domingo, 12 de abril de 2015

Pequeñas Semillitas 2652

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 10 - Número 2652 ~ Domingo 12 de Abril de 2015
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
En el anochecer de este día, como en aquel otro del día primero de la semana, seguimos impresionados por el paso de Jesús en medio de nosotros. Aquellos hombres, tenían sus puertas cerradas por temor a los judíos. ¿No las tendremos también cerradas -en algunos momentos- por miedo al mundo, al materialismo imperante o por el riesgo a ser rechazados o contestados?
Tomás, cuando llegó, se encontró a los discípulos exuberantes y alegres por la aparición de Jesús Resucitado. ¿Lo estamos nosotros? ¿Resplandecen nuestros rostros, nuestras obras, nuestras actitudes por el encontronazo que hemos tenido con Jesús? ¿O, tal vez, no refleja nuestro semblante el orgullo y la pertenencia a la comunidad del resucitado?
Nosotros, en cierto sentido, tenemos hasta más mérito que Santo Tomás. Éste necesitó de pruebas para creer; tuvo que palpar el cuerpo de Jesús para convencerse; de mirar a los pies de Cristo para cerciorarse de lo que le decían. Nosotros por el contrario, siglos después, confiamos en el testimonio de aquellos apóstoles que, aunque asustados, vivieron con emoción las últimas horas de Jesús y con asombro las primeras de su ser resucitado.
A Tomás, el testimonio de sus amigos, no le bastaba para hacerse a la idea del retorno de Jesús. Sólo, cuando Jesús le mostró las huellas de su trágica pasión, Tomás pronunció la profesión más solemne de todo el Nuevo Testamento: ¡Señor mío y Dios mío!
P. Javier Leoz

¡Buenos días!

La divina misericordia
Celebramos hoy la Fiesta de la Divina Misericordia de nuestro amable Salvador. Fiesta querida por Jesús que, a través de las revelaciones a la humilde monjita Faustina Kowalska, pidió a la Iglesia que la colocara en este segundo domingo de Pascua. Lee estos párrafos conmovedores del “Diario” escrito por santa Faustina a pedido del Señor.

“Que no tema acercarse a mí el alma más débil y pecadora, aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra.  Los más grandes pecadores llegarían a una gran santidad si confiaran en mi misericordia. Cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi misericordia. Cuanto más confía un alma tanto más recibirá. Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la fuente de la misericordia para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la firma: Jesús, en ti confío. Recordad mi pasión y, sino creéis en mis palabras, creed al menos en mis llagas. ¡Oh, si los pecadores conocieran mi misericordia, no perecería un número tan grande de ellos! Diles a las almas pecadoras que no tengan miedo de acercarse a mí; habla de mi gran misericordia”.

Honrar la misericordia de Jesús, nos exige a nosotros vivir esa misericordia con los que están a nuestro lado. El mismo Jesús dijo a Faustina: “Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo: la 1ª la acción, la 2ª la palabra, y la 3ª la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia mí”. Que vivas con agradecido amor este día. 
Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. (Jn 20,19-31)

Comentario
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)

Palabras de San Juan Pablo II

“Quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda al mundo. Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la Iglesia, y a todos los devotos de la Misericordia divina que vengan de Polonia y del mundo entero. ¡Sed testigos de la misericordia!”

Tema del día:
Vivir su presencia
El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.

La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.

Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus discípulos y discípulas.

Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como habitada por esa presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado. No se contentan con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la Iglesia.

Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?

Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.
© José Antonio Pagola

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Agradecimientos
Dicen que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde México llega un agradecimiento a Dios y a todos los que rezaron por Edna Ximena M. S. que ya salió del hospital y todo quedó en una enterocolitis descartándose una posible apendicitis.

Desde Bogotá, Colombia, nuestro amigo Carlos C. expresa su agradecimiento al Señor porque se ha abandonado a Su Santa Voluntad y por ello ha recibido la certificación que le garantizará una Pensión de Gracia. Demos gracias a Dios.

Unidos a María
Si somos devotos de María Santísima, entonces no debemos tener miedo, porque Ella es la Reina del Cielo y la Tierra, y domina también sobre el Abismo infernal, al cual aplasta con su poder de Soberana. Por eso si somos realmente sus devotos, debemos hablar claro y decir las cosas como son, con prudencia y caridad, pero decir la verdad, porque Ella nos protegerá de los hombres malvados y de los demonios, y si tuviéramos que dar nuestra sangre por decir la Verdad, María nos dará la fortaleza de los mártires, y con su sonrisa nos animará a entregarnos en el martirio por el bien de las almas y para la gloria de Dios.
Si Jesús ha dicho que nadie puede arrebatar nada de las manos del Padre Celestial; también podemos decir que tampoco ninguna criatura puede arrebatar nada de las manos virginales de María, y que si estamos consagrados a Ella y somos realmente suyos, entonces estamos completamente seguros de que ninguna fuerza nos podrá quitar del regazo de la Virgen.
Con María no podemos tener miedo, porque Ella es todopoderosa por gracia de Dios y todo lo obtiene del Señor, y nos cuidará hasta el fin.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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