PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
13 - Número 3550 ~ Martes 2 de Enero de 2018
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
En
el Evangelio de Juan (8,12) leemos que Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
¡Qué
bueno si somos capaces de iniciar este año 2018 iluminados por Su Luz, y
pidiéndole que nos dé la gracia de poder caminar siempre junto a Él!
Estamos
invitados a hacer la voluntad de Dios. Como María, es necesario que nos dejemos
iluminar por el Espíritu y que veamos las cosas a la luz del Evangelio. Hemos
aprendido a discernir. En una sociedad donde la única norma es frecuentemente
el deseo de cada individuo, debemos ser vigilantes sobre lo que es el verdadero
bien del hombre y de la sociedad.
Debemos
rechazar todo lo que daña la dignidad del ser humano. Debemos ser testigos de
esa misericordia de Dios que quiere acercarse a todos los hombres. María es vigilante.
Ella invita a los pecadores a convertirse y volverse hacia su Hijo. Que a lo
largo de este año Ella nos transmita su celo y haga de nosotros testigos y
misioneros de Jesús.
¡Buenos días!
La cierva tuerta
Hay
en ti dos facultades rectoras que te ayudan a tomar decisiones: la inteligencia
y la voluntad. La inteligencia ilumina las razones a favor o en contra, y hace
una evaluación de lo que es más conveniente. Entonces tu voluntad, toma la
decisión y actúa por lo mejor. A este proceso se lo llama discernimiento. Una
fábula para tomar decisiones prudentes.
Una cierva a la que le faltaba un ojo pacía a orillas
del mar, volviendo su ojo intacto hacia la tierra para observar la posible
llegada de cazadores, y dando al mar el lado que carecía del ojo, pues de allí
no esperaba ningún peligro. Pero sucedió que unos pescadores navegaban por ese
lugar, y al ver a la cierva la abatieron con sus flechas. Y la cierva
agonizando, se dijo para sí: —¡Pobre de mí! Vigilaba la tierra, que creía llena
de peligros, y el mar, al que
consideraba un refugio, me ha sido mucho más funesto (Fábula de Esopo).
Como
la cierva estamos rodeados de peligros por todas partes: de dentro de nosotros
mismos y de afuera, del pasado y del futuro, de la derecha y de la izquierda…
es la condición humana. Acepta la realidad y mantente alerta, orando al Señor,
para no ser sorprendido por esas oscuras incitaciones al mal que pululan por
doquier.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
Éste
fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y
no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres
tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No».
Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos
han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el
desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».
Los
enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres
tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con
agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás
de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto
ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando. (Jn 1,19-28)
Comentario:
Hoy,
en el Evangelio de la liturgia eucarística, leemos el testimonio de Juan el
Bautista. El texto que precede a estas palabras del Evangelio según san Juan es
el prólogo en el que se afirma con claridad: «Y la Palabra se hizo carne, y
puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Aquello que en el prólogo —a modo de
gran obertura— se anuncia, ahora en el Evangelio, paso a paso, se manifiesta.
El misterio del Verbo encarnado es misterio de salvación para la humanidad: «La
gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1,17). La salvación nos
viene por Jesucristo, y la fe es la respuesta a la manifestación de Cristo.
El
misterio de la salvación en Cristo está siempre acompañado por el testimonio.
Jesucristo mismo es el «Amén, el Testigo fiel y veraz» (Ap 3,14). Juan Bautista
es quien da testimonio, con su misión y mirada de profeta: «En medio de
vosotros está uno (…) que viene detrás de mí» (Jn 1,26-27). Y los Apóstoles así
entienden la misión: «A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros
somos testigos» (Hch 2,32).
La
Iglesia toda ella, y por tanto todos sus miembros, tenemos la misión de ser
testigos. El testimonio que nosotros traemos al mundo tiene un nombre. El
Evangelio es el mismo Jesucristo. Él es la “Buena Nueva”. Y la proclamación del
Evangelio a lo largo de todo el mundo hay que entenderla también en clave de
testimonio que une inseparablemente el anuncio y la vida. Es conveniente
recordar aquellas palabras del papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha
mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a
quienes enseñan, es porque dan testimonio».
Mons. Romà CASANOVA i Casanova Obispo de Vic
(Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Basilio Magno y
San Gregorio Nacianceno
San
Basilio se consagró al servicio como Arzobispo de Cesarea, Doctor de la Iglesia
y Patriarca de los Monjes de Oriente. Nació en Cesarea, la capital de
Capadocia, en el año 329. Entre sus nueve hermanos figuraron: San Gregorio de
Nissa, Santa Macrina la joven y San Pedro de Sevaste. Su padre era San Basilio
el viejo, y su madre, Santa Emelia. Inició su educación en Constantinopla y la
completó en Atenas. Allá tuvo como compañero de estudio a San Gregorio
Nazianceno, quien se convirtió en su amigo inseparable. Cuando Basilio recibió
el bautismo, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza
evangélica.
