.4-5.27.29
 
Segunda Lectura: Rom 4,13.16-18
 
Santo Evangelio: Mt 1,16.18-21.24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado.
 
Comentario:
Hoy, nos invita la Iglesia a contemplar la amable figura del santo Patriarca. Elegido por Dios y por María, José vivió como todos nosotros entre penas y alegrías. Hemos de mirar cualquiera de sus acciones con especial interés. Aprenderemos siempre de él. Nos conviene ponernos en su piel para imitarle, pues así lograremos responder, como él, al querer divino.
Todo en su vida —modesta, humilde, corriente— es luminoso. Por eso, célebres místicos (Teresa de Avila, Hildegarde de Bingen, Teresita de Lisieux), grandes Fundadores (Benito, Bruno, Francisco de Asís, Bernardo de Clairvaux, Josemaría Escrivá) y tantos santos de todos los tiempos nos animan a tratarle y amarle para seguir las huellas del que es Patrón de la Iglesia. Es el atajo para conseguir santificar la intimidad de nuestros hogares, metiéndonos en el corazón de la Sagrada Familia, para llevar una vida de oración y santificar también nuestro trabajo.
Gracias a su constante unión a Jesús y a María —¡Ahí está la clave!— José puede vivir sencillamente lo extraordinario, cuando Dios se lo pide, como en la escena del Evangelio de la misa de hoy, pues realiza sobre todo habitualmente las tareas ordinarias, que nunca son irrelevantes pues aseguran una vida lograda y feliz, que conduce hasta la Beatitud celeste.
Todos podemos, escribe el papa Francisco, «encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad (...). José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».
* Abbé Marc VAILLOT (París, Francia)
 
Santoral Católico:
San José
Esposo de la Virgen María
La fiesta del Padre nutricio de Jesús se extendió en la Iglesia a partir del siglo XV, cuando fue propagada por san Bernardino de Siena y Juan Gerson. Los evangelios nos lo inscriben enmarcado en la historia de la salvación. José, de oficio carpintero en el pueblecito de Nazaret, se sintió turbado cuando comprobó que María, su esposa, con la que no había cohabitado, estaba encinta. Pero el Señor le hizo comprender que el estado de su mujer era obra del Espíritu, y él la acogió, secundando los planes de Dios. Con María marchó a Belén, donde nació Jesús, y en todo momento José se cuidó del sustento y protección de la Madre y del Hijo. Con ellos estuvo en la adoración de los pastores y de los reyes, en la circuncisión del Niño y en su presentación en el Templo, en la huida a Egipto, estancia allí y regreso a Nazaret, donde Jesús fue creciendo al amparo de sus padres. Por último, vivió con María el dolor y el gozo de hallar a Jesús cuando creían haberlo perdido en Jerusalén. Dios confió a José la custodia discreta pero eficaz de María y de Jesús, y, con razón, Pío IX lo declaró en 1870 Patrono de la Iglesia universal.
Oración: Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José, haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net
 
Palabras de San Juan Pablo II
“Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación.”
 
Tema del día:
El silencio de San José
En estos días de Cuaresma, deseo dirigir mi mirada a la figura de san José.
 
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este tiempo.
 
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.
 
Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.
 
No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).
 
Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. Cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
 
Cuarenta días para acercarnos a Jesús
Todos somos como el hijo pródigo
I. Todos somos hijos de Dios y, siendo hijos, somos también herederos (Romanos 8, 17). La herencia es un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que sólo en el Cielo alcanzará su plenitud y seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malgastar los bienes de modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios. Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios, y también para sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos que ha logrado durante su vida, se incapacita para adquirir otros nuevos, y queda de algún modo sujeto a la esclavitud del demonio. Fuera de Dios es imposible la felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
 
II. En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera de ella. En el examen, con la ayuda de la gracia, nos conocemos como en realidad somos. Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a la gracia, han abierto las ventanas de su conciencia, de par en par, a la luz de Dios, y han podido conocer bien su alma. En el examen también descubriremos las omisiones en el cumplimiento de nuestro compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben tantos descuidos? La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos (Mateo 13, 15).
 
III. Todos nosotros, llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. “La vida humana es, es cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición... Volver por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios “(SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa). Hemos de acercarnos a la Confesión sin desfigurar la falta ni justificarla. Con humildad, sencillez y sinceridad. Con verdadero dolor por haber ofendido a nuestro Padre. El Señor, por Su misericordia, nos devuelve en la Confesión lo que habíamos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría.
(Francisco Fernández Carvajal)
 
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Colocado a la cabeza de la familia del Señor, san José de Nazaret ha cumplido con generosidad la misión de gracia recibida en la economía de la Salvación al asumir el lugar de un padre para Jesús. Al adherirse plenamente al misterio salvífico de la humanidad en sus inicios, se ha convertido en un modelo ejemplar de esa generosa humildad que la fe cristiana exalta en el más alto grado, como testigo de estas virtudes comunes, humanas y sencillas, necesarias al hombre para que se convierta en discípulo virtuoso y auténtico de Cristo.
Es en la implementación de estas mismas virtudes que este hombre justo, que cuidó a la Madre de Dios con amor y se dedicó con feliz devoción a la educación de Jesucristo, se convirtió en el guardián de los tesoros preciosos de Dios Padre y en sostén del Cuerpo Místico, es decir, de la Iglesia.
Durante el Concilio Vaticano II, san Juan XXIII tomó la decisión de agregar su nombre al Canon Romano. Luego, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de las facultades otorgadas por el papa Francisco, decretó que el nombre de san José, cónyuge de la Virgen María, fuera agregado a las Plegarias Eucarísticas II, III y IV en la tercera edición típica del Misal Romano, después del nombre de la Bienaventurada siempre Virgen María.
 
Un minuto para volar
Marzo 19
Hoy recordamos a san José. La palabra que lo define es “cuidar”. Cuando él se enteró del embarazo de María y supuso que el niño era de otro, prefirió no denunciarla y optó por desaparecer -como quien abandona a su mujer- para evitar que la apedrearan los fanáticos (Mt 1,19). Esta actitud habla de su nobleza. Cuentan los evangelistas que, en una situación peligrosa, para cuidar a María y al niño los llevó a Egipto (Mt 2, 13-15). Igualmente sabemos que los mantenía con su trabajo manual de carpintero (Mt 13,55). Con esa misma actitud José está de pie en el pesebre, protegiendo a Jesús y a María. Pídele que con su oración te ayude a cuidar a tus seres queridos.
(Mons. Víctor M. Fernández)
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)
 
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