PEQUEÑAS SEMILLITAS Año
17 - Número 4915 ~ Martes 22 de Febrero de 2022Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina) Alabado sea Jesucristo…
Mientras dentro de mi
cabeza haya una idea positiva que se alimente de creatividad y de impulso, y
que se esfuerce por ver la luz de la realización, no tendré de qué preocuparme…
seguiré adelante.
Mientras en mis manos se
encuentre un instrumento de trabajo que me ayude a ganarme el pan y a vencer al
infortunio, no tendré ningún motivo de queja… seguiré adelante.
Mientras en mi corazón
exista un ideal de grandeza que bombee mi sangre, y le dé sentido a todo lo que
hago, no tendré contratiempo alguno… seguiré adelante.
Mientras en mi ser haya
aún un músculo que mover, una palpitación ardorosa, movimiento en las venas…
seguiré adelante, porque no hay ningún obstáculo que me detenga… Dios guía mis
pasos.
La Palabra de Dios Lecturas del día ♡ Primera Lectura: 1 Pe 5,1-4
♡ Salmo: Sal 22,1-3.4.5.6
♡ Santo Evangelio: Mt 16,13-19
En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta
pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros,
que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás,
porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en
los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las
llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
♡ Comentario:
Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta
celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para
nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los
Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa misión.
Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido
sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los
Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de
manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente
de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad
a sus hermanos.
Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que
profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora
hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que
te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se
desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le
había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).
Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración
de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con
potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice,
cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus
servorum Dei.
Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad
fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de
Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este
gran regalo.
* Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona,
España)
Santoral Católico: La Cátedra del apóstol San PedroFiesta Litúrgica Esta fiesta se celebra desde la antigüedad para poner de manifiesto la
unidad de la Iglesia, fundada en la persona del apóstol Pedro, primer obispo de
Roma y pastor de la Iglesia universal. El ministerio que ejercía el Apóstol,
desde la Cátedra (la palabra "cátedra" significa el asiento elevado,
desde donde el maestro da lección a los discípulos, de allí la palabra
“catedral” significa el templo donde está la cátedra del obispo local), estaba
simbolizado por un sillón solemne, de distintos materiales según las épocas.
Esta veneranda reliquia se conserva ahora en el ábside de la basílica del
Vaticano, y la componen unas sencillas tablas de madera que, desde muy antiguo,
están forradas con láminas historiadas de marfil. El arte de Bernini la metió
en un colosal relicario, con lo que el Papa no puede sentarse en ella, como
hicieron los pontífices durante siglos, aunque conserva todo su simbolismo, y
es lo que celebramos.
Oración: Dios todopoderoso,
no permitas que seamos perturbados por ningún peligro, tú que nos has afianzado
sobre la roca de la fe apostólica. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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© Directorio Franciscano – Aciprensa – Catholic.net
Pensamiento del día “La razón más alta de la dignidad humanaconsiste en la vocación del hombre a la unión con
Dios.Desde su mismo nacimientoel hombre es invitado al diálogo con Dios”(San Pablo VI) Historias:Así me hice cura
(Padre José Luis Martín Descalzo)
La noche del 27 al 28 de diciembre de 1942 fue
muy importante para un chico de doce años llamado José Luis Martín Descalzo. Transcurrían las
vacaciones de Navidad en casa de don Cosme, hermano de su madre y párroco de
San Cebrián de Arriba, un pueblecito de León, España. Aquella tarde había caído
una gran nevada.