Comenzó
por visitar los monasterios de Egipto, Palestina Siria y Mesopotamia, con el
propósito de observar y estudiar la vida religiosa. Se estableció en un paraje
agreste en la región del Ponto, separado de Annesi, por el río Iris. En aquel
retiro solitario se entregó a la plegaria y al estudio. Formó el primer
monasterio que hubo en Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y
enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el
presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San Basilio
practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero
en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio
San Benito.
Por
aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes
perseguían a los ortodoxos. En el año de 363, Basilio fue ordenado diácono y
sacerdote en Cesarea, pero para evitar generar ciertos conflictos con el
arzobispo Eusebio, decidió retirarse calladamente al Ponto. Sin embargo,
Cesarea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde, San Gregorio
Nazianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para que le
ayudase en la defensa de la fe, del clero y de la Iglesia. En el año de 370,
año en que murió Eusebio, Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal
vacante. Tiempo después, la muerte de San Anastasio dejó a Basilio como único
paladín de la ortodoxia en el oriente, y éste luchó para fortalecer y unificar
a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por
los cismas y las disenciones entre sí, parecían extinguirse. El santo murió el
1 de enero de 379, a la edad de 49 años.
© Aciprensa
Pensamiento del día
“Me gusta la gente que vibra,
que no hay que empujarla,
que no hay que decirle que haga las cosas,
sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace.
Me gusta la gente justa con su gente y consigo misma,
pero que no pierda de vista que somos humanos y nos
podemos equivocar”
Mario Benedetti
Tema del día:
2018: ¿hora de pellizcarnos?
¿Somos
tan dependientes de la tecnología que ya no lograremos jamás vivir sin ella?
La
mejor experiencia tecnológica que viví este año fue el carro autónomo en el que
me recogió hace un par de meses un amigo en Miami. Sencillamente, lo llamó con
su celular, el carro llegó, nos abrió las puertas y arrancó a manejar solo
hasta su destino. La peor, haber descubierto esta semana lo que muchos ya
sospechaban: que Apple manipula la velocidad de los celulares viejitos para
obligarnos a embarcar en el último modelo. Y ahí me llevo una desilusión
terrible, porque soy de las del culto a la manzana blanca.
Ambas
cosas, la mejor y la peor, auguran, serán parte de la controversia ineludible
del 2018: las dimensiones de redención de la humanidad o de su catástrofe, que
traerá consigo la revolución de la inteligencia artificial (IA), en lo que
están metidos nada menos que Google, Facebook, IBM, y Microsoft, Bloomberg, y
que ya tiene profundas divisiones entre los expertos. De un lado, quienes
alertan, como Elon Musk, CEO de Tesla, sobre los peligros de la IA sin
regulación; del otro, los del equipo de Mark Zuckerberg, CEO de Facebook,
contra la exageración sobre sus escenarios apocalípticos.
Entre
los dos, me quedo con la opinión de Stephen Hawking: “La IA será el evento más
importante de la historia de la humanidad. Infortunadamente, también podría ser
el último, a menos que aprendamos cómo evitar los riesgos”.
Y
estos son infinitos. Desde su uso antiético, por ejemplo para fines bélicos en
la lucha por el dominio mundial, hasta el de la singularidad. Lo que sucederá
el día en que las máquinas serán capaces de vencer al ser humano cuando puedan
tomar, con base en el procesamiento de grandes volúmenes de información,
decisiones propias, basadas en la certidumbre, que ya no estarán limitadas por
el conocimiento humano. Máquinas que crearán ellas mismas generaciones de sí
mismas que superarán el control del ser humano. Actuarán con lógica en una
situación, aprenderán de sus aciertos y sus errores, y a partir de ahí se
enseñarán solas.
Series
de televisión como Black Mirror, o películas como Her, Ex-Machina, no solo son
muy entretenidas, sino que nos anticipan lo que ya ni siquiera es futuro. Ya
existe Pepper, un robot con inteligencia emocional capaz de saber más que
nosotros acerca de cómo somos y qué nos pasa por el alma. Solo necesita mirarnos
y oírnos. Es el primer robot con capacidad de entender nuestras emociones.
Estarán sentados en un futuro cercano diagnosticando al lado de los siquiatras.