"En el viejo cuarto de estar -recordaría
José Luis unos años después- golpeaba un reloj que marchaba más de prisa que
los pasos de mi tío, que resonaban en el despacho. Mi tío era un hombre de esos
a quienes hay que querer en cuanto se le conoce. Tenía el pelo gris y dos
grandes arrugas surcaban la frente, sin que ninguna de estas dos cosas
consiguieran hacer menos brillante su mirada ni apagar su sonrisa constante. En
el cuarto de estar, mis hermanas hacían comiditas en un rincón. Yo jugaba con
Laurel, un canelo de dos años a quien habíamos tenido que meter en casa porque
la nieve casi taponaba la puerta de su caseta. De pronto, Laurel se puso
rígido, estiró las orejas y lanzó un ladrido agudo, que hizo que mis hermanas
levantaran a un tiempo la cabeza. Fue entonces cuando oímos que un caballo se
acercaba calle abajo, y se paraba a nuestra puerta. Llamaban. Mi madre tiró de
la soga, y al tiempo se abrieron la puerta de la calle y la del despacho de mi
tío, que apareció con el breviario en la mano. Abajo había un hombre mal
afeitado y con la pelliza salpicada de nieve."
Aquel hombre venía a avisar que en Roblavieja se
había puesto muy enferma una señora y quizá falleciera esa misma noche. Él
seguía su camino a otro lugar, en busca de unas medicinas. Don Cosme no dudó un
instante. Se puso sus botas, acabó deprisa su cena y se dispuso a salir. No
sirvieron de nada los consejos de su hermana, que le hacía ver el peligro de
salir andando, de noche y con esa nevada, para hacer los cuatro kilómetros que
había hasta Roblavieja. Solo logró convencerle de que le acompañara su sobrino,
José Luis.
"Había dejado de nevar y el aire estaba
tibio. Había salido la luna, que daba a la nieve una luz extrañamente blanca.
Cuando salimos del pueblo, el reloj de la torre dio las diez de la noche. Mi
tío iba embozado en su manteo, bajo el que ocultaba la caja de los sacramentos.
Yo iba físicamente embutido en el abrigo y la bufanda y caminaba a saltos para
no helarme los pies. La primera parte del camino fue fácil; pero cuando
llevaríamos andados cerca de tres cuartos de hora se ocultó la luna y comenzó
otra vez a nevar. Se levantó un frío que cortaba y que hacía llorar. La noche
se había puesto muy oscura y no había más luz que la que despedía el brillo de
la nieve. Fue entonces cuando yo comencé a tener miedo de veras, porque noté
que mis pies se hundían más que antes, y tuve la sensación de que nos habíamos
salido del camino. Miré a mi tío sin atreverme a hablar, y vi en sus ojos
idéntico temor. Nos detuvimos. Se veían ya algunas luces de Roblavieja y el
pueblecito se dejaba ver como una mancha más oscura. Pero ¿y el camino? No
había posibilidad de adivinarlo, ya que la nieve estaba tendida como una capa,
que no permitía adivinar dónde estaba el suelo firme.
"Seguimos andando a la ventura, y ahora el
pavor estaba ya en mi corazón. Y entonces fue cuando sucedió lo que tenía que
suceder, lo que estaba señalado para esta fecha desde la eternidad. Y todo fue
sencillo, como una lección bien aprendida. Mi tío perdió tierra y cayó, dando
un grito. Yo corrí hacia él e intenté ayudarle a ponerse en pie. Pero fue
inútil. No podía ponerse en pie y ya no volvería a caminar más.
"Lo demás todo fue muy rápido. Corrí como
un loco hacia el pueblo, sin atender en absoluto al peligro que también yo
corría. Aporreé la puerta de la primera casa hasta hacerme daño en los
nudillos. La noticia corrió de casa en casa, y poco después unos veinte hombres
y varios perros me acompañaban al lugar donde había dejado a mi tío. Mientras,
seguía nevando, y los ladridos de los perros eran secos y parecía que hicieran
daño en el silencio. Mi tío estaba sin sentido, pero vivo todavía. Cuando le
levantaron quedó en medio de la nieve removida una mancha de sangre que
chillaba entre la blancura. Envuelto en una manta le llevaron hacia el pueblo.
Abrió los ojos y pidió que le llevaran a casa de la enferma.
"Le arrimaron al fuego y se fue reanimando,
mientras el médico vendaba la pierna, toda roja. Cuando estuvo un poco más
repuesto pidió que le acercaran a la cama de la enferma, que era una viejecita
arrugada que hablaba con rápidos chillidos. Había mucha gente en el cuarto, y
yo noté que todos apretaban los labios como queriendo contener el llanto. Yo me
quedé junto al fogón, sin acabar de comprender lo que pasaba; era demasiado
grande aquello para mi pequeña cabeza. Yo perdí la noción del tiempo, porque mi
tío y la vieja parecían no cansarse de hablar. Yo oía desde lejos la
respiración ahogada de mi tío -una respiración irregular, como una máquina
estropeada-, y entonces, no sé cómo, le vi como uno de aquellos troncos que
iban desfalleciendo en el fogón. Le veía doblarse lentamente hasta que al fin
cayera. Pero veía su sonrisa clara, que tampoco ahora se apagó; su alegría de
morir en un acto de servicio, morir calentando a los demás y agotarse para dar
puesto a otro leño que vendría tras él, para morir también en el fogón. Fue
entonces cuando se me ocurrió de repente -¿cómo?- que por qué no iba a ser yo
el leño que le sustituyera. No sé, nunca se sabe cómo se ocurren las grandes
ideas.
"Al día siguiente las campanas de los dos
pueblos tocaron a muerto... ¡Aunque parecía que tocaban a gloria! Yo estaba
como abstraído, como fuera de mí. La gente pensaba que era tristeza por la
muerte de mi tío; pero ¿cómo iba a entristecerme una muerte tan estupenda? Me
parecía tan terriblemente hermosa aquella muerte, que empecé desde entonces a
soñarla para mí. Y era este sueño lo que obsesionaba mi cerebro infantil."
Al siguiente mes de octubre, José Luis entró en
el seminario. Las cosas no fueron fáciles, pero se fueron resolviendo. "Yo
recordaba siempre a mi tío en cada sacerdote que veía, y recordaba aquella
noche de nieve cada vez que nuestro patio aparecía blanqueado; recordaba sobre
todo aquel fogón en que los leños iban consumiéndose. Y pensaba: dentro de
cuatro años me tocará a mí arder y también calentar y alumbrar. ¿Qué sería de
nosotros sin este fuego vivificador? En los pueblos sin sacerdote -pensaba-
deben tener un invierno perpetuo.
"Y entonces venía a mi memoria toda mi
vida. Recordaba, sobre todo, aquella noche de diciembre y me parecía que ahora
yo estaba repitiéndola. Tanto, que cuando por fin subí al altar tuve la
sensación de oír el reloj que aquella noche había dado las diez campanadas. Y
cuando me acercaba a la Consagración me parecía como si me hundiese en tierra,
igual que aquella noche en la nieve. Me temblaba el corazón como entonces,
aunque esta vez no de miedo, sino de gozo.
"Cuando acabó la Misa me senté en un rincón
de la iglesia y allí estuve largo rato, como intentando explicarme a mí mismo
lo que había sucedido. Todo en mi vida era distinto, comenzaba a sentirme útil
y mi existencia empezaba a servir para algo. Me veía entre los hombres con las
manos llenas de amor y siendo como un canal entre ellos y Dios, un canal por el
que bajarían las gracias del Cielo, por el que subirían las oraciones de la
tierra. Me veía derramando el agua santa sobre la frente de los niños, y
acompañando los últimos minutos de los moribundos; perdonando a los jóvenes sus
pecados -¡ah, y viéndoles marcharse contentos, con una nueva alegría!- y
bendiciendo los nuevos hogares en que se perpetuaría la vida. Veía a los niños
arrodillados, puros y angelicales, ante el altar, y yo bajaba hasta ellos y les
ponía el Cuerpo del Señor sobre la lengua. Yo rezaba también sobre los muertos,
y mi bendición era lo último que descendía sobre sus tumbas entre las paletadas
de tierra. Yo bendecía las casas, y los animales, y los frutos, y hablaba a los
hombres de Dios, y por ellos, por todos ellos, levantaba en las manos la Hostia
blanca, en la que Cristo se nos mostraría y vendría a vivir entre nosotros. Sí
-pensé-; mi vida comienza a servir para algo.