¿Estaremos
exagerando quienes pensamos que algún día nos derrotarán? Pues no es sino
estudiar la máquina de Google conocida como AlphaGo Zero: sin entrenamiento del
ser humano y solo a partir de unas reglas básicas, logró crear por sí misma
este año el conocimiento necesario para volverse imbatible en Go, un juego
chino muchísimo más complejo que el ajedrez. Si fue capaz de enseñarse sola,
¿no es una inquietante prueba de que las máquinas van rumbo a soltar amarras
del ser humano?
Puede
que la conciencia no sea codificable, lo cual es hasta hoy el límite de las
máquinas, como las conocemos. Pero le quitan a lo humano la esencia excluyente
de la inteligencia, y nos arrojan en el oscuro vacío de un Leviatán poshumano
en el que todos nuestros actos, sentimientos y hasta pensamientos están siendo
recolectados por una centrífuga de datos que nos espía permanentemente, para
manipularnos hacia sus metas hasta el fin de nuestras vidas e instalarse en las
de las generaciones que dejemos detrás. Las máquinas serán una no-conciencia
mucho más inteligente que la humanidad.
Los
no catastrofistas creen que los computadores nunca lograrán sobrepasar solo dos
umbrales: la creatividad y la innovación, que seguirán perteneciendo al reino
de la humanidad. Quién sabe. Si algo es capaz de amenazar ese nuevo mundo, como
se nos anuncia, será el libre albedrío del ser humano, y de pronto hasta para
crear e innovar tendremos encima una dictadura algorítmica.
Pero
si quieren, no vayamos tan hacia delante. Sentémonos a reflexionar sobre algo
tan sencillo como lo siguiente. ¿Acaso no somos ahora mismo, tan supremamente
dependientes de la tecnología que ya no lograremos jamás vivir sin ella? Si la
respuesta es sí, pellizquémonos. Y si quieren, asustémonos. Por lo menos ya
tenemos a Pepper, para que nos recete un tranquilizante urgente.
Que
el 2018 los llene de serenidad y tranquilidad.
© María Isabel Rueda
Meditaciones
Una
farola humilde, pequeña, luminosa. Las estrellas no pueden competir con ella.
¿Por qué? Porque la luz cercana es capaz de eclipsar astros potentes que envían
inmensos rayos de luz desde muy lejos, a muchos millones de kilómetros de
distancia.
Así
ocurre también con la luz de Dios si la convertimos en algo lejano, casi
invisible. Preferimos una farola cercana a ese rayo de esperanza que vino al
mundo para iluminar a cada hombre. Preferimos un juego, un placer, un rato de
sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo para escuchar la voz de
un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.
¿Por
qué hemos dejado que Dios se "eclipse" ante tantas farolas de la vida
moderna? ¿Por qué no permitimos que su luz llegue a nuestros corazones? ¿Por
qué no lo escuchamos en su Hijo Jesucristo?
Para
ver estrellas maravillosas hay que alejarse de aquellas farolas que impiden ver
las hermosuras de nuestro cielo. Para escuchar a Dios hemos de apartarnos de
hábitos de pecado, de apegos a bienes materiales o espirituales, para lanzarnos
a la aventura de la escucha de la Palabra.
Dios
es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que
las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso. Si damos un paso decidido
hacia espacios nuevos, dejaremos que la Luz brille en los corazones. Entonces
sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad inigualable: la que nace
cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados por un Padre bueno.
P. Fernando Pascual
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Enero 2
Al
Espíritu Santo se lo suele representar con una llama de fuego. De hecho, el día
de Pentecostés descendió sobre los Apóstoles de esa manera: "Entonces
vieron aparecer unas lenguas de fuego, que descendieron por separado sobre cada
uno de ellos. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2,3-4).
¿Por
qué el fuego?
Porque
cuando el Espíritu Santo se hace presente de una manera especial, las personas
no quedan igual. Se produce un cambio. Nadie puede quedar indiferente si aparece
una llama de fuego en su cabeza, si allí donde hacía frío y oscuridad
repentinamente hay calor y luz. Todo cambia.
El
Espíritu Santo nos permite ver las cosas de otra manera, y nos ilumina el
camino para que no tengamos miedo. Él derrama calor, para que no nos quedemos
acurrucados, apretando las manos y refugiándonos en un lugar cerrado. Por eso
su presencia nos llena de confianza y de empuje.
Entonces,
es bueno invocar al Espíritu Santo para que inunde de color y de vida nuestra
existencia: "Ven fuego santo, luz
celestial, porque a veces me dominan las tinieblas y tengo frío por dentro.
Ven, Espíritu, porque todo mi ser te necesita, porque solo no puedo, porque a
veces se apaga mi esperanza. Ven, Espíritu de amor, ven".
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el
más pequeñito de todos)
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