"Pienso que ya estoy ardiendo, que soy el
leño en el fuego, el fuego que ilumina, que calienta; que ese es mi destino:
consumirme en un acto de servicio, en un glorioso acto de servicio a los
hombres. ¡Y estoy tan orgulloso con este destino!
"¿Cuánto durará? ¡Qué importa eso! Quizá
sean muchos años, como mi tío; quizá solo unos meses, puede que unos días;
quién sabe si esta misma noche no nevará y estará borrado el camino que lleva a
Castales y llegará uno a caballo a llamar a mi puerta. Por eso tengo que darme
prisa, tengo que buscar en seguida alguien que me sustituya, que siga en la
brecha si yo muero. Este fuego no puede extinguirse, porque con él se apagaría
el mundo."
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas” Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?)
Esta frase se ha hecho famosa debido a la película "Quo vadis",
del año 1951 dirigida por Mervyn Le Roy. Al final de la misma san Pedro huyendo
de Roma, se encuentra con Jesucristo y le hace esta pregunta: "Quo vadis,
domine?". El pasaje al que hacemos referencia se encuentra en el
manuscrito llamado “La leyenda aurea”. Este códice escrito en el siglo XIII,
por el monje dominico y arzobispo de Genova, Santiago de Vorágine, refiere con
gran detalle y en latín, la vida de 180 santos y mártires de la Iglesia Católica.
En este manuscrito se cuenta el episodio de San Pedro, cuando el emperador
romano Nerón en el año 64 comenzó una terrible persecución contra los
cristianos. San Pedro temeroso de lo que pudiera sucederle, huyó de Roma por la
Vía Apia, pero en el trayecto se encontró con Jesucristo que cargaba con una
cruz, y le preguntó: "Quo vadis, Domine?" (¿A dónde vas, Señor?)
Jesucristo le contestó: “Mi pueblo en Roma te necesita. Si abandonas a mis
ovejas, yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo”.
San Pedro avergonzado de su cobarde actitud, volvió a Roma y de inmediato
fue detenido por el emperador. Como se lo condenara a ser crucificado, dijo que
no era digno de morir como su maestro, por lo que los romanos optaron por
crucificarlo cabeza abajo.
En el lugar de su martirio hoy día según la tradición se levanta la
Basílica de San Pedro de El Vaticano y en la cripta de la Basílica reposan los
restos del apóstol de Jesús.
Un minuto para volar Febrero 22
A veces nos
molesta que nos inviten a convertirnos. Jesús decía con fuerza: ¡Conviértanse!
(Mt 4,17). Nos molesta porque creemos que Dios nos quiere quitar algo, o que
busca hacernos sufrir. Pero si nos convencemos que Dios nos ama, nos cuida y
nos quiere felices, esa invitación resuena como un llamado a la vida. Quiero
convertirme porque es volver a confiar en el Señor más que en cualquier promesa
de este mundo. Quiero convertirme porque yo no quiero dejarme engañar. Quiero
convertirme porque es volver a esos brazos que son los únicos seguros, los más
sinceros, los más firmes.
(Mons. Víctor
M. Fernández)
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La Palabra de Dios
Santoral Católico:
Pensamiento del día
(Padre José Luis Martín Descalzo) |
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Un minuto para volar
FELIPE
Hoy, al leer tus Pequeñas Semillitas, me hiciste recordar a mi Párroco, confesor y amigo, al que los años lo han retirado. Todo mientras la narración del padre José Luis. Espero, que el Señor escuche la necesidad de sacerdotes. En lo personal, digo y pido, que sean como mi D.José. Como puedes ver, la cosa cosa y los protagonistas, de éste sentir, somos José. Gracias
ResponderEliminarJosé Luis Sevillano - España